Espacios culturales vs. COVID-19

por Radio COCOA

La pandemia de coronavirus ha provocado el cierre o la transformación forzosa de algunos espacios culturales importantes de nuestro país. ¿Por qué ocurrió esto y qué implicaciones tendrá?

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Por Martín González y Pablo Dávila

Hemos sobrevivido al primer semestre de este año difícil. Entrados en el segundo, parecería que nos hemos adaptado, de una u otra forma, a “la nueva normalidad”, sin saber bien qué forma o qué normas tiene. El panorama para el sector cultural sigue siendo incierto en este contexto. Poco ha mejorado después del remezón inicial. 

Los lugares que alguna vez cobijaron a las prácticas artísticas y culturales perecen, o agonizan, en medio de una precariedad vertiginosa. Poco han dicho las autoridades competentes de lo que podría hacerse para volver a levantarlos, o para evitar el cierre de los que quedan en pie. A duras penas, el COE Nacional ha ido aprobando su reapertura con aforos limitados de forma paulatina.

El Plan Integral de Contingencia para las Artes y Cultural del Ministerio de Cultura y Patrimonio ya está en marcha con resultados poco comprobables, y con una nomenclatura que parece haber olvidado la existencia de los Espacios Culturales. Cabe recalcar, además, que su ejecución ha tenido que efectuarse en medio de una grave inestabilidad provocada por el Decreto Ejecutivo 1039, que establece la fusión del ICCA y el IFAIC

Esto implica que los mecanismos de sostenimiento y fomento de las prácticas artísticas no logren asentarse en un nuevo marco institucional coherente. En consecuencia, se exacerba el abandono que ya de por sí vivían los espacios culturales. Poco ha cambiado para estas entidades, que desde tiempos pre-pandémicos ya enfrentaban problemas graves para subsistir, justamente por vacíos legales de este tipo a nivel local y nacional. 

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Guardarraya en República Sur. Foto: archivo de República Sur

Por ahora la adaptación al mundo virtual parece una alternativa cómoda y hasta rentable —en ciertos casos—, para varias prácticas artísticas. Pese a la ineficacia de la legislación vigente y al panorama político inseguro, es más fácil la ejecución de un recital o de una obra de teatro, por ejemplo, bajo los nuevos parámetros de la virtualidad. Después de todo, esta forma de proceder desamparada ha sido una constante para las artes en nuestro país desde hace mucho tiempo.

Pero esta no es la realidad para los espacios físicos en que actividades como estas se desarrollaban. Casi todos ellos sobrevivían con fuentes de ingreso secundarias, siendo cafeterías o restaurantes. Sobre esa base intentaban mantener una oferta cultural, a sabiendas de que eso casi nunca representaba ganancias. 

Esta mecánica nunca fue ideal ni sostenible, y terminó de desmoronarse frente al colapso económico de la pandemia. Al tener que cubrir alquileres, pagos de salarios, afiliaciones al seguro social, y demás costos operativos elevados, sin mayores posibilidades de mantener su liquidez, muchos centros culturales han tenido que abandonar la pelea, o asumirla desde otro frente. 

Cada uno de ellos es un baluarte de historias que sostenía la economía de un grupo de trabajadorxs y sus familias, y el desarrollo de nuestras escenas artísticas. Conversamos con lxs gestorxs detrás de algunos de estos centros para que nos cuenten el porqué de sus cierres y su visión del panorama futuro del sector.

REPÚBLICA SUR (Cuenca)

República Sur nació en el 2012, cuando Jordi Garrido, gestor cultural español, llegó a Cuenca. Lo primero que notó al asentarse en el Austro fue la carencia de espacios para el desarrollo de las actividades artísticas que bullían en la ciudad. A partir de ahí, junto con su socio, decidió emprender la misión de montar un establecimiento que funcionara como punto de encuentro para la plástica, la música y el cine. 

Garrido menciona que su iniciativa llegó en el momento preciso, acompañando a un grupo de artistas jóvenes que la acogieron con gusto, puesto que era justo lo que necesitaban. Esto fue clave en el desarrollo del lugar, que se consolidó como un epicentro cultural importantísimo al sur del país. Durante sus seis años de trayectoria, bajo el mando de Jordi y su socio, República atrajo a gran parte del movimiento de la música alternativa local e internacional que se desarrolló en Ecuador

Es cierto que tuvimos mucha suerte y rodó en seguida. Algunas bandas que ya habían tocado en la anterior República, en el anterior enclave, empezaron a abrirnos camino con otras bandas del país”

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Fachada de República Sur. Foto: archivo de República Sur

El empuje con el que arrancaron los obligó a buscar un lugar grande al poco tiempo de empezar. En el 2014 se mudaron a la Casa del Centro de Cuenca, en la que se convirtieron en uno de los principales venues del Ecuador. Jordi recalca que desde el inicio notaron que tenía buenas condiciones acústicas para alojar conciertos. Desde ahí también pudieron darle vida a la Gaceta Cultural de República Sur, un periódico gratuito que reparten en la ciudad para difundir y promover su escena artística. 

Sin embargo, su operación siempre fue una cuestión de amor al arte, más que de potencial rentabilidad. “El Centro Cultural se mantenía gracias al restaurante y bar”, afirma Garrido. “Hemos tenido suerte, porque gracias a la cocina que hacíamos y al trago que vendíamos (…) se mantenía tanto el Centro Cultural como el periódico (…). Pues sí se golpea esa fuente de ingresos, que es la única, porque los eventos daban ayuda para pagar algo ese día pero no para mantener las cosas… entonces, adiós, ¡chau Centro Cultural! Y no hay más, y es así”.

Con la pandemia, se han visto en la necesidad de traspasar la propiedad del negocio a otra administración. El socio de Jordi ha regresado a España y él ha decidido dar un paso al lado para trabajar en medios de comunicación. Aunque esto no implica el fin de República, sí marca el inicio de un nuevo ciclo marcado por la incertidumbre. De no haber sido este el caso, el cierre habría sido inevitable. 

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El músico español Carlos Sadness en su presentación del año pasado. Foto: archivo de República Sur

Al menos sabemos que el restaurante mantiene sus operaciones con el mismo personal y que no se mudarán de local. “Este año es remar en aguas turbulentas, quiero decir, estar con costes mínimos. Una de las cosas que hemos conseguido es que nuestro arrendatario —porque la casa no es nuestra, evidentemente— le rebaje mucho el precio al nuevo dueño y eso ayuda a que puedan subsistir este año. ¡Más o menos como siempre! Pero esta es subsistencia con el agua casi ya pasándote por la nariz”

Según Garrido, 11 familias viven directamente de República Sur; afortunadamente conservan su empleo. La Gaceta Cultural tampoco dejará de existir. Al haber accedido a un fondo del programa “Emerge Ecuador”, planean seguir con su publicación y trabajan en nuevas ediciones con un equipo de 30 escritorxs, 10 fotógrafxs y 10 ilustradorxs

República es un caso esperanzador en medio del clima actual. Si bien implica el fin de una etapa para sus fundadores, es muy rescatable el hecho de que el establecimiento se haya salvado. La acción de Jordi y su socio refleja el reconocimiento de que la cultura va más allá de sus gestores. El florecimiento de República también deja otra lección importante: es vital que se genere una simbiosis entre los establecimientos y los actores que se benefician de ellos.

Para Jordi, este cambio de aires termina con mucha gratitud y satisfacción por lo obtenido fuera del plano económico. “Tuvimos la suerte de estar en el momento justo, en el momento en que la ciudad requería eso, y en una sociedad joven que reclamaba ese movimiento de cultura y del que nos hicimos como acreedores (…). En eso no puedo decir más que gracias a Cuenca porque ha sido, justamente, por los cuencanos”. 

Los Swing Original Monks en una presentación en República Sur. Foto: archivo de República Sur

Sin embargo, reconoce que las cosas se mantienen cuesta arriba, y que revertir la situación implica cambios estructurales profundos. Desde un punto de vista pragmático, él ve una gran urgencia en la renovación de las políticas de estado.

“¿Cuáles son los sectores más dañados de una crisis, sobre todo económica? Educación, sanidad y cultura. Y como la cultura va ligada a la educación, pues estamos jodidos. ¿Cuál es el sector de los centros culturales? Para que sobrevivan necesitan apoyo del Ministerio de Cultura. Y no quiere decir que “dependan de ellos” exclusivamente, pero sí apoyo. No puede ser que seamos centros independientes, no por lo que hagamos, sino porque nos dejan completamente de lado”. 

ESPACIO VIOLENTA (Guayaquil)

Desde su nombre, el Espacio Violenta se posicionó como una contravención al status quo. En una ciudad como Guayaquil, llena de conflictos de clase agudos, el desarrollo de una escena artística siempre ha sido complicado. 

Es por eso que David Orbea y Juanca Vargas decidieron irrumpir con su presencia y montaron un taller-galería cerca del Barrio del Astillero, próximo al sur de la ciudad, un área históricamente considerada “periférica”. “Situarnos en esa zona fue un reto: como un quiebre de lo establecido”, afirma David.

La facha de Espacio Violenta en una de las tantas noches mágicas para el lugar. Foto: archivo de Espacio Violenta

Arrancaron con una exposición para la que reunieron 52 bocetos de artistas locales. Desde entonces, se mantuvieron a flote hasta cumplir tres años el pasado julio. Sin embargo, el coronavirus los obligó a tomar decisiones drásticas: “Llegamos al tercer mes de la pandemia y reflexionamos sobre tener un lugar expositivo como tal. También se nos hacía difícil sostenerlo. Nos vimos obligados a cerrar el espacio físico, pero eso nos obligó a repensar el proyecto, a mudarnos a las redes”, comenta Juanca.

Durante su tiempo como galería lograron establecer conexiones importantes con lxs artistas de la ciudad y con el barrio. Desde su emplazamiento lograron articular a una comunidad que había estado relegada del arte con otra que había estado relegada de la ciudad como tal. Fue clave su cercanía geográfica con el Colegio de Bellas Artes (institución histórica) y con el ITAE (Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador).

“Recuerdo que en la inauguración había una obra del artista Adrián Balseca que era de unos afiches. Estaban dispuestos para que la gente se los lleve. Entonces, llegaron unos cinco niños, vieron los afiches, se fueron y empezaron a llamar a más niños. Entonces, se empezó a difundir la idea de que en ese lugar están haciendo arte y que es algo diferente. Iba de voz a voz. De repente, la vecindad empezó a generar confianza y a romper esa idea que tiene la gente, del cubo blanco, del museo, la galería, de esos espacios a los que, desde afuera, uno teme entrar porque no entiende las lógicas. Pero, en cambio, al ser otro espacio, dispuesto en otro lado de la ciudad y con otras lógicas, la gente entraba”, cuenta Vargas.

Desde el principio, Espacio Violenta se apartó de la estética de la galería impecable, del «cubo blanco». Foto: archivo de Espacio Violenta

Su mudanza al mundo digital implica cambios estructurales, pero no altera su esencia. Mantienen su carácter irreverente y disruptivo, convencidos de que Violenta está para reclamar un espacio necesario para la sociedad. Mientras dure este momento de incertidumbre dependiente de lo virtual, han enmarcado su operación bajo el concepto de “Tiempos Violentos” haciendo referencia al nombre traducido de la película más célebre de Tarantino— para retratar el carácter con el que le hacen frente a la crisis. 

“Como artistas, una de nuestras prioridades era la cuestión de la deriva en la calle, de reconocer la cuestión urbana y sus problemáticas”, afirma Juanca. “Nosotros mismos venimos de lo precario. No sé si venimos directamente de la calle, pero entendemos de estas lógicas (…) desde cómo funciona la ciudad, desde el espacio público, también esta cuestión disruptiva, de la crítica. Sentimos que debíamos venir desde abajo, porque estamos desde abajo. Los artistas y el sector cultural siempre están debajo de otras prioridades”, lo complementa David.

Espacio Violenta se apoyaba en una estética de la calle. Foto: archivo de Espacio Violenta

Uno de sus principales proyectos en este momento es el de convertirse en dealers de arte. Jugando con la estética “sucia” que los caracteriza, han decidido establecer una cadena de comercio de obras de artistas emergentes, que funciona puerta a puerta. Adicionalmente, han abierto un espacio virtual de visibilización llamado “Carne Fresca III” —pueden postular hasta el 28 de Agosto—. 

Sus ideas frente al panorama actual son claras y se resumen bien en palabras de David: “Es importante pensar, en estos tiempos al menos, en colectivo. Todos estamos pasando la misma situación, de una u otra forma. Yo añadiría que esto nos ha servido para pausar todo y repensar bien las cosas. Es un tiempo para la reflexión y repensar el proyecto. Y tampoco podemos hacernos de la vista gorda de lo que pasa a nivel mundial”.

LA CAFETINA (Quito)

La Cafetina será recordada para siempre como uno de los cafés culturales más emblemáticos de Quito. Emplazada en el barrio de la Floresta, empezó su existencia dentro del Cine 8yMedio antes de mudarse a una casa enorme, ubicada sobre la misma calle Valladolid. Después de siete años y medio de existencia, sus propietarias, las hermanas Pilar y Carla Cáceres, decidieron que lo más acertado era cerrar las puertas frente a la pandemia.

Es una despedida llena de sentimientos encontrados. El proyecto siempre tuvo una carga muy personal para las ellas, quienes supieron imprimirle todo su amor al manejo del lugar. Carla define la experiencia como un aprendizaje absoluto, que trajo muchas conexiones y recuerdos gratos. Para ella, era vital que La Cafetina acogiera a sus clientes así: “como que fueras pana mío y vinieras a la sala de mi casa”.

Comenta que la existencia de la cafetería siempre estuvo muy ligada a las organizaciones barriales. Siempre actuaron en cooperación con el Comité Pro-Mejoras de La Floresta y con el Colectivo La Floresta para convertirse en un establecimiento constructivo para el sector, y para ser bien acogidas por él. 

Fachada de La Cafetina. Foto: archivo de La Cafetina

Esto les permitió expandir su operación por fuera de las puertas de su local para tomarse las veredas de forma recurrente con sus Ferias de Pulgas Mensuales y con su Feria de Emprendimientos. La Cafetina era un epicentro y una casa para muchxs artistas y diseñadorxs locales. “El barrio se volvía una fiesta cuando había las ferias grandes de emprendimiento y funcionó súper bien”, recuerda Carla.  

Pese al éxito que tuvieron, su operación no terminó de ser un sustento con proyección a futuro. Por ello, las hermanas Cáceres decidieron cerrar sus puertas y vender sus activos para no perecer bajo los costos operativos que no iban a poder cubrir. “Fue una decisión rápida y apropiada, a tiempo”, menciona. “Dentro de todos los restaurantes de panas y gente conocida que ha cerrado, nosotras fuimos las primeras, casi. De alguna forma fue acertado”. 

No por eso fue una decisión fácil, en lo absoluto. “Mucha gente que quería La Cafetina, que quería el espacio, compraron cositas de recuerdo para tener. Fue durísimo. Una mezcla de sentimientos. La Cafetina fue como una bebé nuestra, una hija”, acota luego Cáceres. 

La Cafetina fue un espacio acogedor, ideal para caer en cualquier momento. Foto: archivo de La Cafetina

No obstante, no piensan dejar morir el proyecto en su totalidad: “Tenemos muchas marcas de diseño independiente que confían en nosotros, entonces creo que eso va a seguir. Apenas nos podamos juntar y esto se solucione, va seguro Cafetina con las ferias”. 

No hay una fecha previsible del momento en que esa reactivación pueda darse. Carla y Pilar han decidido dar un paso a un lado y dedicarse a otros proyectos por el momento. Sin embargo, las reafirma la profundidad de la conexión que entablaron con el barrio y con su público. Los mensajes de solidaridad que han recibido reflejan el cariño con que la gente acoge a La Cafetina. Y es esa solidaridad la que les permite encontrar algo de esperanza en medio de la neblina actual. 

Sin arte, sin música, sin teatro, sin esas cosas no hay vida”, afirma Carla. Su testimonio da cuenta de que gran parte de lo que mantiene vivos a los establecimientos culturales es el cariño con el que se gestionan y con el que logran conectar con su comunidad. Y eso apela a nuestra responsabilidad de convertirnos en aliados a través de nuestro consumo y nuestro apoyo constante.

DIRTY SÁNCHEZ (Quito)

Hace 10 años, Andreas Nyffeler se pegó una noche de tragos junto a un amigo neozelandés en Quito. Entre copa y copa se les ocurrió montar un bar que funcionara también como tienda de ropa de diseño local y plataforma cultural. Y así nació el Dirty Sánchez.

Lo artesanal marcó a este establecimiento, querido y respetado en la escena quiteña, desde sus inicios. Andreas cuenta que ellos construyeron las primeras barras con sus propias manos y que se establecieron, gracias a su esposa, en el local que los acogió hasta el final, en la Pinto y Reina Victoria, en plena Mariscal

El nombre del lugar tiene una historia confusa. Andreas menciona que viene del apellido de quien les vendiera su primera cafetera, que algo se relaciona con la historia de un célebre un criminal australiano o que hace referencia (involuntariamente) a algo que él insta a que (no) busquemos en Google. Sea como sea, es un nombre que no olvidaremos

El Dirty ha tenido que cerrar definitivamente después de 10 años y una agonía de meses que incluyó un crowdfunding como último aliento.

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Fachada del Dirty Sánchez, en plena Mariscal. Foto: archivo del Dirty Sánchez

Su modelo de negocios se sostenía de forma relativamente equitativa entre el desarrollo de actividades culturales como fiestas y conciertos —con mucha frecuencia— y los ingresos que le dejaban sus operaciones como bar-restaurante. Parte del éxito que tuvieron y de la durabilidad que eso les otorgó deviene de su afán de renovarse y probar cosas nuevas. “Siempre fue una plataforma cultural. Queríamos crear un espacio donde se encuentre la gente, donde se encuentre arte”, afirma su cofundador.

Establecieron el lunes como día de fiesta electrónica con su programa “We Love Mondays”, por ejemplo. O probaron con eventos interdisciplinarios, como días en los que invitaban a caricaturistas a pintar a sus clientes mientras consumían en el bar y recibían un corte de pelo. Siempre supieron adaptarse a las circunstancias. Andreas cuenta, por ejemplo, que abrieron durante el Mundial de Fútbol de 2010, por lo cual sus primeros meses se caracterizaron por ofrecer desayunos desde las 7AM. 

Esta colada divertida atrajo a un sinnúmero de personas y a una clientela fiel que siempre se caracterizó por su diversidad. “Era como un lugar donde se encuentran diferentes tipos de personas, desde jóvenes hasta mayores y todos se sentían cómodos. Y eso es lo lindo del lugar, que la gente se siente como en casa (…) No excluimos a nadie. Estuvimos abiertos para todxs”, afirma Andy.  “Había punkeros, salseros, gente a la que le gusta el jazz, gente bohemia o alternativa, y todos se unieron en el Dirty. Creo que eso es algo especial también, que se dio en esos 10 años”.

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Durante los 10 años que duró, el Dirty reunió a gente muy distinta en un cúmulo de noches memorables. Foto: archivo del Dirty Sánchez

Para él, el otro pilar fundamental del Dirty siempre fueron sus empleadxs. “Ellxs son la cara del Dirty Sánchez y siempre elegimos el personal muy bien y estuvimos muy felices con nuestros empleados, que siempre sudaban la camiseta por el Dirty Sánchez también. Estoy muy agradecido por haber conocido a tanta gente que trabajaba en el Dirty y que pusieron su granito de arena ahí”.  

El establecimiento tenía un equipo de nueve personas, que fueron despedidas intempestivamente para poder ser indemnizadas como correspondía. “Creo que esa es la responsabilidad social que tenemos en esta pandemia también. Había muchas familias atrás, y las familias tienen que comer. Entonces estoy feliz de que pudimos terminar el asunto con los empleados así y todos pueden seguir adelante”. 

No hay ninguna certeza de que el local vaya a resurgir en el futuro próximo. Quedan los buenos recuerdos y las oportunidades que propició para el amplio abanico de bandas y DJs que pasaron por su sala. El Dirty siempre fue una incubadora pequeña pero potente de arte local. La visión de Andy respecto del futuro se inclina sobre ese mismo carácter.

“La tendencia es claramente a lo online, pero me parece una lástima porque, justamente, eso es lo lindo: la presencia del artista y el público. Uno necesita ese acercamiento con el público y poder leer el público también. Ojalá se reactive este sector pronto y permitan al menos conciertos chiquitos. Así se podrían hacer conciertos de jazz o algo así como tranquilo, sin mucha aglomeración de gente”. 

1865 MUSEO ROCK ECUATORIANO (Quito)

Con el afán de ser una especie de “templo” para la música alternativa local, el Museo del Rock —como se lo conoció coloquialmente— abrió sus puertas en el 2015. Para sus socios propietarios Sebastián de Trinidad, Boris Villacres y Marco Yacelga, era vital que Quito tuviese un lugar en el cual comer, vivir, respirar y escuchar rock. 

1865 hace referencia al año en que se compuso el himno nacional del Ecuador. El carácter solemne del nombre se fundía con el carácter contemplativo que el lugar le dio a la historia de nuestra música local. Su rasgo más distintivo fueron, sin duda, los nichos en los que exhibían objetos de memorabilia como la guitarra del Chamo Guevara, la corbata que Roger Ycaza usaba cuando tocaba con Mamá Vudú o el manuscrito original de la letra de “1537”, de Guardarraya

Como fans asiduos de la música local, sus dueños procuraron hacer de su establecimiento un refugio para las bandas, en la que tuvieran todas las facilidades para tocar y disfrutar. Lo único que tenían que hacer para ello era llevar sus instrumentos. La casa cubría todo lo demás. Esto les ganó un lugar especial en la escena quiteña. Era un punto seguro para tocar y recibir bandas de otros lados. En sus tablas se presentaron grupos de toda calaña, desde Telim hasta Hijos de Quien

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Detalles del emblemático «Museo del Rock». Foto: archivo de Museo Rock Ecuatoriano

“Durante los dos primeros años, el museo fue como una fundación, un apoyo para nuestros amigos músicos, para hacer plata para sus giras. Eso era ayudar a los artistas. De donde sacábamos plata para pagar arriendos, sonidistas, guardianía y a los proveedores era de la comida y de los tragos”, comenta Sebastián. “Siempre fuimos conocidos por dos cosas: por los cocteles y por el rock ecuatoriano”. 

Nuestro objetivo siempre fue apoyar al arte, a la cultura con lo que tenemos, con lo que nos alcanza. Ese logro no tiene precio. Eso es algo que nos reconforta mucho, porque el museo es querido”, complementa después Boris. 

El Museo supo mantener viva a la escena musical capitalina en un momento en el que empezaron a escasear los espacios. Aprovechando su rol como polo musical, estableció iniciativas como “La Guerra de Bandas”, buscando impulsar a nuevas propuestas por medio de un sistema de concurso en el que los jurados eran figuras prominentes del medio. Su labor fue importante para generar movimiento en todos los niveles del ecosistema musical.

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Una postal que muestra el inconfundible espacio que albergaba al Museo. Foto: Museo Rock Ecuatoriano

El Museo venía acarreando problemas desde el Paro Nacional de octubre. Su cercanía con el CNE implicaba una complicación en el acceso, dado que la zona fue cercada y militarizada durante la conmoción social. Esto ya provocó bajas importantes de ingresos que no terminaron de ser saneadas hasta que empezó la pandemia. 

El equipo de trabajo estuvo conformado por 10 personas, de las cuales sólo tres mantenían una relación de dependencia. Cabe recalcar además que sus dueños nunca percibieron un salario fijo. Este cuadro inestable y su debilitamiento previo a la pandemia dieron paso al cierre del local, mas no del proyecto ni de la marca. Aunque ya no será más un bar restaurante, Boris, Marco y Sebastián afirman que seguirán trabajando en nuevas formas de apoyar al crecimiento de la música local. 

“Varias bandas hicieron del Museo su casa. A los clientes les gustaba el lugar. Por eso el impacto fue grande. Cuando cerramos, mucha gente nos escribió para preguntarnos qué pasó, por qué se cerró el local que era uno de los mejores lugares”, afirma Villacres.

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Un espacio para poguear, para zapatear. El Museo fue, ante todo, un lugar querido por la gente. Foto: archivo de Museo Rock Ecuatoriano

“Hay que darle santa sepultura al bar-restaurante. Queremos volver a recargarnos un poco. Pero creo que ya tenemos una idea de cómo queremos apoyar no sólo a la música, sino a proyectos teatrales, pictóricos, desde otro punto de vista. Desde otro fondo económico. Estamos armando un  proyecto sin fines de lucro para apoyar al artista de otro modo, que no tiene que ser necesariamente con un escenario físico”, acota Sebastián sobre su futuro.

Saben que el panorama pinta complicado por delante, pero no decaen en sus ilusiones de mantener vivo el espíritu de su proyecto. “El museo no es en sí el espacio físico, sino toda su gente, su música, las nuevas bandas”, sentencia con certeza Marco. 

“El regreso a ser mamíferos de grupo va a ser a través de la cultura. Hay que aprovecharlo, ponerse fuertes, buscar energía, encontrarse uno mismo como sociedad, como consumidor y difusor de esa cultura”, dice finalmente Sebastián. 

Quito pierde un espacio importante con su cierre, pero queda su legado como precedente de que el rock y la música alternativa sí pueden ser elementos de consumo lo suficientemente fuertes como para alimentar a la energía de un movimiento a su alrededor. Todo se trata de invertir la energía y reunir los esfuerzos adecuados en equipo para propiciarlo.

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Es imperativo recordar y honrar a estos espacios. Su existencia representó un pilar y un refugio para el desarrollo del movimiento artístico nacional. El cierre de sus puertas, o su transformación forzosa, es una pérdida muy significativa para la sociedad, que no debe pasar desapercibida

Pese a que la “nueva normalidad” parece empujarnos a acomodarnos en la distancia y a dejar el devenir de toda nuestra cultura en manos del internet, no deberíamos pensar que ese es un futuro deseable ni equitativo. 

Las lecciones que quedan de la existencia de estos espacios hablan de que la cultura en nuestro país siempre ha tenido que moverse desatendida por las grandes instituciones públicas o privadas. Es un panorama precario y ha sido urgente que eso cambie desde hace décadas. 

Pero por otra parte, queda el precedente de que es posible levantar proyectos significativos a partir del empeño y la autogestión. Y eso también debería servir como para hacer que los esfuerzos no correspondan a nichos aislados, sino a redes colectivas más grandes

Los espacios culturales son indispensables para cualquier entorno. Brindan la posibilidad de una mejor calidad de vida y de un ordenamiento más benigno de las interacciones sociales. Son las casas de gestación de todo aquello que nos ayuda a interpretar e interpelar a la realidad a partir de nuestras sensibilidades. Y debería preocuparnos que existan por eso mismo. De lo contrario, estamos resignándonos a vivir en un mundo cada vez menos amigable.

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