Ilyari nos trae las melodías de todas sus sangres

por Martín González
“Todas mis Sangres” es el nombre del segundo disco de Ilyari y los Cuatro Suyos, proyecto de una cantautora que ha hecho de su vida un camino inseparable de la música, y de la música un medio para entender qué mismo significa ser mestizx. Acá está toda la historia que necesitan conocer para ayudar a nacer a este álbum.

Ilyari tocando en la clausura del «Encuentro de Mujeres en Escena: Tiempos de Mujer» 2018. Foto de Martín González Sánchez para Radio COCOA.

Ilyari Derks se considera a sí misma una “grindia”. Su padre es holandés y era trombonista de una big-band de jazz. Su madre, peruana, cantante por afición y adepta de los sonidos tradicionales de su país. Ambos son activistas. Ella, como resultado, lleva en su interior una mezcla de sangres que parecería una sinfonía inverosímil. Y como si eso fuera poco, esa mezcla se afinó con el tiempo en Ecuador, en la mitad del mundo, en el país donde los opuestos se (des)encuentran todo el tiempo. 

Ilyari —que en quechua significa “amanecer”— naturalmente derivó su rumbo por el camino de la música. Sería imposible diferenciar su proceso de exploración y creación sonora de su vida misma.  Después de muchos ires y venires, de un lado del océano a otro lado de la cordillera, terminó de instalarse hace algunos años en nuestro país. Aquí formó una banda llamada “Ilyari y los Cuatro Suyos”, que se traduce a: “Amanecer en las cuatro direcciones”. 

Sin prisa, pero sin pausa, ha ido abriéndose camino por los escenarios locales y ahora, después de siete años de indagación profunda, decide presentarnos su segundo trabajo discográfico: “Todas Mis Sangres”. Para hacerlo, ha decidido confiar en el poder de la gente, para que el disco venga al mundo como resultado de una minga, y se esparza hacia todos los puntos cardinales.

Pese a que la música está en sus raíces, casi literalmente, esta cantautora y actriz nunca tuvo una instrucción formal. Todo lo que absorbió llegó a ella a través de la sangre mismo; de escuchar a su mamá cantar, de vivir su infancia viendo de cerca a una partera y conocedora de los ritmos andinos en un pueblo de la sierra peruana, de ver tocar a su papá… Tanta fue la cercanía, que para entender bien a qué sonaba lo que latía en su interior, tuvo que irse muy lejos.

Ilyari de niña con Mamá Viviana, partera del pueblo de Masin (Ancash, Perú), de quien aprendió el gusto por los ritmos andinos. Foto cortesía de Ilyari Derks.

Al terminar el colegio, partió hacia Holanda para vivir y estudiar. Embebida por el vértigo de Ámsterdam y de la juventud, intentó traducir su bagaje sonoro en frecuencias cercanas a esa realidad y formó un par de bandas. “Salí queriendo ser rockera y punkera, así toda malota. Tenía mis cancioncitas y tuve algún conciertito por ahí, pero veía que la gente no reaccionaba así tan entusiasta”, admite con serenidad. 

“Una vez, una amiga de mi mamá, peruana, que vivía en Holanda me dijo: ‘ve, mi hija va a cumplir 30 años, vente a cantar unos valses’”, cuenta Ilyari. En ese momento se mostró reticente. Estaba apartada de su herencia y sus afanes se sentían distintos. Sin embargo, ante la insistencia de la señora, decidió ceder y consiguió el apoyo de dos amigos guitarristas para completar la chaucha, sin pretensión alguna. 

Ilyari en Amsterdam en sus años de juventud rockera. Foto cortesía de Ilyari Derks.

“Fuimos y fue así, ‘el éxito’. La gente me decía: ‘¿Oye, ya tienes disco? ¿y cuánto tiempo ya están juntos?’. Y bueno así… Entonces ahí se me abrió un poco el ojo”. Al darse cuenta de que cantar valses no le costaba mucho esfuerzo, y de que la respuesta que recibía por ello era mucho más gratificante, Ilyari también notó que había llegado a un punto de quiebre que la empujaba a reencontrarse con sus raíces. Al compás de los valses y huaynos de su infancia que había dejado de lado al crecer, emprendió una nueva búsqueda en la cual, sin pretenderlo, encontraba más de lo que pretendía. 

Partió de Holanda a Bélgica y se inscribió en un concurso de compositores, donde ganó el primer premio con una composición que casualmente se llama “Todas mis Sangres”. “Yo siempre he amado la música y lo primero que yo tenía en mi imaginario cuando me preguntaba qué quería ser de grande sí era cantante, pero nunca me lo había tomado en serio y ganar ese premio me hizo darme cuenta de que por ahí sí había algo”. 

Es curioso pero a la vez predecible pensar que sólo en la distancia Ilyari pudo entender el poder de lo que siempre formó parte de su hogar. Bien dicen que “para ver de cerca hay que irse lejos”. A partir de lo que parecería una casualidad, a la que atendió sin mucha fe, pudo emprender el camino de vuelta observando de dónde venía, y cómo la movía, el amor por la música de su infancia. Con el tiempo, y en medio de la “crisis existencial de los veintes”, se fue dando cuenta de que todo su bagaje era en realidad una “vena fuerte” por la que corría mucho del caudal de su propia esencia. 

Fue otro proceso intenso, según cuenta, asimilar que no por acercarse a los ritmos que la marcaron desde temprano, iba a convertirse en una “gran exponente de la tradición”. Su propósito no era mimetizarse con algo que ella no era y destacar tocando algo que venía de unxs maestrxs que lo ejercían y expresaban mil veces mejor. Las cosas cobraron sentido solo al entender que también tenía sangre europea, y que el entramado de sus venas se pintó mayoritariamente en la ciudad y no en las montañas. Así, fue calzando poco a poco en su propio lugar en el mundo, sonando como mestiza, o mejor dicho, como “grindia”. “Soy un chagra total”, dice ahora con aplomo.

El mestizaje es un concepto tan complejo, que a la hora de aterrizarse como identidad, provoca síntomas como la confusión, o peor aún, la alienación. No es fácil entenderlo, y por eso suele pasar que recién en la lejanía unx entiende que las raíces autóctonas del lugar donde nació se convierten en un asidero, un lugar del cuál sostenerse en medio de tantas caras distintas y tantas costumbres ajenas. Ilyari tuvo esa experiencia, como tantas otras personas que han emigrado y que han entendido que para saber apreciar con humildad y sensatez dónde está la riqueza de sus orígenes, hay que zambullirse de cabeza y estar dispuestx a nadar más profundo cada vez, durante mucho tiempo.

Si se logra salir triunfante de ese remolino, se descubre que el mestizaje es “una fuente grande de inspiración para seguir creando y una paleta de colores bien diversa”. Para la «grindia» el resultado de todo esto, de la conciliación de sus sangres, es el disco que quiere traer al mundo. Y el disco, en sí mismo, se convierte en un conjunto de aprendizajes nuevos. 

Foto cortesía de Ilyari Derks.

Para convertir todo su bagaje de vida en música, Ilyari entendió que tenía que aproximarse a la tradición con una ética de trabajo rigurosa. A toda costa busca alejarse del “extractivismo cultural”, es decir, de utilizar los recursos que traen la tradición y sus guardianes de forma irresponsable, pensando solamente en el beneficio propio. O dicho en sus palabras: “Hacer cosas con el trabajo de otrxs, cuando en realidad lo que corresponde es que ellxs mismxs se representen”. 

Ilyari tiene muy claro que no hay punto de comparación entre lo genuina que puede ser la expresión de alguien que ha convivido décadas con esos ritmos ancestrales y la de alguien que los aprende en un periodo más corto como si fuesen “un estilo”. Poco a poco, para dar vida a sus canciones caminando en la sinuosa línea intermedia, ha tenido que desarrollar una práctica propia en concordancia con sus principios.

Cuenta que en su nuevo disco tiene una canción compuesta para la Mama Cotacachi, uno de los volcanes que coronan a la provincia de Imbabura. “Yo pensando digo, es una canción para la montaña y para que le guste (a la montaña), tiene que tener una estética también de allá, algo reconocible. Y ahí ya está mi límite porque yo no cacho bien los estilos de Cotacachi, no cacho cómo se toca el arpa que tocan allá”. Para ello, la solución que encuentra es ir a aprender de la fuente. “Lo que voy a hacer ahora es ir a ver a un arpero, le voy a presentar el tema y vamos a estar un poco con él, compartiendo (…) y de eso nos vamos a empapar para hacer el arreglo”. 

Para ello entiende que su posición requiere delicadeza, porque, según le han contado, muchos arperos han recibido con anterioridad a otras personas que han ido con sus grabadoras “a saquearles”. Es decir, a obtener sonidos que se utilizan después en música que no contempla ningún crédito ni retribución posterior para ellos. En consecuencia, Ilyari sabe que recién va a hacer un primer contacto, un primer encuentro entre músicxs que van a compartir música con equidad, para ver si existe afinidad. 

Ilyari tocando en la clausura del «Encuentro de Mujeres en Escena: Tiempos de Mujer» 2018. Foto de Martín González Sánchez para Radio COCOA.

“Puede pasar de todo, pero creo que lo primero es sí tomarse tiempo para entablar una relación». Así lo ha vivido y lo ha gozado ella. Prueba de ello es el que ahora sea madrina del guagua de una partera de Cotacachi a la que su hermana le está haciendo un documental. Si bien es notable que todo esto requiere tiempo, para ella eso es parte del proceso: “Lo importante es sacarse de la cabeza esto de ir a sacar rápido algo de ahí y ya”. 

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La música de Ilyari se ha construido desde la vivencia y la emotividad, matizadas por el respeto y la minuciosidad. En “Todas Mis Sangres” se evidenciaría el reflejo de ello por medio de un amplio abanico de sonoridades andinas, afro-peruanas, ecuatorianas y europeas. Sobre ellas se montan letras que cuentan historias, inspiradas en la familia de Ilyari, llenas de personajes que homenajean de alguna manera a la corriente literaria del realismo mágico —que podría considerarse endémica de Latinoamérica—. 

Y eso también está asentado sobre un criterio político firme que no tiembla a la hora de hablar de equidad entre géneros y culturas, o de denunciar los atentados contra la naturaleza que vivimos tan agresivamente a diario. Tomando todo esto en cuenta, podríamos decir que el disco pinta como un viaje intenso y colorido en el que todas las sangres de Ilyari laten en convivencia. A la vez, buscan expandirse para hablarnos de todo lo que duele y todo lo que se goza en la impureza, en el tener mezclados tantos ingredientes tan tucos en la misma olla. Todo lo que de alguna manera duele y se goza de ser mestizxs, y cómo eso nos obliga a “surfear en esta realidad que está llena de contradicciones”, sin recaer en «ideales románticos», como dice ella.

Portada del disco, realizada por Kiki Werts. Cortesía de Ilyari Derks.El disco trata de llegar a nosotrxs a través de nosotrxs mismxs, como si fuese una minga. Ilyari ha convocado a un crowdfunding que, si bien nace de la necesidad y de la ausencia de un “productor azul”, que cargue con todo el peso logístico y económico del proyecto, tiene muchos valores que están más allá del dinero. “El crowdfunding es una primera prueba de ver qué tan importante es este trabajo más allá de mí solita”, afirma ella. “Y bueno, sí ha sido chévere en mi camino ver que el disco se pide, que la gente lo pide”. 

Así, “el disco se hace algo que es de todxs”, dice ella. Y esto es sinónimo de fortaleza, de comunidad. Es una muestra de que resuenan en muchas personas las mismas preguntas que laten en ella, y las mismas luchas. El disco queda protegido porque “es un poco de todxs y un poco de nadie”. Eso garantiza que sus formas y su fondo no se comprometen bajo una sola visión que se impone con pretensiones que están por fuera de la esencia del trabajo.

Ilyari busca que todas sus sangres florezcan en canciones con el apoyo colectivo, respaldando a su visión, que busca abrirse camino con honestidad en honor a la música misma y a lo que se puede expresar a través de ella. “Esto también empieza a tener una vida propia. Eso para mí es algo bien bonito y eso le da toda la protección y la fuerza también”. 

“Yo he amado la música toda mi vida, y ha sido lo que ha ido pasando en el momento lo que me ha ido metiendo, metiendo y metiendo hasta el punto en el que ya estoy grabando un disco y lo asumo totalmente”, afirma ahora convencida. El juego y la intuición han sido los vehículos que han marcado su camino. Lo orgánico de su proceso refleja en las notas que componen sus canciones, donde se entretejen con soltura el hip-hop con el landó, el huayno con el blues, los Andes y el Trópico, el “nuevo” y el “viejo” mundo. 

Su música reinventa estas dicotomías, muchas veces obsoletas, para reflejar que, en el fondo, lo que separa a los opuestos no son más que las barreras de nuestra cabeza. Y que para responder a esas preguntas, no hay otro camino que no sea el de la honestidad y la empatía. Solo así brotan las cosas genuinas, las que elevan las preguntas necesarias y reflejan las respuestas indicadas, de la mezcla armoniosa de todas las sangres, sin derramamiento de ninguna.

¿Qué esperan para ir a hacer su aporte? Haciendo CLICK AQUÍ pueden formar parte del nacimiento del disco.

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