¿Underground o mainstream?
Desde la perspectiva de una investigadora cultural, comunicadora y docente universitaria
por Andrea Angulo
¿Qué es, ahora, ser un rocker? Hace un par de décadas, vestir ropa oscura, tener el cabello largo y enmarañado y escuchar a Led Zeppelin significaba entrar en la categoría de outsider. Sin embargo, con la masificación del rock y el interés contemporáneo por lo diferente, ese sentido de rebeldía ya no representa lo mismo. En este escenario, cabe la pregunta sobre cuál es el papel de lo alternativo como marca de identidad de los jóvenes que no siguen la corriente.
El romper-con-el-sistema ha sido una suerte de «deber ser» de la juventud desde Mayo del 68. Sin embargo, hoy es visto de manera romántica porque no inscribe ya una forma de protesta concreta, sino un deseo por desapegarse de la realidad y posicionar al yo individualidad desde un sentido de autenticidad. La creatividad ha servido bien para ese fin, en especial, lo «indie«. La cultura juvenil se ha apropiado de este movimiento cultural, que surgió en los 80 como una reacción a la comercialización del rock. Esta tendencia propone salir de lo masivo, mediante la aplicación de la filosofía punk del Hazlo Tú Mismo, que funciona perfectamente en la actual era de internet y del prosumidor —el usuario que consume y crea contenido a la vez—. Bajo este modelo, los jóvenes buscan liberarse de lo establecido mediante propuestas que van desde la mixtura y la recuperación de lo ancestral hasta lo surreal. Para que el círculo se complete, estos contenidos deben ser visibilizados en aplicaciones de redes sociales, donde los jóvenes ganan reconocimiento por su originalidad.
Sin embargo, ¿dónde está la oposición a lo establecido? Hay mucho movimiento en internet pero pocas acciones en las calles. Esta es la principal crítica de las generaciones anteriores a los jóvenes porque no demuestran un real interés por modificar su entorno, sino una actitud cínica y pasiva hacia lo que está mal. Pese a ello, todavía existen acciones juveniles que buscan cambios, pero que funcionan, como siempre ha sido, desde el lado B del sistema.
Ahora bien, es un hecho que el movimiento rockero ya no es más subterráneo, porque es hipervisible en las redes. Desde el 2005, cada vez son más artistas los que optan por lanzar en Spotify las versiones digitales de discos y convocar a conciertos por mailing o con la creación de un evento en Facebook. A la par, hay más participación de los fans, que colaboran con la divulgación de la música en sus perfiles de redes sociales y comparten fotos, videos y covers de sus bandas favoritas. Así, los sonidos rockeros fluyen en todos los espacios sin restricciones.
Aunque es positiva la exposición del género, es inevitable que, al llegar a más oídos, su esencia se transforme al ser consumido por nuevos públicos. Al igual que sucedió en los 60 con la música negra, los formatos alternativos actuales son usados por jóvenes blancos de clase media que tienen educación superior para definir su identidad. Los denominados «hípsters», que vendrían a ser una versión 2.0 de los hippies sesenteros, usan toda expresión que tenga la etiqueta de alternativo o independiente —como el rock— para diferenciarse de lo convencional.
Paradójicamente, esta búsqueda de individualidad se ha convertido en parte de la cultura de masas. Por eso, el modelo de lo indie se ha desgastado, pues todos, desde artistas hasta fans, quieren ser diferentes. El internet ayuda a los jóvenes a encontrar información rebuscada, con la que pueden construir una imagen de pseudointelectual o excéntrico que les permite distinguirse de los comunes. No obstante, realizar esta tarea en la era digital es arar en el mar, ya que todos saben algo de todo y el discurso de autenticidad calza a cualquiera con una buena habilidad para navegar en la red.
En este escenario, la rebeldía rockera se ha banalizado, dado que quienes buscan reconocimiento se apropian de ella. Su identidad, contenidos y rituales han perdido su significado original. El ejemplo más claro es la transformación del significado del mosh, baile tradicional en los conciertos de metal, que, ahora, se usa cada vez que la batería se acelera en el escenario, independientemente del artista o el ritmo. Igualmente sucede con el estilo grunge, que ha sido adoptado por las cadenas de tiendas de ropa y es usado por los adolescentes porque está de moda.
El rock se encuentra en la encrucijada, como en los 80, entre lo underground y lo mainstream, porque ya no tiene ese sentido de «lo salvaje» o «lo oscuro» que tenía antes. Como bien señaló Nick Cave en su blog, el género atraviesa por una crisis porque “hay poco nuevo o auténtico, ya que se ha vuelto más seguro, más nostálgico, más cauteloso y más corporativo”. En ese sentido, resulta oportuno un proceso de transformación porque, ¿si la diferencia es la norma, cuál es el sentido de rebelarse?
A fin de cuentas, como ya lo expresó Luis Racionero (2005), lo underground tiene una dinámica de renovación constante. Por tanto, la salida que tiene el rock frente a su crisis involucra un proceso de reseteo completo. Es necesario reflexionar sobre qué representa el género en la actualidad, más allá de ser un lugar de autenticidad o una trinchera contra el sistema, principalmente en tiempos en los que internet permite poner a la luz cualquier propuesta subversiva. Al analizar esta problemática desde la contemporaneidad, no se puede dar una una hoja de ruta sobre el camino a seguir. La discusión está abierta.