El reencuentro de «Rima Roja en Venus» fue un evento fugaz e inesperado. Sin embargo, en medio de un montón de coyunturas tensionanes, probó que el hip-hop tiene el poder de florecer desde el underground cuando la vida más lo necesita.
He decidido empezar esta crónica por el lugar más cercano que se me ocurre. Creo que es necesario. La historia que voy a contar es sencilla a simple vista: un dúo femenino de rap se reúne para dar un pequeño concierto underground en Quito. Sin embargo, las cosas se vuelven importantes cuando se aprende a contemplarlas más allá de lo que está a simple vista. Ese toque, el Reencuentro de Rima Roja en Venus, fue importante y grandioso en el momento preciso, sin pretenderlo, porque en su potencia comprobó que lo personal es político.
Pocos días antes de ir a ese concierto pasé acomodado en la calidez de mi casa viendo una serie en Netflix sobre el origen del Hip-Hop. En parte la tomaba como un buen aliciente para lo avasalladora que se había tornado la realidad debido a la avalancha de mierda que salió a flote en mi país en las últimas semanas. Todo a raíz de dos crímenes brutales. Una violación horrorosa perpetrada por tres tipos que eran “amigos” de la víctima, y el asesinato de una mujer embarazada en manos de su pareja, quien por mala suerte resultó ser de otra nacionalidad. Fueron la mecha que detonó una explosión de violencia machista y xenofóbica, desconsoladora y aparentemente incontrolable.
Para mí, ver a Dj Kool Herc, Africa Bambaataa y Grand Master Flash definiendo el camino de uno de los géneros musicales más potentes de la historia era buen remedio para no ver que a mis alrededores todo ardía en llamas. En mi laptop el origen del hip-hop quedaba lejos y yo me iba a perseguirlo sin moverme, allá a Nueva York, en los 70s, a otra realidad que solo se parece a la mía a través de la pantalla. Me bastaban un par de clicks para expandir la seguridad de mi zona de confort a la estratósfera. No pensé que de repente iba a toparme con ese mundo de fantasía a unos pocos kilómetros de mi casa. Venus MC lo dijo de forma mucho más precisa cuando conversaba con ella esa noche: “El destino te une con cosas que necesitas para salir adelante con la vida”.
Es la noche del jueves 24 de enero de 2019. Afuera del “Espacio Cultural El Dommo” hay un plotter enorme en el que se lee “Rima Roja en Venus”. Las voces de las raperas llegan hasta la calle y se cuelan entre las sombras saliendo de algún lugar invisible. Es como si la gigantografía cantara. Dentro están ellas terminando un ensayo. Cantan frente a frente, enérgicas y serenas. Sus voces retumban en las paredes estrechas de los salones vacíos en esa casa que seguramente fue hogar de alguna familia, y ahora es hogar de la música underground desde que cayó en las manos de uno de los bajistas más pesados del país.
Cuando advierten mi presencia piden unos minutos para repasar el último tema de su repertorio junto a DJ Cuico, su respaldo en los platos. Mientras continúan ensayando yo me detengo a observar el lugar. En las paredes tapizadas de verde hay lápidas de cartón pegadas con frases machistas y consignas de la lucha feminista. Unas luces navideñas decoran la ventana que está justo detrás de ellas. El espacio es reducido, da la impresión de que no será suficiente para darles cabida junto con el público. Cuando terminan, Venus es la primera en señalárselo a otra mujer va de un lado a otro observándolas. Es Mayra Benalcázar, la legendaria locutora radial, una de las voces de la contingencia de la música alternativa del país. Está ahí queriendo esconderse en las sombras, como productora del show, como amiga de Roja y de Venus.
Apenas termina el ensayo, deben ponerse manos a la obra para dejar todo a punto. Es una noche especial, una reunión celebratoria de los diez años de carrera que ha tenido este dúo de rap. Diez años combativos que fácilmente podrían hacernos considerarlas la punta de lanza del hip-hop femenino en Ecuador. Mientras siguen pegando frases anti fascistas y anti sexistas en las paredes espero pacientemente a poder conversar con ellas, intentando no interrumpir su ajetreo. Con la ayuda de May deben encargarse de decorar el lugar, conversar con el guardia que cuidará la puerta esa noche, hacer la lista de invitados, limpiar y poner música para ambientar la espera. Todo esto antes de volver a cantar juntas después de años de no hacerlo.
Roja (Mariela Salgado) y Venus (Eliana Castillo) encontraron en el hip-hop un refugio y un amplificador para su voz cuando eran muy jóvenes.
Venus se cruzó con él a los 13 años, cuando era una niña rockera, gracias a un amigo del conjunto en el que vivía en el Valle de los Chillos. En ese momento, la muerte de su hermano mayor era una herida profunda, y ella encontró la forma de suturarla con el rap que “Biz8” le enseñó, incitándola a adoptarlo como una forma de potenciar su afición por la música. Desde muy pequeña escribía y cantaba, por lo cual tomar el micrófono para lanzar rimas fue solamente un paso natural. “Mi primer tema le dediqué a mi hermano”, dice con la voz serena. Para seguir componiendo se nutrió de la música de Anita Tijoux y de MC Lyte, a quien escuchaban mucho entre su parche de Los Chillos.
“Para mí fue algo bacán porque me gusta escribir poesía desde que me acuerdo” afirma Roja con firmeza, después de escuchar a su compañera enredada en una mezcla de admiración y cariño que es delatada por su mirada. Para ella también hubo un impulso externo que convirtió la pasión por las letras en forma de expresión: su profesora de literatura. Después de ella, el parche de su barrio la introdujo a los beats y con ello encontró una forma de ponerle música a los versos que escribía. Lo suyo siempre fue la música protesta, para alzar su voz entre las voces masculinas. Nombra como referentes a las raperas colombianas “Esfinges” y a las argentinas de “Actitud María Marta”.
Sus caminos con el hip-hop se trazaron en paralelo, siempre contando con el apoyo de amigos que las incentivaron por ser “pioneras” en una escena donde las voces femeninas estaban dispersas en aquel momento. Roja, unos pocos años mayor que Venus, cantó con otras chicas y en un grupo llamado “Santa Alianza”. Gracias a ello empezó a hacerse un nombre en el medio y pudo gestionar un encuentro nacional de la cultura llamado “Hip-Ecua-Hop”. Fue ahí donde conoció a Venus. La conexión fue inmediata. Ahí mismo decidieron hacer un tema juntas y ese fue el nacimiento de “Rima Roja en Venus”.
Se miran con complicidad y entre risas admiten que reencontrarse una década después de ese momento hace que les cause gracia escuchar las cosas que cantaban entonces. Por un lado, el tiempo no ha pasado en vano, y por otro, parece no haber pasado en absoluto entre ellas. Su unión significó también una especie de unión simbólica para las escenas del hip-hop en Quito.
Como si se tratase de Nueva York en los 80s y 90s, en nuestra ciudad el género se incubaba en distintos “distritos” que eran una especie de microcosmos en sí mismos, desconectados entre sí. El Sur y El Norte eran dos escuelas ajenas a los Valles, con sus propias reglas y sus propios referentes. Venus había salido de los Chillos, al suroriente de la ciudad. Roja venía de La Ofelia, la mata del norte. Juntas empezaron a cantar por amor a la música y a la amistad, haciendo crecer al hip-hop fuera de los límites geográficos que imponían las quebradas de Quito, contra todas las adversidades del camino.
En el inicio empezaron a componer en el barrio de Roja: La Ofelia. Hace décadas era un sector residencial tranquilo, ocupado por familias de militares, pero ha degenerado con el paso del tiempo. Hoy por hoy, igual que cuando ellas lo ocuparon para levantar su carrera, se ha convertido en un punto pesado de la ciudad, donde la calle se manifiesta con toda la complejidad de sus enredos. Venus se movilizó hacia allá sin pensarlo mucho, acompañando a Roja a su entorno. Hacer música en ese lugar conflictivo marcó una actitud frente a la vida y frente al rap para ambas. “Todo eso forma parte de cómo tú te encuentras con la gente”, dice Roja.
“A mí me gustaba vestir ancho”, continúa luego. “Era una manera de evitar ser un objeto y que te miren y te digan ‘hola pelada’… si no que nos sintamos pares y seamos escuchadas por lo que tenemos que rapear”. Diez años más tarde la realidad es otra. Venus y ella lucen mallas y vestidos ceñidos al cuerpo. El hip-hop está en su gorra y sus sneakers. Sin embargo, las cosas no han cambiado como para que ellas pudieran abandonar el miedo que las inspiró a vestir anchas, buscando evitarse los “piropos” del público. De hecho, la violencia contra las mujeres parece estar en un pico álgido. Sin embargo los motivos y la convicción detrás de su lucha tienen nuevos matices. La madurez las ha moldeado.
Durante varios años se movieron con furia, pisando con fuerza en muchos escenarios. Cantaron en el Quitofest, sacaron dos discos y se posicionaron como referentes de una escena. Hasta que las circunstancias cambiaron y fue necesario separarse, sin remordimientos ni lamentaciones. Roja partió para Nueva Jersey con su esposo y Venus se quedó acá. “La banda estaba muy bien”, dice tranquila Venus. “Ella tiene que hacer su vida como todos necesitamos hacerla” dice mirando a Roja. Aunque han intentado hacerle frente a la distancia, decidieron seguir rapeando por su cuenta pues la lejanía jalaba muy fuerte en direcciones opuestas.
La amistad y el apoyo han seguido intactos de todas formas. En el 2013 fueron juntas a la meca del hip-hop y cantaron en Brooklyn, en Queens, en el Bronx y en la parada ecuatoriana de NYC. Inclusive grabaron un video para la banda. “Aunque la distancia nos incomoda un chance hemos intentado hacer música juntas en este tiempo. Es un poco difícil”, señala Roja. “Pero siempre la música está con uno”, agrega Venus. “Es ese fruto que está en ese árbol madurando”. No descartan que de todo eso pueda surgir nueva música en conjunto cuando el momento sea el indicado.
En esencia el espíritu de la banda no se altera, solo crece con las vivencias que cada una acumula por su lado. Venus, mientras se enfrenta al mundo laboral. Roja, mientras entiende lo que significa la vida como migrante. Aunque los retos son otros, tratan de sortearlos con el mismo espíritu que las permitió mantenerse firmes cuando estaban aquí y las cosas eran igual de difíciles. Recuerdan que desde su primer concierto como “Rima Roja en Venus”, en la Plaza de Cotocollao, la gente quedaba impactada ante los mensajes contestatarios de su música, y la conexión que reflejaban al cantar juntas como mujeres empoderadas en la tarima.
“Durante toda la trayectoria que tuvimos, tuvimos varias ‘amenazas’ se podría decir, pero no directas, de sentir que te discriminan de un puesto de un escenario, o que te dan un horario diferente o que no te dejan cerrar eventos porque eres mujer, o simplemente te apagan los micros y te bajan de la tarima”, dice Venus. Roja asiente con gravedad a su lado y luego agrega: “Sí fue fuerte”. Tuvieron que abrirse camino a la brava, porque no había otra manera de hacerse respetar. Eso tomó años. Recuerdan que su presentación en el Quitofest representó una especie de consolidación que les permitió orientar su mensaje hacia la unión de las mujeres en el hip-hop. Así nació el colectivo “Somos Mujeres Somos Hip-Hop”.
“Hace años atrás se veía disperso porque el movimiento no tenía la apertura tecnológica de ahora para poder conectarse, pero en realidad habían muchas (raperas)”, afirma Roja. Nombran a Dama Guerrera Twista, a quien también esperan para que abra el show esa noche, y a Batu como pioneras del género a nivel nacional.
Su gestión logró una coalición de mujeres con ideologías distintas, unidas bajo el mismo aliento para demostrar que frases como “rapeas como hombre”, no eran ni serán un halago nunca. “Tú rapeas bien como rapea una mujer, y punto”, sentencia Roja. “También hemos conocido muchos hombres que han respaldado nuestro trabajo de manera muy bacán. No podemos decir que no. Nuestras parejas, panas, gente que está cerca, así como gente que ha dicho: ‘A estas peladas no les damos ni un año’ y no han sido las cosas así”.
El tiempo de la entrevista se agota y ellas deben volver a la labor. Las horas cada vez son más cortas antes de tocar y ya hay un grupo de gente esperando afuera.
Mientras el público se amontona lentamente en la antesala, un grupo de amigos de Venus y Roja entra para terminar de ayudarlas a pegar las frases que han escrito. Después, ellas se retiran del centro del “escenario”, calladas y tensas, esperando que todo salga bien. Los que entraron son un grupo de MCs y B-Boys que se toman el centro del lugar y, con la ayuda de DJ Cuico, empiezan a animar a la gente y a tirar pasos en el piso de parquet de la sala.
Es Quito, 2019, pero algo de todo esto me recuerda a los inicios del género como los veía en esa serie. Esta también es una reunión under que sucede en una casa prestada como espacio cultural, en la que un DJ descompone los beats de canciones de soul y un grupo de b-boys arrasa pista con sus pasos.
En mi imaginación estoy presenciando un momento que sobrevive al legado de DJ Kool Herc, cuando organizaba las fiestas que fueron la génesis del hip-hop en el Bronx hace 45 años. Más allá de los contextos, se siente el mismo latir de la calle al compás de unos beats de percusión aquí, como seguramente fue allá. Pero hay algo distinto. Cuando los b-boys acaban su show y llega Dama Guerrera Twista a apoderarse del micrófono, queda claro que el hip-hop que saldrá de ahí esa noche tiene otro tenor. Esa noche le pertenece a las mujeres.
La rapera de la Ciudadela Ibarra está representando a la “Tropa Mota Loca”, su parche de la calle, con quienes aprendió a vivir lo que significa el hardcore rap. Usualmente se presenta con su hija, pero esta noche ha venido sola. Tira rimas con furia mientras se mueve de un lado a otro bajo la mirada atenta del público, incitándolo a moverse con su energía. Canta contra la violencia, contra el amor, por la nostalgia de tener a su pareja en la cárcel. Es una mujer con el alma rabiando a flor de piel, desangrando en cada rima con una potencia que avasalla.
Después de ella es el turno de Real Conexión, un trío masculino del norte de Quito. Sus líricas hablan sobre sentirse vulnerable ante el amor perdido y sobre luchar las batallas con la mente sana. Son calle, y sin embargo buscan dejar en claro que no por eso son gángsters ni hombres maleantes. Mientras el front-man escupe las rimas con aplomo, los otros dos MCs armonizan los estribillos, respaldándolo como un coro de R&B. Su presencia enciende a la gente. El flow con el que despliegan su repertorio conquista a la sala y la pone a cabecear y mover sus brazos al compás del beat como en trance. Roja y Venus están entre el público, más relajadas, observando en las sombras.
Cuando abandonan el estrado, la gente se dispersa un poco. Roja y Venus aprovechan el desconcierto para terminar de prepararse y se cuelan en silencio a las dos bancas que han quedado alistadas para ellas junto a los micrófonos. El MC las anuncia y con ello la gente regresa de inmediato. Ha llegado la hora que todxs esperábamos.
Roja y Venus empiezan su show sentadas, cantando tranquilas, en total complicidad. Repasan su recorrido como si no hubiesen dejado de cantarlo nunca, como si no hubiese pasado un solo día en la distancia. La gente está atenta y callada. El aire se siente cargado de energía. Solo ellas lo cortan con sus rimas, filudas y contundentes, sin errores, sin pausas, sin tregua. La emoción empieza a crecer mientras ellas avanzan con el show, hasta que en un momento dado se detienen. Todxs las observamos expectantes. Es momento de un interludio importante.
«Están matando a las mujeres» dicen en un estallido. La decoración que ellas mismas pegaron en la sala horas antes lo recuerda, y ellas no están dispuestas a permitir que nadie lo olvide. Roja regresó a Ecuador después de una ausencia prolongada, en un momento triste y doloroso. Un momento que, como dije, cualquiera preferiría olvidar. Pero para ellas dos, llegó justo a tiempo. Y tienen razón. Su voz unida se siente tan presente y altiva como siempre, y más necesaria que nunca. Entonces piden un minuto de silencio.
Mientras todo el mundo calla bajo el peso de la solemnidad y la pena, DJ Cuico suelta una pista que ellas han preparado, en la que se escucha a un reportero nombrar los detalles atroces de la violación de Martha y los hechos desesperantes que envuelven a la muerte de Diana. Eso es lo que pasa cuando las mujeres se callan, cuando las personas se callan. La violencia explota con toda su bulla.
Cuando el minuto acaba, DJ Cuico suelta la pista de «Bendición de Ser Mujer», el hit absoluto del dúo, compuesto casi 6 años atrás, resonando tan vigente como si lo hubiesen escrito ayer. Entonces todo estalla. Algunas mujeres del público se suman a ellas en el centro como amigas y aliadas. Dama Guerrera Twista se para junto a ellas para bailar. Todas gritan y para el público es imposible no contagiarse.
«A prueba de fuego, nada nos detiene, hoy somos más fuertes, ¡Qué bendición de ser mujer!».
El lugar es ahora es un canto colectivo, una sola cabeza y un solo cuerpo moviéndose de arriba abajo, haciendo catársis, reviviendo la esperanza.
Ya no eran dos mujeres por separado, eran un puño, un grito, una sola energía junto con nosotrxs. Su fuerza haciéndose presente en el momento indicado, de manera fugaz e intensa, para recordarnos que la lucha sigue en pie y que lo personal es político. Que no hay manera de huir a la realidad, solamente la responsabilidad de atender a su llamado. Las rimas y las ideas de Rima Roja en Venus resuenan hasta hoy:
“Esto es un estilo de vida, y creo que eso hace que seas hombre o mujer, tú sigas haciendo tu música sin depender de tu género, sino de la manera que tú vivas esto”, decía Roja con la voz templada antes del show. “El machismo ahorita es más público por los medios, pero realmente no es de ahora. Nosotras vivimos cosas bien fuertes. Eso nos hizo a nosotras reaccionar”, acompañaba Venus.
“Realmente nosotras podemos utilizar esto como un estandarte de lucha para promover esto que es libertad, es el derecho a poder pronunciarnos, a poder decir que estamos aquí y que podemos vivir en iguales condiciones. Queremos alzar nuestra voz, que nadie nos apague y que sobre todo contagie a las mujeres para que ellas también tengan su propia voz.»