El calor abrasó la mañana, una buena razón para que, llegada la noche, la Plaza del Teatro no estuviera poblada de abrigos, gabardinas y bufandas. Adentro del teatro también se mantenía, a su manera, la alta temperatura. Sin influencia del clima, los Squirrel Nut Zippers calentaban sus instrumentos sobre lo que se convertiría más tarde, en una gran pista de baile.
A las 19h30 el Ecuador Jazz 2013 abría su show del 28 de febrero, con el trío alemán Out of Print y un teatro llenado a medias. Empezaron a tocar el piano, el contrabajo y la batería, liberando un sonido casi jazzero, sin importar los murmullos de la gente que llegaba, que caminaba en cuclillas buscando a tientas la numeración de su butaca.
El verano inventado de la mañana, se reflejaba en esa escena: El olor a sudor se mezclaba con el de la humedad de los asientos, gente haciendo sonar sus botellas de agua, gente llegando. Mientras tanto, los Out of Print se veían sumidos en su música, sus melodías a ratos dramáticas, a muchos ratos guiados por la improvisación y el sentido del olfato. Esa intensidad bajó el ruido externo y fue colocando a todos en sus puestos, mientras veían al baterista sacar sonidos extraños de sus platos, con objetitos que tomaba de una silla.
“Esto no es jazz, pero es algo parecido”, sentenció el pianista, Volker Kottenhahn, en la mitad del show. Suficiente para entender de qué trataban, por qué la pureza no importa al rato de sentir la música, la fuerza del contrabajo y todo el juego que había en ese escenario.
Si bien hablamos de un festival de jazz en su amplia concepción, la mayoría de la audiencia había llegado en busca de lo más bailable que tiene el género: el swing. Para el descanso entre las dos bandas, entró una masa de personas que buscaban el sonido de los nueve de Chapel Hill.
Los Squirrel Nut Zippers saben lo que tocan y cómo divertir con su música escapada de los años treinta. Suficiente para haber vendido más de 3 millones de álbumes desde su formación en 1993. Quizá no todos los que compraron los tickets para esa noche lo sabían, pero no importó. Todos creían que sería divertida esa banda de ‘swing’ que escucharon por afición o simple curiosidad.
No hablamos de un swing puro y estático. Más bien de una reinvención que desemboca a veces en blues, a veces en calypso y klezmer. De ésas donde puedes esperar en cualquier momento un acompañamiento con maracas, o un solo gitano en el violín.
Todo eso se vio desde el inicio del show, cuando Jimbo Mathus sacó a relucir su locura revestida de un terno crema y movimientos caricaturescos, y la orquesta reventó con el sonido de “Good Enough for Grandad”. Arrancó.
El repertorio a continuación solo perpetuó un desfogue de conmoción, movimiento y sonrisas entre los asistentes. A la llegada de canciones como “Put a lid on it”, una de las más populares de la banda, se desperdigaban los chiflidos y el crujir del tablado del teatro.
Pasaban las canciones y escapaban de los cuerpos de los músicos, nuevos personajes. Movimientos cómicos de los vientos, el baile coqueto y decoroso de Vanessa Niemann, y de Jimbo, un performance que incluía locura y euforia.
Pasaban las canciones y los aplausos iban en aumento. La gente cada vez menos tímida, las butacas cada vez menos idóneas para escuchar una música que gritaba ‘¡Bailen!’.
Así que todos bailaron.
Diez canciones bastaron para la primera salida en escena del público. Todos al pasillo a sacudir los cuerpos y a saltar, mientras Jimbo se expulsó del escenario, directo a la alfombra para sumergirse en el sopor y el baile atolondrado que improvisamos todos.
Como acostumbran los SNZ, no llegaron para promocionar un último disco, sino para extender su movido repertorio e introducirnos de qué trata lo que hacen. Así que fueron desplegando uno a uno los más de veinte temas que interpretaron esa noche. Algunos para escuchar (nos sentábamos), algunos para mover las faldas y hacer sonar los tacones de los zapatos (nos parábamos).
No voy a negar que extrañé el performance de Katharine Whalen (la vocalista fundadora de los Squirrel), su particular look de pelo negro corto, su labial, sus plumas, harto rímel y su voz nasal.
Vanessa sin embargo, encantó con su voz y sus movimientos, y claro, su cara bonita con la que miraba al público que la aplaudía luego de temas como “Danny Diamond”. Su talento florecía en cada vibrato, en cada combinación armónica con la voz de Jimbo.
Nos hicieron creer que su música es mucho más que lo que algunos críticos llaman “punk de los 30” y nos convencieron. Nos hicieron correr al hall de entrada para fotografiarnos con ellos, obligarlos a firmar nuestros discos recién comprados.
Vinieron el día preciso, el momento preciso, para muchos un día cualquiera de jazz y fiesta. Para mí, el día de mi cumpleaños. Justo a tiempo.
Reseña por: Ga Robles (@garoba)