«Tres», el tercer disco de Sal y Mileto, renace en una edición especial de aniversario por los 25 años de carrera de la banda. Esta es una disección profunda de su sonido.
Tres, de Sal y Mileto, “Es un disco con mala leche”, dice Franco Aguirre, bajista de la banda, en una entrevista que le hiciera Plan Arteria el pasado octubre.
Mileto vivía su mejor momento musical hasta entonces, habiendo encontrado una madurez y una química explosiva en su formato de trío (el legendario trío), conformado por Paúl Segovia, Igor Icaza y Aguirre. Con dos discos a su haber y una presentación internacional en el Festival Rock Al Parque, “la banda de los hornos” traía un sonido arrollador que caía matando con todo lo que tocaba. Tres era la forma de alquimia musical más contundente que habían logrado concebir hasta entonces. “Una carga brutal de energía”, en las palabras acertadas de Igor Icaza.
Sin embargo el disco es producto del dolor desde su concepción hasta su trascendencia. Para empezar, se fraguó en medio del amargo cambio de siglo en nuestro país, que significó la crisis social y económica más grande de nuestra historia —hasta entonces—. Y una vez parido, fue marcado por la muerte, tan fría y punzante, que casi significa el fallecimiento de la banda misma: “se presentaba el disco en el Teatro República y a los tres días sobrevino la muerte de Paúl”, cuenta Aguirre.
Nada de esto es novedad para quienes conocen a la banda. Y sin embargo, no deja de importar ahora que el disco renace en una edición especial, re-editada para conmemorar el cuarto de siglo de trayectoria miletera. La “mala leche” del Tres no deja de importar porque en cierto modo lo persigue y lo reivindica a través del tiempo. Apenas la banda se alistaba para salir de gira, en celebración de sus 25 años, acaeció en nuestro país otra crisis social, tanto o más dura que la que nos dejó heridos en el 99. Mientras Ecuador convulsionaba con el Paro Nacional de Octubre, Mileto resurgía con todo su poder, y con toda su ira acumulada.
“Tristemente vigente el “Aguanta” ke kompusimos hace casi dos dékadas. Moreno marioneta del FMI no la vas a tener fácil. ¡Resistimos!”. Así rezaba la leyenda con la que estrenaron una versión reeditada del video de ese himno de guerra tan célebre, que es la joya de la corona de su tercer disco. En ese momento se cristalizó, tristemente, la vigencia del dolor que encarnan los versos de esa canción, y de todas las que la rodean.
Una vez que pasó la pesadilla, cuando parecía que las cosas no podían empeorar más, acaeció la pandemia que aturde tanto nuestros días en este momento. El festejo quedó trunco. La gira nacional que se planeaba para darle vida tuvo que ser detenida, y aquí estamos ahora.
Tres fue producido por Igor Icaza y reeditado por “Estruendosis Producciones”, su propio sello independiente. En su renacimiento, trae consigo todos los cantos rabiosos que lo posicionaron sin vacilaciones en nuestro imaginario hace casi dos décadas. Con un sonido mejor pulido, más nítido al resaltar la agresividad de los acordes, parece haberse agrandado sin querer. Su aura sigue creciendo, porque, lamentablemente, la historia le sigue dando la razón.
Si se escucha de inicio a fin, el disco es un sparring. No da tregua a los oídos, ni en sus momentos más sosegados. Armonías oscuras y agresivas lo plagan conformando una atmósfera que cobija a un sentimiento generalizado: la ira. La misma que se ve tildada por progresiones vertiginosas en las que las baterías se agitan sin parar en toda su amplitud, impulsando a un bajo percusivo y lleno de soltura. A todo esto se suman guitarras punzantes y llenas de distorsiones que por momentos suenan tan ásperas que se metalizan.
Y luego están las voces. Las voces de los tres, conversando a gritos sobre sus bases instrumentales furiosas, hoscas y ásperas. No les hace falta ser guturales para transmitir la rabia, la ironía, la sorna con que sus portadores ven desilusionados lo que tienen enfrente. Esto resalta por el hecho de que “Tres” contiene composiciones de los tres, de forma proporcional. Es muy meritorio que hayan logrado un disco tan voluminoso y versátil para haber sido una banda de envergadura reducida. Toda su capacidad sónica se ve expresada aquí como un puñetazo al cerebro.
La atmósfera del disco está tan contenida que, pese a la volatilidad de las canciones, llega a tornarse agobiante por momentos. Justo cuando uno cree que está por rendirse ante el asedio, viene algún momento de “calma”, que en realidad anuncia una nueva tormenta. Cada tema es una montaña rusa con pasajes lentos que de repente son asaltados por momentos de brutalidad. A medida que se avanza, canción a canción, el mundo se pone cabeza y se vuelve cada vez más tangible el impulso de gritar, cabecear y golpear el aire con los puños.
Cada tema es un vuelo de energía violenta que no se condiciona a ninguna otra cosa que su propia esencia. Hay momentos que resuman con aire funkero, otros de pulsiones punkeras agitadas, otros de psicodelia sombría. Podríamos decir que Sal y Mileto es nuestro “Tool Criollo”, o nuestro “Mars Volta Nacional”, por la avidez con la que exploraban las progresiones que les son posibles. En este disco, más que en ningún otro, destacan canciones sin letra que permiten a la banda hablar a través del dominio expresivo.
Pero antes que todo eso, Sal y Mileto es “rock libre ecuatoriano”, porque aquello que brota —y a la vez dirige— las formas de vanguardismo fogoso del disco, es el clamor del cabreo más genuino. Clamor expresado en los versos que han caracterizado a la banda desde siempre, y que hasta el nacimiento del álbum venían dados en gran medida por el dramaturgo Peky Andino, o por los miembros más antiguos del grupo, como Víctor Narváez, “Narviko”. En el “Tres” las palabras no abundan. Los versos de cada tema son cortos, punzantes, irónicos. E, insistimos, tristemente vigentes.
“Aguanta” es, sin duda, el tema más recordado, por expresar el sentimiento combustible de una generación desilusionada. Sin embargo, a su alrededor hay un montón de letras cuya poesía tajante solemos pasar por alto, aunque presentan algunas de las facetas más interesantes y desprendidas de la banda. Frases que cargan en sí el hablado “mal decido” que corre por nuestras bocas de generación en generación, y que sintetizan una y otra vez ese sentimiento de ira tan pertinente y agudo ante nuestro mundo maltrecho. “Tienen que devolvernos los 500 años de choreo. Cantar lo evidente”, dice por ejemplo el “Tema Dos”.
A todo esto se suma un elemento más: samples. Si bien no era la primera vez que Mileto incluía fragmentos pre-grabados de otras obras en su música —Kito con K es un ejemplo previo—, aquí se presentan con más reincidencia. “Kztelephone” lleva en sí uno de los momentos más interesantes, producto de este rasgo, con fragmentos del tono de una llamada telefónica que se distorsiona en ecos agónicos antes de dar paso a la avalancha sonora. “Fragmentos de Medea” es otro puntal. Una canción larguísima —14 minutos— llena de variaciones y abismos, que incluye en sí fragmentos de la obra “Medea llama por cobrar”, de Peky Andino; una adaptación localista de la tragedia de Eurípides, que en vez de narrar las aventuras de la esposa de Jasón, cuenta la tortuosa travesía de una migrante ecuatoriana que quiere llegar a La Yoni.
Cabe también hablar de “El Viaje”, el otro gran himno que se desprende de este álbum. Es la única composición de Narviko y remite a una etapa anterior de la banda, más cercana a sus inicios en la hacienda de Los Hornos, en Tilipulo-Cotopaxi. Es el único tema con un aura más calmada y con una instrumentación distinta, que incluye un órgano. Sin embargo no deja de ser sombrío, con una letra cargada de desesperanza y ansiedad: “Qué te puedo contar sol, si la mar me olvidó. No tengo calidez, solo ganas de gritar”. Con el paso de los años se ha convertido en algo así como “la balada” insignia de Mileto, la “balada del rock libre ecuatoriano”. No obstante, se siente algo desprendida del resto del disco, puesto que no se termina de asemejar en carácter a la histeria que lo rodea.
Pensando que esta es una re-edición especial de aniversario, quizás hubiese sido interesante ver un reordenamiento del tracklist. ¿Por qué no empezar a escuchar “Tres” a partir de “El Viaje”, justamente? Aquella canción servía como enlace el pasado y presente de la banda, para luego dar paso a un aluvión de sonidos disparados y furiosos que avanzan agrietando el espacio. Y después de todo eso, ¿por qué no terminar con “Aguanta”?, como para recordarnos que ante tanto desamparo, ante tanta oscuridad, ante tanta angustia lo primordial es seguir firmes mientras aguantamos, para decir: “¡Aguanta qué pues hijueputa!”.
Sin embargo esto no le resta al renacimiento de un álbum que se caracteriza por una potencia arrolladora. Una obra que renace con, y desde el dolor, para hacerse más poderosa que nunca.
Aunque la sociedad parece ir en retroceso, y la historia parece repetirse, Sal y Mileto saca un rugido de sus vísceras heridas, que son a la vez y de tantas maneras, las vísceras heridas de nuestro país. El “rock libre ecuatoriano” es el canto lastimero de los dolores que nuestra tierra entraña: “Me amarga tanto la escasez… ¡en un país tan rico!”. Tiene sentido que resurja el “Tres” de las sombras para incendiar un momento tan sombrío como este.
Inmediatamente después de referirse a la “mala leche” del disco, en la misma entrevista, Franco Aguirre dijo: “Pero es todo lo contrario. Hay un montón de ideas muy lindas desde las que se podría partir para otro proceso más”.
Tres representa la posibilidad radical de la evolución en medio de un montón de adversidades. Es muy significativo, de hecho, que su portada sea una fotografía sin adornar de un pedazo de cangahua seca. Es el retrato de una tierra infértil y árida, que debe ser cuarteada para dar paso a algo nuevo. Y no se puede cuartear la tierra si no es atacándola con furia, como si la furia y el azadón fuesen la misma cosa.
Por su naturaleza, no es un disco totalmente prolijo, pero sí uno contundente, lleno de vigor y de honestidad visceral. Es un disco necesario. Y eso tiene más sentido que nada.
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