La Escena Está en la Casa: la música en comunidad

por Jorge Bayas Lituma
Para los ambateños, el sentimiento de comunidad es una pieza muy importante de su labor.

Foto: PequeñoGato

Domingo, cerca de la medianoche. Mientras los habitantes de la ciudad duermen, obligados a ello por la cercanía del lunes —el día más difícil, el más incómodo, fatigoso y melancólico, y que, a diferencia de los que lo suceden, conserva siempre frescos los restos felices del fin de semana, en la memoria, en el cuerpo—, los miembros de un singular equipo permanecen despiertos. A despecho suyo, están agotados. El sueño amenaza con derribarlos. Las energías se agotan. A fin de cuentas, están contradiciendo una rutina implícita para la mayor parte de los seres humanos. Y sus exhaustos cuerpos, con obvia resolución, se los reprochan.

Pero no están dispuestos a cejar en su empeño. Es la única hora en que todos pueden juntarse y, con base en sus respectivos talentos, apoyarse y crear. Aportar. Dejar que la escena ambateña, tan importante para el país en décadas pasadas, vuelva sonar más allá de los márgenes de la capital tungurahuense. Y Alex Villacís y su equipo de socios, de compañeros, de panas, no están dispuestos a dejar que la oportunidad los eludiera.

Llevar la música de Ambato a todos lados

Hace dos décadas, Ambato era una de las grandes fuentes de la música ecuatoriana. Ahí había nacido, antes de que el famoso Quito Fest fuese creado, el Festivalfff, antecedente directo de los actuales festivales musicales del país. Ahí se habían formado y dado sus primeros pasos algunas de las bandas más emblemáticas del país, como Mortero, Cafeterasub e Infelices. Y, sobre todo, ahí había florecido un ambiente idóneo para que la música independiente del país crezca, nutra el circuito nacional y se cruce con él. Porque las bandas quiteñas también hacían escala en el centro del país para tocar.

Así lo recuerda Alex. En su memoria siguen presentes los días en los que, de chamo, tenía la chance de ver, en los festivales que organizaba, a grupos tan importantes como Descomunal o Madbrain. Y no sólo los veía lanzados en busca de hacer una presentación decente, sino de encantar, complacer al difícil y exigente público de su ciudad, siempre ávido de calidad, de potencia en lo que a música se refería. “Una vez, conversando con Descomunal, decían que, en ese tiempo, si el público ambateño te acogía y te hacía parte de él, tenías un chance mayor de pegar”, señala Alex.

Pero aquellos días dorados no duraron para siempre. Empezaron a esfumarse, a borrarse de la cotidianidad del país. El paso del tiempo consumió a las grandes bandas de la ciudad. El círculo de la carrera artística empezó a cerrarse inexorablemente, y la renovación generacional se hizo imperiosa. “Comenzaron a asumir su rol, no sé, de adultos, a rebajar su activismo y a desaparecer. Y así nace una nueva camada de guambras. Ahora, la escena rapera es bien fuerte aquí. Mucho de lo que más se hace acá está relacionado con el rap. Y luego viene una tercera etapa en la que están los Ziclos y otras bandas en esta onda. Son tres épocas que yo he cachado desde que estoy en la escena”, puntualiza Alex.

Ese cambio tuvo un precio. De pronto, la escena ambateña, que tanto protagonismo había tenido dentro de la historia musical ecuatoriana, empezó a languidecer. No tanto en el plano musical, que es, con la facilidad y velocidad con las que la música viaja a cualquier lugar del mundo en nuestros días, el que menos se resiente, si hablamos de cachar nuevas influencias. Sino en el plano de popularidad, de difusión. Mientras los artistas de las ciudades sobre las que se posaban las luces de los reflectores, como Quito y Guayaquil, se henchían de fama. Mientras su música era reproducida decenas, miles de veces, en las plataformas de internet, las bandas ambateñas tocaban en un circuito pequeño pero fiel.

Y fue eso lo que llevó a Alex a idear un proyecto de sesiones que llenase ese vacío. Un día, mientras buceaba en internet, viendo videos de Youtube, la síntesis se hizo en su cabeza: “Estaba emputado, muy cabreado de que acá en Tungurahua hay cosas que se hacen bien, pero tenemos un limitante de circulación de nuestras bandas, de nuestros raperos, de nuestros punkeros, a pesar de que en algún momento se decía que Ambato es la capital del rock. Pero últimamente el círculo se cerró bastante, y lo nuestro no se puede ver en otros espacios”.

Así fue como surgió un proyecto de tocadas espontáneas grabadas en un soporte que las hiciese más sencillas de difundir. Un producto de calidad para mostrar, en pleno 2019, que Ambato tenía buen material, para que los fans de la música independiente de otras ciudades, al escucharlo, se volviesen al poco tiempo fans de las bandas. Así nació La Escena Está en la Casa.

Después de que la idea se le impusiese a Alex, comenzó la búsqueda de apoyo. No fue sencillo, porque echar a andar cualquier proyecto de este calibre entraña dificultades prácticas que pueden desanimar a cualquiera, empezando por los fondos y los equipos necesarios. El material humano, eso sí, siempre estuvo a disposición. Amigos suyos, como Vico Salazar y Julio Valle, dos profesionales curtidos en el mundo de la música, no tardaron en sumarse. Sin importar que las ocupaciones de ambos redujeran el rango de días y horas disponibles para grabar a domingo y lunes, de siete de la noche a seis de la mañana del día siguiente.

Volviendo al asunto del dinero y los equipos, a Alex y a los demás les sucedió entonces algo que, al ver como funciona nuestro mundo —donde priman los intereses personales sobre el bienestar de la colectividad—, parece proceder de la más irrestricta irrealidad. Empezó a llegar el apoyo irrenunciable de todos, de amigos y conocidos, de raperos y punkeros, de la comunidad en pleno.

“Me encanta el sentido de comunidad que hay acá. La cosa en lo comunitario en Ambato es un sentir de familia”, dice el experimentado periodista y gestor cultural ambateño, con el dulce recuerdo de aquellas horas fecundas estampado en su mente.

La alfombra roja

Cámaras, micrófonos, lámparas de iluminación, números de maestros electricistas, extensiones. Todo lo necesario para, al fin, encender la cámara y ponerse a grabar. Todo eso fue donado por la gente más distinta, procedente de todos los lugares y de todas las formaciones imaginables. Así fue como la sala de lectura de la Casa de la Cultura de Ambato acabó de engalanarse para recibir a los nuevos artistas. No era más el escenario que frecuentaron históricamente las élites, sino un nuevo reducto para raperos y punkeros, chamos ansiosos de expresarse de verdad, y cuya actuación quedaría registrada para que la disfrute el país, ahora y en el futuro.

Por supuesto, no todo fue bueno. Por momentos, los horarios se antojaron excesivos para algunas bandas, aunque la situación acabó por resolverse de forma afortunada. “El primer día, una banda se emputó, se cabreó, no grabó. Decían que tenían sueño, y nos tocó buscar otra banda. Les dijimos que oye loco, quieres grabar, tenemos un espacio a la una de la madrugada, y dijeron que de una”, recuerda Alex. Aquellas horas agotadoras transcurrieron así, entre un sueño que amenazaba con aplacar el ánimo de todos y la ingesta de saborizantes y comida para reavivar las energías. Todo valió la pena.

Un tiempo después, en el Cinemark del Mall de los Andes, se produjo un estreno muy singular. Singular por dos motivos. En primer lugar, un cine comercial no parecía ser el escenario propicio para que la cultura independiente viviese una fiesta como la que se vivió, con una alfombra roja diestramente colocada, al mejor estilo de los Oscar. En segundo, porque Alex nunca imaginó las dimensiones del estreno. “Repartí un poco más de pases de lo normal. Había gente que me decía que les dé cinco u ocho pases, y yo les daba no más. La gente, igual, iba a retirar en la Casa de la Cultura. Era gratis. Pensábamos que nadie iba a ir. Pero la sala estuvo llena. La gente se sentó en las gradas, tuvimos una cosa que reventaba”, cuenta divertido.

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Fue una noche mágica, en la que incluso un desperfecto técnico que retrasó la función un poco no apagó el ánimo de la escena ambateña que se dio cita ese día. Las sesiones fueron proyectadas, una a una, en la pantalla de la sala de cine, entre los vítores posteriores y los silencios respetuosos en el momento en que las imágenes inundaban la pantalla. Punkeros, rockeros, raperos. Todos, hermanados por la música, se abrazaron felices.

Fue una noche que se abrió a todas las emociones. Y seguramente Álex recordó ese día, mientras veía la proyección del video de Pato Romo, lo que sucedió tiempo atrás, durante la grabación.

“Uno de los grandes momentos fue en un video de Pato Romo. El tema se llama “Cretino”. Recién la había escrito y la había dedicado a la familia. Fue muy sentida: se le había muerto el tío al man. Había un gran dolor puertas adentro. El man se plantó frente a las cámaras y comenzó a tocar, y lanzó, lanzó y lanzó. Terminó llorando, y todos, la mayor parte del equipo, terminaron llorando. Y el man se fue llorando, por todo lo que significa la canción para él. A todos nos cogió el sentimiento de verle llorar, a las tres de la mañana”, recuerda.

Porque la música no se queda en el nombre. Está repleta, en su hechura y en el producto final, de sentimiento, de expresión. Detrás de cada video de sesión está eso, y mucho más.

***

El lado triste de esta historia es que ocasiones como la que describo se ven cada vez más lejanas en este momento. Los graves recortes a las artes que han comenzado a cundir por el todo el país amenazan la existencia de proyectos como La Escena Está en la Casa. No sabemos si este año Alex y su equipo, conformado por Vico, Julio y la productora Paola Santamaría, entre otros, podrán brindarnos el mismo producto que compartimos aquí. Pero siempre queda la esperanza. Después de todo, la música acaba por abrirse camino a través del aire, aun cuando este esté viciado y sea escaso. Porque la música es, con las particularidades de cada país, de cada cultura, de cada calle, de cada casa, universal.

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