He caído en la trampa de la moda bonita y barata
Desde la perspectiva de una comunicadora especializada en moda
por Estefanía Cardona
He tenido contacto con la moda y varios de sus procesos desde que tengo uso de razón. Siempre me ha resultado fascinante ver cómo una estética puede definir una generación a la vez que cambia estación tras estación, incluso en un país como el nuestro, que solo tiene dos temporadas. De alguna manera logra que podamos sentirnos en otro tiempo y espacio; es una industria que nos permite jugar y hacernos ver de determinada manera. No por nada muchos dicen que la moda es el arte más comercial del mundo.
No es necesario estar dentro del medio de la moda para dejarse llevar por su belleza, especialmente su novedad. La cultura de consumo en la que vivimos nos ha enseñado a maravillarnos con lo nuevo y aquello que vemos no solo en tiendas, sino que también en nuestras cuentas de Instagram, artistas favoritos, películas y muchos otros canales de comunicación a los que estamos expuestos.
Culturalmente, hoy en día consumimos todo mucho más rápido y directo. Hace algunos años bastaba con un ir a un centro comercial para encontrar alternativas. Si una tienda estaba dentro de este espacio parecía garantía suficiente de que estaba comprando algo bueno y justo. Nunca pasó por mi mente que podía estar aportando a un sistema de negocio con una distribución de ganancias injusta, con impacto ambiental prácticamente irreversible además de contribuir con sistemas de negocio tan inhumanos que terminan siendo ilegales en términos de derechos humanos; al punto de ser responsable de miles de muertes en países donde se confecciona la ropa que se comercializa en Ecuador y otras partes del mundo.
No es algo que nos cuenten en las tiendas que encontramos en centros comerciales, ni las cuentas de Instagram oficiales de las marcas, ni en los perfiles de los influencers o líderes de opinión que admiramos y seguimos. Hoy por hoy es muy sencillo comprar la idea de lo que un producto puede significar sin cuestionar el cómo fue hecho.
Nunca nos enseñaron a cuestionarnos. A preguntarnos de dónde viene el costo de las cosas que compramos, por qué puede llegar a ser tan barato o por qué esas cosas nos llegaron tan rápido desde el otro lado del mundo. De hecho, recuerdo que desde niña en las tiendas siempre se hablaba de la procedencia de un artículo con más orgullo si no era hecho en Ecuador.
Con esa idea de que es mejor si es internacional, de que es más aspiracional sí lo compro en un centro comercial o que no importa el valor. Se entra en un ciclo de compras y adquisiciones sin consciencia, desechable y 100% involucrados en un sistema comercial.
Actualmente el mercado nacional de propuestas de moda ha incrementado. No todas las alternativas están 100% relacionadas con un comercio justo, pero es importante reconocer que al ser local tiene una trazabilidad que no tienen las marcas masivas internacionales, es mucho más sencillo reconocer quién y cómo lo hizo, incluso el poder hacer preguntas directamente a los fabricantes. Tiendas como Designer Society, Piso Rosé, Shamuna, Estudio Aura y otras más, son varias de las alternativas que han crecido en la ciudad como una posibilidad de encontrarse con diseño ecuatoriano. También se pueden encontrar marcas como Allpamamas o Remu Apparel que se destacan por trabajar con materias primas naturales o recicladas. Esto, sin olvidar otros modos de consumo, como el de segunda mano que ha incrementado tanto en los últimos años.
Es impresionante reconocer que hoy en el mundo se fabrican más de 100 billones de prendas teniendo una población mundial de un poco más de siete billones. ¿A dónde se está yendo todo ese exceso de ropa? Y si hay tanto excedente de indumentaria, ¿por qué todavía hay poblaciones que sufren de frío por falta de abrigo? Hace aproximadamente un año varías empresas y marcas reconocidas a escala mundial confirmaron que incineran el exceso de stock que tienen en sus bodegas. Recuerdo leer la noticia en una revista digital y luego ver que en un centro comercial a pocas calles de mi casa se venden sus productos.
Compramos sin preguntar y aunque a veces tengamos respuestas se nos hace más sencillo continuar en un sistema que ya conocemos y es cómodo vivir. Al fin y al cabo, es lo que hemos consumido desde siempre. Y a quién no les gusta verse bien por poco… Lamentablemente dentro de ese proceso hasta los amantes de la moda han caído en los clichés de que estar a la moda representa alguien caminando con cientos de bolsas, un armario al que casi no le caben las prendas, cientos de zapatos, etc.
Es muy complejo dejar ir esas ideas e imaginarios y reconocer que de hecho utilizamos un tercio de nuestro armario, que ya no reparamos nuestras prendas favoritas o que no consumimos una prenda todo lo que está podría rendir. La moda ha llegado a ser tan barata que cada vez perdemos más vínculos con las cosas que usamos y tienen contacto directo con nuestra piel. ¿En qué momento dejó de importarnos lo que llevamos?
Es hora de rehabilitarnos, de encontrar en lo esencial la belleza del uso y la funcionalidad, pero sobre todo de dar valor y sentido a nuestras compras. Que tengan un sentido y conexión más allá de lo estético, que puedan contar historias y que realmente nos representen.
Siempre he creído que la moda es un espejo personal y social; de ser así, sin duda hoy nos está diciendo que consumimos sin cuestionamiento y conexión alguna. Que somos acumuladores sumergidos en un sistema que enriquece a pocos y contamina a todos.
Estamos en un momento crucial en el que no podemos esperar a que nos cuenten las cosas. Tenemos que ser curiosos, investigar, preguntar y dar sentido a lo que decidimos comprar. Si realmente lo que tenemos es una extensión de nosotros mismos, es el momento de auto educarnos y alejarnos de la comodidad que nos incomodará en unos años.