Antibalas y Las Cuerdas Sensibles pusieron la fiesta en Ecuador Jazz 2014

por Carolina Benalcázar
Las Cuerdas Sensibles abriendo el show / Foto: Fundación Teatro Nacional Sucre

Las Cuerdas Sensibles abriendo el show / Foto: Fundación Teatro Nacional Sucre

El Ecuador Jazz 2014 abrió con un viaje a los años veinte, conducido por Las Cuerdas Sensibles. El jazz manouche, un estilo muy poco popular en nuestro medio, llenó al Teatro Sucre con un encanto que recuerda a las películas de Woody Allen y a viejas caricaturas. La mayor parte de su repertorio se basó en temas del gran Django Reinhardt, pero también hubo sorpresas como su intepretación de «Padam, Padam», un tema icónico de la francesa Edith Piaf.

Esta música de antaño estuvo vibrante gracias a los noctámbulos del jazz: Bjarke Lund, Sven Pagot, Sebastián Rubiano y Alex Hincapié. Al cuarteto de músicos se lo veía disfrutar, y su alegría resultó ser contagiosa hacia quienes nos encontrábamos en el público. De esta manera, fueron amenizando la noche, y esa alegría se mantuvo viva hasta el final.

Después del intermedio, el Teatro ya estaba prácticamente lleno y todos entramos entusiasmados por el siguiente acto: Antibalas.

El primer integrante de la banda en subir al escenario del Teatro Sucre, fue Miles Arntzen. El baterista, significativamente más joven que el resto, empezó a golpear sus baquetas de tal manera, que fue suficiente para que podamos imaginarnos lo que estaba por venir en el show.

Quienes estábamos sentados en las bancas, sólo esperábamos que los integrantes nos den una señal para levantarnos y bailar. Eso es lo que provoca su música de forma natural, sin precisamente pedirlo. Nosotros aún somos un público tímido, pero cuando aparecen bandas como Squirrel Nut Zippers y Sharon Jones and the Dap Kings (del Ecuador Jazz 2013), las formalidades que tanto se guardan, dejan de importar. Antibalas demostró lo mismo.

Antibalas

Antibalas Afrobeat Orchestra sonó como un solo cuerpo durante todo el concierto.

Con una enérgica introducción de los once integrantes a su vocalista principal, Duke Amayo apareció sobre la tarima con un colorido traje y la cara pintada en homenaje a la cultura africana, y sin problema alguno nos levantó de las bancas. Entre las primeras cosas que mencionó, fue que su música es un regalo o una especie de ofrenda. Pero conforme avanzó el concierto, resultó ser mucho más: es la celebración de una tradición, de la música en sí como un acto recíproco entre la banda y el público.

En cada tema, Amayo iba construyendo una especie de orquesta entre las dos partes. Así, cuando él ya se iba por la percusión o las congas, nosotros ya estábamos metidos dentro del beat. Esto fue especialmente memorable cuando tocaron «Dirty Money», porque sumándose a nuestra manos, entraron nuestras voces. Amayo nos hizo cantar, y no se rindió hasta que nos sepamos bien la frase.

Un momento se tomó para que Martín Perna, el fundador de la banda, introduzca a sus actuales integrantes. Es importante mencionar que todos vienen de distintas culturas y escuelas musicales, y en parte es una de las razones para que su música suene tan ecléctica. Dentro de su afrobeat también hay funk, incluso hay salsa, no se pierde tampoco el dance hall, y peor aún el jazz. Pero dentro de esta riqueza y diversidad, su música suena más a celebración, y a una improvisación casi inconsciente.

Si en el escenario los integrantes bailaban a paso sincronizado, basta con haber visto que desde la parte más alta del Teatro hasta la más baja, prácticamente todas las personas estábamos en la misma situación, quizá no tan sincronizadas. Algunas no pararon de aplaudir al tono del beat de la banda. Y cuando ya se sentía que el concierto se iba a acabar, todos queríamos más. Fue ahí cuando Antibalas se lanzó a la sorpresa más grande e inesperada de su show: un tributo a Hector Lavoe.

Eso es lo que pasa con la experiencia de ver a una banda en vivo, no hay forma de anticipar lo que viene. Esa personalidad que se percibe musicalmente, a través de videos y canciones, cambia cuando se tiene a la banda en frente. Se vuelve una cuestión más humana, en la cual la interacción rige la experiencia. Y el poder sinérgico de los integrantes, le da más sentido a la música que están creando.

Entonces sí, bailamos mucho, pero cantamos más. Amayo exclamaba una frase en su lengua nativa, para que nosotros la repitamos. Y la repetíamos y la repetíamos, y todo sonaba al unísono. Pero esas frases -nos explicó en algún punto- hablan de varias cosas, entre ellas, la importancia del balance. Sean lo que sean, adquirieron un valor mucho más profundo, que sólo su música en ese momento podría explicar.

 

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