“Sara Mama”, el primer álbum de Humazapas, se hizo realidad el pasado 9 de junio. Publicado bajo el sello AYA Records, el disco es un homenaje al maíz y a toda la herencia cultural que de esa semilla se desprende.
A estas alturas, Humazapas no es un nombre desconocido en el ecosistema musical ecuatoriano. La agrupación de música y danza kichwa ya ha pisado importantes escenarios nacionales e internacionales. Pero la publicación de su primer disco, Sara Mama, marca un momento enorme, tanto para sus integrantes como para la música nacional del país que no debe pasar desapercibido.
Humazapas tiene al menos 10 años de recorrido y tantas anécdotas que las más de dos horas de conversación con la banda no solo pasaron volando sino que se quedaron cortas para resumir una trayectoria en la que la agrupación ha tomado diferentes formas. ¿Sabían que en algún momento incluso llegaron a tocar rock, ska y cumbias?
De eso, en el álbum de 12 canciones quizás solo se perciba la soltura con la que entregan los temas más gozosos. Su propuesta actual, sin embargo, no deja de ser un reflejo de todo un proceso que empezó más de una década atrás en las faldas de la Mama Kutakachi.
Y bajo las faldas de ese mismo volcán sagrado la agrupación me recibió para hablar de lo que está significando para ellos la publicación de Sara Mama. En la que podría decirse ha sido su casa durante todo este tiempo, el estudio de ANTA Records, en la comunidad kichwa de Turuku, nos reunimos una tarde de domingo a conversar.
Pero mi visita, más que una charla con los muchachos, a ratos fue más una escucha entretenida de un diálogo cariñoso, desordenado y reflexivo entre hermanos.
Sara Mama es un álbum que rinde homenaje a la tierra, la naturaleza y a la tradición kichwa y sus deidades. Las 12 canciones además celebran la época de la cosecha del maíz.
¿Cuándo comenzó el proceso de Humazapas?
El de sus bailarinas, Tamia, Papsi y Sami (ex integrante), empezó en la infancia. Impulsadas por sus madres, formaban grupos de danza con otras niñas y armaban coreografías para las fiestas de su comunidad, Turuku, o para participar en concursos interprovinciales. Repasaban en un piso de tierra y le ponían tanto empeño que en una ocasión, recuerda Papsi, incluso llegaron a ganar el premio mayor: un gran chancho.
Desafortunadamente, como suele suceder con los triunfos, el premio provocó conflictos internos entre las pequeñas integrantes, pero las bailarinas de Humazapas no abandonaron la danza.
Al contrario, todas las cuatro bailarinas que hoy integran la banda, Tamia, Papsi, Citlalli y Miryam, han desarrollado un estilo propio a lo largo de los años que, a diferencia de otras agrupaciones de música tradicional, no solo decora la música, sino que al dialogar con ella, la eleva. Por eso, Humazapas en vivo provoca una experiencia inmersiva.
El proceso de los músicos (Jesús, Luis, Félix, Christian, Roberto, Lenín) y las cantantes (Flor y Toa), en cambio, empezó más adelante y de distintas maneras. No obstante, haber participado desde wawas en los ritos y celebraciones comunitarias, como el Inti Raymi, la Semana Santa o las bodas y velorios kichwas, por su puesto ha sido una influencia fundamental para todos. De allí se origina el componente ritual de su propuesta.
Sara Tipi, la décima canción, significa “la cosecha del maíz”. La canción narra una leyenda tradicional de Imbabura. La persona que presta su voz en la narración es Juanita Simba, madre de cuatro de los integrantes de Humazapas. El videoclip intenta transmitir la cotidianidad de la vida comunitaria y fue grabado en una chakra ubicada en las faldas del volcán Cotacachi.
Eso sí, cada uno de los integrantes de Humazapas es autodidacta, ninguno proviene de una estirpe de músicos o artistas. A prueba y error, los escenarios —desde los más chicos y remotos hasta los más grandes y de renombre— han sido su escuela. Sus casas, los laboratorios. ¿Y qué implica autoeducarse?
Para la banda, principalmente escuchar, prestar atención al entorno y preguntarse: ¿cómo lo hacían nuestros antecesores? Así, teniendo referentes, el camino es menos incierto.
Entre los referentes de Humazapas está, por mencionar algunos, Trencito de los Andes, Ñanda Mañachi, pero sobre todo, los propios taytas de la comunidad.
Aunque, si hay un maestro como tal al que se le debe atribuir en gran parte la existencia de la banda ese es Lenín Alvear, etnomusicólogo cotacacheño que se ha dedicado por décadas a la investigación de las expresiones artísticas y rituales kichwas del cantón Cotacachi.
Alvear, convencido de que hay que salvaguardar el conocimiento y mantenerlo vivo, ha enseñado a lo largo de los años a jóvenes de todas las edades a construir y tocar instrumentos autóctonos del cantón como pifos y pallas. De esa formación provienen muchos músicos de la banda y es la base de su sonido actual que, sin embargo, ha adquirido nuevos colores y capas conforme el crecimiento y la experimentación de los integrantes.
De la semilla al florecimiento pleno
Establecer una línea de tiempo exacta para saber ¿cómo se dio la conformación actual de Humazapas? nos lleva a un laberinto de recuerdos que, aunque confuso, solo revela esa familiaridad propia de quienes han elegido trazar un camino juntos. Una familiaridad que trasciende los lazos de sangre y que ha implicado alegrías y sacrificio.
Para la pregunta ¿cuál fue el primer concierto de Humazapas como lo conocemos ahora? hay un consenso a medias. Quizás haya sido allá por el 2015.
Es que más que fechas, la banda recuerda momentos, como aquel en el que por primera vez fueron bien recibidos en un camerino y que confirmó esa premonición que venía haciendo constantemente su director, Jesús: “Ensayemos, porque algún día van a llamarnos y ponernos frutita en el camerino”.
Haber aceptado tocadas por transporte y comida fue parte del proceso. Lo hacían por diversión también. No obstante, si Humazapas se ha sostenido en el tiempo fue porque en un punto asumieron un compromiso que estuvo ahí siempre pero de manera inconsciente: darle continuidad al legado de sus antecesores.
Esto hoy puede sonar cliché, pero hace más de diez años las generaciones de jóvenes kichwas se hacían muy pocas preguntas sobre su herencia cultural. Los muchachos hicieron algo diferente con ese legado: recibirlo, estudiarlo, jugar con él, desbaratarlo y volverlo a construir con más piezas, texturas y colores.
La música de Humazapas es “tradicional”, sí, o mejor dicho, tiene una raíz, pero es inédita, creada en el contexto contemporáneo de sus integrantes y que además incorpora armonías, ritmos, arreglos y acordes no tradicionales para la música kichwa, prestados de otros géneros musicales del país y el mundo.
El octavo tema del álbum, Hana Chagra, es una composición al ritmo del “chimbapura” que comparte el mismo patrón rítmico del bambuco del pueblo afroesmeraldeño. El videoclip es un encuentro de dos territorios: desde los andes, el pueblo kichwa Kutakachi y desde la costa, el pueblo afroesmeraldeño.
La conservación del fuego
De a poco el público fue aceptando la propuesta, viejos y jóvenes, hasta que Humazapas pasó de ser un proyecto semilla al florecimiento pleno. El año pasado cruzaron el charco y estuvieron de gira por Francia. Este año, en octubre, volverán a cruzar fronteras hasta llegar a territorio mexicano.
Pero con el reconocimiento viene también la responsabilidad y la que cargan los Humazapas es tremenda. Representar un idioma, unas tradiciones, una cultura trae consigo compromisos individuales y colectivos. Los muchachos han sabido asumir esas obligaciones a través de la formación continua y la transmisión de conocimientos a sus sucesores.
Chichu Burro, el cuarto tema del álbum, es una composición musical en género Kapishka y yumbo y un canto ritual para despertar y conversar con los espíritus ancestrales. El videoclip fue dirigido por Víctor Manuel Checa, director peruano, y muestra el ritual kichwa del matrimonio “Ñawi Maillay”.
Con todo eso, lo bueno y lo malo, “somos un grupo muy privilegiado”, reconoce Citlalli, quien además de bailarina es manager de la banda. Lo dice después de que Flor, cantante, contara que antiguamente para sus abuelos era prohibido tocar música kichwa y hablar la lengua.
En el cantón estaba instaurada una dictadura eclesiástica que consideraba paganas a las expresiones culturales autóctonas. A eso se tuvieron que enfrentar los líderes comunitarios que, a través de la organización colectiva, procuraron un porvenir para sus tradiciones.
Durante mucho tiempo, sin embargo, esas tradiciones estuvieron eclipsadas por la folclorización y por el tradicionalismo, ese discurso de “la preservación intacta” sin innovación.
Y porque Humazapas entendió en el camino que la tradición no es el culto a la cenizas, sino la conservación del fuego (frase atribuida al compositor checo Gustav Mahler), sobresale de entre muchas otras agrupaciones de música andina y tiene futuro.
A lo largo de toda la conversación, los Humazapas no dejan de mencionar a todas las personas que les han tendido la mano. La lista es larga pero entre algunas de ellas están Alex Alvear, Fabiola Pazmiño, David West, Ivis Flies, Nicola Cruz, Steff Insuasti y claro, sus familias y su comunidad.
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Mientras en el mundo todavía se insiste que los pueblos indígenas y sus expresiones artísticas, filosóficas y culturales pertenecen en los museos, inertes, congelados en el tiempo, Humazapas es la manifestación plena de una cultura en movimiento que late con fervor y seguirá latiendo mientras descendientes existamos.
¿Te interesa la cultura kichwa? No vayas a un museo. ¡Ve a escuchar el primer disco de Humazapas! Como hija de la Mama Kutakachi, solo me queda por decir: ¡Yupaichani!