El Funka Fest es uno de los festivales precursores en presentarse como una plataforma para las artes más allá de la música. ¿Qué hay detrás de su sección de artes visuales y escénicas? Conversamos con lxs artistas invitadxs a su última edición para que nos lo cuenten.
Hay que hablar serio. La principal atracción del Funka Fest es la música. Sin embargo, el teatro, la danza y las artes visuales han sido el toque diferencial de este festival desde sus inicios, buscando ofrecer y fomentar un espacio para obras de otros lenguajes, que puedan conquistar a otros públicos.
En esta edición, el segundo día estuvo dedicado casi exclusivamente a estas propuestas. El piso apedreado del Palacio de Cristal sostenía dos salones para darles cabida. Uno, completamente blanco que funcionaba como galería y, enfrente, otro pintado de gris que albergaba tres espacios: la entrada que improvisaba con sillas un escenario, un micro-teatro, y, en el segundo piso, la sala más grande con capacidad de 30 personas.
El arte sobre las paredes
“Geografías de lo singular” fue el nombre de la exposición de artes visuales. Las propuestas de la exposición interpretaron el verbo “habitar”, visto como aquel que mueve al mundo a involucrarse en la construcción y cuidado de los entornos donde existimos, según la curadora Ana Rosa Valdez.
Los artistas invitados fueron Pablo Andino, Tomás Ochoa, Gonzalo Vargas, Lionel Cruet, Javier Castro, Iza Páez, Paul Vela, Andre Vivi Ramirez, Nikita Félix, Xavier Coronel, Pamela Suasti y Dennys Navas.
Rainbow Energy
Esta instalación de Iza Páez consiste en dos luces que proyectan los colores femeninos y masculinos designados por la sociedad creando la bandera de la lucha LGTBI.
“Quería abstraer lo más posible el concepto de los derechos LGTBI a través de la luz y el color”, explicó. Lo que más la sorprendió fue cómo las personas se involucraron con la obra, ya que se toman fotos perfilando sus sombras. “No importa si eres hombre o mujer sino que todos tenemos la misma base energética. No esperaba que funcione así pero cualquier cosa que haga que la gente repostee, consciente de la causa está bien”.
La cazadora de liebres
Obra de técnica mixta sobre tela hecha por Xavier Coronel. Consistía en una representación visual la casa donde murió Leni Reifenstahl, famosa por sus polémicos documentales que divinizaban la figura de Adolf Hitler. Durante sus últimos años de vida, la artista disfrutó del buceo, la fotografía subacuática y la vida marina. Coronel parece acoger el espíritu de esta contradicción. “Mi proceso aquí pretende representar lo irrepresentable a través de la reiteración de un mismo espacio, una misma fachada construida desde una lógica aparentemente naif”, dijo Coronel.
A Speculative Atlas of the Caribbean
Instalación, fotografía y mural. “Las imágenes se organizan en una composición no jerárquica como una forma de promover relaciones iguales entre los espacios, lugares, objetos y afiliaciones”, dijo Lionel Cruet, autor. Estos hallazgos fotográficos dan cuenta de un Caribe que se escapa a la postal de arena blanca, cielo despejado y palmeras, para recabar narraciones alternativas predominantes acerca de la región. La subjetividad nace de un método de fotografía accidental así como la superposición de sus fotos.
El arte sobre las tablas
La oferta escénica del festival presentaba obras de temáticas y formas diversas, agrupadas de igual manera, alrededor del verbo habitar. A través de ellas, este concepto tomó interpretaciones muy variadas. Sin embargo, para quien iba a verlas, era fácil sentir la cohesión que las ataba a todas.
Doce Casas, Un Jardín.
El colectivo Bruma presentó la obra “Doce casas, un jardín”. Nació en 2016 en el espacio escénico de Casa Mitómana. Es una danza contextual ya que se relaciona mucho con el espacio en el que fue creado.
“Tenía las premisas de trabajar con los elementos que subjetivizan la belleza arquitectónica de una espacio”, dijo Denise Neira, directora. Se entreteje con la narrativa de la novela “La mujer ensimismada” en la que una mujer hace un recorrido de 12 casas que habitan dentro de su psiquis. “Tomamos esa inspiración y trabajamos con la cotidianidad de cada una de las actrices”, explicó.
El reto que enfrentaron fue tener que adaptar la obra a una plataforma al aire libre, sin embargo, utilizaron el escenario cuadrado de manera clave para representar el recorrido personal de los personajes.
La Anacoreta
Sofía Zapata descubrió que el teatro clown era lo suyo cuando en una improvisación el público no dejaba de reírse. A partir de ese día, se instruyó más en este arte que asegura no es sólo para niños. “La anacoreta” surge de la imagen de una mujer llena de maletas, como si fuera una mujer tortuga. Despojarse de todo, irse a la montaña a vivir dentro de uno mismo, esa idea quería transmitir Zapata, directora y actriz.
“A veces, hay pesos muertos que te paran en el proceso de vivir y ser feliz. Escribí sobre mi vida y mi familia. Quería hablar de esas tristezas fuertes que quizás son las que en teoría menos pesan pero que no te dejan volar”, dijo. La sala llena retumbaba de risas causadas por los diálogos improvisados de la viajera con el público. “Me gusta del lenguaje clown y de la risa porque no cae en el chiste fácil que no tiene profundidad. La idea es más bien hilar una historia de principio a fin y que cada uno salga con su reflexión personal”, explicó.
Según Zapata, la energía del público en cada lugar es distinta y hay que luchar con los estereotipos sobre el clown. “En general, me parece bello que la gente consuma arte. Que vea que no es sólo música o cuadros. Siento que hay un gueto medio pendejo entre los artistas. Yo que hago teatro y artes plásticas, mientras más consumo arte en general, crezco”, dijo sobre qué más se puede hacer para mejorar la escena artística en el país.
Mujer de Piedra
Una mujer dura, a la que se trata como si fuera indestructible, que soporta todo. Esa es la “Mujer de piedra”. “Desde el hecho de no saludarle o desde jalonearle para sacarla de su puesto de trabajo”, dijo Noemí Laines, actriz y guionista. Laines pertenece al colectivo Ukumbi Teatro, que se caracteriza por tener vivencias de casi dos años de exploración para crear a sus personajes.
La obra es un conjunto de relatos de mujeres que Noemí conoció cuando empezó a trabajar en la calle. “Al principio era un proyecto de estatuismo para un centro comercial y después quise explorar este personaje dentro de la urbe. En el cotidiano vivir con las personas de la Mariscal Sucre, Miraflores, San Roque y el Tejar, pude conocer sus historias”.
Después de tres años de estatuismo y exploración escénica, Noemí tuvo la dirección de Carlos Quito para desarrollar la obra. Sobre presentarse en el Funka dijo lo siguiente: “Al principio tenía miedo porque uno tiene prejuicios sobre el público. Que sólo viene a escuchar música o está muy acostumbrado a la comedia y acá venimos con un teatro trágico. Yo me quedo muy satisfecha porque el propósito de esta obra es que la gente reaccione”.
“Considero que es una lucha porque no es fácil convencer a auspiciantes públicos o privados de que el teatro puede generar economía o dinámicas sociales. Pero, estoy feliz. Lo que tenemos que mejorar es el área comunicacional. Un banner más amplio sobre las obras, tal vez”, opinó.
Obra: Volcán herido
“Volcán herido” es una obra que debate a dos energías sin género. El objetivo era hacer una invocación del ser humano en un equilibrio entre lo femenino y masculino. “En la danza original nosotros usamos leña con fuego porque lo hacemos espacios abiertos. En esta ocasión, por cuestiones logísticas usamos una vela. El fuego es símbolo de vida y muerte. El agua es representante de la sanación, del bautizo”, explica Anna Jácome coreógrafa, actriz y guionista. “Está muy ligado a mi experiencia de ser madre. El fuego y el agua han sido dos movilizadores vitales para el despertar de mi cuerpo. Una expansión de vida y placer”.
Ella pertenece a la agrupación Artemisadanza y se presentó junto a José Chucuma. Durante la obra, los performers interactuaron con el público. Por ejemplo, Anna caminó junto a las personas sentadas en las escaleras del palacio. Además, tocaba con sus manos a quienes tenía cerca. “En un momento el público se siente incómodo y no quiere comprometerse. Estamos acostumbrados a llegar a un espacio y quedarnos en un lugar establecido”, explicó.
Esta obra quiere que quienes la ven reaccionen si les cae una gota del agua o si la mano de actriz se toca con su pie. Jácome aseguró que por eso la lleva a espacios alternativos ya que espera que el público sea el que le da cierre a la danza. En esta ocasión permitió que un jóven apague la vela. Sobre los retos de trabajar en un festival, dijo sería pertinente que desde las otras áreas se anuncien las obras que se llevarán a cabo. Aún así, reiteró que es preciso seguir con este tipo de eventos multidisciplinarios.
El Corazón Delator – «Teatro a Ciegas»
La obra es una adaptación del cuento homónimo de Édgar Allan Poe, que lo desarma y lo reinventa por completo. Fue creada con la premisa de llevar la historia a un contexto «híper-realista», quitándole toda su parte visual. Es decir, es una obra de teatro completamente a oscuras. Julián Corallo, director y productor de la obra, explica que al imposibilitar al público de verla, provoca que su imaginación empiece a imaginar todo lo que pasa de forma más real, sin saber de antemano que es un espectáculo y sin poder distinguir realidad de ficción.
«Al ser una historia de terror, te da un miedo mucho más particular», explica Corallo. «Tu miedo surge desde tu propia inseguridad como ser humano. El Funka fue la segunda vez que la obra se presentaba en Guayaquil, después de una temporada el año anterior en la Casa Cino Fabiani. Presentarla en este festival implicó dos grandes retos: adaptar la obra a un «microformato» y lidiar con la bulla de los conciertos. Ambas, variables complicadas para un montaje a ciegas donde el detalle de lo que siente y escucha el espectador es vital.
Para adaptarse, decidieron trastocar un poco la narrativa de la obra, haciendo creer al público que su protagonista vivía en un cuarto diminuto rodeado de vecinos ruidosos. Sin embargo, pese a este desafío, tuvieron una gran acogida, con funciones al límite de su capacidad. Corallo afirma que esto los motiva a volver a Guayaquil con más espectáculos sensoriales que conviertan al público en partícipe de los mismos.
«Ligeros de Equipaje. Crónica de la Retirada»
La obra, del colectivo español Viridiana, trata el exilio de las personas de ese país hacia Francia en 1938, cuando terminó la guerra civil. Desde una revisión histórica, la obra espera dejar un comentario crítico sobre la situación que vive Europa Occidental actualmente, con las olas migratorias que ha recibido de África y Asia. «Los ciudadanos no se acuerdan que hace 80 años estaban ellos con una maleta, en la calle, esperando en la frontera para entrar a otro país», dice Jesús Arbués, director artístico y autor. «Parece que nunca han sido inmigrantes. Esta obra un poco recuerda esa circunstancia».
Su presentación en el Funka Fest marcó la primera vez que la obra salía de Europa hacia un país que no tiene los referentes históricos concretos que la componen. Sin embargo, su relevancia traspasa fronteras y toca también de las crisis migratorias que ha vivido nuestro país en su pasado, y en el presente. Para Arbués, el compartir un lenguaje común ayuda a que su significado se transmita más allá del lugar donde se presenta. Afirmó también que es positivo que forme parte de un festival inter-disciplinario como el Funka Fest.