La mañana del 18 de junio, varixs artistas se agruparon frente al Ministerio de Cultura. Poco a poco se fue sumando más gente a una marcha multitudinaria cuyo trayecto acabó en la Plaza Grande. La intención era clara: buscar que su trabajo sea más sostenible. Lee nuestra crónica de la gran «Zapateada nacional por las artes y la cultura».
El pasado martes una una espectacular caravana se tomó algunas calles de Quito. Para la surreal marcha, La Red de Espacios Escénicos Independientes invitó a protestar a todo tipo de colectivo de artistas. No hay nada de extraño en una marcha. De cierta manera, nos hemos acostumbrado a ellas. Casi nunca les paramos bola cuando salen en los titulares de los noticieros o de los periódicos, tan sólo cuando está a punto de caer el gobernante de turno. Pero esta era distinta.
La convocatoria se anunció para las 10:30 en el Ministerio de Cultura. Sin embargo, en los primeros 15 minutos, la concentración no llegaba a más de 20 personas, casi todas con cartel en mano, lo cual disimulaba la poca acogida. No obstante, el reloj corría y también lo hacían quienes llegaban tarde. Poco a poco la vereda del ministerio empezó a quedar corta para la cantidad de gente. Con una larga pancarta, donde se leía “¡Ley de teatro ya!”, unos tres artistas paraban el tráfico y solo dejaban pasar los autos cuando se unían a la protesta tocando el pito.
Llegó una kombi roja con altoparlantes y micrófonos. Desde ahí los líderes daban instrucciones generales y ponían el ritmo para la gran “Zapateada nacional por las artes y la cultura”. Guiada por la kombi, la marcha comenzó y tomó rumbo hacia el Instituto de Fomento de las Artes, Innovación y Creatividad (IFAIC).
Sus principales vocerxs y agitadorxs eran teatrerxs. Como cualquier otra persona que protesta en contra de las autoridades, lxs teatrerxs se preparan y equipan para salir. Como quién diría, se ponen las botas. Las marchas suelen estar cargadas de símbolos que buscan representar al sector que se moviliza. Por ejemplo, en una marcha del movimiento agrícola no faltarán las palas y asadones. Así como en una marcha del orgullo LGBTI+ no faltaría la bandera de colores. Pero ¿cuál es el símbolo que representa a todxs lxs artistas? Pues su arte en sí. Sus intrumentos, sus caretas, sus habilidades de clown, sus zancos, sus hula-hulas, sus colores, sus cuerpos.
Así fue como los teatreros y las teatreras salieron envueltxs en todos sus disfraces —se veía desfilar, por ejemplo, al hada madrina-boxeadora, el súper-hombre-rata, el rey-mago-payaso, por nombrar algunos—, el chico del monociclo salió en su monociclo, el zanquero asumió su evidente rol de guía del grupo, y unos músicos – que parecían padre e hijo – tomaron su guitarra y charango para armonizar el ritmo que impuso el grupo de percusionistas. Eventualmente, un par de chicas que tocaban melódicas también se unieron a la gran fiesta-con-dos-patas. Porque eso es lo que era, una fiesta ambulante.
Las consignas eran varias pero claras: queremos que las autoridades culturales no lleguen a sus puestos por cuotas políticas o favores personales. Queremos que los fondos culturales no se destinen a concursos de belleza, que fomentan la cosificación de la mujer. Queremos que haya una verdadera política cultural, y no, solo plata destinada a eventos.
La Red, incluso, elaboró un manifiesto y un petitorio donde se detalla punto a punto cuáles son las exigencias principales del movimiento. Otra de las exigencias la expresó claramente Fabrikante. “No puede ser que en pleno Siglo XXI estemos gastando todavía presupuesto en concursos de belleza y estupideces como esa”, lo dice mientras sostiene un cartel que reza “no queremos cultura de reinas, sino que reine la cultura”. También, dijo, se reclama porque las autoridades culturales “pagan más a grupos extranjeros, se paga más a los organizadores y a los artistas locales pagan una nota absurda”.
Según cuenta Javier Cevallos, el líder principal de esta convocatoria y uno de los propulsores del movimiento, la marcha fue solo la punta de todo un plan del colectivo, que es el siguiente: primero, llamar la atención sobre el concepto de representatividad que hay en las instituciones públicas en el área de cultura. O sea, mostrar que hay una representatividad más allá de las ya establecidas.
Segundo, crear organizaciones de segundo grado, es decir, sentar en una misma mesa a lxs distintxs vocerxs de las varias asociaciones artísticas y conversar con las autoridades. La tercera intención es desconocer a las actuales autoridades culturales, porque “no los consideramos interlocutores válidos”, cuenta Javier. “El solo ser artista no te hace competente para ocupar esos cargos”, esta sería una de las frases que más escucharía durante la marcha.
El rechazo se da en todos los niveles. Desde la Presidencia, hasta el secretario de cultura del Municipio de Quito, pasando por el Ministerio de Cultura, el IFAIC y la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE). Cuando se le pregunta a Javier si las mesas de diálogo que buscan formar serán parte del Acuerdo Nacional, impulsado por el actual gobierno, él dice no saberlo pero asegura que “desde el gobierno nacional el interés por la cultura es cero y se reduce a eventos” y reclama que “con Rafael Correa, el apoyo se concretó en el Festival Internacional de Artes Vivas en Loja, que se lleva gran parte del presupuesto anual”.
Muchxs artistas piensan que es inconcebible que el Ministerio de Cultura tenga un presupuesto de unos 28 millones de dólares, mientras que la Dirección de Cultura de la Presidencia —una institución menor— tiene destinado un fondo de 23 millones de dólares para establecer el programa Artes para Todos. Esto no sólo que perjudica a la institucionalidad, ya que la desconoce, sino que del mismo modo el programa consiste en destinar dinero a eventos. De ahí, uno de los cantos más coreados en la marcha: “¡Arte para Todos es arte para pocos!”
La marcha llegaba bien nutrida a la Casa de la Cultura. Ya no eran 20 personas. Serían unas 100 las que se abrieron paso en las inmediaciones de la Casa, con un clown a la cabeza que, con un gesto de “compermisito, señor”, hizo caso omiso al guardia de seguridad y abrió las puertas principales. Los corredores se inundaron de gente y de música. Los protestantes querían hablar con Camilo Restrepo, presidente de la institución. No se pudo.
“Cada vez que se cambian de autoridades hay que volver a empezar desde cero”, lo dice Javier, intentando explicar la falta de políticas creadas para el largo plazo. “Los políticos que ingresan por voto popular no tienen idea de cultura”. Como ejemplo pone al ambiguo significado que la palabra “cultura” puede tener en Quito. “La visión que tiene el alcalde es solo del espectáculo”, dice, y explica que, en realidad, la cultura “va desde culturales ancestrales hasta prácticas artísticas profesionales”.
En pocas palabras, el reclamo de los artistas es que quienes ocupan los puestos de autoridades culturales no son gestores, ni expertos en la economía de la cultura, y, aunque se autoidentifiquen como artistas, eso no necesariamente los hace competentes para el cargo. Esos puestos, comenta Javier, se reparten entre personas cercanas a uno de los partidos políticos más antiguos del país, el Partido Socialista.
Poco después del intento fallido de conversar con Restrepo, la marcha se tomó una especie de auditorio del núcleo Pichincho de la CCE, ahí en el Parque El Arbolito. En este punto fue el apogeo. Aquí la marcha habría llegado a las 150 personas, por lo menos. Se recuperaron fuerzas, se gritaron consignas, y la caravana de colores partió para el Centro Histórico. Fue entonces cuando me topé con un solitario Álex Alvear, una de las pocas caras conocidas de la música independiente que se dieron cita con la marcha.
“Vine porque personalmente estoy cansado de quejarme en las redes y de ver que no nos estamos uniendo los artistas para hacer que nuestra voz se oiga”, explica quien lleva décadas en el quehacer musical. Después de esa autocrítica, Alex menciona los viejos defectos de la política cultural del país.
Le hago notar que es de los pocos músicos que se dieron cita con el evento y se lamenta. Luego, continúa y me explica que los fondos estatales de cultura no sirven porque “el esquema está configurado de tal manera que solo se benefician las grandes empresas de espectáculos, cuando hay muchos gestores que tienen otro tipo de experiencia, de público, de llegada y validez que no pueden llegar a participar en esas producciones grandísimas”.
Llegaba el mediodía y el sol veraniego se hacía sentir, al igual que lxs artistas. Antes de llegar a la Secretaría de Cultura del Municipio, donde, por fin, una autoridad dio la cara para conversar con lxs marchantes, una indignada Juana Guarderas me cuenta sus motivos para estar presente aquel martes.
Me dice que las autoridades no son interlocutores idóneos y que son gente distante a la labor artística, haciendo eco con el manifiesto de la Red. “Tenemos una ley de Cultura que no se está aplicando para nada”, denuncia. También menciona los peligros de la gratuidad en los eventos artísticos. Y es que esa es otro de las peticiones de la Red. Lo que proponen es que la gratuidad sea focalizada para la gente que en realidad no puede pagar los eventos porque, caso contrario, a los espacios independientes se les hace imposible competir contra el Estado. Por otro lado, la gratuidad produce que no se otorgue un valor monetario al trabajo artístico.
“Las autoridades piensan que hacer cultura es poner una tarima y hacer un evento. El arte no es un evento. El arte es lo que realmente da vida a los seres humanos”, profundiza la actriz y, ratificando el poder del arte, sentencia que “a través del arte puedes construir conciencia ciudadana, política ciudadana y cultura ciudadana”. Intento ir cerrando la breve entrevista pero ella no me deja. Su hartazgo se nota en su tono de voz. Me dice que tal o cual artista merecen pensiones vitalicias por dejar en alto el nombre del país y no estar haciendo mingas para cubrir sus gastos de salud, como fue el caso de la recién fallecida Martha Omarza, una de sus amigas y colegas de Las Marujas.
“(Las autoridades) siempre están de espaldas a nosotros y cuando nos juntan para que les demos ideas, esas ideas se vuelven diálogos muertos. Se toman las fotos, te hacen firmar y no llega a ningún lugar”, continúa desahogándose Juana, con una mirada de alguien que lleva años en la lucha de ser artista y gestora y sabe que las cosas no van a cambiar solas. “Y déjame decirte algo. Yo a esos funcionarios no les he visto jamás entrar a un espectáculo de teatro independiente en nuestro espacio”, dice enfáticamente, la también administradora del tradicional Patio de Comedias.
Luego de varios minutos en la Secretaría de Cultura, donde la Policía no dejó entrar a lxs protestantes, un vocero de esa institución dice que el Secretario, Diego Jara, no se encuentra. No importa. La gente quiere hablar con alguien. “¡Manden a alguien más!”, “¡nunca hay nadie!”, grita el tumulto, mientras el rey-mago-payaso- calienta los motores con su tambor y sus amigos percusionistas. Después de un largo rato, finalmente, sale el supuesto ausente Jara y toma uno de los micrófonos. Los líderes y las lideresas de la marcha hablan con él. Le exigen una cita. Él, al principio, intenta escaparse de acordar una fecha. Se da cuenta que eso no lo ayudará. Está bien, dice y acepta reunirse con una comitiva a principios de julio.
La marcha se mueve una cuadra y llega a la Plaza Grande. Ahí se instalan los pocos que quedan y el plan es definir las comitivas. Muchos sucumbieron al hambre del almuerzo o al sol quiteño. Y con razón. Han sido más de dos horas de caminata y baile. Frente al balcón de Carondelet suena con más fuerza el “¡Arte para Todos es arte para pocos!”.
Así acababa una marcha que demostró que el gremio artístico tiene gran capacidad de organizarse y de proponer y exigir políticas públicas. Un gremio, tal vez, no tomado en cuenta por no parecer muy grande o significativo. Pero la marcha probó lo contrario. El circo —y lo digo en el sentido más colorido de la palabra— se tomó la ciudad y se hizo notar. No son todos los que estaban ni estaban todos los que son. Mientras más organizaciones se sumen al diálogo, mejores consensos se tomarán y, como me explicó Javier, las mismas organizaciones sirven como contrapeso para que no sean pocos los beneficiados y no sea un tema de entregar fondos y nada más.
Por el momento, toca esperar a ver si el Gobierno suma al gremio artístico al tan promulgado “Acuerdo Nacional”, o si todo queda en “diálogo muerto“. Esta podría ser una gran oportunidad para establecer las rutas a seguir durante los siguientes años o, incluso, décadas. También quedan en deuda lxs artistas que se quejan sobre la falta de políticas públicas “de verdad” que fomenten la cultura y no se hicieron presentes.