«Semillita» es el fruto de una voz colectiva. Una voz que, venciendo distancias y diferencias, hoy suena más clara que nunca. Entérate de cómo nació esta obra.
El arte muta. No permanece estático. Viaja a través de los tiempos y se adapta a las distintas épocas y lugares que atraviesa. Se nutre, así, del contexto político y social y de las vivencias individuales. Esto lo mantiene fresco e importante. Y ello no ocurre solamente con el espectador, sino con el artista y su proceso. Fue lo que pasó con Álex Alvear y Fabiola Pazmiño, y la canción que idearon: “Semillita”.
En Semana Santa, Fabiola y Álex viajaron a la comuna de Turucu, en Cotacachi, Imbabura. Allí escucharon una charla de Jesús Bonilla, que habló sobre el proceso —que incluye los ciclos, la siembra y las cosechas— por el que se obtiene la comida de la tierra. Y luego, inspirados por Jesús, a quien Álex le profesa una gran admiración, lo trasladaron a la práctica. “Ahí cosechamos, desgranamos los choclos, hicimos las humitas. Y luego terminó todo con un concierto sensorial de los Humazapas. Fue una experiencia preciosa. Dormimos ahí y compartimos con la comunidad por tres días”, recuerda Fabiola.
Esa experiencia despertó la creatividad de Álex, y, de pronto, su mente comenzó a ir por distintas direcciones, hasta que su trayecto se cristalizó en una idea hermosa y sugerente. “Empecé a jugar con la idea de hacer un canto en homenaje a quienes defienden la semilla original y quienes han tenido por tanto tiempo la claridad sobre nuestra relación con la tierra”, señala el músico quiteño.
Poco después, a ritmo de yumbo y con una conmovedora letra escrita por Fabiola, nació una versión base de “Semillita”, destinada a integrar la próxima obra de Álex. Y la cosa quedó ahí, al parecer. La historia del tema se habría quedado en eso, en una canción para añadir a un disco, si no hubiera sido por los hechos que sacudieron al país a principios de octubre.
“Semillita”, en tiempos de crisis
Álex y Fabiola estaban a punto de viajar a Colombia para participar en un concierto de Wañukta Tonic, cuando estalló la crisis. De pronto, ambos se vieron empujados a las calles por necesidad que tenían de ayudar a la gente que marchaba por sus derechos y debía enfrentar una inusitada violencia policial. Pero el viaje al norte seguía en pie. Adoloridos por la situación, angustiados por el sufrimiento de los demás y con la cabeza en Ecuador, Álex y Fabiola llegaron a Colombia.
En medio del desasosiego, Álex pensó en la canción que, desde hacía varios meses, tenía en el cajón. No había planes para que Wañukta la tocara en su presentación en Colombia. Pero el músico quiteño sintió la necesidad de hablar por su país, contar a través del arte lo que estaba sucediendo. “Necesito que la gente entienda que los indígenas, los campesinos, que la gente que salió a las calles a defendernos, en nombre de una sola nación, no son el enemigo”, dice Fabiola, reconstruyendo las palabras con que Álex resumió su intención de interpretar el tema.
Poco más tarde, un personaje decisivo les escribió. El músico y productor Steven Dagenais, quien reside en Canadá, había experimentado el mismo sentimiento de impotencia que embargaba a Álex y Fabiola. Sentía que, incluso a la distancia, debía hacer algo por sus hermanos. Y, preocupado e informado como estaba, las opciones no tardaron en llegar. Conversó con alguien que había vivido los hechos desde adentro y obtuvo una idea valiosa. Quedó convencido de que su deber era hacer un canto de aliento. Eso necesitaba la gente.
Así fue como se puso manos a la obra y abrió un chat con muchos otros artistas. Hubo quienes sugirieron conciertos y speaks, pero Steven se sentía limitado por la distancia para encarar los proyectos. Repentinamente, Álex, que formaba parte del grupo, recordó su canción. Se dio cuenta de su potencial musical y, sobre todo, de su mensaje esperanzador, y lanzó su propuesta al aire. Después de que Steven escuchase el demo, el respaldo fue inmediato.
Así comenzó un proceso colectivo para llevar la canción a un nuevo nivel. Lo primero que saltó a la vista fue la necesidad de letra adicional para los coros. Y la encargada de escribirla fue la cantante y actriz Ana Cachimuel, que había quedado tocada por la sensibilidad de Fabiola para plasmar la idea de la siembra y la cosecha.
“Los pueblos Andinos somos agradecidos por todo, cuando empezamos a sembrar agradecemos a la lluvia. Luego de un tiempo largo de sequía, la lluvia nos visita, razón suficiente para agradecer a la Pachamama. Porque empezaremos a sembrar el maíz que luego alimentará a toda la comunidad”, señala Ana. De esta concepción surgió el ahora inconfundible “Yupaychani Allpamamata Wakaychishkamanta”, que podría traducirse como “gracias a la Madre Tierra por habernos cuidado, por darnos protección en su vientre”.
Nicola Cruz hizo de ingeniero de mastering, Nina Gualinga aportó con voces grabadas desde la Amazonía —y con su labor para dirigir el proyecto hacia las ONGs Amazon FrontLines, Amazon Watch y Land is Life—, Miguel Ángel Espinosa —ingeniero de mezcla y co-productor de la grabación— aportó su estudio y se buscaron otros por todas partes, y, asimismo, se recibieron todas las ideas posibles, sin importar lo distintas que fuesen. También aportaron los artistas David Sur y Juan Carlos Donoso para co-producir la bellísima pieza audiovisual que acompañó a la canción.
Días más tarde de los primeros mensajes del grupo, el propio Steven, a la distancia, aportó el coro final —un coro pegadizo y sentido, como para darle un eco universal al tema— y un sample a la canción, grabando el diálogo que sostuvieron los representantes de los pueblos indígenas con el gobierno. Diálogo en que la voz de una Miriam Cisneros cansada del gastado discurso del gobierno ecuatoriano resonó con impacto.
Pero la cosa no quedó allí. Pronto se sumaron otrxs artistas. Al final, fueron más de 50 los que participaron en este monumental proyecto, lo que pinta con claridad el sabor tan especial de la canción. Un sabor a unión, a apoyo. Figuras tan importantes como Rubén Albarrán, Grecia Albán, Mariela Condo, Ricardo Pita, Huaira, Mateo Kingman, el propio Steven Dagenais y Mariela Espinosa prestaron su canto —mención especial merece Li Saumet, que aportó un contundente rapeo— para dar origen a un tema colectivo, donde las voces de todos se fundieron en un solo coro.
Un coro sincero, cubierto por una sensibilidad que había emergido de la impotencia, por parte de quienes veían cómo la violencia desplegada por el estado ganaba terreno frente a un diálogo necesario. Y, también, como respuesta ante la indiferencia, por parte de quienes, poco o nada afectados por las políticas económicas del gobierno, preferían escudarse en su racismo y clasismo. Dos posturas que ignoran lo que reza el mural de David Sur que puede verse en el video: «todos somos granos de la misma mazorca«
Contra los prejuicios y la indiferencia
“Como dice la canción, los indígenas, que son los guardianes del campo, pasan desapercibidos a las selvas de cemento. Para nuestra sociedad, que tiene bastante tinte racista y clasista, muchas veces no es importante la voz de los pueblos y nacionalidades indígenas. Sin embargo, como dije antes, ellos son los protectores del campo”, indica la cantante Grecia Albán. Sus palabras muestran lo obvio: el encubrimiento del indígena en una colectividad marcada por el desinterés, y por el culto excesivo a los intereses de pocos, siempre antepuestos a los de los demás.
El racismo y el clasismo permean toda la estructura de la sociedad hasta llegar al estado, que impone normas a diestra y siniestra, sin pensar en quienes se ven afectados, violentando los cuerpos que, por lo general, son los “menos llorados” por una sociedad indolente. Así lo piensa Ana: “Hoy estas marchas y ataques brutales no han cambiado para nada. El estado siempre será agresivo si se trata del reclamo pueblo”. Ana no habla por hablar. Sabe lo que dice. Ha vivido 42 años y, a lo largo de ellos, ha visto la forma en que, movidos por los intereses, los gobiernos han cometido continuamente varias «traiciones contra el pueblo indígena».
La voz de Ana es la de una mujer fuerte y creativa, una mujer que no solamente ha perseguido su sueño de ser artista, sino que, desde niña, ha participado en las marchas indígenas con sus hermanos, en busca de mejores días para todos. Y, como su aporte a “Semillita” lo refleja, lo ha hecho desde lo que implica moverse entre el mundo de la tradición y el de una modernidad voraz que amenaza con suprimir todo lo que no se ajuste al modo de vida que busca imponer. En este caso, entre dos lenguas.
“Mi primer idioma es el kichwa, por el que siempre lucharé para dar a conocer en todos los espacios. Hablo castellano. Lo aprendí en la escuela, con mucha dificultad, porque en mi casa era prohibido hablar otro idioma que no sea kichwa. Mi sueño es que en algún momento el resto del pueblo no kichwa hablante se puedan comunicar con nosotros en kichwa con la misma facilidad que nosotros lo hacemos en el idioma de ustedes”, señala Ana.
Además, para la artista otavaleña no se puede meter a todos los pueblos indígenas en el mismo lugar. Las cosmovisiones y tradiciones no son las mismas. Deben, en sus respectivas peculiaridades, ser conservadas para la posteridad. Deben incorporarse a una memoria humana que, cada vez más, sufre los violentos embates de un orden mundial al que le incomoda lo distinto.
“Semillita” busca, en contra de ello, plantar un grano de conciencia, de memoria y de esperanza. De conciencia, porque es urgente trascender los privilegios y volcar la mirada a lo que pasa más allá de la zona de confort que uno habita. De memoria, porque es ineludible llevar un registro de lo sucedido para tener presentes las injusticias pasadas y no repetirlas. Y de esperanza, porque, en efecto, no todo está perdido.
Un brote de esperanza
“Semillita” es una canción de tono alegre y esperanzado porque, como entienden todos los que colaboraron para hacerla, siempre hay espacio para la unión y la resiliencia, aun dentro de una sociedad anestesiada. No importa que uno se encuentre en el rincón más oscuro y sombrío, en el que la luz parezca no penetrar: siempre es posible cultivar la esperanza y hacer que dé brotes.
«Para mí, simbólicamente, en la semilla está la información de la vida, el potencia de la vida. Somos, siento, un sector que ve esto, que tiene capacidad de resilencia, una oportunidad para transformar esto, un sector en que no hay abusos y corrupción», señala Grecia, cuyas palabras se extienden a sus compañeros artistas, siempre comprometidos con la situación política.
«Semillita» toca ese espacio interno reducido pero proclive a expandirse que todos tenemos. Ese espacio donde se encuentran las fibras más remotas de lo humano, las que estaban ahí antes de que los prejuicios fuesen plantados. Ese espacio donde reside la capacidad de amar y de apoyarnos entre todos. Y lo hace con una singular mezcla de elementos. En ella está presente ese diálogo cultural tan necesario en días como los que se viven, donde lo distinto sufre los ataques más fuertes.
Un tema hecho, eso sí, con una fuerza prestada, como lo afirma Fabiola, que no pude hacer otra cosa más que quebrarse en llanto antes de resumir sus impresiones.
«No sé cómo hicimos esto, que nació en Imbabura, en Turucu, con los Humazapas, en una provincia simbólicamente tan potente para nosotros, que nos cuida, nos protege. Fue como devolverle algo, cumplir un ciclo».