Re sostenido.
Solo hace falta escuchar a Johny Greenwood rasgar su guitarra en re sostenido y dejar que grite sola un rato. Hasta que llega ese momento, Radiohead desata un lado suyo con el que rara vez ha vuelto a componer del todo, lleno de grunge, de aspereza, de caos. Justo antes del interludio en «Bodysnatchers» está ese momento casi celestial, que saca de órbita fácilmente a quien lo escuche con atención. Justo ahí es que uno se da cuenta que cuando escucha el célebre In Rainbows, el camino del arcoiris se construye con guitarras.
La primera vez que descubrí ese tema tenía menos de 15 años, estaba traumado con el ciclismo de montaña, y como todo buen púber que se precie, me sentía «incomprendido por el resto, ¿cacha?». En aquel entonces veía semanalmente un documental de bicicletas muy bacán que lleva por nombre «La Bicita». En una parte en que dos ciclistas bajan arrasando con todo por un camino escondido en algún lugar de Azuay, sonó esta canción. Y sin que yo me diera cuenta del todo, se pegó a mi memoria de forma indeleble. Aunque entonces no tenía la menor idea de qué era «Radiohead» más que el nombre en los afiches raros de mi primo, supe que algo en el tema me había tocado. No sabía qué.
Tiempo después, con un poquito más de años encima, todavía sintiéndome como un desadaptado en el colegio por mis intereses y mis gustos musicales, descubrí esta sesión en el internet. No recuerdo las circunstancias, pero sí recuerdo haberme sentido alucinado por lo que estaba viendo y escuchando. Creo que fue la primera vez que Radiohead entró a mi vida con fuerza.
Desde que descubrí la magia de Radiohead y de este disco, he aprendido a darme cuenta de que el elemento que la crea son las guitarras. Mucho de lo que suena en esta sesión (a mi parecer, mejor que el álbum en sí) es mágico porque las guitarras construyen lo que un erudito musical llamaría «un clima». O en mis palabras, las guitarras suenan en tantas capas como voces distintas, complementándose con tanta armonía, que (perdónenme que me ponga romántico) se prestan para que uno se pierda en ellas y se encuentre a sí mismo.
El punto de partida del viaje estaría en la forma en que el inicio del interludio de «Bodysnatchers» se me asemejaba al acto de insertar lo sublime en el caos. Desde ahí Encontraba en cada tema una puerta diferente por la cual entrar a la nada en mi cabeza, cerrar los ojos y dejar ir mis pajazos mentales a otro lado. La música de Radiohead me salvaba de mí mismo, me relajaba, me ponía a viajar sin moverme.
El arpegio de «Weird Fishes», tocado a dos guitarras, mezclado a la perfección con el compás de batería que suena como una maquinita en el fondo siempre me hacía imaginar un avioncito en el que viajaba por el aire y por debajo del mar cuando la voz melodiosa de Thom entraba en escena. Gran parte de eso tiene que ver también con este video:
Las notas melancólicas y distorsionadas que tejen el fondo de «All I Need» y luego se transforman en bramidos toscos cerca del clímax de la canción, me hacían sentir como si a mí también me doliera la angustia con que Thom Yorke dice que «somos todo lo que necesita» en ese crescendo épico.
La suavidad con la que flota la voz del cantante, como si fueran llamados de sirena, sobre el rasgado dulce y nervioso de «House of Cards», acariciados luego por esas notas de distorsión aguda que caen como rayos de estática para peinar el resto de instrumentos, siempre me hizo sentir como si estuviese en medio de la nada, sin que me faltase nada tampoco.
La forma en que el rasgado a destiempo de las guitarras de Phil y Johny parece llover sobre los tambores en el fondo de «Optimistic» siempre se sentía como un subidón energético, como una recarga de electricidad en la piel.
Podría seguir intentando hacerle honor a la gloria de esos sonidos con palabras, pero sería mejor que la descubran (o redescubran) con sus propios oídos. Dicen por ahí que es bueno para la salud escuchar el In Rainbows por lo menos dos veces cada par de meses.
Cuando a mí me retumbaban sus canciones en el colegio yo me sentía lleno de vida. Ahora el viaje es más contemplativo, más tranquilo, pero igual de profundo. Años después del descubrimiento, el camino al arcoiris que me trazaron las guitarras del disco no se ha perdido. Ahí sigue, y entro a él cuando me pongo los audífonos, le doy play a «Bodysnatchers» y cierro los ojos (porque es mandamiento cerrar los ojos) una vez que llega el re sostenido. Lleno de reverb y distorsiones, hace eco en mí rebotando en todo el cerebro para jalarme a la dimensión de Radiohead.
Tal y como la canción me sacaba del caos hormonal en aquel entonces, ahora me lleva a la calma cuando necesito una pausa en el día. Después de escucharla puedo respirar, sonreír y caminar en medio de la rutina pensando: I’m alive, I’m alive, I’m alive…
Les debo una, Thom Yorke y compañía.
1 comentario
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