La identidad kichwa-quiteña es una realidad para muchos jóvenes, pero ¿habías pensando en todos los prejuicios que deben soportar para defender su pertenencia a la gran ciudad? Historias Del Otro Kitu pretende hacerlo visible.
Yo también le he hecho esta pregunta a una persona indígena o afrodescendiente en Quito: ¿De dónde eres?, asumiendo que debía ser de alguna otra parte del país. Yo también he recibido esa pregunta, pero puesto que sí soy de otra parte del país, no le había dado muchas vueltas en mi cabeza. Lo que no había considerado, sin embargo, es cuán incómoda puede resultar esa pregunta para una persona kichwa o afrodescendiente nacida y/o criada en la gran ciudad. Porque lo que estamos poniendo en duda al preguntar eso, fundamentalmente, es la pertenencia de un individuo al lugar que lo vio nacer o crecer.
Aunque yo misma soy kichwa, como todos los demás tengo mis propios sesgos, y esta es la cosa: los sesgos o los prejuicios dañan a las personas en mayor o menor medida. No importa cuan bien intencionadas o inocentes sean las preguntas o presunciones del tipo ¿de dónde eres?, siempre esconden un prejuicio con el que los kichwas que viven en Quito tienen que lidiar constantemente, o incluso con agresiones más explícitas.
Recientemente pude conversar con una estudiante kichwa de comunicación organizacional de la USFQ. Ella intenta visibilizar esta realidad a través de una campaña educomunicacional llamada Historias Del Otro Kitu. Cristina Cabezas es el nombre detrás de la iniciativa, tiene 22 años y nació y creció en Quito. Sus padres son oriundos de Cotacachi, Imbabura, de la comunidad Topo Grande, pero se trasladaron a vivir a la capital hace varias décadas. Cristina además de estudiante es profesora de kichwa y creó la plataforma de aprendizaje Kichwana Shimi Yachakuy. Su activismo —que lo viene realizando desde hace algunos años— se enfoca en revitalizar el idioma y la identidad kichwa entre los jóvenes.
Escuchar, acercar y reconciliar a los jóvenes quiteños con su identidad kichwa es el objetivo macro de la campaña y con ello, al mismo tiempo, pretende ampliar las nociones de lo que es Quito. Como dice Cristina, “Quito no es solo el Centro, Quito no es solo el norte, sino también existen otras realidades como las del pueblo de San José de Minas, de Pintag, del pueblo Kitu Kara”. Y por supuesto, las realidades de los pueblos migrantes que también habitan en la ciudad: Otavalo, Kayambi, Salasaca, Puruhá, etc.
“Nosotros como jóvenes [kichwas] hemos crecido aquí en Quito, pertenecemos a esta realidad citadina, quiteña, y no podemos salirnos de eso, es parte de nosotros”, señala Cris. Pero parte del problema es que formas de violencia social como el racismo y la discriminación han ocasionado que muchos jóvenes prefieran esconder o abandonar su identidad. Partiendo de ese problema, Cris empezó la campaña como parte de su tesis de grado y su consigna es “Que la cultura kichwa no se sienta distinta en Quito. Alza tu voz. #entrewamprasresistimos (entre jóvenes resistimos)”.
Con Historias Del Otro Kitu el primer paso fue iniciar la conversación alrededor de la vergüenza y el silencio sin juzgamientos, porque lo cierto es que en el pasado no se han propiciado los espacios suficientes (o lo suficientemente seguros) para que los jóvenes puedan contar sus vivencias. Regañar o rechazar a los jóvenes kichwas por asimilarse dentro de la cultura dominante, como lo es la mestiza, ha sido una táctica de generaciones kichwas mayores para abordar el problema. Lo sé por experiencia propia, pero es una manera equivocada que pierde de vista el problema más profundo: el racismo estructural. Muchos jóvenes se asimilan como una forma de supervivencia o para encajar con sus pares y no simplemente por seguir una moda, como he escuchado argumentar a algunos adultos.
Mediante grupos focales, Cristina conoció testimonios que pusieron en evidencia la discrimnación racial. Mateo, de 17 años, contó que “cuando iba al colegio me hacían bullying por tener cabello largo y trenzado, por eso me corté el cabello y después de eso mis compañeros ya me trataron bien”. O Dayana, también de 17 años, sufrió acoso escolar por ir vestida de anaco. Experiencias como esas hay varias y puedes conocerlas en @historiasdelotrokitu.
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“Por otro lado, existe este auge de lo andino, lo ancestral que lo hace aceptable siempre y cuando se mantenga dentro del status quo. Lo que comentaban algunas chicas era que les sacaban de madrinas o les halagaban cuando usaban anaco, pero únicamente si mantenían ese envase bonito y no se revelaban”, cuenta Cabezas. Estos dos extremos, por un lado la discriminación y por otro, la excesiva admiración, colocan a la juventud kichwa en una posición muy incómoda y los obliga a tener que justificar constantemente su existencia o su derecho a habitar en Quito.
Lo que hay que entender es que los prejuicios, ya sean deshumanizantes o generalizantes, y la excesiva admiración son como piedras que van acumulando peso en la mochila que un chico o chica indígena se ve forzado a cargar por la vida. Lo que Historias Del Otro Kitu pretende, en definitiva, es retirar esas piedras y alivianar esa mochila para que los jóvenes kichwas que nacieron, crecieron o viven en Quito puedan desenvolverse con libertad en la ciudad, sin tener que rechazar su identidad ancestral. Además de los grupos focales, se realizaron talleres y conversatorios para intercambiar experiencias y proponer soluciones, pero no hay un solo camino. Por ahora, hablarlo ya es un paso hacia mejorar la situación o por lo menos, no ignorarla.
Con suerte, pero sobre todo si cada uno de nosotros nos responsabilizamos de nuestros propios sesgos, esta campaña no solo habrá iniciado una conversación, sino también un movimiento y con ello, el cambio. Que hoy, 6 de diciembre, también se celebre la diversidad de pueblos y nacionalidades que viven en la carita de Dios. Y no te olvides de chequear tus sesgos. ¡Qué viva Kitu!