Un lugar donde te excluyes del «mundanal ruido» y te sumerges para que la inspiración y la creatividad te bañen y te iluminen. No estamos hablando de un retiro espiritual. Bienvenidos al mundo de las Residencias Artísticas.
Para los artistas que son mitad aves peregrinas y mitad monjas de claustro, presentamos tres alternativas de Residencias Artísticas, que existen en nuestro país y que parecen ser el espacio perfecto para zafarse la teja y compartir el vuelo creativo con otros locos venidos de lejos.
Residentes de TrueQué. Ayampe, Febrero 2017. Foto por: José Miguel Serrano.
CIUDAD
«No Lugar» es uno de los colectivos de arte contemporáneo más curtido en nuestro país. Activo desde 2010, ofrece residencias desde 2011 en una casa en el Centro Histórico de Quito. Tal vez no suene tan atractivo para los creadores que ya viven en «La Carita de Dios». No obstante, no ha sido así para el sinnúmero de artistas que han llegado desde rincones tan lejanos como Alemania, México o incluso de algún país de Oceanía.
La casa de No Lugar está ubicada en la Buenos Aires y Juan Larrea, clavada cerquita de la médula espinal de nuestra ciudad, en un lugar donde un montón de electricidad se cruza para erizar los pelos y las neuronas.
No Lugar es un punto de arte dirigido desde tres cabezas diferentes que comparten la misma frecuencia. Eduardo Carrera y Francisco Suárez, dos curadores y gestores culturales con un amplio historial, que han trabajado de cerca con la Fundación Museos de la Ciudad y el Centro de Arte Contemporáneo de Quito, entre otras organizaciones. El tercero es Byron Toledo, artista visual, educador y gestor, que ha expuesto sus obras en Ecuador, Venezuela y Turquía.
Juntos se han encargado de levantar y mantener este espacio durante seis años, dando posada a 90 artistas y curadores extranjeros a lo largo de los años, buscando catalizar sus procesos de creación e investigación, para «estimular la producción y el posicionamiento de diferentes agentes culturales, así como contribuir a la inserción del arte contemporáneo latinoamericano a nivel internacional.»
Su eje de trabajo ha sido el entendimiento de la ciudad como un terreno de interpretación y creación del arte contemporáneo.
El 15 de Marzo pasado anunciaron que su residencia 2017 se llevará a cabo hasta diciembre y que convocó a 16 artistas de Latinoamérica y Europa.
MONTAÑA
Metida en un rincón de las montañas, cerca del Cotopaxi, está la casa de Pujinostro, un lugarcito apartado del campo que se ha convertido en un epicentro artístico en manos del colectivo Dogma Central de Ambato, una organización que nació allá por el 2003.
Las residencias en Pujinostro son solo una de las ramas de acción del Dogma, entre la organización de festivales y encuentros artísticos centrados en Ambato principalmente. Cuando encontraron este espacio en el campo, ampliaron su visión y se volcaron hacia allá para abrir otro foco para el trabajo artístico y comunitario, lejos del ruido de las ciudades grandes. Allá puede llegar cualquiera que tenga ganas de sumergirse en la vida rural y ponerse en contacto con sus ideas, con la gente del lugar y con sus saberes ancestrales.
En Pujinostro trabajan dos líneas diferentes. Por un lado están las convocatorias y encuentros internacionales que se realizan esporádicamente, según el tiempo y los recursos disponibles, y que tienen una serie de acciones programadas con objetivos concretos. Como ejemplo de ello está «Satélite, Residencia en Movimiento» enfocada a artistas del mundo del performance, que «tengan como eje de investigación/acción las relaciones entre cuerpo y territorio», y que se realizará en junio de este año. Estos encuentros tienen cupo limitado (ocho personas) y sus criterios de selección varían según su tema.
Por otro lado están las Residencias Libres, que se hacen individualmente «independiente de cualquier acción programada y presupuestos», y que tienen un costo de 25 dólares por día. Estas son para las personas que prefieren la soledad para soltar sus ideas en paz.
Cuando uno cae en este plan, se involucra de cerca con la comunidad de Pujilí, el pueblito donde está ubicada la residencia, y aprende de sus saberes ancestrales entre otros oficios como la permacultura o la gastronomía.
Sea como sea, cuando uno cae a Pujinostro tiene chance de explorar su ser creativo y estrechar su relación con la naturaleza. «El arte siempre es bienvenido en la comunidad. La gente de Pujilí y de sus alrededores esta abierta a recibir nuevas propuestas, a los artistas les hace muy bien también recibir este baño de realidad. Los dos mundos, la ruralidad y las artes contemporáneas, se enriquecen mutuamente.» Dice Tania Navarrete, coordinadora del proyecto.
Gracias a las residencias libres, desatadas de cualquier coyuntura, la casa siempre se mantiene en movimiento, ávida de recibir mentes con ideas nuevas. Constantemente llegan artistas y ciclistas que van de paso y deciden detenerse para profundizar sus procesos de investigación o creación, trabajando en la chacrita como yapa.
Tania comenta que escogieron plantarse en Pujilí, pequeña localidad de Cotopaxi, con una fuerte herencia indígena y una rica historia alfarera, por su riqueza cultural, llena de sincretismo entre lo andino y lo moderno, y por su «geografía estratégica»: está a un toque de la Costa, de Quito y de la Laguna de Quilotoa. «Dentro de nuestras acciones es un nodo que facilita la triangulación entre los volcanes: Pichincha, Tungurahua, Cayambe y el Cotopaxi», afirma ella.
Pujinostro forma parte de la Red de Residencias Rurales y por ello es un centro activo de conexión entre artistas de toda Latinoamérica a través de sus conversatorios y encuentros. Para ellos, lo más importante de todo esto es «ser un puente para el desarrollo de la creatividad», que buscan «animar a las personas a incumplir las normas y pensar sin trabas ni barreras, a pensar en que es posible una educación que puede suceder en cualquier momento y en cualquier lugar.»
MAR
Ayampe es un pueblito de pescadores que ha comenzado a jalar la atención de gringos y surfistas en años recientes. Su vibra relajada y su arena fosforescente (gracias a un tipo particular de plancton), le dan una magia especial que lo convierte en un escenario ideal para retirarse a buscar la musa interna.
Así lo vieron Gabriela Espinosa y Stephano Espinoza, dos artistas de performance que hace un año decidieron usar el terreno del papá de Stephano para darle vida a TrueQué, su oasis playero para la creación artística.
Stephano y Gaby se conocieron durante una residencia en Nueva York, donde ambos participaban de un programa para performers políticos. Esta experiencia los acercó irremediablemente y los unió en la comunión de su oficio para dar vida a su propio proyecto de residencias. Gaby había trabajado mucho tiempo con la juventud de Bahía de Caráquez dando talleres de cine con el colectivo La Poderosa Media Project. Stephano había vivido 12 años en la yoni, formándose como performer, y decidió volver para comenzar a formar a otros en el patio de su casa de playa.
Su proyecto es nuevo en la escena del arte contemporáneo en nuestro país, pero gracias al poder del boca a boca, arrancó con ñeque y con sabor desde su primer encuentro. Ambos organizadores corrieron la voz a través de sus redes sociales, invitando a artistas a diestra y siniestra, y recibieron a 13 personas el primer año, de las cuales solo una octava parte era conocida suya.
Poco a poco han encontrado la dinámica. Ahora, cada artista que llega se convierte en facilitador de su propio taller, con Gaby y Stephano como guías y supervisores de la organización de la casa. Ellos se encargan de programar las actividades, pero los residentes son los responsables de proponerlas. Con este sistema han logrado resultados muy variados y colaboraciones entre artistas que han incluido muestras en Philadelphia y un fanzine, el «TrueQué Vol. 1» publicado on-line, para ser visto AQUÍ.
Taller de «Sonidos Primitivos», facilitado por stefa marín alarcón en la casa de TrueQué.
A pesar de solamente llevar 2 residencias en el historial, Stephano dice que la experiencia les ha enseñado mucho, sobre cómo llevar la dinámica entre los que llegan a la casa, cómo balancear el trabajo entre los residentes y los organizadores, y cómo acercarse mejor a la comunidad.
Siguen encontrando el balance entre el encierro artístico y el trabajo con la comunidad. No obstante, de sus primeras residencias han salido iniciativas interesantes como una fiesta para las madres de Ayampe o un día de arte en la comunidad para los niños de «Las Tunas».
Para ellos importa que las residencias duren poco, porque están enfocadas a artistas que, por pertenecer a un medio complejo como el nuestro, no viven del arte al 100% y deben sacar vacaciones de una oficina para asistir. Otro de los «plus» que ofrecen, es la posibilidad de hacerse un «autodescuento» del costo de la residencia, «truequeando» servicios para la residencia, como por ejemplo el registro audiovisual de los eventos que se dan en ella. He ahí una de las razones del nombre.
Taller «Mamis de Ayampe», facilitado por Bryan Rodríguez Cambana / Foto: Archivo TrueQué
Su última residencia se realizó el febrero pasado y están planteándose la posibilidad de hacer otra antes de que se termine el 2017. Todos están bienvenidos a truequear su arte por una semanita de creación colectiva en la playa, para contribuir a la movida de la «generación de lazos de intercambio y creación artística entre artistas del Ecuador y el exterior.»
Stephano dice que sus criterios de selección se vuelcan hacia los artistas «que les interesa el arte politizado, comunitario o con elementos pedagógicos. Artistas postdisciplinarios, personas que tengan experiencia con educación y movimientos populares. Las voces y presencia de artistas de escasos recursos, queer, trans, femme, afro, indígena, montubio, etc.» Si te consideras dentro de ese combo, prueba truequear tus ideas en Ayampe.
