El Binomio de Oro sigue deleitándonos con su música. Conversamos con su fundador, Israel Romero.
La vida artística de Israel Romero comenzó precozmente. A los nueve años, una edad en la que otros músicos recién comienzan a descubrir su arte, Israel ya sabía tocar con gran destreza. Ya participaba en los festivales regionales de vallenato, en compañía de otra futura estrella, el cantante Diomedes Díaz, dos años mayor que él. Nacía una nueva estrella.
Ese pequeño niño, que llevaba en sus brazos un acordeón tan pesado que, pensaban todos, vencería su resistencia y lo haría caer al suelo, se ganó el apodo cariñoso de “El Pollito” de Villanueva —su pueblo natal—. Y es que el pequeño Israel no la tenía fácil, y, justamente por ello, obtuvo muy pronto el respeto de todos. En su primer concurso sus oponentes fueron músicos de todas las edades. Pero esto no lo detuvo. No lo intimidó. No lo privó de brindar la mejor actuación de la que alguien tan joven fuese capaz. El segundo lugar fue una recompensa sorpresiva y esperada a la vez.
Como en otros casos de la historia de la música y, en general, del arte, puede decirse que el romance de Israel con su instrumento, el acordeón, era inevitable. Inevitable y, sobre todo, feliz.
“Yo nací dentro de una dinastía de músicos en la cual mis abuelos maternos y paternos eran acordeonistas. Mis hermanos eran todos acordeonistas, mi padre era acordeonista, hasta mis vecinos. Entonces, desde que tengo uso de razón, yo decidí interpretar el acordeón. Y me siento feliz de poder ser un digno representante de la música vallenata al tocar este instrumento que puede incluir cualquier clase de sentimiento: nostalgia, tristeza, alegría. Por eso dice la gente que los acordeones lloran”, indica Israel.
Hoy, a los 64 años, este veterano músico colombiano sigue en lo suyo, en lo mismo que ha hecho desde que tiene uso de razón: crear música. Y no parece que haya decidido ponerle un fin cercano a la pasión más intensa de su vida. Después de todo, el año pasado, El Binomio de Oro—llamado en nuestros días El Binomio de Oro de América—, el grupo que fundó hace más de 40 años junto al cantante Rafael Orozco, lanzó su álbum número cuarenta, Por el mundo entero.
“Es que eso lo llevamos en nuestros genes. Vamos a seguir haciendo música hasta que Dios quiera”, sentencia Israel.
Un binomio para América
Era 1976. En medio de una fragorosa parranda de Poncho Zuleta, dos jóvenes empezaron una amistad. Israel Romero y Rafael Orozco ya se habían visto en el colegio. Y —cada uno por su lado— le había entrado con fuerza a la música. Pero ese día los dos muchachos quedaron convertidos en hermanos. Poco después, en el cumpleaños de Lenin Bueno Suarez, decidieron que grabarían música juntos.
Israel y Rafael, grandes músicos, compadres, ante todo, integrarían un dúo que cambiaría la música en el continente. Porque no se limitaron a permanecer dentro de las restringidas barreras de Villanueva. Su potente vallenato sonó por el departamento de La Guajira. Más tarde lo hizo por toda Colombia, hasta llegar incluso a las frías brumas bogotanas. Y, más tarde, esas canciones llenas de sentimiento y de una honestidad sin parangón fueron cantadas por todos los corazones dolidos del continente.
Entre los grandes maestros de Israel estaban grandes de la música vallenata, como Emiliano Zuleta —el inolvidable autor de “La gota fría”, la original (no se vale el cover de Carlos Vives). Con ellos forjaría, poco a poco, su estilo y crearía, en sus propias palabras, “una escuela” dentro del vallenato. Algo que, por supuesto, se debió igualmente a la voz inolvidable de Rafael.
“Con mi compadre y conmigo venía en franca evolución el vallenato. Nosotros nos circunscribíamos al momento. Hacíamos lo que la región estaba conociendo en ese momento. Era más regional lo que hacíamos. Intentábamos que el vallenato fuera más acorde al folclor, a lo autóctono. Pero también hacíamos algunas innovaciones que, de pronto, a los ortodoxos del vallenato les parecía música que estaban fuera de contexto. Pero ahora hay una apertura musical a nivel mundial, se pueden hacer fusiones y la gente las admite con tranquilidad”, señala Israel.
Ese dúo atrevido, innovador y tradicional, ortodoxo y heterodoxo, se acabó en 1992, cuando Rafael fue asesinado en su casa de Barranquilla. Pero el fin no sería definitivo. Después de un año, Israel decidió recomponer el conjunto con nuevos integrantes. Con el paso de los años, los miembros han variado, pero el experimentado acordeonista sigue allí como cabeza visible y sostén del grupo. Y, conocedor de lo que los jóvenes pueden aportarle a la música, sigue entusiasmado.
“Tenemos ese conocimiento que da el trasegar de la vida. Ellos (los jóvenes) se cobijan con eso y aportan la calidad interpretativa que tienen”, resume.
Los tiempos actuales
Israel y su grupo tenían planeado ir al Estéreo Picnic de este año —evento que está reprogramado para diciembre con todos sus headliners confirmados—. La experiencia se antojaba nueva y, en parte, plagada de nerviosismo, más que nada por la perspectiva de tocar ante un público acostumbrado a otro tipo de música. Pero Israel no es de esas personas que gustan de permanecer en su zona de confort. Ama las experiencias nuevas.
“Sé que, de pronto, tocaremos ante gente que no ha escuchado mucho vallenato. Pero sé que con el profesionalismo lo haremos bien”, resume en una de sus frases cortas pero contundentes.
Israel es consciente, también, de que los tiempos han cambiado. De que la música en los formatos digitales ha pasado a copar el consumo de la mayor parte de la gente. Pero sabe cómo es el paso del tiempo: obliga a adaptarse. Aun así, no piensa renunciar a la esencia de los sonidos que ha hecho a largo de su vida. Sonidos artesanales, sonidos que provengan del instrumento y no de la máquina.
“Nosotros tratamos de hacer música de raíz”, concluye.