Estéreo Picnic 2016: Lecciones de un fan empedernido

Es el segundo día del Estéreo Picnic (estoy literalmente a medio camino del endurance festivalero) y la gripe parece comenzar a ganar terreno en mi organismo. Los mocos quieren escurrirse de mi nariz mientras la lluvia tamborilea en mi cabeza y en la del millar de personas que ahora me comprimen como si se tratara del bus en hora pico. Hace pocas horas me acabaron de decir que no había llovido en Bogotá en las últimas semanas. La espera se hace eterna. Siento que, en la dimensión perdida del espacio-tiempo en la que me encuentro, alguna mano maliciosa alarga los minutos en el reloj. Llevo casi 3 horas parado, mojándome y aguardando a que salga la majestuosa Brittany Howard con el resto de los Alabama Shakes. En medio de la ansiedad me es inevitable pensar: ¿vale realmente la pena mamar tanto frío, para esto?

Fotos de Martín González (que se dedicó más a sentir el Festival que a tomarle fotos)

Es mi segunda vez en un festival de esta calaña. Puedo considerarme un tipo afortunado, porque mi amor por la música me ha permitido seguirla lejos de casa. Muchos sentimientos se mezclan dentro de mí, como se mezcla el lodo que amenaza mojarme las medias en el suelo del Parque Deportivo 222. La capital de Locombia se ha presentado caprichosa para recibir a una edición más del Estéreo Picnic. El sol que cachetea las calles en la mañana huyó ante la lluvia de la tarde y arrecia con todos los que creemos en #UnMundoDistinto; todos hemos llegado de todas partes, este 11 de Marzo de 2016.

Es tanta y tan espesa la emoción, que uno en realidad no sabe cuál es el camino que debería elegir para disfrutar su experiencia en el «Picnic». Saltan algunas alternativas comunes en la mente de muchos:

1. ¿Debería correr de un escenario a otro para ver a todas las bandas posibles?

2. ¿Debería sentarme en el pasto y despreocuparme cual hippie?

3. ¿Debería ser un FAN EMPEDERNIDO que espera parado y sacrificar a otras bandas para estar cerca de las grandes que le importan?

Una vez que empezó a tocar la primera banda, mis amigos y yo supimos con certeza que el tercer camino era el escogido. Por un momento, pareció que seguirlo iba a costar caro.

Para ser un FAN EMPEDERNIDO es necesario ser obstinado. Hay que tener la mente fija en el objetivo, y taparse el reojo como caballo de carreras, para no distraerse de ver a las bandas grandes de cerca. Hacer esto es como entrar a la dulcería y sólo comprar unas pocas cajas de chocolates caros, en vez de desbordar la bolsita con regaliz o gomitas. Lo que pasa es que uno se muere de ganas de probar esos chocolates, de saborearlos completos y de palparlos sin distancias de por medio, de ser posible. Si regreso de la dulcería al festival para que me entiendan, aclaro que había 53 bandas en el cartel, y yo vi a 10 de ellas. 10 fueron los chocolates caros que decidimos perseguir con mis amigos. ¿Sólo 10? ¿En serio es posible hacer eso?

Sí.

Ser un FAN EMPEDERNIDO es difícil. Es una forma de despegar la imaginación de la experiencia real, de darse cuenta de que el video promocional del festival no es lo que pasa en verdad. A veces significa que uno tiene que compartir espacio con un montón de fans de bandas que uno no ha escuchado nunca en la vida; niñas que levantan el celular para grabar el show y compartirlo con su novio (y le tapan todo el escenario a uno); gente que se sienta en el piso sin respeto por las piernas ajenas; muchachos que a uno le parecen odiosos por corear a voz en cuello lo que canta esa banda que uno no quería escuchar, pero que toca antes de la que da sentido a toda su experiencia.

Seis horas de espera para ver a Snoop Dogg con su elegancia callejera, a menos de 15 metros; dos horas y media de espera para estar alineado con el centro del escenario y apreciar los visuales ácidos de Tame Impala y las siluetas de los músicos; cuatro horas bajo la lluvia para ver a Alabama Shakes rompiendo la barrera del sonido y los corazones de la gente; dos horas sumergido en calor humano, vencido por el cansancio y tomando cerveza tibia para acortar la distancia con los alienígenas de Die Antwoord; seguir despierto después de haber estado parado más de siete horas para tripear con Nicolas Jaar. La lista sigue…

Seguramente, como lector, le cuesta comprender la motivación para estas esperas absurdas. Permítame aclararlo.

En un festival como el Estéreo Picnic, lo único que hay en la cabeza de alguien que quiere ser FAN EMPEDERNIDO de sus bandas favoritas, son sus bandas favoritas. Lo demás son distracciones y no es fácil lidiar con ellas. Sí es verdad que uno quisiera salirse del tumulto para comprar agua o ir a orinar. Es cierto que a veces llaman la atención otras bandas pequeñas del cartel. Es verdad que uno mismo se cuestiona si vale la pena maltratar tanto al esqueleto con estar parado sin descanso por un puñado de pelagatos. Pero no importa. Al menos para un amante de la música que vive en un país chiquito de Latinoamérica, donde se pueden contar con los dedos de las manos a las bandas alternativas «grandes» que han llegado para dar shows en vivo, la obsesión está justificada desde lo más primitivo.

Uno sueña con ver a todos esos artistas tocando en carne y hueso en su país, porque ama transportarse a universos paralelos con la música en vivo, y porque sería mucho más fácil y entrañable no tener que transportarse lejos de su casa para hacerlo. Pero hasta que eso pase, hay que ahorrar meses para irse a otro lado.

La felicidad se parece a esto.

El deseo obsesivo de estar cerca es una forma de enfrentar una barrera, de quitársela de encima para sentir con más fuerza cada nota, cada distorsión y cada golpe del bombo en el estómago. La cara del cantante comprimiéndose para liberar a su voz o el virtuosismo que refleja el guitarrista al dejar su instrumento para tomar agua y llegar justo en el tiempo que le toca, llevan la experiencia del melómano a una dimensión más grande, más embriagante. Sólo se puede acceder a esos detalles, luchando por estar cerca.

Estar cerca es la realización de que esos seres míticos que llegan al alma con lo que tocan, también se parecen a uno, al menos porque comparten el mismo espacio físico por una hora. Ahí es cuando uno se da cuenta de que a Snoop Dogg le basta pararse en el escenario para tener al público en la palma de su mano; de que Kevin Parker (Tame Impala) sale descalzo al escenario y se pasea por todas partes con total despreocupación de lo que hace; de que Ninja y Yolandi (Die Antwoord) sí saben sonreír y hablar con su público; de que Britanny Howard (Alabama Shakes) está llena de amor que brota de sus cuerdas vocales y de su rostro; de que los DJs que mezclan sonidos de otro planeta tienen cara y cuerpo y también usan instrumentos musicales.

A veces, estar cerca también es el medio para sorprenderse. Como cuando uno cae en cuenta de que la vocalista de Of Monsters and Men en realidad sí canta tan lindo como parece o de hay dos chicas que tocan el acordeón y la trompeta en la banda o de que todos ellos son demasiado blancos. O cuando se «descubre» a the Flaming Lips, quienes, con décadas de trayectoria pueden darse el lujo de re-decorar el escenario y tocar mientras su vocalista se lanza al público en una burbuja inflable o canta desde los hombros en un tipo con disfraz de Chewbacca. En síntesis, estar cerca es maravilloso, y le da más sentido a ver música tan grande en vivo.

Después de 3 días de embriaguez musical en el Estéreo Picnic, es obvio que valió la pena todo, TODO. Cada segundo de estar presente en el rol de FAN EMPEDERNIDO.

Cuando uno no está metido en la estratósfera musical que buscaba en el festival, comienza a analizar la mecánica de ese «mundo distinto». En Bogotá la tienen clara, deben saberse de memoria los requisitos para que cada año lleguen nombres tan apabullantes a tocarle a su gente. Como parte del público que ignora todo lo que pasa tras bambalinas, siento que el público en sí mismo es una gran fuente de aprendizaje.

El público bogotano peca de no poder soltar su celular para ver el show, pero por otro lado, está despierto y empeñado en ponerse la camiseta de las bandas locales y de vitorearlas como lo haría para cualquier gigante extranjero. El público bogotano está compuesto de muchísimos FANS EMPEDERNIDOS. Una actitud así en nuestro propio público vendría bien para que algún día podamos tener festivales de 3 días con carteles que causen orgasmos anticipados en los oídos.

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