Hace apenas pocas semanas Netflix presentó “Seaspiracy”, el documental que revela lo más oscuro de la pesca industrial. Este controversial estreno llega de la mano del mismo equipo que en 2014 produjo “Cowspiracy”, sobre el daño ambiental de la ganadería.
Aquí va un abreboca.
Los sorbetes representan sólo el 0.03% del plástico que entra al océano, mientras que el 46% proviene de equipos de pesca. ¿Por qué entonces hay tantos esfuerzos de ONGs, gobiernos y medios para reducir el consumo de sorbetes y nadie parece hablar del problema mayor? Como que algo anda mal, ¿no? Un documental nos lo revela.
Seaspiracy es un recorrido en primera persona de Ali Tabrizi, quien figura como director y protagonista. El recuerdo de su fascinación por la vida marina en la infancia lo motiva a hacer algo en favor del océano. Emprende alrededor de varios países, donde pronto se ve obligado a confrontar el lado de la historia que no conocía.
Al poco tiempo de su estreno, la peli ya ha dado de qué hablar. Organizaciones y figuras públicas se han pronunciado al respecto, y quienes fueron expuestos en el documental no tardaron en emitir sus acusaciones. The Guardian las recogió en este artículo.
Pero volvamos a la trama del documental y a las aventuras de su protagonista. Como quien decide tomar cartas en el asunto, Ali comienza por recoger basura en las playas y dejar de utilizar los plásticos de un solo uso de los que tanto se habla. Finalmente circulan tantas campañas sobre ello, que hasta se convierte en nuestra única verdad y fuente de información. ¿Hay la posibilidad de que no sea así? ¿Existe otra información que no se está compartiendo? De ser así, ¿por qué lo estarían ocultando?
Entre tomas ocultas, cámaras espía y entrevistas no autorizadas, Ali empieza a descubrir las diferentes ramificaciones que surgen, cada vez máz, de lo que resulta un tema realmente complejo y atravesado por intereses múltiples.
¿Qué se nos esconde y por qué?
La ruta del documental empieza en Taiji, Japón, donde la persecución policial y la vigilancia excesiva son sólo unos pocos indicios de que algo pasa. Pronto presenciamos la masiva matanza de delfines a plena vista y sin razón aparente. Cuando Ali busca el porqué, una primera respuesta parece ser que los pescadores ven a los delfines como una competencia. Esta especie come demasiados peces y perjudica su trabajo.
Motivado por tirar de la cuerda para saber qué más hay detrás, el protagonista se encuentra con un enredo cada vez mayor. La excusa de matar delfines porque comen demasiado pescado resulta ser una mentira, en realidad los matan como chivo expiatorio para la sobrepesca.
Los tiburones también protagonizan este embrollo, o más bien dicho, lo sufren. Y es que no importa que esta especie sea la clave para la supervivencia de los mares, en el mundo se matan hasta 30.000 tiburones por hora. Lo más impactante es que casi la mitad de estas muertes son consideradas como “captura accidental”.
¿Recuerdan las imágenes de aquella tortuga con un sorbete en la nariz? Se volvieron virales. 1.000 tortugas marinas mueren cada año por plásticos. Sin embargo, sólo en E.E.U.U. 250.000 tortugas marinas son afectadas al año por barcos pesqueros de forma “accidental”. ¿Por qué eso no se está viralizando?
Mucho se habla de la captura accidental —sobre todo desde el lado oficial— ¿Y esto qué significa? Que más de la mitad de las muertes se dan al intentar capturar nuestro marisco favorito. Y que esta figura legal ampara a la flota para que continúe realizándose.
En el documental se denuncia que no existe la llamada accidentalidad de la “captura accidental” —aunque esté contemplada en las leyes mundiales de la pesca—. Lo más trágico es por qué hay tanta información que no nos está llegando. La razón es que las industrias pesqueras responden a las mismas multimillonarias que financian medios de comunicación y organizaciones ambientales que promueven continuar la lucha en contra de los sorbetes.
Aquí va un dato decepcionante más: las instancias que certifican los sellos de cuidado animal más prestigiosos del mundo, como Dolphin Safe, no tienen forma de verificar lo que los millones de barcos en alta mar hagan o dejen de hacer. Es decir, no pueden garantizar lo que están certificando. Más bien se trata de la comercialización de una licencia que hace que los productos se vea más atractivos en los supermercados —Dolphin Safe pertenece a la misma mega empresa que marcas de venta de mariscos—.
¿Cómo es que no lo sabíamos?
Esta es la pregunta que constantemente se repite en mi cabeza conforme el documental avanza. Resulta desgarrador saber que la atención de los medios de comunicación está siendo desviada de una industria de la que casi no oímos nada. La censura se ve presente también en los intentos del director por conseguir entrevistas con entidades implicadas. Como he mencionado antes, tienen buenas razones económicas para mantenerse en silencio.
He de decir que este es un documental difícil de ver, pero necesario. No por motivos técnicos o estéticos, sino por la reflexión a la que el contenido conduce. Y es que al verlo sentimos que la tristeza e incertidumbre quedan cortas frente a tal desarmonía. Frente al peor lado de la humanidad que sobrepone millonarios intereses a nuestra propia garantía de vida para mediados de este siglo.
Producirlo tampoco debió de ser sencillo. “Es peligroso que hagas este documental» es sólo una de las amenazas que resultan de analizar la delincuencia organizada transnacional, y denunciar que los mismos grupos que están detrás de la pesca ilegal son quienes están detrás de otros crímenes como el narcotráfico y el tráfico de personas. Y no olvidemos a los gobiernos que toman acciones para impedir que salgan a la luz las actividades económicas que están subvencionando.
Pero, atención, es importante pararse a reflexionar sobre el rol de cada uno de nosotros, los consumidores. Más sencillo podría ser girar la vista y hacer como si nada ocurriera. O continuar con el “prefiero solo comer y no ver de dónde viene”. Bueno, eso sólo nos llevará a que para 2050 no queden peces para capturar, que los océanos estarán prácticamente vacíos y, con ello, la vida humana estará en grave riesgo.
¿Qué hacer, entonces? Boicotear los parques marinos sin duda no evitará la matanza masiva de delfines, y dejar de usar sorbetes no acabará con el plástico de pesca en el mar. El problema es que la mayoría de gente no tiene idea de que cuando come pescado está sentenciando a muerte a las poblaciones marinas.
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El documental se muestra contundente en sus conclusiones: el problema es la industrialización total de la pesca. La “pesca sostenible” no es sostenible. Menos del 1% del océano está protegido. Para salvar los océanos se debe evitar comer animales marinos.
Aun en un panorama turbio y sinsabor, lo mejor que podríamos hacer es dirigir el poder de lo aprendido en favor del planeta. Dejar de ver a un lado y asumir lo que cada uno desde su lugar puede hacer para respetar lo que tenemos y proteger lo que nos queda.
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Conoce y sigue el movimiento Seaspiracy en sus redes: @seaspiracy