Armando Palomino, cantante de Los Chigualeros, falleció el martes 11 de Agosto de 2020. Esta es nuestra despedida para un grande de la música tropical ecuatoriana.
Yo no lo conocí, Don Palomino. Me han contado nomás de usted. Me dicen cosas lindas. Y yo las creo, porque lo escuché cantar. Las creo también, porque me las dice mi gente, y mi gente conoció de cerca su trabajo, y sabía bien lo que vale. Usted era una de las voces de “Los Chigualeros”, La Orquesta de Salsa del Ecuador, la que dicta nuestro son desde hace cuatro décadas.
Se bautizaron en honor a los chigualos, cantos fúnebres que se dedican en Esmeraldas a los niñxs que se van antes de hora. Cosa curiosa, considerando que su música, hace todo lo contrario: llena de vida y le inyecta calor a la sangre. Su voz, Don Palomino, era una parte fundamental de esa paradoja simpática, convirtiendo en rumba el respeto a la muerte.
La gente me dice que canto igualito a Héctor Lavoe y que soy idéntico a Oscar de León. Me dicen: ‘Palomino, vaya a la tele y gane plata imitando a esos dos’. Pero yo les digo que no puedo hacer eso. Mi problema es que yo, soy yo. No puedo dejar de ser yo”
Me consta. Yo no podía definir por qué me gustaron tanto los Chigualeros cuando los vi por primera vez. Ahora que su partida me lo recuerda, Don Palomino, reconozco que fueron las cuerdas del tres, y las voces. En conjunto, resonaban con ese timbre del trópico, que tienen los que saben contagiar el calor con fragancias bonitas y sin sudar hediondo. Usted brillaba ahí, entre esos grandes, porque sonaba a tierra caliente, y eso era suyo, y también de nosotros.
Tanto contagiaba el calor, Don Palomino, siempre sostenido por Segundillo, que puso a bailar a un montón de rockeros pasposos cuando tocaron con Los Chigualeros en el QuitoFest. Tamaño son alumbrando la Carita de Dios. Le hicieron fruncir la ñata del gusto. A ella, y a todos los llamingos que agarraron pareja ese rato ahí en el alto, en el Itchimbía. Pero la verdad ustedes ya la sabían, después de todo: “Como el monte no hay pa’ componer un son”.
Yo me lo llevé a mi casa después de eso, aunque usted se fue a Esmeraldas de nuevo. Yo tenía 16 y lo escuchaba en mi computadora con inocencia nubosa. La salsa, como yo le decía errado a lo que usted cantaba, me conectó siempre con mi viejo. Y en su voz resonaba el eco de esa música que él me contagió a mí con amor y sin querer. Y por eso se quedó en mi memoria y en mi disco duro Don Palomino. Atesoro en usted algo muy querido, porque aunque no lo conocí, su canto me reveló las plenas sobre mí mismo.
De todos modos, pasa que Los Chigualeros son los papás de la música tropical ecuatoriana. Y punto, carajo. Música linda, de a de veras, hecha con cariño, para el sobrio y para el jumo, para el feo y para el guapo, para la soltera y la casada. Música negra de nuestra playa resonando con sabor a encocado de camarón.
Mi profesor me cuenta que cuando lo conoció —él que sí tuvo el honor—, usted lo agarró y le dijo, sostenido el brazo: “Oiga, verá, le cuento, yo tengo un problema…” Serio para esconder la risa, me dice. Un pícaro risueño, me dice. Cantando con el tumbao que tienen los guapos para cantar. Pero un pícaro consciente. Usted también era profesor ahí en Esmeraldas. Que era de los chéveres —me dicen—, de los que tienen fe en sus alumnos.
Cuando me lo reencontré unos años más tarde, yo estaba apenado del corazón, Don Palomino. Yo ponía la risa para esconder la pena. Pero estaba vivo, al fin y al cabo. Estaba rodeado de gente querida y de una muchacha bonita. Así que cuando usted salió a cantar, yo me le prendí de la voz y la agarré para bailar a ella. Y yo le agradezco, porque ese baile me sacó el diablo.
Y así debería agradecerle tanta gente, Don Palomino, por haber puesto su voz a disposición nuestra, directo desde la República de Esmeraldas. Más gente debería saber de dónde vienen usted, y los suyos. Porque de ahí viene también un torrente de nuestras venas, de cuando nacieron los cimarrones, de cuando el África germinó en nuestro suelo.
Apena su partida, Don Palomino. Pero no se preocupe, que la gente de verdad no olvida. No se preocupe, que sí quedaron algunos cuantos buenos para mantener vivo su legado. Así es de cruel esta vida: se cosechan los frutos después de que se expira el dueño de la mata. Pero los frutos se reparten, los frutos se gozan en gajo, los frutos quedan en la tierra y de la tierra nacen de nuevo.
Vaya tranquilo. Acá le cantamos sus sones. La flaca también se recibe cantando, la flaca también baila con nosotros. La flaca muerte nunca nos suelta, y siempre se amosca para llevarse al que le toca. Usted fue ahora, pero seguro se la lleva a ella echando un pasito por delante.
Que descanse en paz su poder, Don Palomino.