Sobre las novelas indígenas que no existen

por Katicnina Tituaña
Las novelas indígenas que no existen, aunque no existen, son una indicación de quiénes dominan la narrativa de la literatura ecuatoriana. Una reflexión desde la perspectiva de una mujer kichwa periodista.

Sobre una estera de totora cubierta de sangre y jugos de útero, con su esposo Antonio sosteniendo su cabeza y empapada en sudor, Rosa Maigua se encontró por sexta vez con la agonía de sacar de sus entrañas a una criatura babosa. Pero a diferencia de sus otros hijos, que se aferraron a su útero como si sospecharan ya las penurias de la vida, el bebé dejó sus entrañas con urgencia. Una vez en sus brazos, la criatura fijó la vista en su madre, que lo observó con curiosidad, pues no parecía desconcertado como cualquier recién nacido; la mirada intensa de la criatura, en cambio, indicaba reconocimiento del lugar, del tiempo, del clima, de su absoluto destino. Su pequeño rostro feo se arrugó, pero en lugar de chillidos, lo que produjeron sus cuerdas vocales fue un llanto suave y armonioso, más parecido a un cántico de gratitud. José, lo bautizaron sus padres, un nombre bíblico de origen hebreo traído hasta los Andes con la conquista y colonización de América. Pero aquellas cuatro letras jamás terminarían de calzar a un hombre que, como la intrigante paradoja, bastante se acercó a comprender la plenitud de la vida. […] 

***

Ese es el extracto de un libro, una novela que no existe, que aún no se ha escrito, pero que vive en mi cabeza todos los días. Un día terminaré de escribirlo, es un convenio que tengo conmigo misma. Pero mientras fijo ese contrato por escrito me asalta la duda, el temor. “Jamás lo vas a lograr”, me digo. Después pienso ¿por qué no? y me doy cuenta que no hay nada que justifique esa voz, ese miedo. Excepto que jamás ha pasado por mis manos una novela ecuatoriana, cuyo autor/a, como yo, se reconozca indígena.

Entonces la duda vuelve a asaltar. ¿Qué pasa?, ¿por qué no encuentro obras publicadas de escritores indígenas ecuatorianos contemporáneos? Hablo de obras creativas con personajes redondos y tramas cautivadoras. De ficción o no ficción. De acción o de misterio. Hablo de historias que son una travesía en sí mismas, una experiencia inmersiva, adictiva y memorable. Historias sobre la vida misma, vaya, pero de esas que tocan fibras y tienen el potencial de cambiar o expandir puntos de vista. No las encuentro en internet ni en las estanterías de las librerías que acaparan el mercado.

En el cine ecuatoriano encuentro esas historias con un poco más de facilidad —Killa (Alberto Muenala), Warmi Pachakutik (Frida Muenala), Huahua (Joshi Espinosa y Citlalli Anrrango)—. Parece que los kichwas le han apostado más a esa industria emergente en el país. Pero a la literatura, poquísimos.

También cabe reconocer que la industria editorial en Ecuador es diminuta y que independientemente de su origen cultural, los escritores ecuatorianos tienen pocas oportunidades de prosperar. Sin embargo, la pregunta central, ¿por qué no encuentro obras literarias o autores indígenas contemporáneos?, sigue asomando con obstinación y voy más allá, ¿estoy frente a un problema, y si es así, qué dice eso sobre nuestra sociedad?

Lee también en Radio COCOA: Crecer indígena en una sociedad racista 

Como salido de una novela de realismo mágico 

Que quede claro, historias dignas de ser inmortalizadas en un libro las hay por montones. Las vivieron mis antepasados, mis abuelos, mis padres… Mi abuelo materno fue un yachak (un sabio curador) y cuando mi madre habla sobre él la escucho con fascinación. Los detalles de su vida, las escenas, los giros, los diálogos…parecen salidos de una novela de realismo mágico. No son coincidencias, por supuesto, el realismo mágico tiene sus raíces en las expresiones indígenas de América Latina. De cualquier forma, al final de cada tertulia me invade el impulso de capturar la vida de aquel yachak entre páginas.

Lucila Lema es comunicadora social con especialidad
en televisión de la Universidad Central del Ecuador. También
estudió Creación Literaria e hizo una Maestría en Ciencias Sociales con mención en Asuntos Indígenas en FLACSO. Obtuvo un diplomado en Periodismo Audiovisual en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí en Cuba.

Pero no había considerado que en nuestros pueblos todavía se mantiene con fuerza la tradición oral. Lucila Lema, poeta kichwa del pueblo Otavalo, lo explica. “La letra, la palabra escrita todavía está muy lejana en nuestras comunidades. Hay otro tipo de lenguajes, otro tipo de arte que están más cercanos como la música, la danza o los textiles que también son formas de comunicación y de registro”, señala. Lo entiendo y sé que eso no es un problema, pero, como escritora en formación sí me obliga a preguntarme, ¿qué pasa con la palabra escrita? Hablando con Lucila encuentro otra respuesta: el idioma.

Cuando decides escribir en tu idioma es difícil que la sociedad mestiza considere literatura lo que está escrito en otra lengua que no sea el español”, señala Lucila y ese sí es un problema. “[El kichwa] es una lengua desvalorizada, invisibilizada y que nosotros mismos ya no la hablamos mucho y mucho menos la leemos”, añade. Tampoco se la escribe y cuando Lucila lo ha hecho, para las editoriales “no es un negocio” porque no hay una audiencia. ¿Entonces?

Escribir, ¿en kichwa o en español?

Lo que señala la poeta es clave. Es importante reconocer que también entre kichwas de distintas generaciones el idioma a veces es una barrera. Para navegar el mundo mestizo mi abuelo materno, el yachak, tuvo que aprender español y contra todo prejuicio dominó esa lengua extraña. Pero los últimos años previos a su muerte desarrolló demencia. En algunos pacientes, de acuerdo con algunas investigaciones, esta enfermedad caprichosa desvanece paulatinamente la lengua no materna. Así sucedió con mi abuelo y, eventualmente, comunicarnos en español ya no fue posible y eso es algo que me pesará toda la vida.

Sin embargo, eso no quiere decir que escribir en español desde mi particular punto de vista como mujer kichwa no sea una opción. Siento la responsabilidad de aprender kichwa, sí. Pero también siento la urgencia de empezar a contar con creatividad las historias del pueblo indígena al que pertenezco, aunque tenga que hacerlo principalmente en español. Y aspiro a que otros kichwas —kichwa hablantes o no— también la sientan para que la palabra escrita sea otra forma de registro de la memoria indígena.

“Aquel que cuenta la historia gobierna el mundo”, dice un proverbio nativo americano. En kichwa, en español o en una mezcla de ambos la historia andina en Ecuador necesita representantes.

Narrativas hegemónicas

Sigo indagando y surge otra pregunta: ¿qué y qué no se considera literatura en Ecuador? Para ello, visito una página del Ministerio de Patrimonio y Cultura y lo que encuentro me decepciona, aunque no me sorprende. De los escritores ecuatorianos señalados, 14 son hombres mestizos, 8 mujeres mestizas, 0 indígenas y 0 afroecuatorianos. Esos sencillos datos revelan que la narrativa ecuatoriana —y muy posiblemente latinoamericana—está dominada por la voces en español y la mirada blanco mestiza.

Ana hurtado tiene una Licenciatura en Escritura e Historia del Arte de la Universidad de Drake, Estados Unidos. Y una maestría en en Escritura Creativa y Medio Ambiente de la Universidad del Estado de Iowa, Estados Unidos.

En ello coincide Ana Hurtado, escritora y profesora de escritura creativa de la Universidad San Francisco de Quito. “Es un resultado de cientos de años. […] la narrativa ha sido dominada por personas de clase social alta, con dinero y con acceso a saber escribir y leer”, puntualiza. Esa narrativa hegemónica ha determinado, además, a quiénes se considera cultos y a quiénes no. No obstante, aunque esa sigue siendo la realidad actual, no debería determinar el futuro.

Ana me cuenta que la narrativa nativo americana estadounidense es parte del syllabus de los cursos de escritura creativa que dicta en inglés. Así, sus estudiantes tienen la oportunidad de apreciar la transición de lo oral a lo escrito que ésta ha vivido. Hoy, “la literatura [nativo americana] es una rama enorme de la literatura, es algo súper revolucionario, es como una protesta a la narrativa que ha sido escrita acerca de ellos por cientos de años y es muy bello”, dice.

Lee también en Radio COCOA: Sobre *manifestar*

Recuperar el poder de la narrativa

Debo reconocer que mucho se ha escrito sobre los pueblos indígenas de Ecuador. La editorial Abya Yala, por ejemplo, es una fuente de conocimiento y consulta. Y quizás, muchos recordemos del colegio a Jorge Icaza y su Huasipungo, una obra emblemática en Ecuador que “dio voz a los pobres indios”, como escuché decir alguna vez a una profesora. “Dar voz a los que no tienen voz” es una frase que escucho muy a menudo y he notado que —como por defecto—, los pueblos indígenas se encuentran al extremo derecho de esa expresión. Pero si observamos a través de la fachada noble que presenta esa frase, hay algo más: condescendencia, un rasgo que se remonta a los procesos históricos de la conformación de Ecuador como Estado.

Del movimiento indigenista (principios del siglo XX) surgieron escritores que hicieron “de intermediarios” para denunciar injusticias contra la población indígena, señala Lucila Lema. En este momento, sin embargo, añade, “creo que es una responsabilidad nuestra, primero denunciar miradas de otros sobre nosotros, [segundo] escribir sobre nosotros mismos y tener un recurso económico a partir de esas creaciones”.

Soy consciente de que escribir un libro, una obra narrativa no es empresa fácil. Es un proyecto ambicioso y arriesgado. Requiere de habilidad, determinación y autoconfianza, y solo este último nos hace falta un poco más a los kichwas para recuperar el poder de la narrativa.

¿Al final? 

Todavía no encuentro escritores indígenas de narrativa en Ecuador, pero eso no me desalienta. Hace algunas semanas visité Ilumán, una comunidad kichwa del cantón Otavalo. Un encuentro de mujeres kichwas Tuparina Sinchi Warmi me invitó a dictar un taller de lectura y escritura.

Durante el campamento de mujeres kichwas Tuparina Sinchi Warmi. Cortesía: Sara Fuentes. @sarawest_mountain

Allí pude evidenciar la avidez de mujeres jóvenes indígenas por contar sus historias familiares, sus perspectivas del mundo y en general, las formas de vida de sus comunidades. Isabel Santacruz, Pauni Potosí, Elizabeth Yánez, Lizeth Condo, Daniela Carrascal, son algunas mujeres que conocí allí, y tal vez sean sus nombres los que algún día encuentre en las estanterías de librerías y bibliotecas.

No todo está dicho y, ciertamente, no desde nuestra perspectiva como kichwas. Jamás ha pasado por mis manos una novela ecuatoriana, cuyo autor/a, como yo, se reconozca indígena. Pero ahora ya no lo veo como un problema, sino como una oportunidad.

 

Únete a la conversación

Tal vez te interese

Add Comment