La rabia vista desde varias perspectivas

por Radio COCOA
Después de montar y dirigir su primera obra teatral en Guayaquil, Sebastián Cordero la trae a la casa museo Muñoz Mariño de Quito. Se trata de una versión inmersiva de Rabia, su tercer largometraje. Presentamos aquí una pequeña aproximación a ella.
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Después de aparecer como película hace 10 años, Rabia vuelve. Esta vez, en los escenarios / Foto: Martín González Sánchez

A menudo, cuando consumimos una novela, una película o una obra de teatro que podemos calificar de convencional, vemos, por el tiempo que dura ésta, un orden narrativo que, en general y salvo buenas excepciones, nos entrega explícitamente lo más importante. Todo lo que debemos ver está dispuesto allí, en una sucesión fácil de entender. No hay otras opciones que puedan afectar la experiencia y agregarle más matices.

No ocurre así con obras que desafían el modo más común de contarnos algo. Desandan los caminos, trastocan nuestra comodidad y nos recuerdan que, como seres humanos, no tenemos el don de la ubicuidad. No siempre podemos verlo y saberlo todo, y no vemos los mismos lados de la historia que los demás.

Y no obstante lo comunes que son ahora este tipo de obras, toparse con la versión teatral de Rabia, de Sebastián Cordero, es toda una experiencia nueva, que merece disfrutarse. ¿Por qué? Porque, básicamente, nos vuelve a contar, de una manera muy distinta, una historia que ya vimos en el 2009, en las salas de cine.

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Después de aparecer en una película hace 10 años, Rabia vuelve. Esta vez, en los escenarios / Foto: Martín González Sánchez

En aquella época, la adaptación fílmica de la novela del escritor argentino Sergio Bizzio nos sumergió en una trama densa, llevada a cabo en un ambiente claustrofóbico. Y precisamente por ello, la película mantuvo la tensión narrativa. “Lo que me interesó desde un principio fue la idea del encierro, la claustrofobia, la idea de trabajar una película donde uno de los retos sea estar metido adentro, lo de la claustrofobia como un reflejo de la obsesión, de los celos”, recuerda Sebastián Cordero.

10 años después de rodar en España —locación que le dio grandes matices a la obra, al poner sobre la mesa el tema de la migración—, adonde Cordero había llegado por motivos relacionados con la producción, el director de cine ecuatoriano vuelve a contar la historia de Rosa y José María. Esta vez lo hace a través de las posibilidades del teatro, y lo hace en Ecuador, con los espacios de una vivienda como escenario. Aunque no por primera vez.

La obra ya fue montada el año pasado, en Guayaquil. Y la principal diferencia entre la puesta en escena de la obra en Quito y Guayaquil es la estructura de la casa en la que toma lugar. Si bien es consciente de ello, a Cordero le gusta el reto de armar la obra en distintas ciudades.

“Ya si te pones a pensar, no es que ves tantos espacios ni tantos lugares, ni aquí ni en la de Guayaquil. O sea, te da la impresión de que viviste un montón de cosas, y desde distintas perspectivas. Y buscarlo en distintos lugares es algo que me da mucha curiosidad”, señala.

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Sebastián Cordero da una explicación antes de que la obra comience / Foto: Martín González Sánchez

Y es que la perspectiva es algo fundamental en la apuesta del director. En la obra de teatro de Rabia, Cordero se decanta por presentar al público dos maneras de experimentar la misma trama. Al principio de la visita, luego de entrar en un pequeño cuarto que también figurará en el desarrollo la trama, nos explican las instrucciones: a partir de ahora, el público se dividirá en dos grupos, rojo y azul.

En un inicio, mientras uno de los grupos correrá escaleras arriba, el otro irá directamente al patio central. Cada integrante de los grupos deberá seguir, en cada cambio de acto, a un guía, quien, en la oscuridad, ordenará sus pasos y lo conducirá a un nuevo lugar desde el cual podrá ver un nuevo fragmento de la acción.

Habrá momentos en que ambos grupos verán, desde un lugar distinto, el mismo acto. Habrá otros en que cada grupo verá un acto distinto. “La idea de los dos grupos surgió de la idea de que… en una misma casa hay cosas de las que se entera alguien y otro no. Trato de reflejar la idea de que no estás viendo todo. Siempre estás viendo desde una perspectiva”, señala Cordero.

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Los grupos experimentan la acción desde distintas perspectivas / Fotos: Martín González Sánchez

De esta manera, la obra, que no será igual para los dos grupos, acabará por construirse a través de una combinación entre lo que se ve y lo que no se puede ver. Todo ello gracias a la elaboración del guion, que va ofreciendo varias pistas para que quienes se pierdan de algo lo reconstruyan posteriormente, incluso aquellos que jamás han visto la película. Nada queda al azar. Ni siquiera la visualidad.

Cineasta puntilloso, Cordero trasmite al teatro su precisión al armar los planos de las películas. El efecto que ello produce es que, por momentos, el espectador tiene la impresión, más que de presenciar una obra de teatro, de estar viendo una película.

«Lo que tiene que ver mucho es el tema de dónde está el público, desde dónde se ve bien en este momento… Si es chévere pensar cómo se vería bien, si la tele va a estar prendida. Ya es una imagen que funciona desde los sitios en que vas a estar… Es bacán ver algo y que se sienta cinematográfico. La idea es que se te quede la imagen», explica el director.

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Más allá de la trama y la experiencia, en Rabia encanta la visualidad / Foto: Martín González Sánchez

A los espectadores no nos queda duda de que estamos viendo la obra de teatro de un cineasta. Todo, desde la utilería, cuidadosamente dispuesta, hasta la forma que tienen los personajes de salir de escena, nos recuerda mucho la experiencia del cine.

«Siempre, como director de cine, la tentación de hacer teatro está presente. Yo siento que mi cercanía al cine inicia con lo visual, la música, lo sonoro. De hecho, siento que la trama es algo que me demoré mucho más en cachar, en entender por donde va la cosa» -Sebastián Cordero.

Ello no significa que Cordero no haya lidiado con las dificultades de incursionar en otro medio. Una de los grandes obstáculos que tuvo que atravesar el director fue la imposibilidad de repetir un acto o una escena. En esta oportunidad, el perfeccionismo de un cineasta muy amante de la edición debió aplicarse al proceso de prueba y falla que proporcionan los ensayos teatrales.

«El proceso es distinto. Para mí ha sido un cambio de chip en cómo trabajo con actores, porque aquí se trabaja con la repetición. Para mí es importante que, si hay veinte funciones, todas estén a la altura… Es, a través de las repeticiones, lograr encontrar la verdad. En el cine, en cambio, si yo consigo una vez el momento está bien», puntualiza Cordero.

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Sebastián Cordero supervisa el ensayo de Rabia / Foto: Martín González Sánchez

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Las interrogantes surgen en nuestra mente en cuanto Jose María (Alejandro Fajardo), el infortunado protagonista de la historia, reducido a un decadente cuerpo enfermo, exhala su último suspiro en brazos de su amada Rosa (Carla Yépez), y, segundos después, sin la necesidad de la caída de un telón, el público empieza a soltar los aplausos: ¿logra el director su cometido? ¿Ha hecho que efectivamente estemos convencidos de la verdad de lo que acabamos de ver? ¿Funcionó la narración, el manejo de las perspectivas?

Mientras pensamos en eso, al más puro estilo de los perfeccionistas que no se dejan cegar por un aparente acierto, Sebastián Cordero abre una ronda de preguntas. Pide que todo lo criticable sea criticado. Los asistentes, que forman un grupo nutrido, abundante en aficionados al cine y al teatro, empiezan a levantar las manos.

Coinciden en que les gustó la obra, pero tienen sus reparos. Uno critica los desplazamientos de los grupos que presencian la obra. No siempre son precisos. Otro señala que hacen falta algunos ajustes en la transición entre las escenas y actos. Un tercero indica que el truco de que los protagonistas se comuniquen a través de un celular no está del todo logrado. Un cuarto incluso ha notado que cuando Rosa llama a José María desde su celular, el nombre del contacto no corresponde al suyo.

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La muerte de Jose María en la escena final de Rabia / Foto: Martín González Sánchez

Cordero recibe estoicamente los comentarios y los agradece. Reconoce varios de los puntos, tanto los errores que le marcan como los elogios que le hacen. Pero no deja de mencionar que la obra que acaba de llevarse a cabo, ese miércoles 9 de enero, no es sino un ensayo de lo que está por venir la siguiente semana.

Una vez terminadas las preguntas, se queda charlando con algunos asistentes y con los propios actores. En uno de los resquicios que dejan esas conversaciones, nos acercamos a él. Nos escucha amablemente, sin dejar de preguntar si nos gustó lo que vimos. Después de fijar una entrevista con él para la mañana del día siguiente, nos retiramos de la casa museo Muñoz Mariño. En el trayecto de regreso hablamos sobre la obra.

Coincidimos en algunos puntos. Entre los más importantes está el logro general. Reconocemos estar convencidos, aun con pequeños reparos, de la calidad de la obra. Recordamos habernos llevado una buena impresión de la actuación de Carla Yépez y una agradable sorpresa con el desempeño de Orlando Herrera, quien interpreta a Álvaro, el desagradable hijo de la familia para la que trabaja Rosa.

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Los dos grupos presentes en la obra observan el desarrollo de ésta / Foto: Martín González Sánchez

Pero, a fin de cuentas, nuestra opinión no importa mucho. Deben ser ustedes quienes se formen una. Por eso, no hay mejor opción que ver Rabia en alguna de las funciones de las semanas siguientes. En esta oportunidad, ustedes estarán en presencia de una obra plenamente terminada, un producto bien afinado.

La cita comienza este miércoles 16 de enero. Es hora de volver a ver Rabia. Si ocurrió un milagro y salieron indemnes del cine cuando vieron la película, ésta es la ocasión para que salgan todo lo golpeados que puedan.

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