Pedro Gil, la aguja en el pajar de la poesía ecuatoriana

por Katicnina Tituaña
La poesía de Pedro Gil es profunda como su ausencia y no se repetirá en mucho tiempo. Aunque, pensándolo bien, si éste fuera un lugar justo, algo así no debería repetirse nunca. Una vida marcada por el dolor hoy descansa en paz.

Pedro Gil vivió medio siglo y puesto así parece mucho tiempo, sobre todo para una vida durísima —por decir lo menos— como la suya, pero fueron apenas 51 años. Murió atropellado la noche del 21 de enero, y su cuerpo sólo fue identificado cinco días después.

A su muerte como a su vida la marcó el infortunio, la suerte adversa, aunque esa es quizá una forma simplista de interpretar a él y a su obra. Lo que sí me es simple asegurar es que harán falta óleos para completar su retrato…a él le faltaron años.

Su nombre saltó a la fama por su poesía cruda, de verdades incómodas a inicios de los 90s. Sin edición, sin censura, lúcida y desde la inconsciencia, así escribió Pedro. Por más que lo mereciera, sin embargo, su carrera no fue próspera.

Leerlo y recordarlo es, entonces, darle ese reconocimiento que le hizo falta en vida, aunque eso implique también reconocer verdades incómodas sobre él. Cantinero, sepulturero, misionero, profesor, Pedro fue muchas cosas, pero el oficio para el que había nacido fue la poesía.

volé a otros caminos / a buscar fortuna. / regresé con unas arrugas en la sangre. / estuve en el abismo. / estuve en el sanatorio / por sobredosis de traumas. / estoy considerado como uno de los mejores / atletas del ocio. / soy el hombre que esta vida se merece. / […]

Tarqui, Manta, 1971

Pedro Gil nació en 1971 en el barrio San José de la parroquia Tarqui en Manta. Siete Puñaladas lo apodó la prensa amarillista al lugar y no necesita más detalles que ese nombre para describirse y describir el entorno en el que creció Gil.

Su familia numerosa —mamá depresiva, papá alcohólico, hermanos vivos y muertos— conformaba a ese gran por ciento de ecuatorianos que vive empobrecida y que nunca deja de ser estadística.

yo, hijo de un etílico / y una desventurada, / he llevado una vida feliz. / ¿por qué la gente no ríe, / si tan sólo cuesta unas lágrimas?

La pobreza suele estar acompañada de violencia, prostitución y drogas, o al menos en ese barrio eran inseparables. Pedro las conoció desde chico, se crió entre sus dependientes y los muertos que cobraban. Junto a su padre ponían el pan de algunos días en la mesa enterrando tumbas en el cementerio de Tarqui.

Fácil, Pedro pudo terminar siendo víctima fatal de su entorno; qué alargó su vida será por siempre una duda existencial sin respuesta. Lo que sí es seguro es que encontró una tregua en la literatura, que conoció de niño a través de su hermano mayor, Ubaldo Gil, a quien admiraba profundamente.

Aunque ni siquiera la literatura pudo salvarlo del todo, la adicción al alcohol y a las drogas eventualmente lo convirtieron en una sombra, y así durante muchos periodos llegó a habitar la calle y a soportar sus golpizas.

Doloroso y humillante, nada de eso fue en balde, o al menos Pedro creía que en su sufrimiento había un propósito mayor. Como muchos otros grandes desafortunados, convirtió su desdicha en testimonio a través de los versos y así le puso nombre y apellido a los habitantes de lo inimaginable a los ojos dichosos. Por supuesto, nada de románticos tuvieron esos versos, porque a la tragedia no hay que romantizarla, de eso Pedro siempre estuvo claro.

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Un poeta de la experiencia

“Cuando uno es niño tiene la idea errónea, equivocada de que poesía es simplemente escribir a las gaviotas, a las golondrinas”, dijo Gil en una entrevista en 2014. Pedro no escribía a las gaviotas ni a las golondrinas.

La poesía para él fue en su carrera temprana un canal de denuncia, una descarga de dolor ante tanta infamia, y más tarde en su vida, una suerte de sanación. Consistentemente, sin embargo, fue su manera de darle espacio y reflexión a la crudeza de la realidad y de la locura.

bajo los efectos / de la lírica / veo que los gallinazos / han hecho su ideal de vida: / ellos no lloran los difuntos, / se los comen.

“Era un hombre totalmente genial, sumamente inteligente, sumamente letrado, un lector increíble y un poeta que sabía poner ese dolor, esa angustia que lo atravesó toda la vida”, dice Abril Altamirano, periodista cultural y escritora ecuatoriana. Abril es autora de “No es fácil ser Gil’, un perfil a profundidad sobre el poeta publicado en la revista Mundo Diners.

Por su parte, María Auxiliadora Balladares, escritora y profesora de literatura de la Universidad San Francisco de Quito, lo recuerda como una persona híper sensible. “Siempre les digo a mis estudiantes de poesía que para escribir poesía lo primero que tienes que hacer es prestar verdadera atención al mundo. […] Pedro era de estos personajes que atendía al mundo justamente. Era un escritor de la poesía de la experiencia”, rememora.

Apenas alcanzando la mayoría de edad publicó su primer libro, Paren la guerra que yo no juego en 1989, la obra posicionó al joven Pedro como un escritor que prometía mucho.

“Fue como una aparición, como dice el dicho ‘encontrarse una aguja en un pajar’”, reflexiona María Auxiliadora. Fue tallerista de Miguel Donoso Pareja y “en esos años Donoso se refirió a Pedro muy positivamente y tuvo muchos lectores entre los más importantes críticos literarios de los años 90s”, agrega la escritora.

Más tarde publicó obras como Delirium trémens (1993), Con unas arrugas en la sangre (1996), 17 puñaladas no son nada (2010) y Crónico, Poemas del Psiquiátrico Sagrado Corazón (2012), entre otros. Este último, dice María Auxiliadora, es a su parecer uno de los más importantes en el contexto de la poesía ecuatoriana del siglo 21.

“La poesía del Pedro es bacán porque tiene este proyecto de escritura desde el manicomio, desde el hospital psiquiátrico, el tema va a ser la locura, pero va a haber un montón de transversalidades. Es un proyecto en donde también toca otros temas que son motivos recurrentes en su poesía como la conciencia de clase”, concluye.

La máscara que se le pegó al rostro

Foto: Cortesía Leiberg Santos

Pedro Gil llegó a ser una figura polémica entre los círculos literarios del país. Fue considerado uno de los mejores y más originales poetas de su generación, pero también recibió la imagen de ‘poeta maldito’ o enfant terrible.

No todos gustaban de su escritura informal, callejera, lúcida y melancólica. Hay que reconocer, además, que a pesar de todo el talento y fuera de sus momentos de abuso de sustancias, su conducta era a veces reprochable.

No obstante, no se debe pasar por alto que recién a la edad de 41 años, Pedro fue diagnosticado con esquizofrenia paranoide.

En 2010, el autor guayaquileño Fernando Itúrburu escribió: “cuando quedó claro que Pedro no estaba interesado en la fama de sus crisis para venderlas a la ‘intelectualidad’ ecuatoriana, los otros se distanciaron para convertirse en poetas oficiales”.

amantes, amigos, autoridades, / jodidos golpes me han dado. / si supieran lo que llevo adentro: / legiones de diablos / que no me dejan dormir. / […]

Ese distanciamiento quizá explica por qué Pedro solo fue nominado por primera vez en 2021 al premio Eugenio Espejo, que al final no lo recibió. “Me satisface que me hayan tomado en cuenta, pero sé que nunca lo voy a ganar”, dijo durante la entrevista para Mundo Diners.

Según la autora de ‘No es fácil ser Gil’, “se sentía muy discriminado por el periodismo cultural, por la crítica, por la academia ecuatoriana”.

En una entrevista para diario El Comercio, Gil afirmó que la calificación de ‘poeta maldito’ se convirtió en un estigma que pesó mucho en su carrera. Aunque no se puede negar que, como sostiene Balladares, “también lo asumió, esa máscara se le pegó un poco al rostro […] Él también se jactaba de ser ese poeta maldito”.

Sin embargo, es cierto que luego de más de 30 años de carrera, Pedro Gil era una persona diferente que no quería seguir cargando con ese rótulo.

“La conclusión a la que llegó en el diálogo que tuvo conmigo es que no quería ser conocido por eso y luchó toda su vida para salir de eso. Él hizo el mayor esfuerzo que pudo para sacar lo bueno de sí, para que la gente que lo quería estuviera tranquila”, reflexiona, por su parte, Abril.

El último infortunio

Los últimos años de su vida, Pedro Gil Flores residía en la Comunidad Terapeútica Juntos Podemos, frente al mar y con la pluma en mano. Mientras coexistía con la recuperación, daba terapia a otros internos. El último libro que publicó se llama Ángel Recaído. Parecía que había hecho las paces consigo mismo y con el Dios que había elegido creer.

una leyenda viviente, ese soy yo. / vivo y muero gratis. / no cobro a nadie, / ni siquiera al desamor

Lo que se sabe de su muerte es que lo atropelló un camión durante la noche del 21 de enero. Su cuerpo solo fue identificado cinco días después, el 26. De su muerte no hay necesidad de más detalles. 

Sencillamente nos queda encontrar más colores en su poesía para intentar, a cada una de nuestras maneras, terminar de pintar su retrato.

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