Lo nuevo-REC

“No nos estamos ahogando todavía”

By Marcos Echeverría Ortiz

May 20, 2015

*Para mejorar la experiencia, lee este texto mientras escuchas Muñeca, Todos Somos Pescados y El Amor Se Va. 

El dúo toca sobre el escenario y el poco público está dividido. La primera mitad son amigos y unos cuantos hipsters. La otra, ni siquiera se para de sus mesas y ven espantados a las siluetas, cada vez más movedizas, que los rodean. A los sentados ya ni les interesa, a pesar del ruido, siguen su plática.

La última vez que Los Pescados lanzaron un disco fue en el 2012: Por la Boca Muere el Pez se constituyó en uno de los álbumes más sólidos del rock local. Fue y sigue siendo importante, pegó y todavía lo hace. ¡Es un hit!

La falta de toques, la escasez de discos y la poca presencia en redes ayudan a construir una percepción cada vez más mística sobre la banda. La falta de información y exposición te atrapa, y cuando la banda anuncia gira, se siente como si un pana de la adolescencia, ese tipo relajero y alocado con el que no tienes contacto y que vive muy lejos, te dijera que está de regreso (aunque sea por un tiempo).

– ¿Saben que les consideran una banda de culto?

– ¡Qué! Jaja ¡Vésijue!-, dice Nelson Corral (guitarra y voz)

– En serio.

– ¡Na, se vuelven locos cinco panas nada más! Jaja-, intuye Juan Fernando Andrade (batería).

La primera fecha de la gira fue el bar Strawberry Fields de Quito. Aparte del público que ya estaba adentro, muchos otros no pasaron de la entrada cuando el portero te decía:  “El cover está a 20$ (obligatorios). 10$ por la música en vivo y 10$ son consumibles”. Si abogabas por el único interés de ver a la banda, no importaba. Este es un bar aniñado.

Juan Fernando dice que desde hace mucho tiempo atrás abandonaron la esperanza de vivir de la música. Sí, como muchas otras bandas de la escena. Algunos ya no tocan y otros lo hacen espontáneamente, como ésta. Nelson vive en Puerto Rico, un pueblo manaba frente al mar, sin internet y casi incomunicado; Juan Fernando vive en Quito y es periodista. Casi nunca se ven y se hablan muy poco. ¿Por qué siguen juntos?

“Por la curiosidad de saber qué hay más allá. Si no hubiese eso, no nos volveríamos a juntar”, dice Juan Fernando. “Sí, primero hay un coqueteo porque nos ofrecen fechas. Juan Fernando me dice: ‘tú me regalas una semana en Portoviejo y yo te regalo una en Quito’. Este man arma una novela, un compromiso y ya pues, comenzamos. También es una necesidad por desenterrar las canciones que tienes por ahí”. Ambos tienen clara que su dinámica para crear música es presencial, a la distancia nunca ha funcionado y nunca lo hará: por eso aprovechan al máximo cuando les cae un toque. De hecho, cuentan que todas sus canciones han emergido de los ensayos. Sin esa conversación musical, nunca hubieran salido del mar.

Nuevo aleteo

El concierto ¡bien! Potente como siempre. La fuerza se siente: esa guitarra blusera te penetra y la bataca, púm, púm, púm, golpes sólidos en tu cuerpo. Aunque los hipsters se escondan tras sus gafapastas y no bailen, los panas y uno que otro fan sí la vive: se lanzan y sudan, cantan, se derriten.

¿En qué momento está la banda? Ambos se ven a las caras y ríen. Habla Juan Fernando: “Completamente inesperado. No sé ni siquiera como empezar a responder esa pregunta. Pero sí mantenemos una intención no dicha de sorprendernos a nosotros mismos. Si a mí no me sorprendería lo que toco, no lo haría”.

Plan no hay y nunca ha habido. En esencia, esta es su filosofía y más que un error, ha sido un acierto. Como están separados, son libres de ver la cotidianidad como motor de búsqueda individual, que después, al juntarse, termina en nuevas canciones.

A finales de este año están pensando en grabar un nuevo disco para sacarlo en el 2016. Hay nuevas canciones: unas escondidas, ya hechas, y otras que están despegando. Pregunto si con el pasar de los años su discurso ha cambiado. Tienen un poco más de 10 años de historia, tres discos, cientos de toques y ya no son los 20 añeros con intensiones de supervivencia musical. ¿De qué nos habla lo nuevo? “Es lo mismo de siempre, jaja. En realidad no, pero siempre hay una intención de tener un sonido que no sea igual. Aunque yo vivo metido, no consigo nueva música y siempre escucho la misma. Pero Juan Fernando vive acá y cacha lo que está pasando. Ahí nos metemos en nuevos sonidos, nuevas influencias”.

¿Aún hay rock?

Es evidente que en la escena actual (conformada por bandas de los últimos 5 años) hay pocos, contados proyectos de rock. La tendencia va hacia lo experimental atravesando por un indie con tintes pop. No es un reproche cegado por el purismo, simplemente la tendencia ha cambiado y las propuestas actuales creen en la estética como sinónimo de sofisticación. Esto lo defienden músicos y público, sino vea cómo estuvo de lleno El Carpazo.

¿Qué les parece el estado actual del rock en nuestra escena? Nelson contesta: “El año pasado tocamos con la Tripulación de Osos, una banda con harto power. Los Alkaloides y El Extraño, ¡buenos!”. “Sí, buenazos. Pero en general siento que hay dos cosas: una especie de profesionalización del rock que tiene que ver con la escuela de música de la USFQ. Antes uno iba a tocar con lo que le pongan. Ahora la gente está preocupada por dar un show de calidad y eso se ve en la afluencia del público, y ha sido una comunidad creada por lo propios músicos y tiene mucho mérito. Pero hay un riesgo también inmenso. Aunque suene incongruente, hay gente tocando demasiado bien y bandas más preocupadas por  llegar al tono que por decir algo, y eso no me emociona para nada. Es como ir a la casa de alguien e ir a verlo hacer deberes. Es culpa de la USFQ por una cosa dictatorial de enseñar jazz a todo mundo. Y es como un virus que se está expandiendo a Guayaquil, esperemos que no llegue.  Y en este momento efervescente de la política nacional no hay alguien que esté hablando con lucidez sobre lo que está pasando. Los músicos no están comprometidos con nada, no tienen la obligación de estarlo, pero me gustaría que estén”, dice Andrade.

Vivir en el rock

¿Quieres saber cómo es vivir el rock? Toma, carga, así es vivir del rock”, dice Juan Fernando. Son casi las dos de la tarde y estamos afuera del bar. Los dos pescados sacan sus instrumentos del carro y uno de ellos me da parte de su batería. Faltan horas para el concierto.

Ambos comienzan a instalarse mientras esperan la llegada del sonidista. “Nosotros vivimos el rock un mes. Yo trato de hacerlo de la manera más ejecutiva posible. Ver dónde ensayamos, con quién hay que hablar, el afiche, el bar, cuánto vale el estudio. La parte burocrática es horrible. Acá el señor es la estrella, jaja”, dice Juan Fernando.

Estos dos tipos son sencillos, sin pose de rockstars. Es incongruente que en este país hayan “estrellas”, cuando los únicos recursos para fomentar y hacer crecer la escena vienen de las mismas bandas.

– Ser fan de Los Pescados es difícil, porque nosotros lo hemos hecho así por las circunstancias-, dice Juan Fernando.

– Si para uno es difícil. Somos muy egoístas con la gente que nos escucha. Tienen que escribirte unas 5 veces al FB para pedirte un disco. Pero es que nadie lo tiene, ni yo, ni él. Pero esas cuatro tocadas al año te incentivan a hacer algo nuevo, te meten el bicho de poder hacer otras canciones. En el concierto vamos a tocar uno o dos temas nuevos-,  agrega Nelson.

– Ja, cachas: somos una banda casi de hipsters, esa banda que nadie ha escuchado. Solo nos cachan como 50 manes. Esos manes son verdaderos hipsters, jaja.

– Si logras conseguir más de esos hipsters maricón, pss…¡estamos! 

Vivir en el rock, no del rock. El concepto ha mutado y se ha transformado a lo largo de los años. Se acuerdan que cuando lanzaron “No Somos Siameses” (2010), su disco en vivo, sí existía una condición más juvenil de sobrellevar y aprovechar los momentos relajosos que les daban las noches de rock. “Los 4 primeros años fueron borracheras. En ese disco fue la única vez que nos cuidaban, nos tenían cuarto, carrito, y siempre había trago y droga”, habla Nelson.

En ese mismo punto, bromeaban que Los Pescados se convertirían en Pixies. Es decir, que en 20 años podría haber una gran banda ecuatoriana que llenaría el Estadio de River, y que cuando la revista Rolling Stone los entrevistara, esos manes dirán: “Sí, ah, nosotros escuchábamos Los Pescados”. Esa frase distante y futurista les hacía pensar, mientras reían, que ese sería su momento de pegue: ya sea para reunirse de viejos, justamente para abrirle a esa banda.

Esa época de alucinaciones, toques fuertes y rock & roll veinteañero auspiciado por el alcohol, era increíble. Ambos coinciden que fue brutal. “Ahora lo más divertido es tocar bien. Ya no hay mayor recompensa que eso. Por más ñoño que suene, la mejor droga es la música”, dice Juan Fernando. Nelson asiente, entrelaza sus manos y desata su comentario final: “Aún nadamos de vez en cuando, todavía estaremos aleteando por ahí”.

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