Cuando las mujeres son más grandes que el miedo: 16to. Encuentro de Mujeres en Escena

por Martín González
Acaba de concluir una edición más del Festival: «Encuentro de Mujeres en Escena». Su misión este año fue cuestionarnos sobre la violencia de género, y al hacerlo levantó preguntas aún más profundas y lecciones valiosas sobre la importancia de insistir en que el arte es capaz de transformarnos.

Nos han vendido la mentira de que ser hombre es fácil, y quitarnos la venda ha resultado muy doloroso. En consecuencia, construimos un mundo opresivo, polarizado, injusto, en el que ha resultado más “fácil” proyectar nuestros miedos y nuestras carencias en forma de privilegios, que aplastan los derechos ajenos, los de todo aquello que no es masculino ni heteronormado. Si algo punza a las fibras más hondas de la masculinidad, es que se pongan en evidencia sus debilidades, sus traumas irresolutos, sus cuentas por pagar. 

Y por eso, porque el patriarcado les ha hecho la vida imposible, las mujeres han tenido que levantarse y resistir. Deberíamos darles las gracias. El Festival Encuentro de Mujeres en Escena ha encarnado esa lucha desde hace 16 años utilizando las artes escénicas y performáticas como su arma. Con ello ha persistido dándole la oportunidad a las mujeres de celebrar su poder creador, y a los hombres de aprender de ellas y entender mejor la profundidad de los cuestionamientos que deberíamos estar haciéndonos.

«Somos» del Colectivo Ape Wayra es una de las obras que se presentaron durante el festival. Foto: Cortesía del Festival Encuentro de Mujeres en Escena.

Este año, el festival tomó como eje temático una pregunta particularmente incómoda: “¿Quién nos está matando?”. Y, a diferencia de lo que el pensamiento más vulgar podría inventar sin esfuerzo, la pregunta no es en absoluto un “atentado a la masculinidad”, ni una “condena a los hombres”. Es una urgencia retórica mucho más grande, que apunta a que nos cuestionemos todxs sobre el hecho de que la violencia de género es mucho más compleja de lo que “normalmente” se pensaría. Así lo explica su fundadora, Susana Nicolalde.

“Vivimos en sociedades capitalistas, con sistemas que nos llevan a la individualidad, al consumismo, nos lleva a responder a estos roles que debemos tener hombres y mujeres en los comportamientos, entonces son sistemas opresores”, dice Nicolalde. La violencia está esparcida por todos esos sistemas, desde lo físico hasta lo ideológico. Erradicarla se ha probado como una labor titánica porque corroe el orden de lo establecido. Sin embargo, Susana no duda en apuntar al origen de este embrollo: “El miedo te ata y no te deja pensar. Te anula, te aniquila el miedo. Y por miedo no hablamos, y por miedo permitimos violencias, por miedo provocamos y también nos convertimos en violentadores”.

En respuesta, esta artista escénica de larga trayectoria, insiste año tras año en la realización de esto a lo que ella llama un “Encuentro”, más que un festival. Y año tras año busca la manera de desarmar al miedo desde un ángulo diferente, integrando a su labor un sinnúmero de herramientas que buscan expandir el sentido del Encuentro mucho más allá de lo esporádico o lo coyuntural. “Hay una gran diferencia entre evento y proceso. Lo nuestro no es un evento, es un proceso. Lo que pretendemos hacer desde el arte con el Encuentro de Mujeres, y a nivel ya personal, como grupo no es el divertimento, sino generar estos procesos donde realmente se puedan ir viendo las transformaciones”.

Imagen de la obra «Amore», del colectivo Teatro del Cielo. Foto: Cortesía del Festival Encuentros en Escena.

“El arte tiene una tarea fundamental que es transformar”, enfatiza después Nicolalde. “A veces nos quedan más preguntas que respuestas al final de un festival. Pero lo que sí nos queda es esa posibilidad de por lo menos, en esa semana de cada año, de cada festival, hayamos logrado transformar en algo el pensamiento de hombres y mujeres”. Esta podría sentirse como una tarea titánica en los tiempos que corren, pero, por eso mismo, las mujeres que organizan este festival la han tomado como el elemento que combustiona en su interior para dar vida al encuentro.

En su décimosexta edición, el Encuentro de Mujeres en Escena estuvo compuesto, una vez más, por acciones escénicas de diversos países como Brasil, Perú, España, Chile y Ecuador. La programación descentralizada llevó a algunas de estas obras a rincones de Quito como San Miguel de los Bancos, Puerto Quito y Chavezpamba, y a otras ciudades: Ambato y Portoviejo. Se celebraron varios talleres de diferentes disciplinas artísticas y 4 conversatorios que apuntaron a vigorizar las discusiones importantes que constituyen al feminismo. El Encuentro plantea así su afán transformador desde varios frentes, buscando dinamizarlos y articularlos a todos como partes de un mismo puño.

Formar parte del Encuentro es una experiencia inmersiva. El trajín de la cotidianidad complica medirse a la vastedad de la propuesta. Y por eso mismo es que la propuesta se diseña tan vasta: para tener mucho para ofrecer, porque es necesario, para que nos alcance. Estuvimos en dos obras y un conversatorio, que pusieron en evidencia la fortaleza del eje temático central y nos dejaron las siguientes reflexiones mientras intentábamos indagar en la pregunta que planteaba el festival desde las voces femeninas: “¿quién nos está matando?”.

La necesidad de reescribir nuestros discursos

Janaina Matter interpreta «Mujer, ¿cómo te llamas?». Foto: SolipsisArt Colectivo Fotográfico.

Violencia de género no es solamente el abuso físico de la fuerza bruta que una persona puede ejercer sobre un cuerpo femenino, violando su dignidad. Violencia de género es la opresión sistemática con todos sus tentáculos, que asfixian al pasado, al presente y al futuro. Una forma de combatirla, es poner en evidencia la necesidad de reescribir la historia, de sanar la memoria de la humanidad. Esa es la premisa de la obra unipersonal de la artista brasileña Janaina Matter: “Mujer, ¿cómo te llamas?”

Parada en el centro de un círculo rojo, Matter encarna a un ente difuso que se transforma constantemente, que grita en todos los idiomas y que interpela al público para preguntar a las mujeres de la audiencia cuál es su nombre. Su propósito: convertirlas en partícipes de la reivindicación del sinfín de mujeres ilustres a las que la historia ha puesto en segundo plano, desde la concepción de sus mitos más grandes. 

Matter articula su metáfora al descomponer el pasaje bíblico de la esposa anónima de Lot, quien queda convertida en piedra al regresar a ver hacia atrás cuando el pueblo es forzado a abandonar Sodoma. La artista se convierte en la voz que revierte esa narrativa para las mujeres y las alienta a descomponer el mito, a quebrar la petrificación y a darse cuenta de que son la sal de la tierra, un bien invaluable. Mientras nombra a todas las mujeres que caben en su memoria en un homenaje verbal, desde Juana de Arco hasta Rigoberta Menchú, un chorro de sal llueve desde la oscuridad de la tramoya para materializar la metáfora. 

«Las mujeres son la sal de la tierra». Foto: Isabel Figuereido.

“El Feminismo es una forma de cuestionar la vida”, dice Matter pocos días después de su presentación, durante el tercer conversatorio del Encuentro. Su obra, presentada bajo la bandera de “Súbita Companhia de Teatro”, es una forma de cuestionar la forma en que nos han contado el desarrollo de la vida a través del tiempo, vejando a quienes debieron ser protagonistas de la historia. Sin embargo, su práctica se arraiga más profundo que el acto intelectual de reinterpretar la historia. “Para mí, ser feminista es pensar desde la raíz, desde el vientre, de donde venimos todxs, más que del empoderamiento, que está en la cabeza.»

Su intervención en el Encuentro, con la obra y con los pensamientos que comparte en el conversatorio, da cuenta de un afán intenso por reinterpretar nuestro entendimiento de la feminidad y todos los discursos que se tejen a su alrededor, desde el pasado hacia el presente. Su obra pone en evidencia lo cruciales que las mujeres han sido en formar al mundo y cómo, sin embargo, han sido relegadas de nuestra memoria colectiva, que sigue atada a las relaciones de poder a las que el patriarcado se aferra tenazmente. Por ello, ella lleva su discurso más allá: “»Quiero encontrar otra palabra al empoderamiento, que nos permita pensar qué hay más allá del poder”.

«Yo quiero una nueva forma para el mundo, que no esté condicionada por relaciones de poder». -Janaina Matter. Foto: SolipsisArt Colectivo Fotográfico.

El empoderamiento femenino puede ser distinto, según sostiene. Para ello, señala que etimológicamente, el “ismo”, en Feminismo sugiere que el concepto tiene algo de enfermedad arraigado en sí. Para ella, la feminidad es mucho más que una contrariedad para el estatus quo de las cosas. Al decirlo nos lleva a pensar que hay un horizonte más allá de la lucha, una forma de entender a la equidad que no implique pensar en quién importa más, o que no implique pensarla como un estorbo para el orden. Hacia allá pretende caminar, y para ello reivindica a la feminidad y su protagonismo en nuestro progreso histórico. Para ello, según dice, hay que pensar que ser feminista tiene que ver con regresar a ver a la raíz, al vientre, al lugar que nos engendra a todxs; y ese retorno implica algo mucho más profundo que mirar al mundo desde la falsa superioridad que se asienta en nuestras cabezas.

La necesidad de renacer

“Para cambiar al mundo tenemos que cambiar nuestra forma de nacer”, dice Sara Paredes, intérprete y creadora de “La Pacientita No.4, obra que llega al festival desde Perú y se presenta durante su cuarto día. Agitada por la intensidad que le requiere su performance, pero satisfecha por la emotiva respuesta que le revela el público durante el foro post-función, la artista peruana agrava su voz y su mirada para hablar de la violencia gineco-obstétrica de la que fue víctima, y que utilizó para dar vida a su obra. “Esta obra no busca infundir miedo, sino visibilizar una realidad que debe cambiar”, dice ella.

Su clamor tiene un alcance tremendo. Visto en perspectiva, está revelando la violencia que existe y que degenera el proceso de traer un ser humano al mundo, y con ello, todos los procesos de creación humana que son subsiguientes al nacimiento. Estamos siendo paridxs con violencia a un mundo que solamente perpetúa esa condición nefasta. El cuerpo femenino es receptor de nuestro miedo y su corrupción desde la vida inicia. Pero para eso está el arte, y para eso ella ha convertido su propia experiencia traumática en catarsis y en una acción escénica imponente.

Sara Paredes interpreta «La Pacientita No.4». Foto: Cortesía del Festival Encuentro de Mujeres en Escena

El sonido de una sirena acompaña su entrada al escenario, encarnando a la enfermera que atiende a las “pacientitas” mientras están en labor de parto, como si fueran víctimas de la conscripción militar y no mujeres que están trayendo a otro ser humano al mundo. Cuando llama a la “Pacientita No. 4”, Paredes muta y se convierte en la proyección de su propio trauma. Desde ahí le escupe al público un relato cruento y potente, que rasga las fibras y que muestra los maltratos a los que fue expuesta mientras daba a luz a sus propios hijos: la cesárea forzada, el trato soez, la irrupción de su cuerpo con aparatos quirúrgicos.

Mientras lo hace, se despoja poco a poco de su vestuario. Deja atrás la bata de la enfermera, luego la de pacientita, luego la faja que le colocaron en el hospital, hasta que eventualmente se queda descubierta y se permite a sí misma sanar y renacer. Para ello toma los ornamentos de los pueblos indígenas andino-amazónicos a los que les tomó prestados sus saberes para curar su herida, y en los que encontró un maestro que la guió para sobreponerse al dolor.

Sara Paredes interpreta «La Pacientita No.4». Foto: Cortesía del Festival Encuentro de Mujeres en Escena

Confiesa después que reapropiarse de los objetos que le provocaron sufrimiento, como la faja que le colocaron en el hospital, y utilizalos para construir la narrativa de su denuncia, fue una forma de hacer catarsis y de utilizar las posibilidades de la puesta en escena para su propia reconstrucción. Sus palabras y el temple de su voz denotan que con ello pudo dotarse de la fuerza necesaria para contar su historia y expandir su sentido, volviéndola trascendental y utilizándola para interpelar a hombres y mujeres por igual. Nuestras facultades para crear vida son iguales, dice. Somos responsables de la forma en que traemos a nuevas personas al mundo con ellas, más allá del género que hayamos asumido.

En el público hay mujeres y hombres de toda edad. Las que hablan principalmente son ellas. Comparten el dolor, porque al igual que Sara han sido víctimas del mismo abuso. Se conduelen y se abrazan al hablar, porque ellas saben lo que se siente llevar a las vidas en su vientre. Es impensable que dar a luz sea un acto que engendre tanto sufrimiento, por desinformación, por miedo, por la deshumanización que se impone abusiva. Es preocupante que sea un tema del que no se hable tanto. En la sala, el silencio de los hombres parece no estorbar, hasta que el técnico y director de la obra toma el micrófono y nos increpa directamente por él: “¿qué tienen que decir los varones?”. Entonces ese mismo silencio se evidencia como una causa del problema, una de las primordiales; la pregunta resuena incisiva, y queda resonando aún después de que la sala se ha vaciado.

***

“A veces quedan más preguntas que respuestas”. La frase de Susana Nicolalde hace eco al ver hacia atrás, una vez terminada una nueva edición del festival. Eso se puede sentir agotador a veces en un mundo en el que las luchas se acumulan a diario. Y sin embargo, este Encuentro es una muestra de que no se debe parar, y de que las mujeres dan la pauta de lo que significa ser incansable, del coraje que requiere ser humanxs. Ser humanxs más allá de nuestras dicotomías de género, ser humanxs siendo capaces de asumir nuestras responsabilidades por los conflictos que ellas provocan. 

Ana Jácome interpreta «Apuntes de Arena». Foto: Guillermo Guerra

En ese juego, los cuerpos femeninos han sido siempre relegados por el abuso del patriarcado. Y por eso mismo han sabido engrandecerse desde la resistencia. El Encuentro de Mujeres en Escena es justamente eso, una celebración de la resistencia femenina a través del arte. Saben lo que vale su trabajo y saben qué hacer para sostenerlo y validarlo cada año, pese a cualquier dificultad, política, económica o social. Y por eso mismo, tienen la autoridad de increpar a la sociedad. 

Para un hombre que asiste a aprender del movimiento, es imposible no tomarse personal el cuestionamiento que hace Susana: “Mientras nosotras estamos trabajando, tratando de transformar, evolucionando, (…) mientras nosotras seguimos en esta lucha y los hombres no la empiezan, la pregunta sería ¿cuándo? ¿Cuándo lo van a hacer?”. Ellas empezaron hace rato. Con este proceso en particular, hace 16 años, para ser preciso. Y empezaron porque nuestra ceguera las empujó a buscar ver la luz por su cuenta. A nosotros aún nos queda espabilarnos, y sin embargo ellas son las que no desisten. “Hasta que se logre entender eso es un proceso, pero si dejamos de luchar el proceso va a ser más largo. Entonces tenemos que insistir y resistir todo el tiempo”. 

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