Asumir las teatralidades andinas se ha convertido en la impronta del Colectivo Yama, grupo cultural interdisciplinario, intercultural y colaborativo que cumple siete años de actividad artística crítica y transgresora. Conoce su trabajo.
A lo largo de las más de 100 funciones que ya acumula desde el 2018, quizás hayas escuchado sobre Papakuna, una obra de teatro que pone sobre las tablas el problema de la pérdida de papas nativas en Ecuador. Si no lo habías hecho, cruza los dedos para que pronto haya nuevas funciones, porque es una obra imperdible.
Basada en el trabajo de tesis de Cecilia Dávila, a través de la comedia y con un uso brillante de recursos escenográficos como máscaras e indumentaria, Papakuna se adentra en situaciones sociales complejas, a menudo invisibilizadas. De inicio a fin, la obra es tan entretenida y peculiar que, mientras la experimentas, te provoca muchas preguntas, entre ellas: ¿Quién le dio vida a tal propuesta?
La respuesta a esa pregunta es el Colectivo Yama, grupo cultural interdisciplinario, intercultural y colaborativo que cumple siete años de actividad artística crítica y transgresora. Pero ¿quiénes conforman el colectivo?
“Somos un grupo de amigas”
Colectivo Yama está conformado por muchas cabezas y corazones, pero sus fundadoras son Carlina Derks, Natalia Ortiz e Ilyari Derks, tres hermanas, dos de sangre y una por elección, que sostienen un estilo de vida y una visión política a través del arte. “Somos un grupo de amigas. Creo que ahí se gesta mucho lo que es el colectivo, en una amistad que empieza hace muchos años”, dice Carlina.
Carlina y Natalia se conocieron en la escuela y desde entonces las tres han compartido momentos cotidianos e importantes. Sin embargo, como es la vida, durante algún tiempo todas siguieron un camino propio: Ilyari en la gestión cultural y la música, Carlina en la antropología y el teatro, y Natalia en la sociología pero vinculada a proyectos culturales.
En 2016 sus andares volvieron a juntarse gracias a la que se convertiría en la primera obra del colectivo: Memorias de Agua, y que marcaría el nacimiento del mismo. La obra, de carácter unipersonal creada y actuada por Carlina, es una acción teatral testimonial que coloca las piezas de la historia de la familia Derks Bustamante, marcada por el desplazamiento forzado, consecuencia del conflicto armado interno en Perú durante los años ochenta.
A través de la danza, el canto y el rito, Memorias de Agua dialoga con el pasado y rinde homenaje al territorio de origen de su creadora (Masin, en el departamento de Ancash, Perú) y a todos aquellos pobladores que perdieron mucho durante ese brutal episodio de la historia.
En compañía de Natalia, hace siete años, Carlina estrenó la obra en aquel mismo lugar de la serranía peruana. Pero más que “estrenarla”, manifiesta Carlina, se trataba de “hacer una devolución a un pueblo que sufrió el conflicto armado, un pueblo donde nosotras vivimos y donde se forjaron las ideas políticas de nuestros padres”.
Esa experiencia develó el potencial sociocultural y de gestión que podría tener un colectivo que aborde temas en torno al cuerpo, la identidad, el medio ambiente y el género desde el arte. Así nació el colectivo y lo nombraron Yama que remite a tres sentidos de la palabra llama: convocar, animalidad y fuego.
Con esas tres palabras como médula de su quehacer, las Yamas trabajan en torno a tres ejes: la creación artística multidisciplinaria, la gestión y producción cultural, y la investigación bibliográfica y de campo.
Encuentros y teatralidades andinas
Entre las obras que han presentado —además de Papakuna y Memorias de Agua— están: De Cómo Murió el Teatro, una docu-ficción escénica que ritualiza algunas memorias de lo que ocurrió con el teatro ecuatoriano durante la pandemia y Azul, una acción cantada que rinde homenaje a las mujeres guardianas del agua de Cajamarca, Perú.
Asumir las teatralidades andinas se ha convertido en la impronta del Colectivo Yama. Cada proyecto es una oportunidad para “investigar la posibilidad de un teatro latinoamericano que hable desde los territorios y que pueda hacer puentes con lo occidental, porque eso también somos”, explica Carlina, cuyo padre era de origen holandés.
Por otro lado, han gestionado también dos encuentros artístico-pedagógicos en comunidad: Parir, realizado entre 2016 y 2019, que reunió a artistas, investigadores, estudiantes y vecinos para replantear todo lo que implica el parto más allá de lo fisiológico; y Masintin, realizado entre 2016 y 2020 en Ancash (Perú), que a través del intercambio de saberes pretendía fortalecer los procesos identitarios, de memoria y paz en la región.
“Nos hace full sentido trabajar en el arte vinculado a lo que pasa en nuestra realidad, es una manera para seguir en pie en medio de lo que pasa en el mundo y ser un granito de arena, cuestionar lo que es la norma. Es nuestra forma de vida y una forma de transitar en el mundo de una manera bonita y no solo pasar cabreada”, dice Ilyari.
“Todos nuestros proyectos han sido posibles porque otra gente trabaja con nosotros. Generar alianzas y redes de colaboración es importante”, comenta Natalia. “Cada proyecto tiene sus alianzas, muchos colectivos siempre están apoyando, se sienten parte y hay que darles ese crédito. Sin ellas, sin ellos no hubiese podido darse de esa manera porque como sabemos el arte es un sector super precarizado, no es fácil sacar adelante los proyectos”, agrega.
Retribución más allá de lo económico
Para Natalia, Ilyari y Carlina, profesionalizarse en el arte y vivir de ello ha sido una apuesta. “Queremos que el teatro, la música, la cultura y el arte sean reconocidos como un trabajo”, dice Carlina, pero uno de sus pilares como artistas independientes es que la retribución de esos oficios no solo se expresa en dólares.
Esa “es una visión bien limitada de la retribución”, comenta Ilyari, agregando que las reacciones del público, por ejemplo, han sido para el colectivo ganancias que no se pueden medir en números. “La reacción de la gente ha sido clave en fortalecernos nosotras , entender el sentido de nuestro trabajo y también el nutrir esas ganas de seguirle. Hemos tenido súper buenas reacciones desde este primer unipersonal hasta los otros proyectos”.
Ahora, Colectivo Yama está posicionando un espacio propio de creación y encuentro en la Quinta Olmito, ubicada en Tumbaco, con el concepto de Semillero Cultural, pensando en que allí se gestan ideas y proyectos que luego ven la luz y cruzan fronteras. Por ejemplo, ahora están escribiendo una ópera en colaboración con un teatro alemán, un proyecto grande que les exige mucho aprendizaje. Para las Yamas, sin embargo, de eso se trata precisamente.
Como dice Ilyari: “El colectivo es una escuela y la postura que nos pide esiempre es estar dispuestas a aprender y a meternos en espacios incómodos, pero necesarios. El arte es una manera muy eficaz de remover en temáticas que necesitan ser habladas y hace digerible temas que pueden ser súper difíciles”. Y ese es su compromiso.
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