A la música nada la detiene, ni siquiera la pandemia. Tres músicxs ecuatorianos hablan sobre el futuro del rock en el país y los retos que afrontarán las bandas locales después de la cuarentena.
La única certeza alrededor de la cuarentena es la incertidumbre. Todo aquello que tenía valor simbólico en nuestras vidas ha cambiado para siempre, y, en algunos casos, ha dejado de existir. Sin embargo, contrario a lo que las voces oficiales y las redes sociales afirman, este no es el fin de los tiempos ni el inicio del Armagedón.
Es tan sólo una transición que nos está obligando a replantear nuestra manera de percibir el mundo que nos rodea.
Todo está cambiando, y el rock no es la excepción: conciertos que son reemplazados por live streamings, músicos grabando desde sus hogares a falta de estudios profesionales y, en general, un ecosistema cultural que se esfuerza por responder de la mejor manera a una situación sin precedentes.
Aprovechando la capacidad de la tecnología para acortar distancias, conversamos con tres artistas sobre el panorama que le espera al rock local después de la cuarentena y los desafíos que inevitablemente se presentarán.
Con un pie en el futuro y otro en la nostalgia
A Emilia Moncayo, vocalista de MINIPONY, la cuarentena le ha enseñado al público a valorar el arte en todas las expresiones. Ella comenta que “mucha gente no iba a los conciertos, pero ahora esa misma gente muere por ir a uno”.
Este ejemplo podría aplicarse sin problema a las personas que tenían una relación estrecha con el teatro o la danza y que con el tiempo se volvieron consumidores frecuentes de este tipo de espectáculos.
Edgar Castellanos, reconocido músico y miembro fundador de Mamá Vudú, amplía esta idea. “Lo que más esperamos después de la pandemia es volver a juntarnos en un concierto, sea grande o pequeño”, dice Edgar. “Es tan importante un concierto del under como un show mainstream”, concluye.
Sus palabras nos recuerdan que, pese a las limitaciones impuestas por las autoridades, la escena underground es importante. De algún modo, sostiene la industria cultural. En ese sentido, los conciertos permiten que los espacios que fortalecen el tejido del rock local puedan sostenerse y desarrollar un mayor nivel de autonomía.
Por otra parte, Jordan Naranjo, bajista de 3vol se anticipa a un panorama en el que, a falta de recursos económicos y tecnológicos, los músicos podrían explorar nuevas posibilidades en lo que a grabación y producción se refiere. “No me sorprendería escuchar discos grabados completamente en celulares y sonando increíble”, comenta.
Jordan rescata el valor de lo “Lo-Fi” como una oportunidad para mantener vigentes a muchos proyectos que se van a ver obligados a replantear sus presupuestos en aras de suplir otras necesidades que consideren prioritarias en medio de esta emergencia. “Las bandas se van a ver obligadas a ser mucho más creativas de lo que ya eran”, afirma.
No hay cambio sin consciencia
Todo lo anterior es suficiente para preguntarnos: ¿esta situación nos ha obligado a adquirir hábitos de consumo más conscientes alrededor del arte? La respuesta optimista sería que sí. Que todo esto ha replanteado la importancia de las expresiones culturales. Con el apoyo necesario, estas podrían cambiar la consciencia colectiva y dinamizar la economía.
No obstante, como sabemos, esta es una afirmación entusiasta pero carente de coherencia con la realidad. La verdad es que, pese a que la música, el cine, la fotografía y la literatura nos han sostenido emocional y anímicamente en estos días de encierro, eso no basta. La sociedad ecuatoriana aún está lejos de reconocer la importancia de una industria cultural en desarrollo como la nuestra. Empezando, claro, por el rock.
Aunque este se haya convertido en una máquina que mueve millones de dólares con bandas como Metallica, The Strokes o Rammstein, no significa que haya perdido su capacidad crítica. Jordan Naranjo es claro al decir que “el rock ha pasado de ser un género a una ideología gigantesca”. En este sentido, se podría decir que más allá de los clichés y el elitismo, el rock ha sido un espacio que históricamente ha sabido responder con mayor compromiso a la construcción de nuevos imaginarios.
Durante años proyectos locales, como Mortal Decisión, Sal y Mileto y el siempre rebelde Chamo Guevara, han sostenido una agenda que reconoce al rock como un movimiento, ante todo, contracultural. Uno que no pide permisos ni disculpas a la autoridad y asume las consecuencias de todo lo que eso implica.
Dejar ir para avanzar
Aferrarnos a la realidad como la conocíamos puede resultar contraproducente a largo plazo. Nada volverá a ser como antes, y eso es un alivio cuando la precariedad y la carencia de políticas públicas a favor de los profesionales del arte ha formado parte del status quo de la gestión cultural en el país.
Sin embargo, esta situación también ha dado paso a que las posturas más contestarias del rock se hagan eco del sentimiento colectivo de inconformidad que experimentamos. Como comenta Edgar, “los mensajes tienen que estar de acuerdo a una posición política y de resistencia en contra de las injusticias, en contra de la opresión y la manipulación”.
El rock podría responder de mejor manera a la nueva realidad del país después de la pandemia. Así lo cree Emilia: “Veo positivo el futuro en el nivel de consciencia”. En otras palabras, el rock constituye un espacio de expresión necesario para hacerle frente al convulso escenario social que se avecina.
La naturaleza contestataria del rock no le permite callar. Temas como “Explotar”, de la banda cuencana Sobrepeso, dan fe de la capacidad que tiene el género para despertar en el público la necesidad de cuestionar lo que el poder afirma. Y, sobre todo, lo que niega.
Sería terrible que, después de haber vivido una experiencia como esta, no estemos dispuestos y dispuestas a dejar atrás una forma de vida que normaliza la indolencia y la desigualdad.
Lo que es un hecho es que el rock seguirá ahí: como un llamado permanente a la unión y a la consciencia, como un espacio para construir nuevos imaginarios y fortalecer el sentido de comunidad, pero sobre todo, como un espacio que resiste, sostiene y acompaña.