¿Qué significa vivir en el margen de la sociedad? ¿Qué puede haber de gracioso en que haya muerto un hombre a puntapiés? El actor/director español Aarón Navia busca inquietarnos con esas preguntas en su puesta en escena del célebre cuento de Pablo Palacio «Un hombre muerto a puntapiés».
Yo no sé en qué estado de ánimo me encontraba entonces. Lo cierto es que reí a satisfacción. ¡Un hombre muerto a puntapiés! Era lo más gracioso, lo más hilarante de cuanto para mí podía suceder.
Con esas palabras macabras se nos presenta el narrador de «Un hombre muerto a puntapiés», uno de los cuentos más reconocidos de Pablo Palacio, autor lojano famoso por navegar al margen de las corrientes literarias de su época y por su predilección para explorar los rincones más oscuros de la naturaleza humana, el misfit de los autores ecuatorianos.
Palacio se cruzó en el camino del dramaturgo español Aarón Navia hace casi un año y de aquella lectura fortuita surgió un «hecho teatral» en formato de monólogo. Ahora llega a Quito para inquietarnos y encararnos con nuestros propios rincones oscuros. Todo esto mientras se conmemoran 70 años de la muerte de Palacio y 20 años de la despenalización de la homosexualidad en Ecuador.
«Un hombre muerto a puntapiés» es una obra clásica de la literatura ecuatoriana, tanto así que se incluye en el pensum de literatura de muchos colegios. Pese a su brevedad, guarda dentro de sí una potente crítica a una sociedad violenta y represiva. Palacio situó su cuento en Guayaquil y pintó el retrato de un mundo de calles oscuras, malolientes y llenas de humo y violencia para aquellos que son «extraños» o «distintos». Quizás la realidad no ha cambiado tanto. Pese a que el cuento fue escrito en los años 20, sigue resonando con fuerza hoy en día en quienes lo leen con atención.
Eso fue justamente lo que le pasó a Aarón y luego a Norberto Bayo, su principal colaborador (encargado del diseño sonoro de la obra), cuando se toparon con el texto recién llegados a Guayaquil, siendo extranjeros y homosexuales. De alguna manera encontraron muchas capas de identificación con el personaje que sufre el ridículo y fatal destino del cuento de Palacio, dado que ellos también se sentían como seres alienados.
El vínculo con el texto fue casi inmediato y muy profundo, y por eso, Aarón decidió lanzarse a ponerlo en escena: «Estuve leyéndolo más o menos un mes, diciendo: ‘aquí hay mucho teatro pero no sé cómo carajo hacerlo’. En mi proceso personal-profesional es la primera vez que me animo a dirigir y actuar en el mismo espectáculo. Dediqué más o menos los dos primeros meses a conceptualizar cómo quería que fuera cada momento, cada escena, cada personaje y tal, para luego meterme a hacerlo con el cuerpo», dice al respecto.
Su versión de «Un hombre muerto a puntapiés» utiliza el texto de Palacio de forma cien por ciento literal, y a partir de él construye un hecho teatral unipersonal, en el cual un solo intérprete andrógino, encarna a todos los personajes desde el punto de vista del narrador del cuento.
Aarón comenta que para dar vida al personaje central de su hecho dramático se inspiró en los hikikomori, a quienes la cultura japonesa define como personas que deciden adoptar un estilo de vida en condiciones de aislamiento extremo, de alienación total de la sociedad. En la misma línea de pensamiento, decidió adoptar la hakama japonesa, que es una especie de pantalón-falda, para poder representar visualmente la dualidad masculino-femenina de su personaje.
Finalmente, para terminar de construirlo, se apoyó en el maquillaje blanco y en una capucha del mismo color como un recurso teatral técnico para crear un «neutro» que le permitiera cambiar de personaje varias veces durante su monólogo.
El trabajo fue muy introspectivo y muy intenso. Durante aproximadamente 5 meses, Aarón se dedicó a diseñar al personaje para convertirlo en un ser que desafía las nociones de género tradicionales con su presencia, su gestualidad y su tono de voz. A través de él, la obra plantea una deconstrucción muy interesante de la masculinidad y saca a relucir el morbo que puede existir en cómo la sociedad trata a los «marginados», a los «viciosos» y a los «vulnerables» en el contexto de la violencia de género.
Estos temas se volvían especialmente neurálgicos en el contexto del aniversario de la despenalización de la homosexualidad, y por eso Aarón y Norberto decidieron traer la obra a Quito desde Guayaquil, donde se estrenó originalmente en junio, a través de su propia compañía, Lacosacultural. Para darle viada al recorrido de la obra en Quito recurrieron a la ayuda de Ángel Escobar, quien se unió al proyecto como productor asociado través de su compañía TG Producción y Comunicación.
El trabajo de actor/director se probó muy desafiante para Aarón, por lo cual la participación de su equipo se tornó clave desde muy temprano. Sin duda Amaranta Pico, su diseñadora de luces y Norberto, el diseñador sonoro, aportaron muchísimo a la construcción del relato y a la interpretación de Aarón a nivel técnico y conceptual.
«Lo más complicado que Aarón me propuso a la hora de sonorizar la obra era la necesidad que él tenía de darle play a una pista y que durante los 32 minutos que dura el cuento, no pueda haber ni una parada», cuenta Norberto sobre el diseño sonoro. Para ello, leyó el texto a su propio ritmo intentando descifrar la forma de traducirlo a «paisajes sonoros» que permitieran contextualizar la interpretación de Aarón sin convertirse en una distracción.
«El sonido está producido con un diapasón, una sordina, un vaso de cartón, agua y dos granadas, para morder. Desde ahí se va construyendo todo desde el vicio, tomando en cuenta las frecuencias de la voz de Aarón para que también le ayudase a cambiar en el discurso narrativo porque hay tanto frenetismo en él», añade.
Su primera semana de temporada acaba de pasar y se preparan para la segunda con optimismo después de la experiencia intensa que tuvieron en los micro-teatros de Guayaquil. Aarón recuerda especialmente una función en la que un hombre en una de las primeras filas no pudo mirarlo a los ojos durante ningún momento. Esa incomodidad le ayudó a él de alguna forma a recalcar la intensidad de sus cambios de voz y su movimiento escénico. Norberto piensa que de algún modo lograron reconstruir el cuento de Palacio y que el shock provocado en el público deriva del hecho de que lo hicieron, sin alterar ni una sola palabra del mismo.
La obra nos propone estudiar a fondo nuestra visión del género y la sociedad en la época en la que vivimos. O, en palabras de Aarón: «Me parece interesantísimo cómo Pablo Palacio lo plantea en el cuento, porque precisamente lleva a este ser en los márgenes de la sociedad al límite de su propia marginalidad: estar a punto de tratar de hacer algo con un muchacho de 14 años. Hay que dejar en claro que los derechos humanos son derechos humanos, no son: ‘a ver lo que tú hiciste para ver si te lo mereces’. Entonces si tú cometes un delito hay un sistema de derecho que puede tomar las acciones que correspondan según la ley. Pero, tomarte la justicia por tus manos y asesinar a una persona por que abrazó a un niño, porque eso es todo lo que dice el texto: abrazó, entonces ahí nos estamos pasando de roce.»
«Un hombre muerto a puntapiés» continúa su segunda semana a partir de mañana, martes 14 de noviembre en doble función a las 19h00 y a las 21h00 en el Café Democrático del CAC. Después tendrá un breve paso por el Festival de Artes Escénicas de Loja, antes de volver del 28 de noviembre al 2 de diciembre en La Cafetina. Si quieren ir a verla, pueden revisar toda la información que necesitan aquí.