Deathroll En esencia: dentro del vórtice de la deshumanización

por Radio COCOA

Una combinación de procedencias y experiencias muy diversas se une para arrojar al mundo un álbum oscuro y contundente. Deathroll nos entrega Into the Vortex. Más que un simple EP, un canto rebelde y una advertencia contra la deshumanización.
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David y Diego. Foto: cortesía de Deathroll

En uno de los cuentos menos conocidos, pero más interesantes de Edgar Allan Poe, “El coloquio de Monos y Una”, se da un diálogo filosófico inquietante para el tiempo en el que fue escrito, y mucho más para la actualidad. En uno de los parlamentos del personaje llamado Monos, este dice que nuestra raza debería haberse sometido a “la guía de las leyes naturales, en vez de pretender dirigirlas”. Al comienzo del final de este camino errado, quizá, hemos llegado.

A un mundo apocalíptico rotundo, gobernado por una cruel élite que, apoyada en la tecnología, oprime a la humanidad contentándola, sumiéndola en sueños fútiles y egoístas. ¿Parece ciencia ficción? Puede no serlo por completo, dada la agencia con la que todavía contamos los seres humanos. Pero lo será, tarde o temprano.

Este clima lóbrego es lo primero que puede respirarse al asomar la cabeza en la música de Deathroll. Esta banda de Ecuador y Estados Unidos critica la progresiva deshumanización de nuestra civilización en Into the Vortex, un trabajo brutal, repleto de riffs contundentes, acompañados de un incansable blast beat.

Un EP de indecible oscuridad que está aquí para hacernos vivir una experiencia intensa y recordarnos que el arte, aun en nuestra época homogeneizada, abundante en lo superficial, lo perecedero, puede arrojar luz. Advertirnos de los peligros que están a la sombra, disimulados y listos para devorarnos.

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Un disco fuerte, ideal para recordarnos el peligro en el que estamos. Así es Into the Vortex. Foto: cortesía de Deathroll

Un cruce entre territorios

En 2005, luego de su participación en Colapso, el guitarrista David Coloma se mudó a Estados Unidos, donde se estableció en Austin, Texas, en lo que fue una especie de reinicio de su vida.

“Tipo 2009, yo —que sólo vine con mi guitarra, me tocó construir todo de cero, conseguir equipos, conocer gente— tenía mucho tiempo para ser introspectivo, componer. Más o menos ahí, algunos de los temas de Deathroll ya salieron. Ciertas ideas que estaban presentes en esos temas fueron refinándose más con el tiempo”, recuerda.

Más tarde se unió a la banda de hispanos —colombianos, en su mayoría— Headcrusher. Tiempo después conoció a Kevin Talley, un baterista talentoso que vivía a sólo una hora de su casa y con el cual, con el paso de los meses, forjaría una buena amistad que se extendió a conciertos y a viajes.

Después se sumaría a la naciente banda Stephen Fernández, “un bajista que viene de una familia de músicos, que no tiene miedo a tocar el bajo y que hace cosas al estilo de Steve Di Giorgio”. Pero la pieza más significativa entre todas las que fueron completando el rompecabezas —y que, de cierta forma, siempre estuvo ahí— es Diego Rojas, vocalista de Colapso.

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La duradera amistad de David y Diego ha sido esencial para la banda. Foto: cortesía de Deathroll

David y Diego se conocen prácticamente de toda la vida. Cuando David tenía alrededor de 15 años y contaba con un ensayadero en su casa, él y el baterista con el que tocaba en esa época conocieron a un joven que vivía en un barrio cercano. Cayó, de pronto, a la tocada, y ahí empezó una historia musical que se prolonga hasta nuestros días.

“Le dijimos, oye brother, canta un poco, grita ahí, para ver si se escucha mucho afuera. Y él gritó, y yo instantáneamente supe que tenía una voz increíble. Ahí mismo le dije, hey bro, vos deberías cantar, vos deberías pensar en eso. Porque en ese momento a él le gustaba la batería. Así comenzamos a hacer música y siempre ha habido una química en eso”, cuenta David.

Una amistad larga, duradera cuyo rastro visible es este EP.

Música y concepto

En los caminos de la música, muchas veces los senderos por los que han transitado los integrantes de una banda, para confluir en un punto, se vuelven demasiado evidentes. Y los espacios vuelven a bifurcarse. No fue el caso de Deathroll.

Pese a la distinta procedencia de sus integrantes, a nivel musical, la obra del grupo jamás resintió este hecho. Lo más evidente fue la fusión del thrash, traído por David, y el blast beat, incorporado por Kevin.

“Por alguna razón a él le salían bien los blast beats, y por eso lo compuso así. El resultado me pareció interesante, diferente, me gustó mucho, y por eso decidimos mantenerlo así. Esa es la química pura de la que hablaba antes. Kevin trajo sus influencias y encajaron con las mías, lo mismo que las de Steven y las de Diego”, señala el guitarrista.

Ahora que llegamos a este punto, es necesario mencionar otro nombre muy importante, el de Alejandro Corredor. En palabras de David, un “amigo que tiene mucha experiencia en la escena del rock, a nivel mundial y en Sudamérica. Tocaba en El Sagrado, en Brujería, bandas que se manejan en esta onda del death metal, del grindcore”.

Alejandro aportó esa nitidez que puede advertirse una vez que se empieza a catar el disco. Y su labor, profesional e impecable, fue debidamente respaldada por el proceso creativo de la banda, basado en el orden y en la planificación meticulosa.

Portada de Into the Vortex

Una planificación que incluye la elaboración de maquetas de las canciones y la correcta grabación de las distintas tomas de los instrumentos. Nada queda al azar y a la improvisación.

Aunque esto ocurre solamente al momento de mezclar, pues el proceso creativo es una cosa muy distinta. Según Diego, en un inicio, las letras fueron escritas por David, en inglés, pero se descartaron rápidamente. Luego fue el propio Diego quien se encargó de escribirlas en español, pero tampoco funcionó este método. Era necesario escribirlas en inglés, con el ánimo de trascender territorios y derribe barreras lingüísticas.

Fue ahí que se hizo la luz en las cabezas de todos y surgió un peculiar método de composición. “Decidimos que yo le mandaría los textos a David, ideas sueltas, que David reinterpretaría. Hay ideas de mis textos que son usadas, hay partes que son creadas por él, utilizando el mismo texto, pero cambiándolo”, señala el vocalista.

Pero la cosa no termina ahí. El proceso de mutación siguió por senderos imprevisibles:

“En algún punto, él le dio los tracks a Kevin y le dijo, haz lo que quieras, y Kevin les dio un giro de 90 grados. Eso los obligó a reinterpretar todo, desde las letras y el enfoque del proyecto en sí”.

Y llegó un último paso que no por postrero fue menos problemático ni, en el fondo, feliz:

“David, a puertas de terminarlo, se encontró con algún problema técnico con las guitarras y decidió volver a grabar. No sonaban mal, pero decidió volver a grabarlas. Con el paso del tiempo, ha sido acertado, porque David cada vez toca mejor, tiene más claro cómo sonar. Hizo más actuales a las canciones y el sonido se puso más en contexto. Ya no era un Frankenstein armado”.

Letra y concepto

Deathroll no se equivocó con la ordenación de las canciones. Si hay un tema que merece figurar como entrada directa al universo de la banda, ese es “The Rise of Artificial Souls”, una catarata de energía repleta de versos cortísimos, altamente metafóricos que nos sumergen inmediatamente en la propuesta lírica.

We are digital flesh”, reza un verso que escuchamos, disimulado entre potentes guturales, en este tema brutal. Un verso que remite a la suerte de entelequia carente de cuerpo en la que hemos acabado por convertirnos, desprovistos, gradualmente, de pensamiento propio, de creatividad, de humanidad, de naturaleza…tal y como advierte el cuento de Poe.

Y eso no es lo peor. Lo peor es que estamos a la merced de gente que nos controla, como dice Diego:

“Nos está deshumanizando, volviendo seres vacíos que buscan simplemente pasar el momento. Nos están robando el alma. Se habla también de las élites, de cómo utilizan estos avances para controlar y manipular a la gente para satisfacer sus fines chuecos”.

No obstante, el panorama no es tan adverso. No sólo es posible vislumbrar una grisura sin contornos, sino, así mismo, una pequeña luz.

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“También hay contrastes, su lado contestatario que me parece muy interesante. Hay una parte que dice, nosotros somos la plaga que ellos quieren fumigar, porque no les interesa que la gente piense. Quieren tenerla embobada, con tecnología y lujos, para que no piense, no reclame, no se ponga en contra de sus intereses”.

Y todo esto está brillantemente perfilado en la portada diseñada por Diego. Fuerte y turbadora, pero sin llegar a la escabrosidad del gore, esta cubierta resume, de algún modo, todos los temas del EP, a la vez que permite a quien la contemple dejar volar su mente. Al fin y al cabo, el arte no es fijo. No tiene dirección única. Es un punto de partida para ir hacia donde sus pensamientos lo permitan:

No siento que sea una portada literal, sino que me gusta que es una portada que puedes mirar y tomar varias interpretaciones”.

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