Cuando Carlos Gallegos habla de su vida y su trayectoria, todo parece tener coherencia. Ningún episodio se siente aislado del previo o el siguiente. Ni un solo aprendizaje se siente excluido, ninguna inversión de tiempo y energía parecen haber sido hechas en vano. Es como un guión, en donde ningún elemento sobra o tiene otras intensiones que narrar una historia.
En escena, «El Cacho» crea mundos a través de los detalles. Su voz, sus movimientos y expresiones están totalmente controlados, completamente trabajados. Como consecuencia, se empodera del escenario con mucha naturalidad. Su lenguaje en escena es tan universal que las imágenes que crea, a través de diálogos o movimientos, pueden ser acogidos y entendidos a nivel internacional.
Nació en Cuenca y nunca soñó con ser actor. A los 18 años, una vez que se graduó del colegio, decidió que quería ser pintor o diseñador. Fue la secretaria de La Casa de la Cultura del Azuay la que, tras no haber cupos para los cursos de pintura, lo convenció de entrar a un taller de teatro que ahí se dictaba. Tiempo después, se mudó a Quito y diseñó su propio plan de estudios artísticos. Cuando estuvo preparado, emprendió “la vuelta al mundo en 80 meses”, un proyecto personal que le llevó a viajar por los cinco continentes haciendo teatro. A su regreso, abrió “El Teatro de la Vuelta”, creó sus obras “Plush” y “Barrio Caleidoscopio”, dirigió montajes y fue “Prometeo” en la película ecuatoriana “Prometeo Deportado”. Esta semana se despide nuevamente del Ecuador y suena a un adiós permanente.
¿Cómo decidiste dedicar tu vida al teatro?
A mí me gustaba el teatro, alguna vez había visto, pero no quería ser actor, para nada. Hubo una gran influencia de Jim Morrison del grupo The Doors en mi decisión de tomar las clases. En esa época, era fanático, Jim Morrison era mi ídolo. Sabía todo de él, sabía las letras, las canciones, los poemas, cómo se creó el grupo, etc. Yo sabía que ese artista estudió cine y drama en la Universidad de los Ángeles. Entonces, cuando la secretaria de la Casa de la Cultura del Azuay me dijo algo de teatro, me sonó así como a drama y le pregunté si tenía algo que ver. Me dijo que sí y su labia me convenció (risas). Entonces pensé: “si Morrison lo hizo, algo bueno ha de tener”… Fue así, no tuvo nada que ver con que yo quisiera ser actor, para nada… Así empezó todo, en Cuenca, en el año 1996.
¿Cómo diseñaste tu propio plan de estudios artísticos?
Vine a Quito a formarme. Yo me armé una escuela de teatro en Quito. Estudié en el grupo Malayerba, fue el eje de mis estudios. Era la materia principal, la base. En las mañanas tomaba clases de mimo con Pepe Vacas. Luego, pasaba estudiando francés en La Alianza, un par de horas; iba a tomar clases de guitarra en el conservatorio, estudiaba Clown con Guido Navarro por las noches. También hacía malabares en el semáforo de la República y Amazonas, al medio día. Todo el día pasaba haciendo teatro pero no era una facultad de arte, ni escuela de teatro. Tomé los créditos que quise digamos (risas).
¿Cómo nació la idea de dar la vuelta al mundo en 80 meses?
Unos seis meses antes de acabar Malayerba, nos planteamos con unos amigos montar una obra e irnos de viaje. La idea era ir un año por Sudamérica. Antes de empezar el viaje, mis compañeros hicieron otros proyectos. El plan del viaje no estaba firmado, no había ningún compromiso más que las ganas. Cuando ellos se fueron, yo pensé esperar y luego viajar con alguien más. Pero me di cuenta de que tenía que hacerlo en ese momento porque si no, no lo haría después. Decidí viajar sólo. En un inicio no quería hacerlo porque estuve cinco años con grupos y no veía interés en actuar por mi cuenta. Pero no me quedó de otra. Monté la obra “Macario”, basada en un cuento de Juan Rulfo, y empecé la vuelta al mundo en 80 meses.
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Carlos, «El Cacho», empezó la vuelta al mundo en 80 meses cuando tenía 23 años, el pelo largo y un pasaporte ecuatoriano que, según él, era un estigma para viajar. «Pensaban que iba a llegar a trabajar de ilegal… Todo iba en contra mía pero decidí seguir y cumplir el objetivo. No para rendir cuentas a nadie, sino porque es una cuestión de ética. Eso fue muy bueno porque me ha servido para otras cosas en la vida, para otros proyectos», dice.
¿Dónde empezó tu recorrido?
Empecé por el Ecuador. Quería dar una vuelta por “la casa” antes de salir. Estuve en las tres regiones y Galápagos. Después fui a Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil. Estuve dos años viajando por Sudamérica, a donde me llevaba el viento. A donde había función, yo iba. Estuve dos años con “Macario” por Sudamérica, esa fue la primera etapa del viaje.
¿Cómo ampliaste el viaje a los otros continentes?
Llegué a Europa como estudiante, hice un año de la escuela Lecoq y un año en una escuela solo de clown. Al mismo tiempo, daba talleres de percusión corporal, hacía funciones por aquí y por allá en Francia. Presenté “Macario”en francés. Cuando acabé la escuela, me fui a África donde monté “Plush”. Estuve en Marruecos y Senegal. Ya había hecho los tres continentes, se estaban acabando los 80 meses. Vine al Ecuador por el papel de “Prometeo Deportado”. Ese momento quería parar el viaje y establecerme un rato. Justo cuando renuncié, me propusieron hacer funciones en Francia y me invitaron a Camboya a dar unas clases de circo. Pensé hacer eso y regresar. Más o menos por esa época, el Cónsul de Ecuador en Sydney, Australia, me invitó a dar unas funciones allá. Fue raro porque ya había renunciado al viaje y de pronto se armó en Asia y Oceanía, los lugares que faltaban. Así, se completó la vuelta al mundo en el 2008.
¿Cuáles fueron los principales aprendizajes del viaje?
Aprendí que las fronteras más difíciles de atravesar son las de las clases sociales. Las otras, como sea, paso o no paso, pero pasar de una clase social a otra es muy complicado. Están mucho más separadas la clase baja de la clase media y de la clase alta, que Ecuador de Camboya. Yo ya había vivido eso antes. En Cuenca yo estudié en una escuela fiscal, donde seguramente todos mis compañeros eran hijos de los que les servían a mis compañeros del colegio, que era privado. Solo los apellidos y el color de la piel cambiaron increíblemente. Pero yo no me di cuenta, para mí era normal, todos eran mis amigos. Yo pasé así, sin ni siquiera percatarme de esa frontera. Esa experiencia fue muy útil para no tener ningún “pero” en actuar en algún sitio durante el viaje. También aprendí que es muy interesante ver el mundo más allá del face o internet. Nada se compara con la sensación de estar ahí. Uno puede tener información sobre Marruecos, Senegal o Camboya pero estar ahí y sentir la brisa no se puede hacer en una computadora.
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«Plush» es la obra con la que Carlos hizo gran parte de su recorrido. Con ella indaga el silencio y el desplazamiento en el espacio. Es una obra sin palabras que usa la gestualidad como lenguaje. «Barrio Caleidoscopio» es la obra que montó cuando regresó. En ella, exploró la palabra, él mismo escribió el texto. Como despedida, «El Cacho» muestra las dos obras, esta y la próxima semana en Casa Humboldt en Quito. El 11, 12 y 13 de julio presenta «Barrio Caleidoscopio», el 18, 19 y 20 presenta «Plush». La entrada general tiene un costo de $10, los estudiantes pagan $7 y personas de la tercera edad $5.
¿Cuáles son tus planes ahora?
El proyecto más grande , que no solo es teatral, sino familiar, es ir a vivir en Francia. Nos instalaremos en el campo a vivir. Creo que moriré en Francia porque de ahí no me muevo. Después de la vuelta al mundo, seguí viajando, estuve un tiempo en Cuenca, fui a Costa Rica, a Francia. Pero es la primera vez que voy a un sitio a echar raíces, es el gran proyecto de la vida ahora… También tengo un proyecto imposible como la vuelta al mundo: hacer una película. No he hecho cine, no tengo formación, no tengo plata, no tengo nada, como cuando empecé la vuelta al mundo. Ese es mi proyecto y así, como los 80 meses, me propongo para el 2017, para cuando tenga 39 años, que quiero sentarme a ver el estreno de mi película. No sé si lo logre, todo está en contra mío y por eso me gusta.
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Carlos se sorprende si la gente dice que el teatro va a desaparecer o está en su peor momento. Para él, el teatro se vuelve cada vez un bien más codiciado. «A mí me parece que está en su mejor momento, se vuelve escaso. Poca gente trabaja frente a los otros. En pocos lugares uno va y se sienta para ver a un ser humano y no se lleva nada más que la sensación», dice. Por lo tanto, si el público vive una hora de sensaciones intensas mientras ve a Carlos en las tablas, él siente que su trabajo ha cumplido un primer objetivo. «Pero si después de eso, reflexionan en su casa sobre el tema, está mucho mejor para mí. Solo con eso estoy yo estoy más que satisfecho, más que con los aplausos. Siento que no es tan inútil lo que yo hago».