Erlend Øye bajo el calor de Guayaquil o viceversa

por Ga Robles

En la mesa, una bandeja de frutas, patacones y sal prieta. Y él, rubio, rubísimo y menudo, conversa con Ela y los chicos del staff. Había dejado a un lado hace 15 minutos su camisa blanca y hace 20, el escenario desde el que coqueteó, con tímida sinvergüencería, a un público enamorado.

En algún momento de estos diez últimos años, el sentimiento estético de muchas jóvenes se volcó hacia los hombres escuálidos, con grandes lentes y cuya sensibilidad supera de largo el tamaño de sus pectorales. Erlend es lindo y cada vez que se le resbalan los lentes y los regresa a su lugar con su dedo índice, genera suspiros entre el público.

Erlend Oye 4

Foto: Cortesía de Irina Patiño

Su humor, una mezcla de té de boldo con hermesetas, abrió las líneas de la confianza y la camaradería el 17 de febrero, en el Centro Cultural Simón Bolívar, a.k.a. MAAC Cine. En frente suyo, 350 personas se conectaron con él en una alianza que evocaba la magia de lo espontáneo.

“Fence me in” fue la chispita que dio origen a toda esa noche de voz y guitarra acústica y, consumado el momento, there was poetry in every moment of the night. Nos cantó el Legao casi completo, un álbum pensado en derretir con melodías juguetonas de reggae, le dedicó “Garota” a José Antonio, a pedido de una fan ilusionada, y nos hizo cantar a nosotros en coro canciones como “Rainman” y “Peng Pong”. Desde mi puesto se podía ver las texturas del césped falso que recogía sus pies, las del biombo de pallets que hacía de fondo, y los anillitos de las cuerdas de su guitarra. Podía escucharlo sin el micrófono. Por vías de la casualidad, yo estaba sentada justo frente a él, en primera fila.

Erlend estuvo dispuesto incluso a acortar esa pequeña distancia. Todo o nada. En inglés, invitó con su voz encantadora a que toditos se paren por delante de las butacas, a que suban los que puedan a la tarima y se sienten en el césped falso, junto a sus zapatos negros. Cinco minutos y entre selfies y alboroto discreto, la mitad de la audiencia estaba compartiendo el calor de la parte delantera del teatro y de su música. No hubo tiempo para perder el tiempo porque el señor Øye se complació en cantar canciones en italiano, causando un cambio masivo del gesto facial de los que estaban más cerca, enternecidos por las líneas de Ti odio poi ti amo poi ti amo, poi ti odio, poi ti amo, del clásico “Grande Grande Grande” de Mina, uno de los temas que mejor le salen en italiano. Todo o nada.

Erlend Oye 1

Foto: Cortesía de Andrea González

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En Guayaquil —un inesperable terreno para la germinación de lo indie, lo no-salsa-choque—, durante los cinco días antes del concierto se agotaron las entradas, todas. Sold out. Erlend Øye, noruego de 40 años con dos bandas innovadoras en su CV y un proyecto solista que encantó a sus séquitos, escogió pasar por Ecuador y sobre todo, escogió pasar por Guayaquil.

Erlend Oye 5

Foto: Cortesía de Josué Granda

Y aquí la contraparte. Roberto Calderón bajo el paraguas de su marca Zhiro, tuvo la osadía de escribirle a un músico que por su cuenta, tal vez no hubiera encontrado a Ecuador en el posible mapa de sus presentaciones. El que no llora no mama encaja en este principio y donde hubo fuego cenizas quedan, calza en el final. Ya les cuento bien qué pasó con Erlend en sus días de guayaquileño.

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Por detrás: parte del staff, entre ellos, Roberto Calderón, a la der. / Foto: Ga Robles

Erlend/El agente de Erlend/El community manager de Erlend le respondió a Calderón. Que sí. Estaban cerca, en Santiago, porque iban a tocar íntegro el Quiet is the new loud (2001) junto a Eirik Gambek Boe, su dupla en Kings of Convenience, y les venía bien pasar por Guayaquil. Para el 27 de febrero, el día del concierto en Chile, estaban a una uña de acordar la fecha en Ecuador y todavía nadie sabía.

Erlend-Facebook

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Lejos de los rumores que había escuchado sobre el setlist de Erlend Øye solo —que sólo toca canciones de su nuevo disco, que no toca temas de sus otras bandas, que si viene sólo con guitarra, prefiere no tocar nada de sus proyectos electrónicos bla, bla— nos hizo babear y saboteó nuestra capacidad de conmoción sólo con sus sonrisas y su poder escénico. Durante la segunda mitad del concierto, Kings of Convenience y The Whitest Boy Alive se juntaron en un repertorio con canciones compuestas para no perderse en el tiempo, de arreglos complicados pero atrapantes, de melodías melancólicas, pero alegres. Y de mucho, mucho humor en el medio. Erlend siempre ha preferido pertenecer al grupo de aquellos que pueden tocar cualquiera de sus canciones en cualquier lugar. Incluso temas de corte digital de The WBA como “Golden Cage” o “Courage” (<3 <3 <3).


Fragmento de «Courage» de The Whitest Boy Alive / Video: Laura San Andrés

 

Con un rasgado simple y embalado, se transformaron ese instante en himnos cantados. O acaso con un poco de ayuda, como en “1517”, cuando llamó a la colombiana Ela Minus para que tocara los drum machines, mientras él solfeaba Freedom is a possibility only if you’re able to say no.


Fragmento de «1517» de The Whitest Boy Alive feat. Ela Minus / Video: Laura San Andrés

 

El valor excéntrico de un personaje como Erlend Øye se evalúa por su capacidad de asombro y adaptación. Este ser humano escandinavo, de belleza intelectual, no escogió Guayaquil para tocar al azar, en la misma forma en la que no escogió Siracusa al azar, como la ciudad para vivir desde 2012 junto a su madre. Este ser humano escandinavo al que le encanta viajar, ha pasado sus últimos años viviendo el verano que vio en postales y quería hacerlo realidad. El verano con sol, calor y mar cercano. “Es increíble que puedan salir y encontrarse con sus amigos y conversar en la calle más de cinco minutos sin preocuparse del frío”, diría a los chicos uno de esos días en que fueron a una cancha en Urdesa a jugar pelota.

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Erlend Oye 2

Foto: Cortesía de Alejandra Allauca

Antes de tocar la “Prima Estate”, subió a un chico al escenario para entrevistarlo. Luego de eso, armó una pequeña fiesta y revolvió al público también con «Mrs. Cold», y así, simple y querido. Esa noche insistió en que su desapego a las comodidades le permite salir a conocer el mundo. Se ha ganado el privilegio de llegar a hoteles bonitos y ser bien retribuido por tocar canciones en italiano inspiradas en sus días en el Mediterráneo, pero también la ventaja de poder acercarse a la gente sin láminas de seguridad. Cada gesto suyo, el baile en saltos en el piso de alfombra en Fediscos durante el after, su intento frustrado de subir al cerro Santa Ana a las 2am unos días antes, sus madrugadas tocando junto a músicos locales, dieron cuenta de un outsider que toca y viaja por sentir la felicidad y la luz del sol. Erlend Øye, durante una semana metió a Guayaquil en su bolsillo lleno de humedad y agua salada. Por la evidencia, a Guayaquil le encantó estar ahí dentro esa semana escuchándolo cantar.

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1 comentario

minecraft 25 febrero, 2017 - 8:55 AM

Write more, thats all I have to say. Literally, it seems as though you relied on the video to make your point.
You obviously know what youre talking about, why waste your intelligence on just posting videos to your weblog when you could be
giving us something informative to read?

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