La Chicha Radioactiva se siente en la piel de la Papaya. Para su nuevo disco, se divorcia del jazz por coquetear con el puro sentimiento popular y hacer zapatear al mundo entero.
Una banda, un grupo de nerds músicos, una idea en mente: batir al jazz con la chicha. Un experimento sano, rico en posibilidades y multivitamínico para la escena de aquel entonces. Suena bien. Era 2007, y quisieron ser una fruta con la que se sacara el mal sabor de las penas, con la que pudieran endulzar a la gente al ritmo de la música popular, más la sazón improvisadora y suculenta del jazz.
Luego de una década de este romántico inicio, Papaya Dada se sacude el exceso de pretensión jazzística y se pone sincerota frente a un público asiduo seguidor del zapateo. El 25 de marzo fue la fecha que encontraron para sacar su nuevo disco y lo hicieron con todos los rituales de una fiesta popular, bien chichera y papayosa. Chicha Radioactiva (2017) suena como la Papaya quiere sonar ahora.
Son nueve temas remojados en sustancia viva y provocadora. A ratos, el álbum que acaba de estrenar, destila un sabor a desamor profundo, a tristeza y curación, como en “Al lado mío” o en “La Guacamaya”. Otras veces, parece elevarse sobre las aguas para meterle sandunga y paso a los días. A estas últimas se juntan temas como “Apostemos” o el hit “Zapatea”.
Hace tiempo, encontraron en la “chicha radioactiva” el género que dijeron que harían y eso hacen hasta ahora. La diferencia está en el sabor, en que la papaya está madura y en una mata más cercana a la tierra. A la gente. “Queríamos ser jazzistas y tocar con la prolijidad del jazz”, cuenta Esteban Portugal, uno de los fundadores y el ahora director y mentalizador de todo el concepto de la Papaya Dada.
Junto a Carlos Chong y Paúl Caraguay se plantearon la idea de fundar este experimento luego de ganar el programa US Jazz Envoys en 2007. Cuando llegaron de vuelta a Ecuador ya tenían un nombre: Papaya Dada. Con una formación de orquesta en la que incluían a más de 11 músicos en escena, se dedicaron a tocar por años en los pocos lugares donde tenían cabida estas bandas fusión con teñiduras de música académica. El Pobre Diablo podría ser el lugar idóneo, el festival de jazz de la ciudad… y ya.
Para hablar las plenas, tener una banda no sólo requiere de talento prolífico y rigor. Al menos una banda que quieres que funcione, que toque, y que tenga un público que la escuche y la quiera. A esa mezcla le faltaba feeling. “Era insensato y yo no sentía, sólo pensaba. Ahí descubrí que no soy un verdadero jazzista y que debía sacar algo mejor de todo esto”, cuenta Portugal a quien -casi nadie sabe por qué- le llaman “el Manaba”.
3 episodios (o sopetones) que sacaron el sonido de la Papaya
Episodio 1: Don Medardo y la playa
El Manaba y su papá están yendo a la playa. El Manaba y su papá se dan cuenta de que no trajeron música para poner en el auto y entonces el Manaba se baja a uno de esos puestos de discos piratas para comprar algo, lo que sea. Entre toda la maraña de colores y tipografías con sombras y brillos, localiza uno, lo ve y lo agarra. En la tapa se lee “Don Medardo y sus players”. Lo volvió loco y con su papá, el resto del viaje tuvieron una historia feliz. Ese disco tenía el plus de los arreglos de Andrés de Colbert, un músico peruano que con sus arreglos, supo cómo darle el toque tropical y criollo a las orquestas tipo big band de su país. Con por lo menos unos 100 discos en el mercado, Don Medardo es “una máquina de hacer hits”, en palabras del Manaba, y sonando en los parlantes del carro se acaba de consagrar como uno de los referentes de el Manaba para hacer la música que soñaba para su banda: música tropical, música con “tufo” a popular.
Episodio 2: José Cruz y el foco sobre su cabeza
El José Cruz, conocido también por haber popularizado “El Cumbión”, haber sido manager de los Swing Original Monks por mucho tiempo, y por su actuación como “El Mandarina” en la canción del mismo nombre de la agrupación La Vagancia, demostró con la Papaya tener un olfato peculiar. Cruz le dio al Manaba el fueguito en la mano para encontrar el éxito y la supervivencia de la banda. Se reunieron, chuparon, pensaron: Cómo hacer que la Papaya sea rentable, que funcione y que más gente quiera verlos tocar. “El José Cruz tiene una intuición que pocas personas tienen en este planeta. Nos sentamos una vez a chupar y a conversar y me di cuenta que él era el man y no había a dónde irse”.
Ni hablando horas con gente de la radio sacó tamañas conclusiones. Tenían la idea. Empezaron por mochar la banda y sincerarse con la posibilidad de usar pista. Desde ese entonces son seis y no 14. Ahí nació la idea de empezar a divorciarse del jazz y dejar la cantaleta de “banda fusión”, para pasar de lleno al modo chicha. Empezaron a enamorarse del pop y de su rostro pueril, a encantarse con la carrera de quien toca en orquesta criolla frente a miles de personas que pagan por bailar.
Episodio 3: Igual, haré lo que me dé la gana
Cuando tenía todas estas preguntas sobre qué hacer para que funcione la Papaya, tenía claro que la cosa no era solo copiar. “O sea, tal vez copiar en el sentido de ver qué es lo que hace que funcione, pero que no por eso deje de sonar a la Papaya Dada”.
Antes, con una mentalidad más barroca, el Manaba pensaba en que suene increíble y grandioso poniéndole una cosa encima de otra. Ahora no. Ahora, la sencillez cuenta más y por doble. El Manaba piensa en el pop, en lo mínimo. “Pienso en el riff, en el hook temático, pienso en que la gente se tiene que identificar con lo que yo les estoy diciendo”.
Pero todo eso no evitaría que el Manaba haga literalmente todo a su manera. “Solo hits” y “todos los temas con su videoclip”. Así, “Zapatea” se une como uno de esos hits poderosos, con profundidad armónica y alejado del cándido fulgor de temas como “El San Juan de tu nariz” donde el sonido jazzero aún daba el latido a sus canciones. Quien lo conoce, sabe de su terquedad, de su obstinación por tener lo que él quiera y eso implicaba tener un sonido propio, diferente a toda la chicha del mundo. Si la chicha actual suena a lo mismo en todo el Ecuador, el Manaba se propuso ser el creador de una “chicha alternativa” que llegue lejos y que como toda música popular, haga bailar al que menos se imagina.
Así, cuando te preguntes qué es de la Papaya Dada, no la pienses en el circulito chiquito de Guápulo y La Floresta. Imagínalos más lejos, allá a la vuelta, en Riobamba o en Latacunga quizás, donde 10.000 personas están bailando con palmas sus temas. Piénsales en un estudio grabando con Gustavo Velásquez y piensa de una vez cómo hacer el salto a donde esté la fiesta radioactiva, porque de que se zapatea, se zapatea.