Dos lados de no ver la música

Ray Charles y Stevie Wonder. Los dos grandes que entendieron la música sin verla.

Belén Rivadeneira no canta profesionalmente, no cobra por ser escuchada, nunca ha sido famosa. A los 19 años perdió la visión a causa de la pars-planitis, una extraña enfermedad degenerativa del iris. Aunque asistió a conciertos toda su vida y cultivó una afinidad por cantar hace mucho tiempo, su discapacidad visual terminó por motivarla a subirse a un escenario. No por haber quedado casi totalmente ciega se convirtió en una virtuosa. Tampoco mejoró su capacidad auditiva y vocal, ni descubrió dentro de sí un talento innato para el canto que suplió a su falta de visión. Lo contrario.

Nunca ha pretendido convertirse en un modelo de superación ni en una cantante ejemplar. Su voz se convirtió en una herramienta para encontrarse a sí misma y ser feliz una vez que le fallaron los ojos. Hoy, su voz habla por una persona que ha vivido rodeada de música por puro gusto personal, e irónicamente, adquirió la capacidad de ver más allá de lo evidente, una vez que quedó ciega. Escucharla es pensar que “la música es para todos”.

La Búsqueda de Diferenciación

Hay dos lados para el discurso de Belén cuando se trata de no ver, alrededor de la música. La barrera que los separa, para ella, es la tarima.

Hasta sufrir pars-planitis a los 19, Belén creció con miopía alta, lo cual, aunque en menor grado, aún le permitía tener una visión normal. Durante todo este tiempo cultivó una afición por los conciertos, asistiendo a todo tipo de shows en todo tipo de lugares, desde coliseos multitudinarios hasta antros oscuros. Perder la visión significó un cambio total en esta actividad para ella, desde el trato deferente que pasó a recibir, hasta la forma en que comenzó a percibir cada presentación.

Como espectadora con capacidades especiales, busca de la diferenciación. «Lo más difícil de asistir a un concierto es lidiar con la actitud de los espectadores y los guardias alrededor», cuenta Belén. Su discapacidad, en ese sentido, no se ha convertido en absoluto en un motivo para ser mejor tratada ni para creer que le será más fácil disfrutar del show por lo mismo.

Tantas veces ha sido tomada por drogada o borracha por los guardias que juzgan su comportamiento por la falta de visión, antes de acercarse, preguntar, caer en cuenta, hacerse los locos y volver a irse si no logran salirse con las suyas. Otras veces, es el desconocimiento y la actitud indiferente de los otros espectadores lo que le representa una barrera. “La gente no está acostumbrada a que una persona discapacitada vaya a un evento público (…) Este trato te hace sentir mal, cuando lo único que quieres es escuchar la música que te gusta.”

Hablar de buscar reformas por parte de las entidades que regulan la realización de conciertos, o pedir que el gobierno tome acción respecto a la inclusividad de los mismos, no es mucho más que rascar en la misma piedra. Belén está consciente de ello, y no comenta al respecto, pero es muy firme al sentenciar la actitud poco empática y poco considerada del público. La falta de una cultura de la inclusión en nuestro país no debería ser tomada como pretexto para pensar que ninguna de las personas que va a conciertos tiene requerimientos especiales.

Dentro de ello, también hay otra consideración sobre la que Belén comenta: “Si la discapacidad es física, tal vez es un poco más fácil (de sobrellevar), porque ven la silla de ruedas y te dicen: ‘tienes acceso privilegiado’. En mi caso, como no se nota, la gente puede pensar cualquier cosa”. En otras palabras, todas esas personas pueden tener cualquier tipo de discapacidad, y no por eso el respeto que merecen debería ser graduado en ninguna forma. “El momento en que tú explicas la situación, sí cambia en algo la actitud. Pero claro, deberían preguntar antes de revisarte como si fueras un delincuente”. El cambio por lo tanto, solo necesita un poquito de consciencia y empatía por parte del público de un concierto para comenzar a suceder.

Una vez superada esta barrera, la de la diferenciación deficiente, el show se presenta como una experiencia totalmente diferente. Es obvio que al no ver, Belén no puede juzgar más la calidad de un concierto por el juego de luces, la cantidad de bailarines o el vestuario de los artistas. Por el contario, los ha entendido como una experiencia mucho más reflexiva y dedicada a refinar la capacidad sensorial. Esta forma de recepción diferente en un concierto abarca todo, desde la energía del resto del público, hasta la calidad sonora del artista.

Habla por ejemplo de un público que abuchea a las bandas locales, impaciente por el artista extranjero, y que al no notar la atmósfera que crea, falta el respeto y desprecia a sus artistas sin darse cuenta. Por otro lado, comenta sobre las bandas locales y de cómo las mide según su capacidad para equipararse a la calidad de sus grabaciones. Según ella, son muy pocas las bandas que lo logran. Destaca el caso de Sudakaya (su banda favorita), en especial la vez que, a pesar de las fallas técnicas, lograron sacar adelante un show gracias a una improvisación de 30 minutos de Guanaco MC. En ese sentido, para ella “las bandas ecuatorianas suelen ser más recursivas al no contar con tanto apoyo tecnológico como un artista de otro lado”.

Singin’ True

El otro lado del espectro a la hora de vivir la música sin verla, es interpretarla. Estar encima de la tarima. Si ser espectadora significa hacer respetar su condición, cantar le representa el deseo de no ser estigmatizada por ello.

Podría suponerse que al no ver al público, interpretar en un escenario sería más fácil. Claro, esto podría tomarse simplemente como un mito, dependiendo del trasfondo del artista. Tal vez Ray Charles o Stevie Wonder sí podrían afirmarlo, pero para Belén, una cantante amateur que nunca ha cobrado por lo que hace y que comenzó cantando Thalía en reuniones familiares, la realidad es otra.

No ver puede crear un vacío sensorial complicado de llenar y fácil de traducirse en inseguridad. No ver a la gente también impide a Belén de tener un feedback directo de su interpretación visto en sus reacciones. No ver también la limita en cuanto a su expresión corporal y dominio escénico, quitándole la posibilidad de construir un mejor show, complementando a la calidad de su voz. Frente a estas limitaciones, al igual que en su condición de espectadora, un músico no-vidente como ella se vuelve mucho más sensible frente a la energía que transmite el público. Por ello, entiende que la relación de respeto intérprete-audiencia, y viceversa, es fundamental para que un show tenga sentido.

En el tiempo que lleva cantando, ha encontrado que la mejor herramienta para sobreponerse a la inseguridad realzada por la falta de visión es su propio gusto por lo que hace. “Ya cuando te relajas y piensas que lo estás haciendo porque te gusta, porque te hace feliz, porque puedes expresarte de esa forma y no porque nadie te esté obligando, encuentras el motivo para hacerlo bien”.

Independientemente de lo que escuche sin poder ver o de lo que sienta como condicionante a su acto, cantar viene de muy dentro y es motivo de felicidad para ella. Y es ahí, en lo que Ray Charles definiría como “mindin’ your own business” y “Singin’ True”, que Belén encuentra sentido para lo que hace. “El arte no se piensa, nace. Es algo orgánico que sale de ti. Me ha pasado en ocasiones que estaba cantando, termino de cantar y ahí me doy cuenta de que estaba cantando”.

Aunque decidió tomar sus habilidades de canto en serio una vez que perdió la visión, Belén siente que la capacidad para cantar desde el alma es donde la diferenciación entre ver y no ver pierde el sentido. La fuerza para interpretar música está más allá de las discapacidades, y estas no deberían ser un estigma. Ella no conoce de ningún artista reconocido en el país que también tenga capacidades diferentes. Está consciente de que la música, como un negocio o un prospecto de carrera, es un ámbito desafiante, donde la discriminación positiva opaca mucho al talento.

Belén ha sido alumna de canto de Mariela Espinosa, vocalista de MUNN, y agradece la experiencia porque según comenta, ella nunca juzgó sus habilidades según su condición. “El reto de tratar de transmitir cosas visuales a alguien que no ve, y hacer que te entienda de la mejor forma, pudo haber sido difícil. Pero nunca sentí de su parte ninguna deferencia. Simplemente se dedicó a mi capacidad vocal”. Mariela, según Belén, es un referente del cambio de actitud que se necesitaría para que la música comience a ser apreciada y experimentada por todos, con justicia.

Parecería absurdo pensar que la música necesita ser vista para apreciarse con plenitud. Pero sí, si nos sinceramos, perder la visión o cualquier otra facultad normal del cuerpo, estimula a que más personas usen su voz, hagan música. Hasta que llegue el día en que nuestro país acepte más personas discapacitadas en los escenarios y entre el público, siempre será importante atender a la voz de personas como Belén. No por su notoriedad, si no porque su condición puede abrirnos los ojos y los oídos a perspectivas más empáticas y justas de lo que significa vivir la música. Que todas estas voces nos hagan entender que, aunque la música es para cualquiera, nunca será lo mismo para todos.

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