Adoramos la juventud y desacreditamos le vejez. Mientras tanto, los poderes juegan con nuestros derechos y libertades a cualquier edad.
“I am all the ages I’ve ever been”, dice la novelista estadounidense Anne Lamott sobre las ventajas de hacerse mayor. No tan literal, lo traduzco como “al envejecer conservamos todas las edades que hemos tenido” y esa concepción de la vejez me resulta fascinante en un medio que constantemente enseña a temerla.
Hoy, la población de adultos mayores en el mundo es mucho más grande que nunca antes en la historia. En 1950 había 205 millones de personas mayores de 60 años. En el 2012 fueron 810 millones, y para el 2050 se estima que serán 2 billones, según un reporte del Fondo de Población de las Naciones Unidas.
Los que aún no estamos allí, solo es cuestión de tiempo para llegar a viejos. ¿Te produjo miedo esa idea? Si es así es que estás en el lado equivocado de la narrativa. Pero no es un mea culpa, pues el panorama visual de los medios nos tiene acostumbrados a ver la juventud como si fuera el único tiempo en el que se puede ser activx, contestatarix, innovador, atractivx y hasta tomar riesgos. Al mismo tiempo se desacredita la vejez con la obsolescencia, la enfermedad, la tristeza y la inutilidad.
Para empeorar las cosas, durante ya algunos años, pareciera que en los medios de comunicación se está llevando a cabo una guerra entre boomers y millennials, los primeros acusados de ser obsoletos y los otros, sensibles. Mientras tanto, los poderes juegan con nuestros derechos: los jóvenes entramos a un mercado laboral precarizado, y los adultos mayores, con suerte, a una jubilación en muchos casos forzada e injusta. Adoramos la juventud, —“divino tesoro” la llamó Rubén Darío—, pero adoramos solo su fachada, que al fin y al cabo no es permanente. Bien lo dijo el poeta nicaragüense, “Juventud, divino tesoro / ¡ya te vas para no volver!”. Algo debe cambiar, porque ¿a quién beneficia el culto a la juventud? Ni siquiera a quienes “gozamos” de ella. Por qué no, entonces, tender puentes para comunicarnos mejor y desafiar en conjunto todo aquello que amenaza libertades y derechos a cualquier edad.
Una de las comedias más recientes que ha puesto este tema sobre la mesa es Hacks, una serie de HBO estrenada en mayo del año pasado. La trama sigue a Deborah Vance (Jean Smart) una comediante legendaria en su tercera edad que lucha porque su show en Las Vegas se mantenga vigente, y Ava (Hannah Einbinder), una escritora de veintitantos desempleada y al borde la cancelación por un tuit. Ambas establecen una relación al principio repleta de ofensas, pero a medida que empiezan a conocerse reconocen barreras similares en su búsqueda de un propósito, sobre todo en un mundo sexista.
Esta serie encara de una vez por todas esa guerra aparente entre boomers y millennials, y esclarece que en definitiva, no se trata tanto de las diferencias generacionales, como de los prejuicios que cada generación tiene de la otra. Sin embargo, este tipo de producciones audiovisuales son escasas. Hace 5 años, un estudio realizado sobre los nominados al Óscar a Mejor Película de 2014, 2015 y 2016 reveló que menos del 12% de los 1.256 personajes que hablaban o se nombraban en 25 películas tenían 60 años o más. Lo peor de todo era que los pocos personajes en la tercera edad que aparecían estaban enfermos o tenían algún tipo de limitación. Edadismo (ageism, término acuñado por el gerontólogo Richard Butler en 1968) es el nombre de la discriminación y estereotipación por edad. De todos los tipos de discriminación, dice el periodista y escritor Carl Honoré en su libro Elogio de la experiencia (2019), este es uno de las más absurdos, pues “comporta una considerable dosis de desprecio por uno mismo”. “Caer en el edadismo”, continúa, “es denigrar y negar nuestro propio yo futuro”.
Desde el 2017, año en que se divulgaron esos datos, las producciones audiovisuales con personajes o tramas centrados en la tercera edad se cuentan con los dedos de una mano. Además de Hacks (2021), están El método Kominsky (2018) y Grace and Frankie que estrenó su quinta temporada en 2019. Y uno más familiar a la realidad latinoamericana, que no es serie, es documental de ficción, es el Agente Topo (2020).
Resulta curioso, pero tiene su lógica, que la comedia sea el género elegido para visibilizar la experiencia de la tercera edad con todos sus matices; principalmente porque no son sátiras de la vejez, sino de los comportamientos sociales que ponen un alto e injustificado valor a lo nuevo sobre lo viejo. Estas tres series han sido un abrir de ojos sobre eso de que lo moderno y lo inmediato garantizan el desarrollo de nuestras sociedades no solo es un engaño, es también una cuota hacia nuestros propios futuros. Elegir no poner un alto a los conflictos generacionales inevitablemente nos pasará factura a nivel individual y colectivo.
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¿Y por qué importa que tengamos una visión más saludable de la tercera edad? Porque si bien cada etapa de la vida tiene sus encantos y desilusiones, lo cierto es que de todas, la vejez ha sido la más desacreditada. “El estereotipo negativo de la vejez se convierte en una profecía autocumplida”, dice Paloma Navas, experta en salud pública en su charla TED. Navas cuenta que en la década de los 70, un gerontólogo convenció a dos tercios de la población mayor de 50 años de Ohio a participar en un estudio. El objetivo era recolectar datos periódicos sobre su estado de salud mental, salud física, entorno laboral, familiar, etc. “Y además se les preguntaban algunas cosas sobre su imagen de la vejez”, explica. “¿Crees que te haces menos feliz según envejeces?, ¿crees que según envejeces eres menos útil?”. Del estudio se determinó en palabras sencillas que si durante tu vida creíste que al llegar a la vejez serás inútil y enfermo, lo más probable es que así será. Años más tarde, la epidemióloga estadounidense Becca Levy condujo otro estudio para determinar cuántos más años de vida podría garantizar a una persona tener una visión positiva de la vejez. Resulta que las personas que tuvieron una visión positiva sí vivían más… aproximadamente 7.6 años más.
Quizás, tal como está el mundo, no resulta tan atractivo vivir más tiempo (perdón el pesimismo), pero la longevidad ha sido una de las hazañas de este y el siglo pasado, y la tendencia es que revolucionará el mundo. Así que mejor llevarnos bien entre todos y empezar a chequear nuestros propios prejuicios contra la vejez más a menudo. A veces me cuestiono si es un desperdicio de tiempo dedicarme, a mis 24 años, a pensar en mi yo de 65, pero no lo es. Es más, es saludable proyectarse a la tercera edad con intencionalidad y optimismo, y mientras voy acumulando años quiero ver más series y películas con protagonistas en la tercera edad. Al fin de cuentas, como dice Carl Honoré, al edadismo se lo combate “compartiendo el panorama visual de manera más equitativa».