La Trueca

por Radio COCOA

*Taller de disfraces para niños

Hay muchas cosas que me dan curiosidad por aprender. El lenguaje de señas, hacer figuras de plastilina, poder tocar algún instrumento y estar en una banda; miles de cosas que se han cruzado por mi cabeza, como un tingazo  de curiosidad, que han hecho por un microsegundo, imaginarme en la situación de dominar todos esos conocimientos. Yo, hablando con un sordo… yo, haciendo figuras de plastilina para películas animadas de Pixar o yo, anunciando mi próximo concierto.

Algunos de esos tingazos de curiosidad han sido sacudones que han determinado mucho de mi realidad actual, pero otros han tenido que ser anotados al final de la lista. Hay cosas que uno debe escoger aprender primero que otras. Eso porque la gran mayoría tiene un intermediario, o sea hay que pagar para aprender.

Taller de Golos

Pero el domingo pude hacer una de esas cosas que nunca pensé. Aprendí a construir un golo a cambio de un poco de comida y papeles que tenía de sobra en mi casa. Solo tuve que llevar un palo de escoba. Lo cortamos según el tamaño que queríamos, lo forramos con el caucho de la llanta de una bici vieja y después lo decoramos.

Paolo Cruz, el instructor de la clase, había aprendido estas artes en México y tenía unos golos de colores brillantes, hechos por él. Con dos palos, lanzaba el golo de un lado al otro y lo hacia girar. “Cuando ya lo tengas arriba, hazle girar, es facilito” me dijo. Pero el golo no se despegó del suelo. Es más fácil construir uno que saber jugar con él.

Cuando se acabó la clase, todos nos reunimos en el jardín del Mundo Juvenil. Había una gratiferia, o sea, todo lo que ofrecían era gratis. Y uno se imagina que por ser gratis, es feo o destartalado, pero no. A cambio de las papas que llevé para la hora de la comida (la Pambamesa), me quedé con un saco bien chévere. ¿De quién habría sido? ¿cuantas veces se habría utilizado? ¿para que ocasión la dueña original se lo habría puesto por primera vez?.

Debajo de un árbol, un chico tocaba la gaita. Qué difícil debe ser practicar ese instrumento en la casa de uno, sin que un vecino se queje por ese sonido tan fuerte que tiene, pero en este contexto, el jardín del Parque parecía un mercado medieval.  Los niños vestidos de pájaro salían de su taller de disfraces, otros salían de su taller de mecánica de bici y nosotros con nuestros malabares.

*La Pambamesa

A las 14.00 fue la hora del almuerzo en la Pambamesa. Nos repartieron hojas de achira para utilizarlas como platos y escoger la comida de “buffet”. Maqueños con queso, arroz con frejol, pastelitos de maíz y diferentes postres.

Así, el primer día de La Trueca terminaba. Todos sentados en el jardín comiendo desde la hoja de una planta, en medio del sol de los últimos días de verano.

El trueque tiene una suerte de ritualidad. Las cosas parecen enseñarse con más naturalidad y uno no se siente aleccionado. Las cosas, como la ropa, también tienen un valor diferente al que uno podría encontrar en una tienda. Llevan una incógnita con ellas que quizás uno nunca podrá resolver. Tienen un valor de historia. Eso que es indescifrable y mágico.

La Trueca tiene previsto realizar varios talleres hasta el mes de diciembre, en diferentes lugares de Quito. Si quieren inscribirse en algún taller o si piensan que pueden dar clases de algo que quieran compartir, pueden ingresar a esta página web:  http://tradeschool.coop/quito/class

*: fotos de La Trueca

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