Para algunas personas, dedicarse a una sola cosa es inconcebible. No tanto por un miedo innato a la monotonía, como por una necesidad extraordinaria de disparar acciones desde latidos diferentes. Llegamos a Felipe Escudero, a Guanaco y a María José Rodríguez a través de una invitación a descubrir su gusto por crear. Los tres compartían una similitud que tiene que ver más con arte que con vivir en espacios similares: sus personalidades no caben en descripciones fijas. En su lugar, se desenvuelven en delgadas líneas de creación, que devienen unas de otras y se reproducen entre sí para dar luz a nuevas.
En sus trazos establece una conexión con su irrealidad ideal. Una múltiple y colorida, que destapa los cajones de su mente, en un juego indefinido. Lo dijo una vez, una idea aparece en su mente y empieza a transustanciarla al papel o a la pantalla, hasta que su obra tenga relación con lo que imaginó. Por más que eso signifique meses de trabajo.
Sus herramientas: lápiz, luz, pinturas, cámara, photoshop, tiempo, han sido cómplices de cientos de experimentos y bocetos que ahora rondan por las redes y han sido captados por miles de ojos hambrientos de imagen. Otros permanecen guardados esperando una chispa de entelequia para existir, quizá inspirados en el mar que persigue por fijación, quizá resolviendo una imagen que dejó inconclusa mientras caminaba por la ciudad.
Intervención de pintura sobre fotografía / Archivo de María José Rodríguez
Majo Rodríguez es un personaje despeinado por las ideas. Las de la fotografía, las de las artes plásticas, las de la ilustración, las de las intervenciones ilógicas y los días comunes.
Esa misma sensibilidad que la lleva a imaginarse en el mar, a veces la trastorna a estados más prácticos. El diseño gráfico y el diseño industrial funcionan en ellos como un motor de lo cuerdo, o de la cuerda que une a María José hacia otras personas y proyectos más de este mundo. “Era lo único que parecía salirme más o menos bien”.
Diseño de fotografía para el álbum «Historias de Frío» de Sexores / Archivo María José Rodríguez
A veces, el día empieza con la tarea de realizar las fotografías de portada del álbum de una banda indie. Fotografía-creatividad-diseño gráfico. De realizar ilustraciones para un folleto informativo. Ilustración-creatividad-disciplina. Al final, “es cuestión de no parar y en lo lúdico encontrar cosas divertidas”.
Tal como María José, es fiel a la corriente del no aburrimiento. Por ejemplo, no concibe que la ciudad tenga que ser un lugar sin atractivos que llamen nuestra atención. Por eso, -obviamente- requiere de adiciones artísticas que la adornen, dígase, construcciones arquitectónicas o cualquier elemento extraordinario. El diseño de sus edificios flota en una nube sin gravedad junto con sillas locas, artefactos para transporte público y esculturas zoomorfas sin un orden jerárquico ni colores definitivos. Cada tanto, toma una posición diferente que le ayude a girar las perspectivas.
Casa Trébol. Ubicada en las faldas del Chimborazo / Archivo de Felipe Escudero
Las revoluciones del ritmo cardíaco de Felipe, fácilmente se difuminan entre prototipos y nuevas formas de solucionar conflictos espaciales. Todo el tiempo. Como los astronautas, sale de la Tierra para verla más allá de un simple lugar habitable y perfecto. Entonces -en su visión extraña de forastero-, aparecen los equinoccios de una belleza que inicialmente, sólo se concibe dentro de su uniforme astral.
Rockin Chair / Archivo de Felipe Escudero
Ambos, arquitectura y arte, han abierto en su ruta de exploración un axis de escape ineludible. “Un día mi ex-novia me convenció de enviarlos al Royal Academy of Arts en Londres , en donde decidieron exponerlos”, cuenta Felipe sobre el destino de Intensity & Kind. Y boom. Felipe Escudero tuvo por primera vez, una serie de dibujos expuesta en un museo de Londres, a sus 27 años. Para encandilar los proyectos aún faltos de luz, se vale la mayoría de las veces de extensiones humanas con las que afila sus habilidades y simula precisión y rapidez en sus diseños. Computadora e ideas son aliados imprescindibles, compañeros de misión.
«Intensity & Kind» / Archivo de Felipe Escudero
La delgada línea en el panorama de Felipe puede ser más blanda y gelatinosa que la de otros artistas transdisciplinarios. En especial, cuando habla del arte como algo que empezó a hacer por casualidad. La arquitectura puede ser un arte como en realidad todo puede ser arte en la posmodernidad. Pero aquí, Felipe, el arquitecto, se vale de herramientas técnicas para dar sentido a un mundo más bello. Antes que pensarlo como un tránsito hacia lo contemporáneo, aplica la teoría de las buenas ideas, y prefiere no encasillarse en un estilo particular.
Sus obras como la “Rockin Chair” o “La Casa Trébol” fortalecen esa lógica de imprevisión con la que un proyecto puede ser un día un archivo de Windows y tiempo más tarde, adquirir la condición de materia para caminar por las calles de una ciudad cualquiera.
En su vida, dos cosas han fluido con naturalidad y fuerza. La pasión por la música es la yugular que ha oxigenado sus días y sus caminos diversos. La base por la que Guanaco es Guanaco, en la que todas las demás cosas permanecen y se encuentran. Puede no tener en su boca el día exacto en que conoció su don para impulsar melodías, pero sí tiene claro que en su vida influyeron su abuela, la que toca el acordeón, y las mañanas en casa escuchando música rocolera y sanjuanitos. La nostalgia es presente en sí misma y, en forma de un líquido espumoso y dulce, embriaga las memorias de lo que fue para seguir siendo. Un artista urbano.
Queda claro que el hip hop viene de abajo, y también viene de las radios. El paso siguiente de quien quisiera convertirse en aquello que escucha y admira, es tomar su transformación con suavidad de diamante y honestidad brutal. Juan Pablo siguió esas pistas por dictamen de su intuición y su mirada es evidencia de que no se ha despegado de ellas.
Blasfemia es el último EP producido por Guanaco MC
Habla con tranquilidad, camina con pasos seguros. Nadie pensaría que Guanaco MC, aquella mole del hip hop ecuatoriano alguna vez tuvo pánico escénico. Pero su humanidad permea la distancia de su trayectoria con la tierra y el corazón lo tiene cercano a los beats de sus orígenes. El pasillo, el sanjuán, la cumbia andina se han asimilado en sus canciones para desembocar en un tiempo que a veces los olvida.
“Siempre digo que este será el último disco”. Pero han llegado dos, tres más y la lírica sigue derramándose por goteo, entre la inspiración de los amores de su vida, la gente que camina en las calles o un shot seco de Norteño añejado por la mañana. Y la gente sigue tocando para él. Y la gente sigue viéndolo en las calles con respeto y cariño. Y Guanaco sigue siendo el Guanaco que creció en Ambato y también el que paseó por Sudáfrica sobre un elefante.
Foto: José Toral
“No sé si soy un artista transdisciplinario. Hago beats y rapeo”. Sí. Su instinto le indica que es lo mejor que puede hacer. Pero bajo la honestidad habita la pica, ese dardo que apunta a promover a otros artistas para darles un pedazo del tablón en espacios culturales para ellos inaccesibles. Se engancha a la gestión con sigilo y garra. Entonces, luego del primer Grito Rock en Ecuador, luego de los proyectos de la Alianza Hip Hop para las Calles, Guanaco se sienta en el escritorio del cuarto de un hotel y con su lápiz empieza a escupir otra canción.
