Hatiku en esencia: un ritual sonoro de Shamanic Catharsis

por Martín González
un ritual sonoro
Shamanic Catharsis es el proyecto de música electrónica orgánica del percusionista Pablo Vicencio. Su segundo álbum es un ritual sonoro con aires minimalistas, que busca inducirnos a un trance.

La expresión indonesia para “mi corazón” es Hatiku. El “corazón” de las músicas no occidentales es, en muchos sentidos, la percusión. Desde ese punto de partida, Shamanic Catharsis nos extiende una invitación para sumergirnos en su último trabajo discográfico: un verdadero ritual sonoro.

Nada de esto es casual, puesto que el proyecto pertenece a Pablo Vicencio. Este percusionista ha construido una trayectoria sólida y diversa gracias al pulso firme de sus manos. Después de haber tocado con Bueyes de Madera, Wañukta Tonic y Huaira, partió hacia Alemania, donde ahora se asienta para seguir enviándonos sus pulsiones sonoras.

Este disco propone un viaje por paisajes variados que tratan de remitirnos a un estado de catarsis. Lo hace uniendo un abanico amplio de ritmos antiguos con percusiones minimalistas, en una mezcla llena de sutilezas.

 Muchas veces no lo pienso cuando estoy haciendo un tema. Solamente llega y trato de que sea estático, y que genere sensaciones al escuchar” – Pablo Vicencio

 

un ritual sonoro

Lo nuevo de Pablo Vicencio está respaldado por su amplia trayectoria. Foto: cortesía de Shamanic Catharsis

Si bien está claro que una de las funciones más visibles de la percusión es marcar una cadencia, sus posibilidades se expanden mucho más allá, para el oído atento. Con ella se pueden crear paisajes armónicos y variaciones sensoriales. Mucho depende de su acompañamiento pero, su naturaleza física, tan afín a nuestra corporalidad, puede servir como un puente poderoso entre quien toca y quien escucha.

La música de Shamanic Catharsis orbita alrededor de ella y de su relación con el resto de elementos. Pablo afirma que le es fácil utilizar este elemento como punto de partida. El reto está en encontrar los otros colores.

“Lo difícil es escoger los diferentes timbres sonoros para crear algo que vaya bien con cada uno de los temas; tratar de que la afinación esté muy cercana a los otros instrumentos como sintetizadores que interpretaré”, dice Pablo. “(…) cuando el groove camina solo es fácil de poner o quitar elementos, sean percutivos o melódicos”, añade.

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Los ritmos ancestrales han dejado honda huella en su forma de tocar. Foto: cortesía de Shamanic Catharsis

Esta aproximación a la composición viene dada por su formación. Según cuenta, los ritmos ancestrales del mundo lo han acompañado desde pequeño. Es por ello que la música de América del Sur, India o África son las vertientes principales de sus pistas. Su trabajo muestra que, al invocarlas, procura tener un abanico amplio de posibilidades, pensando en cómo suenan los diversos tambores del mundo.

Esto también marca un carácter muy intuitivo y orgánico a la hora de empatar con el lado electrónico de su música. “La realidad es que no me fijo en géneros musicales electrónicos existentes”, afirma él.

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Hay un carácter muy intuitivo en el proceso musical de Pablo. Foto: cortesía de Shamanic Catharsis

La cercanía que el productor comparte con estas raíces sonoras viene de su papá: Mauricio Vicencio, un distinguido luthier y músico local. Pablo afirma que él ha sido una pieza clave en su camino. Su figura representa la conjunción de lo musical con lo espiritual.

Es quien me ha dado todas las herramientas y la enseñanza para ser quien soy en este momento” – Pablo

“Gran parte de mi vida la viví experimentando muchas ceremonias ancestrales junto a mi padre. Gracias a ello conocí lo que son los Ícaros —cantos que llegan en medicina— y algún tiempo atrás comencé a trabajar con ellos”, afirma. La unión de todos estos rasgos fue lo que finalmente le reveló el nombre de su proyecto.

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En Shamanic Catharsis hay relación muy cercana con la música ancestral. Foto: cortesía de Shamanic Catharsis

Si bien su música no muestra un arraigo particular en ninguna cultura ni geografía específica, logra transmitir una impronta de respeto. Además de originarse en la relación personal que el productor ha compartido con las músicas ancestrales, están la precisión y la delicadeza con que ha sabido integrarlas a nivel sonoro.

Aunque Hatiku no pretende mostrarnos una cohesión temática explícita, nos transporta sin esfuerzo del inicio al fin de sus ocho temas por lo orgánico y sutil de su ensamblaje. Entre los momentos más destacables, a mi parecer, están los siguientes temas:

Arutam” —nombre del “gran espíritu shuar” que, entre otras cosas, protege a los guerreros— se compone por varias líneas de percusión superpuestas, que lo vuelven envolvente y enérgico. Sobre ellas resuena el canto de una mujer amazónica, al que no le hace falta mayor efecto para proyectarse como un llamado poderoso.

Dharma”, arranca con la vibración potente y grave de unos cantos tibetanos. De repente, irrumpen unas percusiones con cierto aire tropical, que desarman el cuerpo con muchísima soltura. Aquí, lo que electrifica es justamente la sorpresiva y sabrosa variación rítmica.

Y “Anent Maya”, el tema más oscuro y minimal del disco, que a punta de vibraciones bajas construye una atmósfera  intrigante. A esta canción la acompaña una pieza visual sumamente interesante, realizada por “Destllo”, alias artístico de Ronny Albuja.

 

Lo que más salta a la vista es el carácter analógico del video, que acompaña las sensaciones orgánicas de la música. Para crearlo, el director utilizó una mixer y un corrector de color análogo, basándose en lo que él define como “cine vivo”.

“Justamente utilizo el video analógico para poder bajar la calidad, y subir la calidez de la imagen”, menciona Albuja. “El instante en que nosotros perdemos el foco, es el momento en que no buscamos un signo de representación, sino que encontramos una experiencia en el video”.

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Afirma que encuentra en el error una posibilidad para la creación de una estética particular, marcada por las sorpresas. Es, según menciona, una especie de “muerte de la imagen”, que permite revelar virtudes alejadas de la nitidez y la luminosidad.

“Siempre encontré en el Uku Pacha mucha correlación con la música de él”, comenta sobre su vínculo con Shamanic Catharsis. Este estado del pensamiento andino hace referencia al inframundo, el lugar de las profundidades. Aludiendo a ese rasgo espiritual, la propuesta de Destllo juega con el azar y la renuncia al control absoluto de la imagen. Así, transmite sensaciones visuales enigmáticas.

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Portada de Shamanic Catharsis. Foto: cortesía de Shamanic Catharsis

Todo esto redondea el concepto que busca transmitirnos Vicencio con su música. Los ícaros, o cantos inducidos por medicinas ancestrales, son justamente manifestaciones de las lagunas más hondas de nuestro inconsciente. La catarsis es el acto de permitir que se manifiesten para revelarnos facetas nuevas de nuestro espíritu.

Ahora bien, imaginen todo eso, desenvolviéndose en ocho canciones con atmósferas muy distintivas, que nos invitan a sumergirnos en nuestra mente, tanto como movemos nuestro cuerpo.

Hatiku es una ofrenda del lado oscuro del corazón.

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