El Nicolás, Kingman y la novela que no fue: El lado B de una brillante generación de escritores

por Katicnina Tituaña
Escribe en la barra de cualquier buscador quién fue Nicolás Kingman y tendrás una respuesta… Pero quién fue la persona más allá del nombre lo cuenta Diego Alberto Martínez con la intimidad y complicidad de un viejo amigo/nieto en su primera obra literaria: El Nicolás, Kingman y la novela que no fue.

De su abuelo, incluso antes de que éste dejara el mundo terrenal, Diego Alberto Martínez había heredado el humor, la actitud cómica frente a la vida. El humor, que es un tipo de temperamento, se puede recibir por herencia genética, dice la psicología. 

Pero de su abuelo Diego había heredado algo más: la destreza o acaso necesidad de documentar trocitos de la historia a través del lenguaje; el gen cronista, por decirlo de alguna forma. La ciencia no dice nada acerca de esto, lo cual no lo hace menos cierto para Diego, aunque él, músico de profesión, solo asumió esa herencia tras la partida de su abuelo. 

Nicolás Kingman o “El Nicolás”, como lo conocían llanamente los suyos, falleció apaciblemente en su casa el 19 de marzo de 2018, ocho meses antes de completar el siglo. Murió acompañado de sus seres queridos, entre ellos, su nieto Diego.

Para quienes no lo conocen —probablemente aquellos muchos de mi generación que, en cambio, ni siquiera alcanzamos el cuarto de siglo—, Nicolás Kingman Riofrío fue “periodista, escritor y político ecuatoriano” o al menos eso dice Wikipedia. 

Pero quién fue la persona más allá del nombre lo cuenta Diego con la intimidad y complicidad de un viejo amigo en El Nicolás, Kingman y la novela que no fue, la primera obra literaria de Martínez, editada por el Taller de Creación Nicolás Kingman y publicada en abril de este año con el auspicio de la USFQ.

Portada libro Diego Alberto Martínez

Kingman

“Cuando alguna vez le pregunté a mi abuelo Nico quién es Nicolás Kingman, me respondió concluyente: Un pendejo (ya se lo había dicho a un periodista de diario El Comercio cuando le preguntó lo mismo, solamente que a él le contestó: Un viejo pendejo”, recuenta Diego en el libro. 

Con ese ingenio respondía Kingman, pero él fue mucho más que eso, claro. En realidad a él le debemos parte importante del patrimonio histórico-literario ecuatoriano, o como escribe Diego, le debemos el “haber sostenido con humor nuestra memoria”. 

Kingman, que perteneció a la brillante generación de escritores y poetas que afloraron en los años 30, les sobrevivió a todos sus coetáneos, y pudo dar fe de lo sublime y mundano de esa época.

Captura El Nicolás, Kingman y la novela que no fue

Así, el libro narra los años finales de Kingman y devela su última hazaña literaria jamás completada: la novela que no fue; sucesos entremezclados con visitas al pasado. A ese pasado habitado por una generación que desafió con juego, letras y algo de tragedia los convencionalismos sociales de la época.

El halo de Nicolás fue siempre bohemio y como tal, con un roncito en mano, se relacionó con todos a lo largo de los años, hasta con sus nietos. Lejos de ser un abuelo arquetípico de los que miman y cuentan cuentos, Nicolás contaba anécdotas, como con la intención de mantener vivos a sus amigos.

Diego creció en ese ambiente, alimentando su imaginación con las historias que relataba su abuelo, cuyos involucrados eran nada más y nada menos que personajes como Pablo Palacio, Raúl Andrade Moscoso, César Dávila Andrade, Luis Eduardo (el Terrible) Martínez, Ángel Felicísimo Rojas, Joaquín Gallegos Lara, entre otros nombres gigantes de la literatura ecuatoriana del siglo XX. 

Bastante se ha escrito sobre estos personajes y su obra en la historia formal. No obstante, mientras Nicolás seguía vivo, en su memoria habitaban no sólo los genios que transformaron la literatura nacional, sino los mortales imperfectos que sortearon el día a día en uno de los siglos más convulsos de la historia moderna. 

El lado B

Parte de esa memoria y anécdotas están recogidas en El Nicolás, Kingman y la novela que no fue, que además incluye material de archivo inédito (fotografías y recortes de prensa), acompañado de las ilustraciones de Sergio Silva que le aportan dimensión visual y metafórica a las páginas.

“Mi idea era contar un lado B; no hacer un libro histórico, necesariamente. O sea, tiene datos históricos, pero para mí era contar las cosas desde lo que llamé ‘una historia B’ de toda esa generación”, señala Diego. De allí que la parte gráfica del libro era importante para contrastar y “alivianar” el contenido histórico y “hacer al libro más un juego”, agrega. 

Interior El Nicolás, Kingman y la novela que no fue

Y en ese lado B, uno de los hallazgos más interesantes que revela el libro es el rol fundamental de Rosita Riofrío, madre de Kingman y sus hermanos (bisabuela de Diego).

“Le llamaban el ángel de la guarda de una generación de poetas. Ella recibió a todos los artistas y escritores de Guayaquil y Quito de esa generación. No solo les alimentaba literalmente con comida, sino también con mucho impulso. Les impulsaba a no decaer en esas búsquedas literarias, artísticas y de vida mismo, no”, explica Diego.

Fotografía de archivo, El Nicolás, Kingman y la novela que no fue

La presencia de Rosita Riofrío estuvo siempre presente entre Diego y su familia, pero en las versiones oficiales de la historia había quedado tan invisibilizada como tantas otras mujeres. En ese sentido, el libro quiebra esa visión patriarcal que tanto ha encapsulado a la literatura ecuatoriana del siglo XX y sus precursores.

Así, perdiendo un poco la noción del tiempo, entre carcajadas y nudos en la garganta, las páginas del libro van pasando demasiado rápido. Y es en el transcurso que uno va dándose cuenta de que quizás como país no seríamos tan amnésicos si fueran todos los Nicolases y los Diegos de este país chiquito los que enseñaran la materia de historia.

Los apuntes

Interesado en primer lugar por un paralelismo con su propia vida como joven músico y amante de la literatura, Diego empezó a buscar las huellas que lo condujeran a ese pasado fascinante que escuchaba contar a su abuelo.

Rayando un poco en la obsesión, entre 2012 y 2018 que falleció ‘el Nicolás’, Diego fue coleccionando datos y pistas para conocer mejor a su abuelo y reconstruir el camino alguna vez hecho por él y sus amigos. Empezó por el más obvio que, sin embargo, había estado ignorando un poco: la obra escrita de Kingman.

Interior El Nicolás, Kingman y la novela que no fue

“Hay mucha crónica, sobre todo, que escribió de su generación y de todas esas anécdotas y vivencias del Quito y Guayaquil de ese entonces. Entonces, me despierta este interés por el autor y arranco a leerlo”. 

A medida que también caminaba el tiempo, ya no sólo permanecía el interés en Diego, sino que le empezaba a aflorar una urgencia, agrandada cada día por la ineludible y única verdad universal de que a todos en algún momento nos debe llegar la última hora.

“Dije, bueno, son los últimos años de mi abuelo, porque él ya tenía 94 años cuando empiezo a grabarlo. Entonces, le invito a salir a la ciudad, al centro de Quito para empezar a registrarlo ahí con la idea de hacer más como un trabajo audiovisual, un documental que sigue en proceso”, cuenta Diego.

Las horas compartidas a lo largo de esos seis años se convirtieron en apuntes; apuntes que abuelo y nieto iban comentando y puliendo, aunque no existía plan alguno de convertirlos en algo más.

En 2018, Juan Sebastián Martínez, hermano de Diego y editor del libro, leyó esas anotaciones y determinó que estaba frente a una obra literaria que necesitaba acaso una estructura. Juntos decidieron darle una nueva vida a los apuntes y conceptualizaron lo que terminó siendo El Nicolás, Kingman y la novela que no fue.

El portal 

Han pasado casi cuatro años desde la muerte de Nicolás Kingman. En su partida eterna, Diego no sólo despidió a un abuelo; despidió también a un amigo. Sin tragedia, pues “hasta el último respiro hubo mucho humor esa tarde. [Nicolás] cantó y tuvo mucha lucidez en medio de que se estaba yendo”, rememora el nieto. 

Nicolás Kingman, interior del libro El Nicolás, Kingman y la novela que no fue

Sin embargo, durante las primeras semanas su ausencia fue punzante, tanto que para Diego y su familia empezó a distorsionarse la noción del tiempo. Así lo explica en el libro:

“A la semana siguiente, de manera puntual, como habíamos hecho cuando vivía mi abuelo, nos reunimos con mi madre a leer una de sus crónicas. Es extraño, pero su ausencia parecía haber aumentado de forma exponencial el tiempo que separa nuestro presente de los acontecimientos narrados en el texto”. 

Nicolás había sido ese portal que conectaba el espacio-tiempo presente con el espacio-tiempo pasado, pero su muerte no significó un cierre definitivo. Con el libro, de alguna forma, Diego creó una llave para abrir el portal y seguir accediendo a esa dimensión llamada “Generación del Treinta”.

Los últimos momentos con su abuelo están relatados en el libro con una nostalgia contagiosa que salta de las páginas al saco lagrimal de los ojos y así como anuncian el final del protagonista de la historia, esas páginas también anuncian que el libro está llegando a su fin. 

E incluso antes de llegar al término de El Nicolás, Kingman y la novela que no fue, es inevitable empezar a extrañar al narrador y sus personajes. Pero eso tienen precisamente las buenas obras literarias, que al llegar a la página de Notas y Agradecimientos provocan un sentimiento de ausencia, un pequeño vacío existencial.

Pero bueno, siempre estará la opción de empezar la historia de nuevo o esperar con un poco de paciencia el documental que Diego empezó a grabar por allá en 2012, y que será un nuevo portal a la dimensión Kingman y la Generación del Treinta.

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