Reseña: Aquí nadie ha muerto

por Gabriel García
Todos los días se experimentan pérdidas humanas y cada 2 de noviembre muchas culturas latinoamericanas se reencuentran con sus difuntos. El cortometraje «Aquí nadie ha muerto», de la directora ecuatoriana Ana Benítez, es una exploración al rito funerario de la comunidad afrodescendiente de Telembí, ubicada en la provincia de Esmeraldas.

El cortometraje Aquí nadie ha muerto (2022), de la directora y realizadora audiovisual ecuatoriana Ana Benítez, nos permite observar las ceremonias que la comunidad afrodescendiente de la parroquia de Telembí dedica a los difuntos. Esta exploración audiovisual de una práctica tan emotiva y compleja invita a cuestionarse la pérdida humana y la diversidad cultural en el país. 

El documental fue proyectado en la vigésima primera edición del festival internacional Encuentros Del Otro Cine (EDOC), llevado a cabo del 14 al 23 de octubre en Quito. La selección de cine nacional de esta edición contó con tres largometrajes y 16 cortometrajes que abordan diversas historias y temas como la muerte y el trauma. 

“Nos alegramos de poder mostrar autores que, de alguna forma, tienen un tratamiento sutil y sensible para comunicar y explorar temas tan íntimos”, señaló Francisco Álvarez, coordinador de la programación internacional del EDOC. 

Un documental de lo que nos separa y nos une 

Fotograma Aquí nadie ha muerto

Lo primero que notamos en el cortometraje es la presencia casi infinita de la naturaleza. La comunidad afrodescendiente de Telembí está rodeada por todas partes de ríos, árboles y flores, de tal forma que las personas se ven minúsculas en su propio ambiente. Ciertamente, lo natural se convierte en un personaje más para adentrarnos en una cultura que en la ciudad puede percibirse como distante. “Como están tan adentro [de la selva], para llegar a Telembí necesitas viajar unas tres horas por el río Cayapas. Casi no hay injerencia de influencias externas en estos lugares”, cuenta la directora del documental, Ana Benítez 

Aunque todo parece tan distinto a los ojos de la óptica citadina, la aparición de la iglesia y las cruces de madera cristianas otorgan una cierta sensación de cercanía. Vemos a las personas compartir y convivir para despedir a los difuntos. Y, precisamente, es en ese momento en que el documental de Benítez logra su mayor acierto, pues muestra a la comunidad en su propio espacio de ritualidad, pero con la similitud que une a todos los seres humanos: la pérdida de los seres queridos.  

Otro de los aciertos del documental es que se limita a observar los hechos. No se produce ningún tipo de injerencia por parte de la directora, la cámara sigue a las personas sin interrumpir ni influenciar sus acciones. Lo que vemos, entonces, es una experiencia real de las costumbres de esta comunidad esmeraldeña.  

“No es un cortometraje que se entromete en donde no lo han llamado, eso se siente en la peli. El mundo sigue funcionado mientras es consciente que la cámara está ahí”, comenta Cinthya Guaña Córdova, montajista del cortometraje.  

 La trascendencia del ritual 

Fotograma Aquí nadie ha muerto

En Ecuador y otros lugares de América Latina, el día de los difuntos se celebra cada 2 de noviembre. Los ecuatorianos de diversas culturas, afines o no a la religión católica, honran a sus familiares y amigos fallecidos. Dentro de la comunidad afrodescendiente de Telembí también se sigue esta tradición.  

Mientras hacen sonar las campanas, cantan y rezan en la iglesia junto al féretro. Del conjunto de voces que se pueden escuchar, identificamos un verso que se repite con frecuencia: “me voy al cielo”.  

Durante el ritual, vemos a hombres vestidos con túnicas blancas. Ellos son los animeros, guardianes espirituales escogidos por la comunidad que conectan con los difuntos. Bajo la cosmovisión de la comunidad es un honor ser animero por la creencia de que la muerte es solo el inicio de otro viaje, de una nueva vida.  

Fotograma Aquí nadie ha muerto

“Los muertos somos nosotros, ellos son los vivos”, menciona una de las mujeres en el ritual. La larga tradición de los animeros, aunque no es propia de la comunidad, es una manera de interiorizar la muerte del ser amado, de asimilar que la pérdida debe ser enfrentada con la unión de los vivos. 

El tratamiento respetuoso de las tradiciones de la comunidad afrodescendiente en Aquí nadie ha muerto nos permite comprender de mejor manera la ancestralidad en un país intercultural y plurinacional.  

De acuerdo con Ana: “La memoria oral debería rescatarse y apoyarse. Desde el Estado se necesita prestar mucha atención a estos patrimonios intangibles que tenemos en el Ecuador”. 

Únete a la conversación

Tal vez te interese