Cine

The Lost Daughter: sobre el perdón, la aceptación y la maternidad

By Constanza Puente

February 11, 2022

The Lost Daughter está tres veces nominada a los Óscares este año en la categoría de mejor actriz (Olivia Colman), mejor actriz de reparto (Jessie Buckley) y mejor guión adaptado (Maggie Gyllenhaal). La película es un retrato íntimo sobre las complejidades no dichas de la maternidad.

La primera vez que vi The Lost Daughter, la ópera prima de Maggie Gyllenhaal como directora, no sabía que la película era una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Elena Ferrante. Pude apreciarla de esa forma —sin haber leído la novela—, como una creación que nace de sí misma, para no distraerme en comparaciones innecesarias. Creo que es la forma de apreciar cualquier película inspirada en un libro, habiendo o no leído el mismo, entender y sentir si el film logra sostenerse solo. 

The Lost Daughter o ‘La hija oscura’ logra hacerlo perfectamente y trae a la pantalla la historia de Leda Caruso (Olivia Colman) una mujer, traductora de idiomas y profesora de literatura comparada e inglés, madre de dos mujeres: Bianca y Martha. 

Leda viaja sola de vacaciones a una isla en Grecia para relajarse y disfrutar de su propia compañía, alejada de la cotidianidad. A su llegada, no sabe que sus planes se verán truncados con el encuentro de una amplia familia italiana que incluye a una joven madre llamada Nina (Dakota Johnson) y su pequeña hija Elena (Athena Martin). Leda genera una fijación con ellas, en quienes se refleja con claridad y a través de quienes empieza a recordar su doloroso pasado como madre joven.

Maggie Gyllenhaal propone una historia que se cuenta en dos tiempos intercalados, el presente de Leda y su pasado, interpretado por Jessie Buckley. Mientras avanza la narración vemos sus recuerdos desarrollarse, colocados en el orden en el que la protagonista los va desbloqueando, permitiéndonos recorrer con ella ese camino de sanación que emprende desde que se encuentra con Nina y su familia.

Las complejidades no dichas de la maternidad 

La cinematografía es precisa, naturalista e íntima y nos sitúa en la mirada de Leda todo el tiempo. Vemos lo que ella ve, lo que ella piensa y hasta lo que siente con primeros planos de sus reacciones y emociones, que se sostienen de la magistral actuación de Colman. 

Esto se acompaña de un soundtrack que genera un buen ritmo y tensión en el desarrollo de la historia que gravita en la desaparición de la muñeca de Elena, la cual ha sido inconscientemente robada por Leda, y también en la evidente incomodidad de Leda que mantiene en la intriga. 

Una primera lectura del film es un retrato íntimo sobre las complejidades no dichas de la maternidad.

Muestra con sutileza, franqueza y sensibilidad aquello que muchas mamás tienen miedo de demostrar, sentir y hablar en un mundo que todavía concibe a la mujer con el único y universal propósito de ser madre y ama de casa. 

A través de relatos y cintas como esta es que dejamos de idealizar y romantizar la maternidad o, al menos, de entenderla como una experiencia igual para cada mujer. Así, empezamos a ser honestxs, en especial las madres e hijas, sobre nuestras experiencias y sentimientos más profundos y oscuros, sin miedo a mostrarlo.

La historia nos ofrece, por un lado, una experiencia universal sobre lo difícil que es ser madre en general y en especial cuando se es joven, teniendo que dejar de lado otras aspiraciones y realizaciones personales. Esto se maximiza en una sociedad que carga la mayoría de la responsabilidad y una abrumadora presión solo a las madres.

Por otro lado, nos regala una exploración profunda y específica de la psicología e historia de una mujer (Leda). Esto nos permite ir más allá de la lectura general y social de la maternidad. Permite adentrarnos en los traumas y patrones que se pueden repetir generación tras generación en el lado femenino de una familia, y lo dolorosas y complejas que pueden ser las relaciones madre e hija.

Definitivamente es una película para ver más de una vez. Nada está puesto en escena o dicho sin un propósito o significado. Apenas arranca el largometraje nos encontramos con una mujer que está totalmente cerrada y ensimismada, pero que busca liberarse. Tiene dudas sobre lo que quiere, lo vemos en algo tan pequeño como su indecisión sobre el helado que le ofrece Will (Peter Mescal). Existe en Leda un fuerte sentimiento de culpa y un miedo a ser libre que choca con una poderosa necesidad de disfrutar el placer, lo desconocido y la soledad. 

Sabemos que hay un trauma no sanado y reprimido que ocasiona como consecuencia una nueva represión de quien es Leda a sus 48 años de edad. Ya no sabe socializar y tampoco quiere. 

Las familias tradicionales y tan enlazadas a la vida familiar como las de la cultura italiana son un detonante inmediato y los hombres de su edad son los que evidencian en ella su represión sexual. Por ello vemos que la única persona con la que Leda se siente cómoda interactuando es Will quien, al ser un hombre muy joven, resulta lejano a sus experiencias personales difíciles o de otra manera, alguien a quien relaciona solamente con sus alumnos, un aspecto que ella disfruta de su vida: su profesión.

Cuando es preguntada sobre su origen entendemos que es algo que le duele e importa. Lo hacemos cuando ella misma dice “¿qué valor tiene algo si no viene de ningún lugar?”. Leda se siente de ningún lugar y por eso no se quiere a sí misma o piensa inconscientemente que no tiene valor. 

Leda es además una persona que no se deja ayudar, le es difícil pedir ayuda o ser vulnerable. Creo que esta característica se genera comúnmente en las madres, quienes sienten que no deberían necesitar ayuda o ser vulnerables respecto a su experiencia con la maternidad.

A Leda particularmente le cuesta entender que sí puede pedir ayuda y ser cuidada. Cuando Callie, una desconocida le coloca un ungüento para sanar su golpe en la espalda, esa acción le resulta totalmente ajena y hasta invasiva. Esto nos da pistas de su relación con su madre y su entorno familiar.

Poco a poco vamos conociendo que la relación con su madre no fue buena o cercana. Al contrario, Leda siente que su madre se separó de ella completamente cuando nació y que la ve como algo “asqueroso” que no heredó nada bueno de ella. Hay un conflicto de separación y abandono.

Además, reniega de que el padre de sus hijas quiera dejarlas con su madre y que se desenvuelven en el horrible lugar del que ella proviene. Y ahí entendemos el patrón generacional y la proyección psicológica. Leda dice que una de sus hijas (Martha) la culpa por no haberle transferido nada bueno, mientras la otra (Bianca) le ha absorbido absolutamente todo lo agradable que tenía. ¿Cuál habrá sido el sentimiento de la madre de Leda cuando ella nació y cómo habrá sido la relación con su propia madre? 

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La muñeca

La muñeca que se roba de Nina y Elena es un detalle importantísimo en la película que no se puede pasar por alto. Representa la niña interior herida de Leda, además de que una muñeca parecida fue regalo de su madre cuando era pequeña.

Esta muñeca es tal vez el único recuerdo amoroso que tiene Leda de su madre y por eso decide regalarles la muñeca a sus hijas, pero todo en su interior se rompe cuando Bianca la pinta. A través de esta nueva muñeca, Leda, sin saberlo, quiere recuperar algo que literal y simbólicamente rompió. De manera inconsciente también quiere limpiar y cuidar a su niña interior lastimada.

Este dolor en la infancia es muy claro porque a través de pequeñas pistas la directora nos deja saber que la Leda del pasado y de sus recuerdos era una niña todavía cuando se hizo madre y que hasta el presente lo sigue siendo. No aprendió nunca a cuidarse. Su hija Martha quien es bastante maternal, o más bien, quien ocupa un lugar que no le corresponde, le recuerda lo desordenada que es, mientras su hija Bianca es más demandante y un constante recordatorio de las carencias de su propia infancia.

Hasta el presente de la película, Leda se olvida de comer o no come y tampoco hace nada para curarse su lastimado en la espalda. Y al final reconoce que se robó la muñeca porque como dice, “estaba jugando”. 

Para Leda de por sí fue muy duro lidiar con traumas irresueltos, sentirse a veces como una niña que cuida de otras dos y quien, además, empezaba a sentir toda la carga de ser madre por la ausencia de su esposo. Ahí se refleja en Nina quien también se queda sola con su hija y quien se siente juzgada por el resto de la familia. Hay un miedo general de las madres a ser juzgadas.

No podemos escapar de la familia

El recuerdo de la pareja de mochileros es fundamental para entender a la protagonista. A raíz de la experiencia que ellos le comparten se le abren a Leda puertas y cuestionamientos sobre por qué los padres tienen ciertos derechos y abandonan fácilmente a sus hijos para ser felices, y las mujeres no pueden hacerlo.

Estos se potencian porque la mujer senderista aparentemente es la única que realmente ve a Leda por quien es o por como quiere y necesita ser vista. Ve su angustia. Son sus logros y sus capacidades como escritora las que necesitan en Leda ser reconocidas dentro de una sociedad patriarcal.

Sin embargo, su moral, la responsabilidad natural que siente por sus hijas siempre ha estado y estará. Es curioso porque Leda se ve a sí misma como una madre “antinatural”, cuando en realidad no lo es. Ella solo es incapaz de perdonarse a sí misma por lo sucedido.

Leda no puede ver que en realidad es la madre que dentro de su experiencia personal pudo ser y, a su manera, es cuidadosa y preocupada por sus hijas. Esto resalta cuando las encarga con la niñera y tiene muchísimas especificaciones y detalles que decirle sobre el cuidado de sus hijas. También es evidente cuando con amor le sostiene con un par de grandes alfileres el sombrero a Nina en su pelo para que no se le vuele.

Y así llegamos al núcleo y resolución de la película. Leda es una mujer quien a raíz de los traumas de su infancia nunca se sintió suficiente, además de sentir la presión y obligación social sobre la maternidad. Sin darse cuenta de lo que venía acumulando dentro de ella, explotó y escapó de su realidad inmediata lo cual le ocasionó un profundo dolor que no imaginaba. Pero este viaje a la playa, donde alguna vez experimentó el miedo más grande de una madre, sería el lugar perfecto para darse cuenta que no puede escapar como lo intentó esa vez y como lo intenta en este viaje. 

No podemos escapar de nada que nos aqueja y que queremos esconder. No podemos escapar de la familia sin resolver lo que nos ha marcado. La naranja, entonces, aparece en el film como otro elemento esencial y sirve al final de la cinta como recordatorio de la felicidad que compartió con sus hijas, de lo que hacía muy bien, el símbolo de unión y conexión con ellas. Se da cuenta que sus hijas la quieren y la han perdonado (si tuvieron algo que perdonar). Ahora es tiempo de perdonarse y aceptarse a sí misma.

Con esta adaptación de la novela de Ferrante, Maggie deja muchísimos más detalles por entender y analizar, de hecho, todo tiene una razón de ser, no hay cabos sueltos. Y si prestamos atención a los detalles y recorremos el camino junto a Leda con comprensión, la película puede resultar completamente sanadora y esclarecedora para quienes hemos experimentado una relación compleja con la madre o con la hija.

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