¿Cómo son y cómo pueden ser los conciertos de la nueva era post-coronavirus? Aquí un análisis…
Ya superamos el primer semestre de este año complicado —por decir lo menos—. La vida poco a poco trata de re-acomodarse mientras intentamos superar el desconcierto que la pandemia trae a diario. En medio de este panorama aciago e incierto, sabemos que todavía queda lejos el momento de regresar de forma totalmente presencial a un concierto. Sin embargo en los últimos meses hemos visto cómo el concepto de “en vivo” se va acoplando rápidamente al distanciamiento social y a las nuevas posibilidades de la tecnología.
Añoramos ver a nuevamente nuestras bandas y músicos favoritos en carne y hueso -como debe ser-. Pero hasta que llegue ese momento vale la pena hacer una revisión de algunas iniciativas que han surgido de nuestro sector musical para sortear las dificultades. Con ellas, gestores, productores y artistas buscan reactivar poco a poco su principal fuente de ingresos, de forma eminentemente autogestiva, cabe recalcar.
LOS TELEFESTIVALES COMO PRIMERA RESPUESTA
La llegada de la pandemia a nuestro país fue un frenazo abrupto. Las disposiciones del gobierno cambiaban en cuestión de horas, reduciendo vertiginosamente las posibilidades de desarrollar actividades culturales, que implican inherentemente la congregación de personas. Finalmente, el 16 de Marzo empezó la cuarentena, y, con ello, cambió para siempre la vida que conocíamos.
La inminente recesión económica, la imposibilidad de juntarse físicamente y la falta de conocimiento previo sobre cómo organizar un “teleconcierto”, o peor aún un “telefestival”, fueron factores determinantes en este momento. Sin embargo, pese a las dificultades surgieron tres iniciativas valiosas: El “Tatequieto Fest”, el festival “Conectados” de Guayaquil y la edición virtual del “Párame Bola”.
“Conectados” fue el primero en tomar la batuta, con una rápida capacidad de respuesta encabezada por un grupo diverso de músicos de Guayaquil. Realizado a una semana del inicio del encerrón, fue el primer prototipo de lo que podría hacerse en medio del primer porrazo pandémico. Su operación fue sencilla. No contó con una plataforma generalizada, sino que invitaba a la gente a conectarse en el perfil de Instagram de cada artista para ver su show.
Le siguió el “Tatequietofest”, que reunió a 8 comediantes y casi 40 proyectos musicales. Sus organizadores, Daniel Pasquel y Gris Onofre, cuentan cómo el evento terminó siendo la decantación de una idea de “más alta calidad”, en medio de todas las adversidades, hasta llegar a algo realizable. Añaden que, en vista del cariz sombrío que estaba tomando la situación, era fundamental que el evento tuviera una finalidad “comunitaria y más humana”. Esto, en contraste con cualquier afán de comercialización.
El “Párame Bola” fue el último en sumarse a esta oleada de festivales virtuales, incluyendo por primera vez a artistas internacionales en su cartel. Su organizadora, Irina López, menciona cómo el “Tatequieto” fue su principal inspiración para seguir con la corriente, buscando “ayudar de alguna manera a pasar el mal rato”.
Todas estas iniciativas fueron gratuitas, lo cual las hace destacar como ejercicios eficaces de autogestión colectiva motivada por la buena voluntad. Demostraron un afán de mantener vivo al sector musical desde lo comunitario, unificando a los fans con los artistas por una causa común: el amor y la fe en la música. Fue notable que lograran generar tanta interacción, evidenciando el compromiso del público con su escena local.
También se presentaron ciertos aspectos no tan positivos y se evidenciaron cosas que podrían estar mejor con lo que llamamos “escena musical independiente”. La cultura del trolleo, por ejemplo, fue uno de los puntos más bajos de las transmisiones. No fueron pocos los “fans” malintencionados que aprovecharon los chats en vivo de estas plataformas para atormentar a artistas y presentadores con insultos y observaciones desubicadas. Se hizo evidente la necesidad de moderar mejor los accesos o de fomentar que los encuentros culturales virtuales sean espacios seguros.
La inestabilidad de la conexión que proveía Instagram, y su bajísima calidad de sonido también fueron un obstáculo para la experiencia. De todas formas, se entiende que el streaming no era una actividad tan popular en nuestro medio antes de la pandemia. Por ende, el conocimiento que se tenía sobre ella justifica un manejo técnico incipiente. Con el paso de los meses, se ha podido ver un salto gigantesco en este aspecto, con las ofertas actuales.
Finalmente, los carteles presentados recayeron, de una u otra forma, en algo que formó parte del auge de los festivales privados allá por el 2016-2017: falta de variedad. Sin el afán de desmerecer la entrega con que se montaron estos eventos virtuales, cabe recalcar que pudieron ser más abiertos o variados en su curaduría. Pocos espectadores elevaron críticas con respecto a este punto. Esto demuestra que queda mucho por hacer en términos de diversificar la oferta musical desde todos sus ángulos.
Pero al final del día, el balance es sumamente positivo. Estos festivales fueron muy constructivos y saludables para la comunidad musical. En su momento le brindaron un momento de alivio significativo al público. Incluso lograron un impacto considerable en las poblaciones que necesitan atención prioritaria (a través de la campaña de donativos del Tatequietofest).
En la ejecución de los telefestivales locales se presentan muchos rasgos compartidos con eventos internacionales: carteles numerosos, artistas tocando desde casa, un despliegue técnico de emergencia. La característica más destacable vendría a ser su carácter gratuito y humanitario. Estos shows fueron una práctica paliativa para lo emocional que seguramente respondía también al pensamiento de que “la cuarentena no podría durar tanto tiempo”.
Sin embargo, en vista de que el fin de la pandemia no vendrá tan pronto como quisiéramos, es lógico pensar que los conciertos iban a tener que mutar para ser económicamente sostenibles. Ahora, cabe decir que estos festivales fueron el cimiento de los shows de la “nueva normalidad”.
LA SEGUNDA FASE
El primer artista local en lanzarse al ruedo fue Guanaco MC, con un show por Zoom que también nos introdujo a la plataforma “Bou”. Este emprendimiento digital se define a sí mismo como un sistema de “economía colaborativa”. Hasta la fecha ya ha promovido la realización de varios espectáculos virtuales, musicales y teatrales, entre los que se cuentan shows de Círculo Artes Escénicas y Christoph Baumann.
Dar el primer paso siempre es arriesgado, y en este contexto lo era aún más tomando en cuenta la delicadeza del tejido social y de la situación económica del país. Llevar a cabo estos conciertos implica también una suerte de reconciliación con la “auto-promoción”. En su momento varios artistas dejaron de publicitar su carrera por respeto al momento caótico que vivimos.
Al difundir este concierto virtual como un suceso colaborativo, sus artífices tuvieron un acierto comunicativo. Con él, dieron la pauta al público para entender que estos eventos ahora son la principal fuente de ingresos del sector musical. En otras palabras: su salvavidas.
Los Swing Original Monks, con su “Zoom Apretaito”, también confiaron en la que ahora es la plataforma de videollamadas más popular del mundo. La producción de su concierto representaba un reto particular, dada la dispersión de sus integrantes por varios puntos del mapa: desde Tulcán hasta Ballenita. El éxito que tuvieron refleja una capacidad importante de adaptabilidad y de coordinación de equipo.
De su caso particular se podría inferir que los costos que se ahorran al no tener que movilizar a un equipo humano para un concierto se sustituyen por otras inversiones complejas. Está, por ejemplo, el proceso de autoeducación que los artistas deben asumir para poder filmar su participación de forma adecuada, y para dominar las limitaciones técnicas de cada plataforma. O en su defecto, la contratación de un equipo audiovisual que haga lo propio. Por otro lado, se cuenta la inversión en servicios de videoconferencia para que las transmisiones sean continuas; y en los servicios de internet, para que la conexión se mantenga estable.
Como alternativa a Zoom apareció una forma menos convencional de entender lo que significa “en vivo”, con las salas privadas de Youtube. Artistas como Álvaro Bermeo optaron por utilizarlas para hacer streams privados de material pre-grabado. Si bien esta experiencia no se asemeja mucho a un concierto, podría verse como una forma de sofisticación del lenguaje de la sesión musical.
Su show, llamado “Desde Quito Papá”, destaca por haber sido producido en medio de las limitaciones de circulación más estrictas que el gobierno impuso por la pandemia. Pese a todo, Bermeo y su equipo de producción lograron reunir a varios músicos y llegar a escenarios tan icónicos y poco convencionales como La Basílica del Voto Nacional. Su producto destaca por ser una muestra de recursividad en medio de un panorama logístico difícil.
Otra muestra de la ampliación conceptual que representan los conciertos virtuales vino de la mano de Cazurro y Fabrikante. Por iniciativa del ilustrador, montaron juntos un show en vivo que se transmitió por Zoom y que destacaba por su naturaleza interdisciplinaria. Fue una gran combinación de ilustración y música, que demostró cómo dos propuestas pueden expandir su potencial si saben medir y compartir bien sus fortalezas.
Fabrikante actuó como cuenta-cuentos y músico a la vez, hilando un entretenido relato sobre su visión de la muerte, con anécdotas llenas de realismo mágico. Su papel fue más o menos el de un juglar moderno, potenciado por las ilustraciones certeras e ingeniosas de Cazurro.
LOS VENUES VIRTUALES
A casi cuatro meses del inicio de la llegada del COVID-19 a nuestro país, ha empezado el surgimiento de los venues virtuales. Los hay de toda escala y para todos los gustos. EcoSonido, empresa nacional responsable de la producción de un sinnúmero de conciertos de gran escala, ha instalado su propio espacio con servicio de streaming: showsonline.ec. Es una tarima que remite a un escenario grande, como los que conformaron al festival Saca el Diablo, por ejemplo.
Siguiéndole la huella aparecieron los “Conciertos Increíbles”. Este proyecto de la Increíble Sociedad y agencias aliadas aprovecha las posibilidades que brinda uno de los estudios mejor equipados del país. Su oferta se basa, principalmente, en una calidad de sonido privilegiada. Podríamos decir que es la materialización de ese primer proyecto que imaginaron antes de hacer el “Tatequieto”. A la fecha han albergado shows importantes como la celebración de 35 años de carrera de Álex Alvear.
Casi a la par apareció la sala de SAP-TV, una nueva suerte de grupo mediático que evolucionó a partir de Sesiones al Parque. Ahora se preparan para recibir a Sal y Mileto, en un concierto que de alguna forma da continuidad a la celebración de sus 25 años; y también a Grecia Albán, que se presentará con un ensamble instrumental reducido pero contundente. Desde su aparición también han realizado varios streams de alta calidad con DJs locales, manteniendo así su carácter de vitrina para el movimiento de la música alternativa en nuestro país.
¿AUTO-CONCIERTOS?
Un paso más arriesgado adelante está 3VOL, acompañada por Nuevo Bravo como banda de apoyo. El trío de rock fusión decidió apostarle al “auto-show” como alternativa, en alianza con Soul AutoCine. Con ello buscan darle tracción a una etapa de promoción agresiva de su nuevo trabajo, que incluye un nuevo single estrenado primero en La Metro.
De todas, esta podría ser la inversión más arriesgada, por todas las complicaciones logísticas que presenta. Sumada a las restricciones para la circulación vehicular que han entrado en vigencia, está la dificultad de tener un aforo considerable. Dicho en términos prácticos: un auto con cuatro personas ocupa el espacio de unos 15 espectadores a pie. Adicionalmente, está el reto tecnológico. La transmisión de sonido en vivo por radio-frecuencia, y a gran escala, implica una configuración muy particular de los elementos técnicos que se usarían para un concierto normal. Esto podría ser un desafío considerable para los técnicos de escenario que trabajarán en este, u otros auto-conciertos a futuro.
Si bien la banda no es pionera en apostarle a la idea, sí lo será en ejecutarla. Le entran a la prueba con pie derecho gracias a la fanaticada fiel que los acompaña y que incluso ya ha agotado las entradas a su show. Este será su mayor asidero para llevar a cabo un evento de esta envergadura y con tantos retos. A partir de su experiencia se definirá mucho de la sostenibilidad de este formato.
Se espera que otras opciones aparezcan, y que quizás lo hagan en otras ciudades fuera de Quito. Es remarcable la forma en que los gestores y músicos alternativos locales han tenido que dominar una curva de aprendizaje muy aguda para poder sacar adelante estos proyectos, con sus formas diversas. A esto también se suma la importancia de aliarse con otros actores del medio. Ticketeras digitales como “Buen Plan”, por ejemplo, han demostrado ser un gran apoyo operativo.
Es seguro decir que recién estamos empezando a probar las posibilidades de los shows en tiempos pandémicos. Aunque representan una forma consistente de sostener al sector, esperamos no tener que depender de ellas por mucho tiempo más.
POR QUÉ NO DEBERÍAMOS ACOSTUMBRARNOS
La “Nueva Normalidad” es uno de esos membretes cliché que podrían confundirnos. Un mundo en el que el encuentro humano se mantenga como algo punitivo, no es un mundo al que debamos aspirar. Cabe puntualizar lo siguiente: la pandemia no es “una oportunidad para la reinvención”; al menos no primordialmente. Como fenómeno social, evidencia la fragilidad de nuestros sistemas y provoca un sinnúmero de cambios forzados a los que tenemos que observar con objetividad y con asertividad.
No se puede negar que ver a tu artista favorito “en vivo”, sentado con una chela y comida en el regazo, podría ser una experiencia por demás disfrutable. Dependiendo de la plataforma y el producto, incluso se puede pausar la transmisión para levantarse al baño, por ejemplo. En su defecto, asistir a ver un concierto en gajo con tus panas, en un solo auto, también podría ser atractivo para quienes tienen la posibilidad de hacerlo.
Sin embargo, estas experiencias mediadas por una pantalla o por un parabrisas, difícilmente podrán equiparar todo lo que un concierto implica. La emoción compartida, los gritos, la energía de la gente a tu alrededor, el pogo, los amigos que te haces entre el tumulto. Esas son cosas bellas y gratas que por ahora solo podemos extrañar. Los conciertos virtuales, o de distanciamiento social, deberían ser vistos como un reemplazo temporal, mas no como una forma de “evolución” definitiva. La comunión que implica la música en vivo es una forma de la necesidad humana elemental del encuentro físico.
Estos shows tampoco podrían ser un sustituto total para todos los problemas sistémicos de la actividad musical en nuestro país. Para empezar, menos de la mitad de nuestra población cuenta con conectividad en sus hogares, lo cual enfrasca los streams en un público con proyecciones limitadas por sus condiciones materiales. Y por otro lado, si se habla de conciertos con distanciamiento, serán pocas las personas que puedan costear una entrada (que será más cara que antes por considerar aforos más bajos), en las condiciones económicas actuales.
A medida que la pandemia vaya mermando, deberíamos tener presentes estas nociones para construir el camino de vuelta a los conciertos presenciales. Esperemos que esta “oportunidad para reinventarnos” traiga consigo ideas que permitan hacer de la música en vivo una experiencia más inclusiva y ampliamente difundida. No solamente algo cómodo y entretenido.
En este momento cabe remarcar que quienes podemos acceder a espectáculos “de la nueva normalidad” también tenemos en nuestras manos el poder de ser los primeros financistas del resurgimiento del sector musical.