La literatura dentro y fuera del closet: 4 libros que debes cachar

por Jorge Bayas Lituma
Hasta el final del mes publicaremos varios textos relativos a la celebración del orgullo LGBTI. Esta conmemoración busca, en particular, que la actitud de la sociedad cambie. Que exista un sentimiento de verdadera tolerancia entre todxs, y que, posteriormente, este sentimiento vaya más allá y se transforme en sensibilidad, respeto y empatía. Todxs tenemos los mismos derechos.

Nos encontramos en Quito, en las primeras décadas del siglo XX. Ya ha pasado el lapso en que la junta militar se encargó del gobierno. Isidro Ayora es el nuevo gobernante —su presidencia habrá de ser un periodo convulso cuya duración se extenderá por cinco años—. Asume el 1 de abril de 1926.

Ese mismo día, una efímera revista da noticia de un hecho siniestro e inverificable. Un oscuro narrador cuenta, en el texto de apenas unas páginas que lo recoge, que un ciudadano “vicioso”, a quien llama Octavio Ramírez, había sido asesinado a puntapiés por un obrero llamado Epaminondas —el mismo nombre de un general tebano que dirigió un poderoso ejército que derrotó a los espartanos y era conocido por las prácticas homosexuales de sus miembros—. Dado el nombre del agresor, la ironía de la vida parece ser especialmente curiosa, si no fuera porque lo relatado jamás sucedió.

En primer lugar, porque procedió de la mente imaginativa de un investigador, quien, apoyado en un uso poco riguroso del método inductivo, inventó una historia a partir de los datos obtenidos de la crónica roja y de un oficial de policía sin muchas luces. En segundo, porque el investigador tampoco existió. Fue apenas un personaje dentro de un original y frío cuento —“Un hombre muerto a puntapiés” —, fruto de una de las mentes literarias más adelantadas a su tiempo: Pablo Palacio.

El encuentro de la literatura con los debates que se sucederán, constantes y tenaces, a lo largo del siglo XX, en una sociedad de innegable tradición religiosa, era inevitable. Y había ocurrido muy temprano. Gracias a la pluma de un escritor que, décadas más tarde, habría de ser puesto al lado de las vanguardias y de los escritores raros del continente, como una suerte de precursor maldito. Este cuento fue un punto de partida, el tronco que se dividiría en muchas ramas hasta engendrar todo un conjunto de obras de considerable riqueza e interés.

Raúl Serrano, escritor y académico ecuatoriano / Foto: Jorge Andrés Bayas

“Aún con sus limitaciones, es un texto pionero para evidenciar la condición de unos sujetos. Antes no se lo había hecho de una forma tan descarnada como ocurre en ese cuento”, dice el ensayista y novelista Raúl Serrano. Gran estudioso de la literatura LGBTI de nuestro país, Serrano cree que ese cuento obliga a voltear la mirada. A darnos cuenta de cómo ciertas formas de comportarse están tan arraigadas en nuestro modo de ser que, hasta los individuos confinados a una posición secundaria en nuestra sociedad, como el obrero del cuento, perpetúan la violencia contra las minorías. Una violencia que nace de un pensamiento ideológico dominante.

El caso de Palacio fue muy temprano, muy sorpresivo. Salvo las excepciones de Humberto Salvador y Joaquín Gallegos Lara —quien, acaso sin proponérselo, fue pionero en introducir el amor lésbico en la literatura del país, en su cuento “Al subir el aguaje” —, la temática permaneció invisible, casi inexistente, por décadas, hasta los 70.

Desde entonces han surgido muchas voces que, con mayor o menor acierto, han traído el tema a colación y lo han explorado en un sinfín de formas y géneros. Cuentos, poemas, novelas, crónicas e, incluso, ensayos nos han recordado que, aunque la sociedad insista en sepultar ciertos asuntos, estos emergerán permanentemente, listos para desatar las formas más extremas de comportamiento y las opiniones más opuestas entre sí.

Mezclados con las reacciones de apoyo y comprensión, nacen los rechazos más virulentos y los comentarios más tajantes, sin un espacio en el medio desde el que se pueda construir un camino de tolerancia y empatía. “Hay instituciones cuyo rol es nefasto en todo el mundo. Nadie nace con los prejuicios encima. Somos modificados por circunstancias que nos hacen prejuiciosos. Dependiendo de ellas, nuestros prejuicios son unos u otros. Y esas instituciones no ayudan en nada para pensar en la posibilidad de una sociedad con derechos igualitarios”, señala María Auxiliadora Balladares, poeta y académica de la Universidad San Francisco de Quito.

María Auxiliadora Balladares, poeta y profesora de la Universidad San Francisco de Quito / Foto: Jorge Andrés Bayas

Para la poeta guayaquileña, la literatura puede ser uno de los lugares desde los que se puede elaborar una especie de respuesta y cuestionar muchas de las ideas que la sociedad busca imponer. «Ser lectores que responden a lo que leen es el ejercicio más político de la actividad literaria», añade.

Por supuesto, esta actitud sería imposible si no hubiera escritores dispuestos a encarar el tema. Algunos de ellos lo hacen desde la experiencia. Otros, desde la empatía y las lecturas que puedan hacer sobre ello, buscando superar un punto de vista limitado y abrazar otras subjetividades. Ello, sin embargo, ha entrado constantemente en materia de debate acerca de cuan legítima es esta tentativa.

«Como es un tema sensible, es jodido decir, por ejemplo: ‘yo voy a escribir una novela sobre la negritud’. Porque hay una cosa que tú no experimentaste. Hemingway decía que debes escribir sobre lo que sabes. Es una cosa jodida, porque uno puede leer, investigar y luego escribir, pero va a haber un feeling que no va a estar. Pero lo que yo cacho es que la literatura no es mimética. No está ahí para capturar lo real. Está ahí para mostrar la relación de lo real con el arte. No se le puede pedir a la literatura, ni siquiera al documental, que capture la realidad, incluso si la has vivido», puntualiza Esteban Mayorga, escritor y profesor de la Universidad San Francisco de Quito.

Esteban Mayorga, novelista y profesor universitario / Foto: Jorge Andrés Bayas

Para el escritor quiteño, por encima del tema que se escoja, importa mucho la forma: la estructura y los instrumentos expresivos. «Si yo escribo una historia sobre dos personajes (homosexuales) que se aman pero no cambio la forma, el tema sigue siendo anómalo. Si yo represento esa relación de una forma nueva, puede decirse que estoy contribuyendo de forma moral y política», precisa.

Como en otros asuntos a los que la sociedad a dado el nombre de «tabú», la literatura LGBTI muestra su unión inseparable con la política. Y, firmemente asido a la política, está el derecho, importante dentro de los cambios que experimenta la sociedad.

Es peculiar que, sin una intención de por medio, este artículo mencione a cuatro abogados que incursionaron en las letras. ¿Será acaso una mera coincidencia? ¿O será una muestra de la estrecha relación entre la literatura y los derechos humanos? Nadie lo sabe. Y quizá tampoco lo supo el abogado lojano, miembro del partido socialista ecuatoriano, al que se le ocurrió la historia de Octavio Ramírez.

En fin, con el ánimo de contribuir a esta discusión, te presentamos cuatro libros sobre el tema. Dos novelas, un poemario y un ensayo conforman un buen grupo de textos para comenzar a cachar la literatura LGBTI en nuestro país.

***

Salvo el calvario, Lucrecia Maldonado (2005)

Una novela conmovedora que juega con el espectro de las emociones nacidas de una amistad auténtica entre tres personas: Miguel, Fernando y Susana. No sabemos a ciencia cierta qué los unió. Apenas una ligera capa de aficiones y momentos nocturnos divertidos, de esos que terminan por romper el hielo, nos permite entrever el material que cimentó una relación honesta y libre de toda clase de intenciones nefastas ocultas.

El paso del tiempo, construido por una trama de anécdotas que acaban por tomar un cariz cotidiano, es decisivo, así como la tragedia. Gracias a esta última se revelan los sentimientos y deseos ocultos que la sociedad había aplastado en lo más profundo de las mentes de sus personajes. Ello lleva a un final nostálgico.

Un libro que quizá sea, por momentos, demasiado suave, ligero, como midiendo en exceso el impacto de las palabras y las escenas, pero que, en sus instantes más climáticos, llega a evocar toda la resonancia emocional —aunque no tanto la política— de El beso de la mujer araña.

Pequeños Palacios en el Pecho, Luis Borja Corral (2014)

Si Salvo el calvario nos queda debiendo en lo que respecta a la crudeza de la narración y, por instantes, parece enfocar su tema desde lejos, la novela de Luis Borja Corral sí nos da ese barniz necesario de honestidad, de intimidad. Para elaborar esta novela, el abogado y escritor quiteño ha construido unas alas enormes para sí mismo.

No priva a su narración de nada. Hay vómitos, diarreas, lagañas y escenas explícitas de sexo. Sin embargo, Borja no se regodea en eso. Su prosa no exhibe impunemente la crudeza de lo cotidiano para escandalizar a quien la lea. En lugar de eso, trabaja minuciosamente con el lenguaje, que es coloquial, pero, al mismo tiempo, muy cuidado y, hasta cierto punto, elegante.

El amor tumultuoso de Paco y Agustín se mueve entre una cotidianidad aburrida y una serie de hechos escabrosos y abyectos que nos sacan intempestivamente de ella. La historia se cuenta desde el punto de vista de Paco, joven quiteño de 26 años. Desde este somos testigos del lado hipócrita de la sociedad, que moldea sus individuos en medio de la vergüenza y las expectativas. Y, a través de esta mirada, también nos asomamos a los pensamientos más aleatorios de la mente humana, los cuales, si fueran expresados en la sociedad, provocarían toda clase de malentendidos y juicios apresurados.

Como detalle adicional, el texto está provisto de una gran banda sonora: fragmentos de letras de música popular están muy bien intercalados en la prosa del autor. Ello le da al texto una musicalidad que encantará a los melómanos.

Guayaquil, María Auxiliadora Balladares (2017)

“Para mí, la literatura siempre ha sido un espacio para dar cuenta del amor: del amor por mi familia, del amor por mi compañera, del amor por mis amigos, por los animales y, en última instancia, el amor por el mundo”, dice María Auxiliadora Balladares, acerca de su poemario.

La libertad formal que Balladares asume se encuentra a tono con su tema. En este poemario busca explorar la dimensión cotidiana del amor, que no solamente está compuesta por los momentos de felicidad y goce, sino también por las emociones oscuras ligadas a él. Y lo hace a través de poemas muy distintos entre sí en lo que respecta a su forma. Hay de todo: listas de partes del cuerpo, repasos prosaicos de los miembros de una familia y los poemas más cercanos a una definición tradicional. Un conjunto de lenguaje sencillo, con alusiones culturales muy bien disimuladas y atravesado por el erotismo y la ternura al mismo tiempo.

Guayaquil, Maria Auxiliadora Balladares

De las cenizas al texto, Diego Falconí Trávez (2016)

El académico y abogado Diego Falconí Trávez nos trae un ensayo de difícil lectura, pero construido con base en una propuesta muy provocadora. Lo es porque Falconí se apropia de las palabras —empezando por “sodomita” — usadas para estigmatizar a unos individuos dejados de lado en la sociedad y las usa a su favor, sin comillas, sin miedo. También adopta en su ensayo, construido con todo el rigor académico posible, la letra x en los plurales —“escritorxs” — y usa nuevos términos—“heteromaricontradictoria”—.

El resultado es un texto que, si bien requiere una lectura muy atenta, por la densidad teórica que lo sostiene, obliga pensar a contrapelo de la cultura. Así, Falconí cuestiona la figura de Pablo Palacio como piedra angular del canon de la literatura LGBTI en nuestro país. Y, asimismo, vuelca la vista a autores latinoamericanos populares, como Jaime Bayly y Fernando Vallejo, más allá de cómo han sido leídos por el mercado literario, encontrando nuevos aspectos a discutir en sus obras.

Por encima de todo, encontramos una voz provocadora que, con gestos desafiantes, busca atraer toda la atención posible para que se siga discutiendo un tema muy necesario en nuestra sociedad. Ya la introducción, donde Falconí da cuenta del exterminio indígena más allá de las discusiones más comunes sobre el colonialismo, poniendo sobre la mesa a la homosexualidad, nos anuncia la gran riqueza de este libro. Recomendadísimo.

Otros textos a tener en cuenta: Fiesta de Solitarios (1992) y Gabriel (a) (2019), Raúl Vallejo; On Display 2.0 (2010), María Fernanda Pasaguay; y la antología de cuentos Cuerpo adentro (2013), editada por Raúl Serrano.

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