Aquí la luz es sonora: un homenaje a Tadashi Maeda

por Jorge Bayas Lituma
Hace un par de semanas murió el legendario compositor y violinista japonés Tadashi Maeda. Y, como nos corresponde, le rendimos un justo homenaje a un hombre curioso y amable que, musicalmente, miró a todas partes sin discriminar. 
Tadashi

Foto: cortesía de Fundación Teatro Nacional Sucre (FTNS)

La creación artística suele tener dos polos desagradables —aunque el primero suele serlo bastante más que el segundo—. En el primero se sitúan los que, fieles al clasicismo, se empeñan en amurallarse, en protegerse contra lo nuevo, construyendo barreras entre los nuevos gustos y sensibilidades y sus preferencias “probadas” y “refinadas”. En el segundo están, en cambio, aquellos que fingen que su tradición —provenga del lugar que provenga— no existe, y, por lo tanto, la música que crean vendría a ser una suerte de producto genial, nacido por la mera acción de la generación espontánea.

Pero en medio de aquellas dos posiciones hay una vía intermedia que recorren aquellos que suelen cambiar el arte. Aquellos que, luego de amar profundamente una tradición y practicarla con destreza, recorren caminos distintos y abren otros nuevos. Tadashi Maeda fue uno de estos artistas.

Nacido en Osaka, Japón, este precoz violinista se abrió paso sin muchos contratiempos —en lo que respecta al dominio técnico— en los primeros años de su vida, a pesar de que en algún momento dudó acerca de hacer carrera en el mundo de la música. Pero todo quedó atrás a sus 19 años. 

Fue entonces cuando, a principios de los 90, la oportunidad de perfeccionar su arte le llegó. Empezó a cursar estudios en la Universidad de Indiana, Estados Unidos, y en ese lugar no tardó en impresionar a todo el mundo gracias a su notable destreza, que le permitía interpretar piezas tan difíciles para su instrumento como lo son las de Tchaikovsky y Brahms.  

Tadashi

Un virtuoso con el violín. Tadashi no se limitó a tocar las piezas clásicas con su instrumento. Lo abrió a muchos OTROS estilos. Foto: cortesía de FTNS

Ese fue el Tadashi Maeda al que la directora escénica y compositora Chía Patiño conoció en la época en que ella realizaba sus estudios en su misma universidad. Además de su evidente talento, la impresionó muchísimo su generosidad para con todo el mundo. Así lo señala:  

“Una escribe y siempre está dispuesta a buscar gente que toque tu música. Hubo muchos proyectos en que Tadashi tocaba el violín. Es un mundo con muchas colaboraciones. En la primera ópera que dirigí, por ejemplo, La Traviata, él era el concertino. Uno monta proyectos y depende de gente generosa, y Tadashi lo era. Así que nos fuimos acercando”. 

Después de su estancia en Estados Unidos, llegó para Tadashi el momento de cambiar de aires. Suecia fue su siguiente destino, al que llegó por intermedio de su maestro, el compositor y violinista polaco Henryk Kowalski. Allá daba clases de violín. 

La vida en el país nórdico, sin embargo, no fue del todo cómoda. Para el violinista japonés, el clima era frío y los días cortos, con una luz débil y fugaz recorriéndolos. Necesitaba una nueva mudanza. Y la ocasión no tardó en presentarse. Chía recuerda que Patricio Aizaga, experimentado director ecuatoriano, necesitaba que contratasen un profesor de violín, y el nombre de la persona más indicada para el cargo salió sin dificultad: 

“En mi memoria, le tomó dos o tres meses cerrar Suecia y llegar como profesor a la FOSJE (Fundación Orquesta Sinfónica Juvenil Ecuador)”.

 

Así fue como, en 1998, Tadashi Maeda vino a vivir al país. Y, curioso y voraz como era, a pesar de su personalidad reservada, no tardó en establecer un intercambio duradero y fructífero con Ecuador, al punto de que, a su regreso a Japón, en 2006, luego de vivir un tiempo en Cuenca y Guayaquil, ya tenía, según Chía, bastantes alumnos e invitaciones. 

El alejamiento no duró mucho. Volver a Ecuador se hizo imperioso. 

“Cuando me preguntaron para regresar a tomar la fundación, mi idea de traerlo como director musical fue la lógica. Sé que amaba el país, que lo conocía y lo extrañaba. Para él, volver a Japón fue distinto: ya se había acostumbrado al ritmo latino. Teníamos un montón de amigos comunes aquí, y su hija también nació aquí”, cuenta Chía. 

 Además de todo esto, la música ecuatoriana ya había dejado una huella profunda en él. 

Amar sin discriminación

Practicante virtuoso de la tradición y, al mismo tiempo, gran aficionado a la innovación, Maeda recorrió todos los vericuetos de la música sin discriminar. Sin que los falsos rótulos le dictaran qué era lo que le debía gustar y que no. 

 “Una de las cosas más bonitas de Tadashi es no juzgar, no ver a ninguna música como más importante que otra. Usaba los mismos instrumentos académicos si estaba trabajando en una pieza clásica, en una pieza folclórica, en una pieza japonesa, latinoamericana, ecuatoriana. Valoraba todo por igual. Siempre daba su mejor lado para contribuir… Es una visión que refleja lo globalizado que es el mundo, en la que aprecias todo por igual. América, Sudamérica, Europa y Japón…ahí tienes una gran paleta de colores. Le daba a todo la misma importancia, el mismo sitio”, dice Patiño. 

Estreno Misa Ecuatoriana de Segundo Co—ndor. OIA, Tadashi Maeda, CMCQ, Escuela L’rica. Foto: cortesía de FTNS

A la vez, fue, más que muchos otros, un hombre de su tiempo: 

“Me acuerdo de uno de los comentarios más maravillosos que le oí, que era: ¿No te has dado cuenta de que la pentafonía del pasillo es la misma de la música oriental?’ Él se entendía muy bien con el pasillo. Lo veía dentro de su mundo oriental. Y en Japón empezó a colaborar con DJs. Es alguien que vivía en el mundo actual”.  

Y vivió y creó exigiéndose el máximo rigor, respetando con delicadeza toda la música que consumía y adaptaba a su instrumento. Es lo que cree el periodista y melómano Fernando Larenas: 

“El mérito que tiene Maeda es incorporar a la música los sonidos del Amazonas, los sonidos de los instrumentos andinos, básicamente de los vientos. Estudió la música y, por lo tanto, escribió y reescribió la música para un instrumento tan importante como el violín”.  

¿Cuál es el legado de esta entrañable y prolífica figura? 

Es un surtido de versiones, novedades y popurrís inolvidables que constituyen un paraíso para el melómano auténtico, desprejuiciado y sensible. Aquel que elude las modas y los gustos complacientes con quien sea. Aquel que, como Tadashi, cree que la música sirve, en última instancia, para hacer del mundo un lugar mejor, aunque eso sea, al final, una dolorosa dificultad, como afirma Chía: 

“Para quienes lo conocieron, el pasillo era perfecto porque tiene una nostalgia por lo que el mejor hombre, o la mujer, o, en general, el mejor ser humano, puede ser y no es. Es esta nostalgia, esta saudade, esto de que hacemos arte para mejorar el mundo, y el mundo no debería ser tan difícil de mejorar, pero no lo es. Para mí su música era luz. En una época en que estamos bombardeados por todo, tener ese duende de agarrar el oído de la gente es un regalo que te da la vida”. 

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