* La siguiente serie de publicaciones no corresponde a la construcción de estereotipos, sino al registro de espacios, momentos y personajes de la escena independiente pasada y actual.
¿Qué significa ser alternativo? Esta etiqueta cambia con el paso de tiempo, especialmente con la aparición de nuevas tendencias culturales, artísticas y sociales. Pero en términos generales, el “alternativo” es un personaje diferente y que mantiene una postura de contra cultura guiada por espíritu subversivo que desafía el status-quo, que no necesariamente es político.
Hoy la etiqueta de moda sobre lo alternativo corresponde al hipsterismo: subcultura que disfruta de la música indie-under, de las artes y que tiene una fuerte postura de rechazo a lo berreado. Pero, hace treinta años atrás, la etiqueta de lo alternativo era totalmente distinta.
Igor
Latacunga, finales de los años setenta. Las potentes ondas de la guitarra eléctrica aún no llegaba a esta pequeña ciudad amurallada por las montañas y la música andina mestiza. Los habitantes de este sector poco o nada conocía del rock y el único referente que daba visibilidad a “esta cosa rara” era uno que otro personaje que andaba por ahí.
“Tenía un primo que era pelilargo. Su pelo era rojo y moto. Era un poco rebelde y no se quedaba en las reuniones familiares, sino que se iba a dar vueltas. Yo estaba enamorado de ese personaje porque no hacía lo que le decían. Me acercaba y el man estaba escuchando Black Sabbath. Por ahí comenzó”, cuenta Igor Icaza, quien a mediados de la misma década se convertiría en el baterista de Sal y Mileto, una de las bandas culto más importantes del rock ecuatoriano.
La música
Si en Quito era complicado conseguir discos de rock, en Latacunga este objeto era una excentricidad. Más aún si en las portadas se veía a unos “locos” pintarajeados la cara y con mechones largos. Precisamente un álbum como estos fue lo que destapó los oidos y cerebro de este futuro músico. “Cuando salí de la escuela el primer grupo que me impresionó fue Kiss y su disco Dynasty. Me lo aprendí en mi inglés cualquiera”.
Las tiendas de discos eran inexistentes y la única forma de conseguir música era cuando se viajaba a Quito de paseo, o si algún familiar se iba al extranjero. A falta de material, Igor y un par de panas roqueros del colegio comenzaron a desarrollar un método. “Las frecuencias que llegaban al centro del país nos ayudaron a conseguir información. El domingo era el único día en el que yo podía acceder al rock. Escuchaba un programa en Radio Pichincha que se llamaba Archivos. Yo grababa en cassettes y luego me pasaba escuchando, editando, quitando lo que no me gustaba, regrabando. Así nos pasabamos música”.
Durante sus años colegiales, Igor descubrió el rock clásico y después accedió a AC/DC…cabeció mucho, pero tiempo después se dio cuenta de que podía sacudir su cabeza con más potencia. “Para tercer curso me hacía falta algo más fuerte. Así conocí a Metallica y Iron Maiden. Quedé flechado”, cuenta.
El plan
En Latacunga los toques eran tan raros como la visita del presidente. No había un sitio específico, los conciertos ocasionales ocurrían en teatros como el del Colegio Vicente León y el Cine Rex. “Ahí vi a Tarcus y a Blaze, a quienes tengo un gran cariño”.
Sin otro plan durante el resto del año, la idea perfecta para el fin de semana era pegarse un partido de básquet mientras escuchaban Antrax a través de una grabadora gigante. “Después nos reuniamos a ensayar y cambiar discos. Éramos unos bestias pero no nos destruíamos con substancias químicas, solo chela”. Así fue como inició Bestia Negra, la agrupación que dio paso a Ente , la primera banda de Igor y la pionera del death metal a inicios de los noventa.
La Facha
Una cualidad trascendental del rock es el contenido, aquel mensaje fuerte que te golpea, que te cae. Lo mismo ocurre con la pinta metalera, con esa presencia. “¿Mi facha? Nada que ver con cómo me veo ahorita. Se me cayó todo el pelo que era gigantesco. Vestía pantalones un poco apretados, rotos de adrede, con parches. Zapatos caña alta, una pinta super thrash”, recuerda.
Caminar con esta armadura por las pocas calles de Latacunga generaba discusión, cuchicheos, señas, y por supuesto, todos los problemas que tiene un roquero con sus papás. “Qué ese pelo, esos diablos en las camisetas, me decìan. Ahora yo soy el que regalo esos diablos a mis hijos”.
La Postura
Corrían los últimos años de los ochenta. León Febrés Cordero dejaba la presidencia tras una violenta administración. A pesar de la movida época, Igor recuerda que su pequeño grupo de roqueros no tenía consignas políticas. Tampoco sentían que algún partido o ideología los representaba, y la relación con su entorno era difusa. “Para mí el hecho de que nadie te cache, nadie te entienda, era mucho más chévere. Soy parte de una cultura rock forjada dentro de una sociedad muy cerrada. Yo pasé muchos años diciendo que soy apolítico, que soy roquero, que detesto eso…pero pasan los años y regresas a ver que todo lo que se ha hecho es totalmente político. Hacer música con sentido, canciones con realidades de la calle, de un país que se ha resquebrajado por la voraz gula de los políticos, más bien ha sido muy coherente políticamente con la protesta”.