Silvana Estrada, una flor que no marchita

por Adrián Gusqui
Silvana Estrada llenó dos veces el Teatro Nacional Sucre los pasados 4 y 5 de septiembre. Así se vivieron estos días de sold out, música, gripe y alegría infinita.

Silvana Estrada, concierto en Quito, 5 de septiembre. Foto: Fernanda Chamba

 

“Silvana llegó y está ensayando en el escenario” es el rumor que rápidamente recorre las oficinas del teatro. En el escenario, una figura solitaria, a media luz, está sentada frente al piano. Su rostro, iluminado por algunos destellos, refleja una profunda concentración. Su voz, que en esta doble fecha deberá resistir como sea, está a punto de sonar.

“A veces el cuerpo no puede más, a cualquiera le da una gripa y más cuando te la vives en un avión”, dice en una entrevista a través de correos. El teatro está vacío, con Silvana al frente, como en un examen final de sus clases de canto, en su cabeza se mezclan los consejos de enfermeros para lograr que esta gira no se detenga por más días.

Creo que siempre hay que trabajar desde la generosidad con una misma y hacia el mundo.

Vibra con su voz, prueba sonido, habla con los técnicos y a veces parece desconectarse con su propia voz, como si hablara para sí mismo y su memoria.

“Se puede decir con humildad ‘no puedo más, necesito sanar’ y tratar de no machacarse con eso. Es muy difícil, la cabeza se va por lugares muy crueles. Pero ayuda mucho tener un equipo que te quiera y que te cuide de verdad. Que sepa que más allá de cualquier gira todos somos humanos y humanamente damos lo que podemos dar. Creo que siempre hay que trabajar desde la generosidad con una misma y hacia el mundo. En ese equilibrio está la salud mental para mí. A veces lo encuentro y a veces no. Pero creo que de eso se trata la vida”, cuenta sobre los obstáculos de los últimos días, con hincapié en que debe “mantener los pies en la tierra y tratar de avanzar con la humildad y la certeza de que no controlamos nada”.

Silvana termina los ensayos de ambos días con naturalidad, con una botella en mano para cuidar su voz y portando la mayoría del tiempo una mascarilla negra.

Silvana Estrada, concierto en Quito, 5 de septiembre. Foto: Fernanda Chamba

La aventura por el continente todavía continúa, como un peregrinaje de sus canciones, dice “para mí Latinoamérica siempre ha sido una prioridad. Curiosamente mis primeras giras fueron en Europa, pero desde que lancé Marchita he estado planeando y tratando de hacer que la gira por Latinoamérica se dé. Nuestro continente tiene tanta música hermosa que ha sido mi inspiración y mi razón de cantar que sentía que tenía que devolver un poco de toda esa energía infinita y sanadora”.

Las primeras 24 horas de venta para su debut en Quito fueron decisivas: logró un sold out en cuestión de horas, lo que abrió la puerta a una segunda fecha que también, hasta el día del concierto, registró otro teatro lleno.

En ambas fechas la esencia del público y Silvana fue un espejo, como si un recuerdo respirara el mismo aire a través de dos noches.

“La verdad la planeación de esta gira fue difícil porque no muchos venues o promotores confiaban en que yo fuera a ‘llenar teatros’. Era la primera vez que me presentaba en varias de estas ciudades. Pero mi manager batalló mucho y confió todo el tiempo en que iba a salir bien. Al final todos nos llevamos una sorpresa muy bonita”.

Silvana Estrada, concierto en Quito, 5 de septiembre. Foto: Fernanda Chamba

 

Yo creo que lo que hago viene de un lugar muy honesto y de muchísimo amor.

El canto general del teatro antes de que salga Silvana al escenario es el de siempre, un cuchicheo que mastica expectativas en cientos de conversaciones. Las campanadas, el telón histórico y las luces hacen su trabajo. Suenan, se levanta y se apagan.

Este ritual saluda a una luz que cae en la misma Silvana de las tardes de ensayo, que ya no canta para sí misma, sino para más de seiscientas personas que gritan al verla. Estos sonidos, más tarde, son narices congestionadas por la tristeza, pañuelos doblados y gemidos hijos de las lágrimas.

— Ahora que materializas en los conciertos a todos esos números de personas que te escuchan, ¿cuáles crees que son los motivos por los que llegaste tan hondo a ellos?

—La verdad no lo sé. Yo creo que lo que hago viene de un lugar muy honesto y de muchísimo amor. Trato de escribir y cantar con el alma despierta. Hay algo de mi proceso que se ve reflejado en la gente. Creo que al ser tan sanador para mí llega a ser sanador también para las personas que me escuchan. Son tiempos difíciles y mi afán por cantar con la gente, por crear espacios de amor, espacios seguros donde poder realmente mirar hacia adentro sin miedo a la tristeza o a la oscuridad es algo que resuena con una necesidad muy fuerte.

Silvana Estrada, concierto en Quito, 5 de septiembre. Foto: Fernanda Chamba

A la cantante mexicana le gritan deseos desde el alma, tal es la insistencia que a veces estos se reúnen con su tos y su risa. Afuera del teatro los vendedores ambulantes han modificado, por una noche, sus negocios de chicles, tabacos o chocolates por el de ramos de flores.

En el público estos esperan a ser arrojados. Silvana atiende a cada mensaje en el escenario. Pedidas de matrimonio, muchos “te amo” con voces quebradas o solicitudes para que cante algunos hits.

La agudeza de varios y su gripe la detienen, a cambio toca nuevas canciones y otras que se ajustan a su condición actual. En la entrevista menciona que “esta gira la agarra terminando procesos en el estudio” y que pronto espera compartir más nueva música con su público.

Soy un alma medio vieja. No te puedo explicar lo mucho que disfruto cantar en un teatro antiguo.

En cada noche el fin es una fiesta grupal, un viaje que, durante hora y media, atraviesa la llanura del desorden y la tristeza, hasta terminar en la cima de la celebración. Silvana cruje a la gente en dos, llevándola a la reflexión a través de la soledad del escenario, que transmite en la oscuridad un momento de intimidad único para quienes fueron a cualquiera de las dos fechas.

El teatro es un diván, donde Estrada habla y escucha con sus canciones, “yo creo que soy un alma medio vieja así que no te puedo explicar lo mucho que disfruto cantar en un teatro antiguo. Para mí poder cantar en estos espacios, ver a la gente entrar como a un mundo desconocido y volver mi show una suerte de concierto/obra de teatro/ritual con todas esas luces cálidas y esos pisos de madera me llena de emoción. Hay algo fuera del tiempo en esos lugares. Del pasado y del futuro, todo presente”, dice la mexicana.

Me siento afortunada de poder cantar para gente tan amable y cariñosa.

Al terminar sus conciertos se siente como el alma de muchos ahora está limpia. El teatro entero se reúne en el foyer, la plaza o los negocios que aún quedan abiertos, las conversaciones son preguntas incompletas, que buscan desesperadamente una respuesta. Los asistentes viven en el frío del Quito nocturno el regreso a la vida, donde la música es infinita.

Algunos alargan las horas afuera el teatro esperando a Silvana, conversando entre ellos sobre lo que le dirían al verla, si lo logran es un secreto que sólo ellos conocen.

Silvana Estrada, concierto en Quito, 5 de septiembre. Foto: Fernanda Chamba

La noche sigue para otros, pero si el tiempo y los encuentros no se logran por ahora, Silvana desea que estas palabras les lleguen a quienes la esperan: “No tengo cómo agradecer todo su amor. Me siento afortunada de poder cantar para gente tan amable y cariñosa como lo es la gente que va a mis shows. Siempre me siento cuidada y querida. Es un abrazo infinito y yo creo que nunca voy a tener palabras para agradecerlo. Por eso intento cantar con todo lo que tengo. A ver si algo de ese amor puede devolverse en forma de música y emoción”.

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