Testimonio íntimo y sentido de una artista/activista que nos entrega una mirada cercana del luto que atraviesa Guayaquil en medio de la crisis del COVID-19.
Intro
Escribo este texto pensando en la (im)posibilidad de apalabrar lo que he vivido/sentido/pensado/llorado/atravesado/desgarrado durante el azote del coronavirus en Guayaquil. Este texto iba a ser la compilación de los epitafios de mi tía abuela Lola, mi amigo Fabio, mi prima Violeta, mi madrina Martha, mi vecina Luzmila, mi vecino José y demás muertxs que no he podido despedir; pero quería también abrazar con mis palabras a mi mamá Miriam, a mi papá Fernando, a mi tía Juana y a mi abuelita Azucena que lograron recuperarse.
Finalmente decidí escribir una carta para Ana Rosa Valdéz porque su compañía durante esta catástrofe me ha interpelado vital, artística y éticamente.
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Querida Ana Rosa,
Mi piel se mezcló con la piel de Antígona el domingo 29 de marzo. Mi tía Lola había fallecido y yo no podía enterrarla. Mi tía Lola yacía muerta en su cama con una corona de flores esperando ser recogida por Medicina Legal. Mi tía Lola se había ido y yo no podía despedirla. Mi tía Lola no tuvo funeral, sepelio tumultuoso, ni cortejo fúnebre. Mi tía Lola fue puesta en un féretro y yo no pude besarle la frente. No pude llorar sobre el ataúd y preguntar inútilmente: ¿por qué te me fuiste, viejita mía? No pude preparar el café con las primas y sentir el abrazo de mis otras tías abuelas, de mi abuelito Fernando contando las historias con mi tía Lola.
Hace unos meses un pedazo de corazón se me quedó atrapado en la infancia con la partida de mi bisabuelita Lilia, mamá de mi tía Lola, la casa dónde pasé los fines de semana de mi niñez de repente se redujo y me apretaba durante el velorio. Fue como si la muerte de mi bisabuelita me hubiera traído de golpe a la adultez y el tiempo hubiese transcurrido sin que yo me dé cuenta. Le conté esto a mi tía Lola y me dio un abrazo cálido. Me agarró de la mano durante toda la noche. Los meses siguientes iba a visitarla, para llorar la ausencia de mi bisabuelita con ella. Ella aprovechó para retomar la tarea de enseñarme a bordar, siempre trataba de enseñarnos pero yo prefería los cuentos de la tía Toña o el colorido del bazar de la tía Jenny.
Los días lluviosos me sentaba una esquina de su cama a contemplar su bordado y a dejar salir la tristeza, ella era muy buena acompañando en silencio. No aprendí a bordar pero sí a acompañar.
Ahora yo estaba aquí lejos de su casa, lejos de su cuerpo. Fue recogida al cuarto día de fallecida. Aún no he podido ir a poner flores en su tumba ni abrazar a mis tías. Esa muerte, querida Ana Rosa, fue el inicio del duelo múltiple para mí. Cada día muere alguien que conozco, cercano o lejano. Cada día siento mucho más el horror de la necropolítica en Guayaquil. La administración municipal dispuso primero abrir fosas comunes antes que gestionar atención hospitalaria. Clasismo, corrupción, regionalismo, fascismo y ataúdes de cartón hemos recibido los habitantes de Guayaquil. Es un circo mediático dónde se disputan el poder lxs oligarcas encima de los más de 200 cadáveres insepultos y sin nombre.
Ana Rosa, el olor a putrefacción habita en mi nariz. Ya aprendí a comer, dormir y cocinar con ese olor. De vez en cuándo recuerdo el bulto del vecino José puesto en la esquina porque no lo recogieron ni al segundo ni al cuarto día. Tardaron seis días en venir por su cuerpo. El silencio se apoderó del barrio, en la esquina dónde se armaba la fiesta cada fin de semana ahora yacía el cuerpo inerte de uno de lxs vecinxs más queridxs. El hedor era insoportable, algunxs se acercaban y le ponían velas. Recogieron el cuerpo, se lo llevaron entre los gritos de rabia y dolor de su hija. ¿Cuánto horror/dolor/espanto más tendremos que soportar?
Ana Rosa, no sé si el arte pueda dar cuenta de tanta muerte, tanto olvido, tanta desidia, tanta desigualdad, tanta acción criminal. Pienso que nuestras prácticas artísticas no pueden omitir la denuncia. Pienso en la resistencia conjugada con el rito: hay personas que aún no encuentran a sus muertxs por la negligencia estatal y siguen buscándoles cada día. Pienso en la inoperancia administrativa, en la falta de políticas públicas que ha agravado la crisis sanitaria/humanitaria en Guayaquil. Pienso que en los 80s otro virus acabó con la vida de millones que murieron solxs, sin abrazos, ni besos de despedida. No todas las vidas importan en la misma medida, Ana Rosa.
Guardo un abrazo hondo/prolongado para cuando vuelva a verte. Acalanto para você.
Andrea Alejandro.