Festival Madambé: La Unión está en las raíces

por Martín González
El próximo 24, 25 y 26 de Octubre se llevarán a cabo las presentaciones finales del Festival Madambé en el Teatro Sucre. Conozcan desde dentro de qué se trata este encuentro que llama a conectarnos con nuestras raíces más profundas a través de la música.

Ensayos del Festival, durante su residencia artística en el CAC. Fotos de Martín González y Emilia Velásquez para Radio COCOA.

Madambé es una especie de vocablo inventado que une dos palabras en bambara, el idioma oficial de Mali. “Ma” quiere decir “madre” o “tierra”. “Dambé”, por su lado, quiere decir “raíz”. “La raíz madre” podría ser una forma de interpretar el significado de la palabra. “Retorno a la raíz”, otro. En todo caso, y de cualquier manera que se entienda, Madambé es el nombre de un festival de música que tiene como premisa central construir un puente musical entre África y Latinoamérica.

En su segunda edición sobrevivió a una odisea de proporciones épicas en medio de la paralización que puso a prueba al país, a inicios del mes. Por eso mismo, ahora puede ser visto como la prueba viviente de que el arte es uno de los territorios de resistencia más elevados que existen. Sus protagonistas lo saben y se enorgullecen de ello. Ahora nos invitan a acompañarlos en una celebración musical que promete ser un bálsamo, y un recordatorio de que la única forma de resurgir de las crisis, es a través de la unión.

Guillherme Kastrup y Jordan Naranjo socializan durante los ensayos de uno de los ensambles que tocará en el festival.

¿Cómo se saca adelante un evento que implica movilizar a 40 músicos, desde lugares tan lejanos como África y a través de un país que está en estado de combustión interna? Convicción sería la respuesta. Rubén Jurado, productor general de Madambé, lo vivió de primera mano cuando empezó el Paro Nacional, que puso en jaque a la realización del festival. Con músicos que tenían que llegar al país entre el 3 y 9 de octubre, el solo hecho de ir al aeropuerto a recibirlos se convirtió en un reto temerario. Pero eso fue solo el inicio. 

Considerando que uno de los pilares del festival es la realización de una convivencia artística entre todxs lxs músicxs, y que para ello tenían pensado utilizar el Centro de Arte Contemporáneo, en pleno casco histórico de Quito, todo se complicó a la enésima potencia. “La residencia la tuvimos que hacer en la casa del director del festival, que es Mauricio Proaño”, cuenta Jurado. “En la sala de su casa metimos todos los instrumentos. Estábamos en ensayos de 15 a 20 personas en una sala, en un lugar sumamente pequeño”. Así, al menos solucionaban el tema de la producción musical.

Mientras, a falta del hotel que iban a utilizar en el Centro Histórico, tenían que encontrar la manera de acomodar a todas las personas que llegaban de fuera, a como diera lugar. Cristina Echeverría, cantautora quiteña que ayuda en esta edición como productora asociada, cuenta que tuvo que atravesar toda la ciudad varias veces en medio de manifestaciones y bloqueos para encontrar cobijas y colchones. “Fue interesante vivir el paro y yo teniendo que moverme a través de todos los lugares de la ciudad. ‘No importa cómo, ¡tienes que llegar!’” comenta entre risas. Sin embargo, los desafíos no se detuvieron ahí.

Un marimbero del valle del Chota espera a las indicaciones del director del ensamble durante los ensayos en el CAC.

“Nos pasó que el toque de queda nos cogió en el ensayo el día sábado y tuvimos que dormir 16 personas en la casa del ensayo (sic)”, agrega después Jurado. Diez y seis músicos de trayectoria reconocida, entre los que incluso había un ganador del Grammy Latino, tuvieron que acomodarse y hasta dormir en el suelo para mantenerse a salvo mientras el gobierno dictaba el primer toque de queda total que el país ha vivido en décadas. Sin embargo, su energía nunca decayó, ni su compromiso con seguir haciendo música para el festival.

A Rubén se le corta la voz al recordarlo, y es comprensible. “También pasan esas cosas. Los productores y los músicos también somos pareja, no sé… Hay un rol que también se está descuidando, en medio el paro”, agrega por su lado Cristina. Pese a ese quiebre interno, frente a la realidad que se quebraba a su alrededor, tenían que seguir bregando. Los retos solamente se acumulaban, y no podían bajar la guardia. 

Quizás, el peor de todos los desafíos fue coordinar la llegada del grupo “Gaitas y Tambores”, que llegaba desde San Jacinto de Bolívar, en Colombia. Manuel Castro, uno de los maestros de la agrupación, cuenta lo siguiente. “Cuando llegamos a la frontera, lo primero que nos dijeron los policías fue: ‘¿ustedes saben que hay un paro?’. Nosotros (respondimos): ‘¡No, no!’ – ‘Bueno, les vamos a manifestar que hay un paro. De pronto no hay la entrada, ustedes van a pasar trabajo y todo’”. 

Quedaron cuatro días atrapados en Ibarra, antes de poder pasar a Otavalo, para después tener que salir de ahí caminando a través del campo. “Caminamos 18 horas con maletas, con acordeón con gaitas, con todo… y, bueno, para nosotros es un orgullo”, afirma Manuel. Llegar a Quito les tomó cinco días en total, en una verdadera lucha por la supervivencia. Sin embargo, para ellos, la motivación de seguir andando era tan sencilla como irrevocable: “Nosotros queremos mostrar nuestra cultura. Queremos mostrar lo de nosotros, lo nuestro. Es algo que llevamos en el corazón, en la mente. Y aquí estamos, con las manos en alto y representando a nuestro país”.

Manuel Castro, del grupo Gaitas y Tambores, ensaya con el ensamble dirigido por el músico colombiano Jacobo Vélez.

El Paro, sin duda, se convirtió en una marca dentro del festival, una señal irreversible, pero no una herida. Todos sus integrantes supieron asumir de alguna manera los desafíos que implicaba el suceso, y entender su magnitud a gran escala como una enseñanza y un movimiento que los contagiaba, más que como un estorbo o un problema. «¿Hubiera querido que el Paro sea dos semanas o un mes después? ¡Sí! Pero eso no lo puedo definir, entonces mi parte, nuestra parte, fue sumarnos, apoyar en lo que pudimos, continuar con la música y lo que sí vamos a hacer es levantar nuestra palabra en los conciertos y poder decir que la música es una trinchera y que aquí estamos”, afirma el productor general.

“Siempre hay que entender que la vida es un espiral y que siempre van a haber altos y bajos. Estos once días de paralización fueron para reflexionar todos, pienso, para entender”, dice al respecto Cristóbal Pichazaca, músico indígena de cañar que también tocará en el evento. “Nos mandó al piso y empezamos a surgir, y el que quiera entender, asumir este compromiso social que ya no es solo: ‘bueno los indígenas ganaron o no ganaron’ -ya es un destino del pueblo- El que quiere unirse a este destino, a este proceso, bien.

Finalmente, la unión es la fuerza primordial que mantuvo a este festival andando. La unión como meta y principio de un intercambio musical que pretende probar que la música no tiene fronteras, y que al hacerlo sobrevivió con altura a un momento histórico y sumamente crítico. Todo en Madambé gira alrededor del intercambio y del encuentro, para entender a través de la música que compartimos una raíz común, enriquecida con miles de diferencias. “Existe una conexión. Existe una identidad sonora bien profunda que nos conecta a todos”, afirma Cristóbal.

Músicos de muchos lugares conforman los ensambles de Madambé. En la foto un guitarrista de cañar ensaya junto a un marimbero del Valle del Chota.

Esta reunión, superviviente de la adversidad, prueba su importancia como un refugio y un frente de resistencia para nuestra sociedad. Y lo hace, justamente, porque en esencia es tan sencillo como un trueque de información honesto, abierto y cálido; un espacio para compartir, sostenido entre personas de orígenes disímiles, pero que al sonar en conjunto son más cercanas de lo que parece. 

“Uno pensaría que, ‘qué tiene que ver la música de África con la música de los Andes’, y hay mucho en común. Sólo que no le damos chance a verlo como una posibilidad de que sea un puente, sino que sea una diferencia”, afirma Álex Alvear, que participa dentro de uno de los ensambles. “Las diferencias obviamente existen y las particularidades de cada cultura, pero en el fondo estamos más conectados, mucho más conectados de lo que nos hacen pensar”. “O sea, es el lenguaje universal de la música que en algún punto es una sola canción y siempre uno se encuentra y se empata”, lo complementa Álvaro Bermeo, vocalista de Guardarraya.

Mezclas inverosímiles, como un “albazo con onda africana”, o una melodía africana salpicada de gaitas colombianas, son el producto final que la gente podrá escuchar durante los tres días de presentaciones que cerrarán el festival. Desde la semana pasada, los músicos se han reincorporado a los ensayos con cierta normalidad, apretando a fondo para poder combinarse y crear canciones nuevas para estas presentaciones, empezando por la que tuvieron el pasado sábado en Cuenca. 

La cantante maliés Sadio Sidibe es una de las joyas imperdibles del festival.

Todxs lxs músicxs involucrados en el festival se muestran sonrientes y joviales durante los ensayos. Han entendido que la música les sirvió de salvavidas en los días difíciles que vivió el Ecuador, y ahora buscan devolvérsela al público porque se comprometieron a ello desde el inicio. “El compromiso es compromiso, y la palabra es la palabra”, sentencia Cristóbal Pichazaca. “Yo pienso que la vida nos puso una prueba: ‘a ver ecuatoriano, hasta donde tienes las agallas para resistir’. Pues resistió, ¡y ahora estamos aquí preparando Madambé!

La música que están por entregarle a la gente va a servir como medicina. Viene de la unión, de la mezcla, de donde es más sabroso: “va a ser como un balsamito como para limpiarnos y nutrirnos de buena energía después de todo lo que hemos pasado”, dice al respecto Álex Alvear. “Nos va a poner en escena otra vez, también en el lado más dulce, más entregado que tenemos. Esto tenemos que ofrecer”, lo complementa sonriente la cantautora Margarita Lasso.

“Yo creo que el día del festival y del concierto y del show, va a ser muy lindo porque es el resultado de todo el trabajo que venimos haciendo y desde un trabajo con orgullo y felicidad”, dice al respecto Titi Echeverría, en su rol de productora. “La gente va a salir con el alma un poco mejor, ¡porque lo que se va a mostrar aquí es todo lo contrario a la violencia! Entonces sí pienso que lo que vamos a dejar va a ser como una semilla de que se puede transformar las cosas para bien, de que podemos ser mejores, de que podemos unirnos, de que la separación, la división, el odio, no es el camino”, la complementa Rubén.

El músico colombiano Jacobo Vélez, con la energía a tope durante los ensayos del ensamble que dirige.

Lxs 40 músicxs que estarán en escena durante los tres días de presentaciones de Madambé forman parte de un movimiento admirable, que de seguro va a contagiar a la gente de energía positiva. A través de su entrega buscan hacernos entender que los tiempos de crisis llaman más que nunca a encontrar puntos de unión en las diferencias, a entender que en el fondo el sentir humano tiene la misma vibración en todo el mundo.

La invitación está hecha. El 24, 25 y 26 de Octubre, en el Teatro Sucre, podrán ser partícipes de una fiesta tremenda que servirá para que cerremos heridas y pongamos en perspectiva el valor de la unidad. Se presentarán figuras conocidas como Álex Alvear con Wañukta Tonic, Fabrikante, Las Tres Marías, Álvaro Bermeo, entre otros; junto con otras que tenemos que conocer, como “Las Damajuanas”, el premiado percusionista brasileño Guillherme Kastrup, la cantante maliés Sadio Sidibe. Entre ellxs, admiramos profundamente a los músicos de “Gaitas y Tambores”, de San Jacinto, después de saber que tuvieron que cruzar las montañas a pie para pararse en el escenario.

Si quieren formar parte del encuentro, aquí pueden adquirir sus entradas. Madambé promete ser una cucharada de remedio para el espíritu en forma de música. 

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