El pasado domingo, David Holguín, patinador, productor y realizador audiovisual, fue agredido y detenido por miembros de la Policía Nacional en la Plaza las Peñas de Guayaquil, mientras patinaba en compañía de dos personas. Este texto analiza el hecho y reflexiona sobre el espacio público, la discriminación y la violencia ejercida por los agentes del orden.
¿Vamos de regreso?
Una reflexión en torno a la represión sufrida por un grupo de skaters por parte de la Policía Nacional
Desde la perspectiva de un antropólogo visual y realizador audiovisual
El pasado domingo 11 de agosto el patinador y productor audiovisual, David Holguín, posteó en su cuenta de Facebook un video que muestra las agresiones y provocaciones de las que fue víctima junto a un grupo de patinadores en la Plaza las Peñas de la ciudad de Guayaquil. En la descripción del video Holguín incluye una detallada narración de lo sucedido y denuncia además su posterior detención, que vino acompañada por una serie de agresiones físicas y psicológicas propiciadas por elementos de la Policía Nacional. A pocas horas de ser publicado, el video se viralizó desatando la indignación y rechazo de varixs, entre las que se incluyen personas que, como Holguín, representan a sectores culturales independientes y emergentes del país.
Este hecho, que constituye un evidente e injustificable caso de abuso de poder, lamentablemente no es aislado ni excepcional sino que habla de muchas problemáticas que arrastramos como sociedad. Una de ellas, y quizás la principal, es la limitada noción de uso del espacio público por parte de las autoridades y de nosotrxs como ciudadanxs.
En ese sentido, es fácil darse cuenta de que la movilidad en Quito y Guayaquil ha implantado una lógica de privilegio al automóvil y maltrato a peatones y usuarixs de transporte público. Así mismo, mientras que en ciertos sectores prosperan casas, conjuntos y ciudadelas amuralladas, cercas eléctricas y servicios guardianía privada, en otros sectores la marginalidad y el abandono reinan. En ambos, sin embargo, hay una creciente sensación de inseguridad al movilizarse o hacer uso de los espacios públicos. Como resultado, las calles, plazas y parques de barrio, que funcionan como espacios públicos para el libre uso de la ciudadanía, en los últimos años han sido reemplazados por un creciente y absurdo número de malls, taxis y autos. Como resultado, muchos de los sitios públicos de estas ciudades se muestran cada vez más hostiles y menos ocupados y transitables.
En este contexto, como ciudadano, me ha resultado ofensivo y ridículo escuchar a las autoridades de estas ciudades hablar de “modelos exitosos” y verlas ganar premios internacionales como destinos turísticos. En este escenario triste y precario, lo sucedido con Holguín y el grupo de skaters que lo acompañaban aquella tarde resulta todavía más preocupante.
A la creciente inseguridad que sienten lxs usuarixs del espacio público se suma una nueva amenaza, la Policía Nacional. Amenaza que, como demuestran los hechos recientes, tiene la potestad de asumir que jóvenes, adeptos a prácticas alternativas como el skateboarding son simples “vagos” y “drogadictos” a quienes se les debe de impedir, a través de la fuerza, el libre uso del espacio público.
Cabe mencionar que movimientos juveniles como el movimiento rockero ecuatoriano ha venido peleando por décadas en contra de la discriminación, el abuso de las autoridades y el libre uso y ejercicio del espacio público. Sin embargo, los hechos recientes hacen sentir que los logros alcanzados pueden estar en riesgo.
Por simple lógica, las funciones de la policía de cuidar el orden y proteger a la ciudadanía son inconsecuentes con la agresión y criterios discriminatorios como los demostrados por los elementos policiales del video. Me indigna tener que mencionar a estas alturas que el skateboarding ha sido reconocido como deporte olímpico y que a través de los años se ha convertido en una actividad que genera espacios de gestión y producción cultural desde sectores juveniles urbanos alrededor del mundo. Sin embargo, la Policía Nacional es una institución que parece ignorar estos factores. Y me dirijo a la Policía Nacional porque de no haber una disculpa pública —o por lo menos a los agredidos— la ciudadanía entenderá lo sucedido como un accionar justificado, amparado y promovido por la misma institución policial.
Tristemente, lo sucedido hace resonar en la memoria de los jóvenes ecuatorianos los repetidos casos de abuso de los la que ha sido víctima la comunidad rockera ecuatoriana. Tampoco puedo evitar recordar que en el 2007, policías asesinaron a Paul Guañuna, de 17 años, por graffitear una pared en Quito.
El libre uso del espacio público es un derecho que hace que nuestras ciudades sean más vivibles, seguras y transitables. No sólo son espacios de circulación, son espacios en los que idealmente se debería fomentar la libre expresión. Espacios donde prácticas culturales y juveniles como la música, el skateboarding y el graffitti deberían ser fomentadas y no reprimidas.
En las culturas juveniles y alternativas del país abunda el talento y la gana de surgir frente una carencia de espacios para la libre expresión. En un contexto en el que la torpeza y conservadurismo de las autoridades ha sido la norma, los jóvenes han protagonizado varias décadas de lucha para ganar espacios. Pero ante los hechos recientes me pregunto, ¿vamos de regreso?