Baterista y poeta. Raúl Molina exhibe la clara marca de aquellas personas que desarrollan su vena artística en distintas direcciones. En esta ocasión, nos acercamos a su poesía.
El destino de Raúl Molina siempre estuvo marcado por la música. Teniendo presentes en su vida la tienda de discos de su padre y a un tío percusionista, Raúl aprovechó su niñez instintivamente, sin demora. Fue ahí cuando surgió la chispa que encendió la llama del arte. Empezó el gusto por escuchar, día y noche, muchos discos, por embeberse de todo aquello que tuviera el sabor de la buena música, y, en última instancia, por empezar a hacerla.
“Yo me robaba un montón de discos de la tienda, y robaba las cosas que me gustaban. Empecé escuchando mucha salsa, porque a mi papá le encanta la salsa. Creo que por ahí puede venir la onda de la poesía. La salsa es muy poética”, dice al recordar sus primeros años, con un deje nostálgico y alegre a la vez.
Más tarde, y una vez inmerso en la música con fruición de adicto, Raúl empezaría a vivir su propio proceso de descubrimiento. Primero fue el hip-hop, encarnado en Vico C y otras figuras similares. Luego lo cautivó la música de Michael Jackson, pegadiza a más no poder.
La parada siguiente fue el rock, que vino de los panas surfistas y skaters de Raúl. Fue un inicio fuerte, con las canciones de Incubus ejercitando su vena rockera. Pero cuando clareaba la adolescencia, a los 16, hizo su aparición el género más significativo, aquel que acabó de hacer de él un músico.
“Cuando escuché por primera vez jazz, empecé con Miles Davis. Luego escuché a Coltrane. Y así entré a este mundo, que es un poco complejo. Hasta que llegué a este pianista llamado Keith Jarret, que fue lo que más me costó entender. Ahí me empecé a picar y me dije que esto quería hacer yo”, recuerda.
Años después de aquellos descubrimientos, Molina se encuentra en el mundo de la música como pez en el agua. Jazz the Roots, Guanaco, Paola Navarrete y Wañukta Tonic son sólo algunos de los artistas que han tenido el privilegio de contar con el ritmo de su batería. También ha incursionado en la docencia, en la Universidad San Francisco. Pero hablar de la música es insuficiente para hacer un buen retrato suyo.
Su otra pasión, también muy precoz, es la poesía. Aquellas tiradas de versos que leyó como un ensalmo en los días de adolescencia, hoy lo siguen acompañando y han nutrido su propia escritura. “Yo con la poesía tuve un amor muy nacional. Yo leía muchos libros de poetas nacionales, entre ellos Fernando Artieda, un gran poeta guayaquileño, que es algo así como el amor de mi vida (risas). Y por ahí aparecieron estos poetas de Buseta de Papel”, precisa.
Pronto comenzó a escribir sus primeros poemas, nimbados de un aire romántico, favorecido por las lecturas de Mario Benedetti. “Benedetti fue muy meloso en un punto. Pero cuando leí las cosas más serias de él, comprendí que hay miles de caminos y miles de poetas más, y empecé a cachar un montón”, puntualiza. Sus siguientes lecturas rompieron las fronteras de nación y tono.
Poetas como Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Jaime Sabines y Juan Gelman le revelaron otras regiones hasta entonces desconocidas. De esos viajes regresó cargado de tesoros. Entre ellos, una voz incipiente con la cual empezar a plasmar una nostalgia por Guayaquil. Y es que, en ese entonces, Raúl ya no vivía en la ciudad de su niñez y adolescencia. Ahora, Quito era su realidad, una realidad que, no obstante, estaba más vinculada con el día a día que con las raíces de su arte.
“A pesar que vivo en Quito nueve años, lo cotidiano siempre está en los recuerdos de Guayaquil. Eso para mí es lo cotidiano en mi poesía. O sea, tengo días muy buenos y otros no tan chéveres en Quito. Pero el sabor de lo que puedo hacer, en música y poesía, viene de Guayaquil”, admite.
La relación de Raúl con Guayaquil se mueve entre el amor y el odio. Ama a su ciudad por los años que vivió en ella. Al mismo tiempo, sabe que en ella quizá no habría sido posible satisfacer su vocación. “No estoy allí porque no puedo hacer tantas cosas como hago en Quito. Pero Guayaquil es mi ciudad. Entonces, siempre que voy me sentiré identificado con la gente, la jerga”, dice.
El joven músico trasladó todos esos sentimientos nostálgicos y románticos a su arte gracias a la educación sentimental que recibió de la poesía. Su música se llenó de la emoción que encontró en los versos. La poesía lo ayudó a no ser demasiado mecánico al crear. “Me di el chance de decir que puedo ser más sentimental y romántico en la música, y que puedo ser alguien que no hace las cosas automáticamente”, se entusiasma.
Pero, para Raúl, no ha sido exclusivamente la poesía el arte que ha influenciado a otro. Su formación como baterista le ha ayudado a dar ritmo a sus palabras. “Ambas cosas (poesía y música) son una expresión de arte. No son tan distintas entre sí. Yo soy baterista, así que el ritmo siempre estuvo allí. Hay ritmo en la poesía y ritmo en el instrumento. Un amigo me dijo alguna vez: “claro, tú eres baterista, eres músico. Todo tiene sentido allí”. Ambas cosas son belleza y siempre he tratado de usarlas para transmitir algo”, señala.
Luis Sigüenza, saxofonista de Jazz the Roots, fue quien lo puso en contacto con la obra de Cortázar, a la postre uno de sus grandes referentes en el plano literario. Gracias a este último, Raúl pudo establecer una conexión más vivida entre poesía y música, especialmente en lo que se refiere a la libertad creativa.
“Es como que Cortázar es un gran escritor y puede escribir algo sobre la vida de Charlie Parker, uno de los mejores saxofonistas que hubo en el mundo. Y Cortázar tiene razón: hay libertad. El jazz es libre. Es cierto que tiene una forma definida. Pero, con base en esa forma, puedes hacer muchas cosas. Y, como son muchas personas las que tocan, pueden hacer muchas cosas, lo que crea un ambiente de libertad”, señala.
En el plano de la publicación, podríamos a ver Raúl como una suerte de escritor secreto, uno de esos artistas que practican el arte para sí mismos. Ello no quiere decir que jamás haya querido colocar su poesía en letras impresas. Con una amiga intentó alguna vez la publicación de su obra. No tuvo fortuna. Ya en el proceso de edición, el proyecto se vino abajo. Pero el joven artista no se ha resignado todavía. Publicar sigue siendo un objetivo.
“Mucha gente me ha dicho que publique. Yo lo he tomado como un sí, pero tengo una meta de llegar primero a los 400 poemas. Ahorita tengo 200 y pico, casi 300. Mi idea es seguir escribiendo y, en el proceso, quitarme de encima eso del romance, quitarme de encima esa musa, que es la más sencilla. Cada vez que siento algo fuerte, cada vez me siento triste, voy a eso”, comenta.
Con el objetivo de madurar poéticamente antes de lanzarse nuevamente a la publicación, Raúl se ha puesto a leer poesía más cruda. Espera que las voces con que se familiariza constantemente le ayuden a poner a la raya a su lado romántico y más sentimental. No obstante este cambio, la escritura es la misma.
Pese a la intención de atenuar el lado romántico, en lo que respecta a la creación de sus poemas, la forma en que Raúl escribe se mantiene intacta con el paso de los años. “Empecé con una libreta. Siempre las he tenido. En ellas escribo los primeros pensamientos, la primera parte de la posesión”, afirma.
Luego de escribir esos primeros borradores, comienza el proceso de corrección, a veces ejecutado en la computadora, a veces concluido a mano. Todo depende del momento y del tema. En un inicio, los temas fueron el amor, la decepción y la pérdida, asuntos que Raúl atribuye a su “musa mediocre”, y que, según él, van camino a ser reemplazados por una poesía más introspectiva.
“(Estoy) un poco más agradecido con la vida misma, con las cosas que me dieron. Escribo poemas para mí. A pesar de que tienen todavía un tinte romántico, son para mí. Eso me parece increíble. Luego llegué al punto de escribir sobre la conciencia, sobre lo que te rodea, sobre lo que somos y no somos como seres humanos”, concluye Raúl, para quien sentarse a escribir no es un momento menos placentero que cazar sus poemas a lo largo del día. Por el contrario, este proceso le resulta igualmente estimulante.
Alegre y siempre ameno en lo que se refiere a su conversación, cargada de anécdotas y detalles, el joven músico tiene, asimismo, un lado tímido, que recorre especialmente su vocación literaria. Pese al gozo que experimenta en los recitales poéticos, no puede evitar sentir un nerviosismo que, por el contrario, está del todo ausente en la música.
«No es que soy tan bueno, pero es que sí (su tono de voz disminuye ligeramente). Los recitales son como cuando yo empezaba a tocar, no sabía qué hacer. Me daba nervios y tocaba mal. Ahora nunca estoy nervioso, porque he tocado por muchos años. Pero en los recitales me pasa eso. Me pregunto si será que lo digo bien, si me como una coma», dice riendo.
En esa risa se esconde, no obstante, la promesa de un artista en aprendizaje, alguien que va camino a la madurez en su nueva vocación. Y es que en la voz guayaca de Raúl, aquella de tono suave pero de ritmo apresurado y regular, parece esconderse el secreto destello de las personas que saben aprovechar las lecciones de la vida.