Amarillo, Azul y Rojo: Tres colores, tres países, una sola experiencia

por Adrian Idrovo
El sábado 18 de diciembre en el Día Internacional del Migrante fue el preestreno de Amarillo, Azul y Rojo, una película sobre la movilidad humana. Esta función forma parte del Festival Internacional de Cine sobre Migración. Su estreno oficial será a inicios del 2022. 

¿Quién eres?” es lo primero que escuchamos, y vemos los rostros de niños, adultos y ancianos, hombres y mujeres que responden a esta pregunta. “Soy venezolana”, “soy colombiano”, “soy ecuatoriano”, “soy mujer,” “yo soy yo”, son algunas de las respuestas. Pero una comienza a volverse más y más común hasta que no se escucha nada más que “soy humano”.

Con esta escena introductoria, Amarillo, Azul y Rojo expone su mensaje central, fuerte y claro: todos y cada uno de nosotros, antes de pertenecer a cualquier nacionalidad, somos humanos. Y el resto del tiempo, la película busca fortalecer y expresar ese mensaje, y lo logra hacer, no solo de una manera atrapante y atractiva, pero también sumamente personal y emotiva.   

Amarillo, Azul y Rojo es una película producida por Nómada Cine Comunitario bajo la dirección de Rubén Jurado, director general de Nómada. La película consiste en tres historias ―cada una representadas por uno de los colores del título― ligadas por una misma temática: la migración.  

Nómada Cine Comunitario es un proyecto metodológico grupal de más de una década que tiene como misión enseñar a jóvenes que han estado o están en una situación de movilidad sobre cine. Desde sus comienzos se ha involucrado en pequeños proyectos comunitarios artísticos de cine y arte urbano, pero gracias a la financiación de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) logró producir este largometraje. La postproducción, por otro lado, fue realizada con el apoyo de la Universidad de las Artes.  

En el proyecto participaron más de 60 estudiantes de Nómada, de 15 a 25 años, esparcidos por el territorio nacional. Foto: cortesía.

La producción comenzó hace un año y todo el proceso de la escritura del guion, filmación y edición terminó en ese tiempo. En todo el proceso participaron más de 60 estudiantes de Nómada, de 15 a 25 años, esparcidos por el territorio nacional. Todos de distintos orígenes como Venezuela, Colombia y Ecuador, pero unidos por un amor profundo al cine. 

De ahí viene el nombre de la película, Amarillo, Azul y Rojo, de los tres colores que unen a los tres países que formaron parte del proyecto y que, además de eso, los cobija una historia que trasciende cualquier frontera. Esta es la ventaja del cine comunitario, explica Rubén, que “es un espacio que nos permite borrar las líneas fronterizas”. Amarillo, Azul y Rojo logra esto mezclando y entretejiendo ideas y experiencias de distintos lugares, y al hacerlo pretende superar la noción de nacionalidad y despojar a la migración de su connotación negativa.    

Las tres historias presentan las dificultades de las personas en situación de movilidad, ya sea desde el punto de vista de una familia que tuvo que dejar al resto de sus seres queridos atrás o desde quien se quedó atrás o los problemas durante el trayecto, la necesidad de trabajo, robos e incluso, violencia doméstica.  

Algo que tienen en común todas las historias es que cada personaje central persigue algún deseo o busca una mejor situación. Foto: cortesía.

La película fue grabada en tres ciudades del país, una para cada historia: Playas, Quito y Cuenca. Cada una se centra en un personaje principal distinto que se encuentra en movimiento: Yulimar, una chica venezolana que quiere ir a Brasil a hacer voluntariado; Jesús, hermano de Yulimar que busca oportunidades; y Valeria, una madre con dos hijos en Venezuela que se separa de su pareja abusador y busca proveer dinero a sus hijos. Esto fortalece la temática sobre la movilización, ya que la narrativa misma salta de un lugar a otro.

Las historias presentadas, según Rubén, fueron el resultado de un guión colectivo realizado por todos los estudiantes de Nómada. Mediante ejercicios narrativos les enseñó a “desarrollar la creatividad desde lo personal, para que puedan transmitir lo que tengan que decir”. Esto les inspiró a que escribieran y contaran historias, sus historias, y descubrieron que sus experiencias tenían aspectos en común a pesar de sus distintos orígenes. Todo esto lo juntaron para formar el producto final que se ve en pantalla. 

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La película se siente personal e incluso biográfica desde el inicio. Foto: cortesía.

Esta es la razón de por qué la película se siente personal e incluso biográfica desde el inicio, porque todo lo visto refleja algo de la realidad ―aunque algunos puntos argumentales sí se inclinan más a la ficción, como el encubrimiento de un asesinato en la última historia―. Este aspecto real no solo se presenta en la trama, pero también en una decisión estilística que la película muestra: el uso de escenas detrás de cámara interponiéndose a la historia. Y la escena inicial de la primera historia, Amarillo, es un gran ejemplo de esto.    

Observamos a un grupo de trabajadores levantar un muro. Tapan la entrada de una casa. Y cuando están a punto de terminarlo, mientras colocan esos últimos ladrillos que ocultan el resto de la entrada, observamos a una familia de cuatro mirando su trabajo. Tienen maletas en ambas manos y su tristeza es visible. No sabemos quiénes son, pero sabemos qué hacen, se despiden en silencio del hogar que tienen que dejar atrás. De pronto, como un rayo, la imagen se congela y pierde su color, ahora todo está en blanco y negro. Los actores se deshacen de sus personajes y el equipo de Nómada se hace visible, comienzan a debatir sobre lo que filman, sobre cómo lo filman. Cuentan historias y lloran. Y justo cuando la película comienza a sentirse como un documental, el color vuelve, el equipo desaparece, y los actores, de nuevo en papel, regresan a actuar.   

Rubén comenta que los estudiantes de Nómada, al ser partícipes directos de la problemática e incluso al interpretar personajes con los que compartían experiencias, a veces se “rompían, se quebraban y cuestionaban a la historia y a sus propios personajes”. Todo esto se muestra sin filtro, sin timidez, con vulnerabilidad. Este tipo de corte sucede varias veces, ya sea para mostrar qué pensaba el equipo al momento de filmar o para proveer al espectador sobre información contextual importante. Todo esto te recuerda que más allá de lo que se ve, para cada actor y miembro del equipo esta es una temática que les afecta a nivel personal.   

Al mostrarnos su cercanía al problema y su deseo de que sus experiencias grupales se presenten correctamente entendemos que lo que vemos trasciende la ficción. Esto es pertinente para el objetivo principal de la película que es, como dice Rubén, “la representación de la experiencia de muchos jóvenes”. Entonces, dejamos de verlos como personajes y los comenzamos a ver como lo que siempre han sido, ni venezolanos ni colombianos ni ecuatorianos, sino personas. 

Cortesía

Todos los estudiantes compartieron sus experiencias y vivencias, y esta unión es lo que convierte a la obra en algo especial. La vuelve una producción que se basa en el cariño y la necesidad de un grupo unido de individuos de tener algo que decir. Y obtenemos una película que tiene una calidez que no se suele ver en otras producciones que abordan este mismo tema. 

Por eso el cine es una poderosa herramienta de transformación social, comenta Rubén, “porque lo importante no solo es la obra final, que es lo que transmite el mensaje que se quiere decir, sino también la vivencia que ahora comparten y el proceso mismo.”  

Con estas tres pequeñas historias hemos visto lo que los estudiantes tenían que decir, pero hay que recordar que la película, como comenta Rubén, “no puede manifestar todos los sentires, todo lo vivido, esto es tan solo una parte.” Por lo que cuando la última historia acaba y los créditos aparecen, hay que recordar que hay muchas más historias que se deben contar, y muchas que se tienen que escuchar.  

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